jueves, 19 de agosto de 2010

EL RECOLECTOR DE FRUTOS

George cumplió diez años y una tarde de verano, su padre, Lawrence James, le dijo que lo llevaría al bosque a recolectar frutos, oficio que ejercía y que fue heredado por sus ancestros. Esperaba desde siempre esa invitación.

Cuando su padre regresaba, luego de tres meses de recorrer los bosques, sus amigos se juntaban en el corredor de la casa a escuchar las historias y pormenores de cada viaje. George no era ajeno a estos encuentros. Acostado en una hamaca escuchaba con atención las pláticas de su padre y soñaba ser como él, como su abuelo y su bisabuelo: un recolector de frutos.

Lawrence hacia sus viajes alternando cada año los territorios de recolección tal como sus antepasados le enseñaron. Hacia visitas a las zonas de Laguna de Perlas, Kukra Hill y al sur de Bluefields. En Laguna de Perlas se adentraba en las montañas al noroeste hasta Patch River y al norte de Orinoco, entre Wawashang y Punta Fusil. En la región de Kukra Hill recorría Loma de Mico, Laguna Malopi y el sur del Río Kama. En la región de Bluefields hacia el recorrido de Kukra River hasta Corn Creek para luego dirigirse más al sur hasta el río Punta Gorda pasando Torsuani y Willing Cay Creek.

En su primer viaje descubrió la pasión de su padre. De tanto escuchar las pláticas le pareció que nada de lo que miraba le era nuevo y comprendió que la naturaleza había sido generosa por muchos años con su familia al ver los cincuenta sacos de semilla o nueces de almendro, también llamado “Ibo” que habían recolectado para ser vendidos en Laguna de Perlas y Bluefields a lugareños e intermediarios. La venta era segura porque los habitantes de estas localidades preparaban con ellas una bebida típica llamada “fresco de ibo” con un sabor peculiar parecido a la vainilla.

Conoció el territorio de Laguna de Perlas, su gente, sus ríos, las aves, los animales silvestres, árboles de diferentes tipos pero quedó impresionado por el almendro de montaña, no por el hecho de dar los frutos que recolectaban ni por su gran tamaño, sino por la simbiosis que existía entre el árbol y las lapas verdes, porque anidaban en los huecos dejados por las ramas secas y se alimentaban de sus frutos.

George volvió a casa, a la escuela y sus amigos se aglomeraban a su alrededor para escucharlo. Su padre cada año partía a los diferentes territorios y con el paso del tiempo la cosecha cada vez era menor. Al cumplir veinte años, su padre recolectaba apenas la mitad de lo obtenido en su primer viaje pero los beneficios económicos eran mayores ante la alta demanda de Ibo. George escuchaba los lamentos de su padre y pensó que ya estaba muy viejo (tenía sesenta años), para las largas marchas así que decidió acompañarlo nuevamente y convertirse en el relevo generacional, en el nuevo recolector de frutos.

Regresaron al territorio de Laguna de Perlas, el mismo que recorrieron en su primer viaje. Su padre caminaba más despacio, su entusiasmo había disminuido y la pasión se había borrado de sus ojos. Está viejo, pensó George, convencido que era el momento de que su padre dejara el oficio. Caminaron la misma ruta hasta las profundidades del Patch River y observó gente nueva en las riveras del río, desconocidos para su padre, eran campesinos pobres que habían emigrado de Chontales y Matagalpa, sin ganado pero cultivaban frijol, maíz, yuca y chagüite, sus casas eran pequeños ranchos de madera rolliza y techo de palma y recién habían quemado el bosque para sus cultivos. Observó que muchos de los animales silvestres que antes se les cruzaban en la ruta habían abandonado el territorio pero sintió mayor decepción cuando llegaron al punto de mayor recolección de semillas de almendro y lo que encontraron fue un bosque devastado, quemado, con menos de veinte árboles de almendro, chamuscados por el fuego, sobrevivientes sin alma porque las lapas verdes también habían emigrado. Su padre se arrodilló a su lado y lloró como un niño. George no pudo llorar pero sintió que la sangre quería reventar sus venas y gritó varias veces con la mayor fuerza de su alma hasta caer al lado de su padre.

— ¿Y que pasó después? —le pregunté con mucha inquietud al ver que su mirada se nublaba y esquivaba la mía.

Pasaron varios segundos y no respondió. Se incorporó, levantó su mochila, la acomodó en sus hombros, me regresó la mirada, ahora más clara.

— ¡Me convertí en recolector de frutos! —dijo sonriente. ¡Apúrate, la panga está por salir y nos deja! —agregó apresurando el paso.

Lo seguí, salimos al muelle de Orinoco y abordamos la panga hacia Laguna de Perlas. En el trayecto pensaba en lo que George dijo y no lo entendía. ¿Cómo era recolector de frutos si el bosque en todos esos territorios ya había desaparecido con su alma?, me preguntaba. Al llegar a Laguna de Perlas, le di la mano para que se apoyara y saliera al muelle porque tenía la edad de su padre cuando lloró en el bosque y, antes de despedirnos, porque se dirigía a Bluefields, le pregunté.

—Trabajo en la comisión de demarcación de tierras para los pueblos indígenas, doy charlas en las universidades de la costa y luchó junto a otros por salvar el bosque del trópico húmedo y las lapas verdes —dijo.

Su panga encendió el motor y, al girar para iniciar su viaje, George se levantó, me regresó la mirada y gritó: ¡Recolecto frutos nuevos, nuevas conciencias!

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
19 de agosto de 2010.

3 comentarios:

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  2. Bonita historia, Ronald, y un testimonio muy acertado de la situación que sufre la selva tropical en Nicaragua. La verdad es que a uno se le cae el alma a los pies cuando en esas rutas por el Kukra River o por el Torsuani pasas en un instante de la vegetación más frondosa a un paisaje en el que parece que haya caído un meteorito y haya aniquilado toda clase de vida. Es muy necesario que se haga cumplir las leyes de protección de la naturaleza para evitar que se siga degradando la selva.
    Saludos desde España.

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  3. Gracias Larry y Juan José, apreciaciones como las de ustedes incitan a seguir en la lucha. Saludos amigos.

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