lunes, 27 de septiembre de 2010

CONVERSACIÓN EN LA ARENA BAJO UN CIELO ESTRELLADO

Foto: José Juan López
I
 
En sus caras se nota la alegría del triunfo, el éxtasis de la victoria. Sus uniformes están sudados, sucios, desaliñados. Están reunidos entre el montículo y la caja de bateo. Al fondo se observa la pizarra con los números finales del encuentro: dos a cero. En el centro del grupo está él. Lo han levantado para cargarlo en sus hombros, es el héroe del juego. Todos brincan, se abrazan, gritan, celebran el triunfo. El estadio ruge, el monstruo de mil cabezas ha enloquecido, las voces estridentes se escuchan como una sola, todos aplauden. La selección infantil ha ganado la serie: son los nuevos campeones. El pueblo entero celebra.

Al caminar por las calles, con destino a su casa, unos le extienden la mano para saludarlo, otros lo abrazan y aplauden. Se siente lleno de orgullo. Toma la panga para dirigirse al puerto, el panguero no le cobra, al llegar los estibadores y amigos se posesionan de él, lo sacan velozmente y vuelve a ser cargado en hombros por el recorrido del andén principal hasta su casa. Se ha convertido en un héroe del deporte a la edad temprana de doce años y lo sigue siendo en la liga amateur de Bluefields.

Sus habilidades como lanzador se las debe en gran parte a su padre quien lo motiva, lo incentiva a ello. Le compra revistas especializadas de béisbol, los mejores guantes, las mejores pelotas y le enseña nuevos lanzamientos. Desde el corredor de su casa está pendiente de sus prácticas y de que corra todos los días para alcanzar fuerza y resistencia. Es el orgullo de la familia. Al bachillerarse es reconocido por todos como el mejor lanzador de béisbol que Bluefields ha tenido en muchos años. Se ha convertido en un adolescente exitoso y debe partir hacia la Universidad.

Es becado y encabeza la rotación de lanzadores del equipo universitario en la liga de primera división. Estudia y realiza sus entrenamientos durante el día. Varias veces por semana debe viajar a los departamentos a enfrentarse con diferentes equipos. La rutina lo embarga, añora su casa, su familia. Cuando los juegos son en Managua sus amigos lo esperan a la salida del estadio y lo invitan. Sale con ellos hasta altas horas de la noche, comienza a tomar alcohol, a fumar mariguana y a desahogar sus penas entre las piernas de prostitutas. En periodo de vacaciones siempre regresa al hogar. Su padre le muestra orgulloso los recortes del periódico con las noticias de sus triunfos. Uno de sus regresos lo marca para siempre. Su madre ha abandonado la casa. Ha dejado a su padre solo con sus otros hermanos y hermanas. No lo comprende, no encuentra motivos para ello. Su padre está deshecho, lo nota más viejo y cansado.

Su rendimiento deportivo y académico se va al suelo, mientras que el consumo de drogas, alcohol y sexo comprado aumentan. La desesperación lo invade. Visita mi casa y se convierte en amigo de mi hijo: le presta su guante y la pelota. Desde que lo ve venir acude a la puerta para abrírsela y jugar con él, le lanza despacio la pelota para que la atrape. Almorzamos juntos varias veces y, en una de sus visitas, me dice que se va a jugar a otro país, que la paga es buena. Aún no concluye su carrera.

Juega con un equipo de primera en un país donde el béisbol tiene un nivel más bajo que en Nicaragua. Incursiona en el mundo de las drogas, prueba la cocaína y la heroína. Ha traspasado la frontera de las drogas. Sus hábitos sexuales no cambian, siempre compra sexo, pero ahora de nacionalidades diferentes. Acude a discotecas, clubes de noche, en esos donde ellas se quitan la ropa bailando en una tarima y haciendo contorsiones eróticas alrededor de un tubo. Se droga hasta reventar. En una de sus salidas a estos sitios se arma una pelea en la que sale perdedor, el botín es su prostituta preferida. La policía lo detiene al encontrarle cocaína. Acude a su equipo pero le dan la espalda. Sale de la cárcel y no tiene más opción que regresar a Nicaragua.

Ingresa a la universidad para concluir la carrera. Ya no es miembro del equipo universitario. Su padre le ayuda para que termine su último año. Obtiene empleo en una granja. Su madre fallece y la noticia lo deprime tanto que se aísla en su habitación a drogarse. Lo despiden de la granja. Sin más opción decide regresar al lado de su padre.

II

Salimos de la panga y nos dirigimos donde mi prima, saludamos, tomamos un refresco y caminamos por el anden. Mi hijo me acompaña. Vamos directo a su casa. Han pasado más de quince años y no nos hemos visto. A unos metros observo el corredor vacío. Subimos las gradas y abro la baranda. Entramos al corredor.

— ¡Buenas! ¿Se encuentra Jorge? —nadie responde. Pasan unos segundos y desde el fondo de la casa alguien sale de una habitación. Es su padre.
¡Ideay Catracho, tanto tiempo de no verte! ¡Y ese milagro! ¿Qué andas haciendo? —pregunta Don Chano mientras se acomoda la camisa y nos ofrece asiento.
Visitando el puerto con mi hijo para que conozca y a usted también — digo mientras lo observo. Está viejo, su paso es lento, se mueve con cálculo. Su cuerpo muestra aún los vestigios de sus fuertes músculos.
Siempre me recuerdo de ustedes, de tu papá y de tu mamá. ¿Y este chavalo es hijo tuyo? ¡Se parece a tu hermano!
Sí —eso dicen. — ¿Cuénteme cómo están las cosas por aquí?
Pues qué te puedo decir, las cosas andan mal. No hay trabajo. Aquellos tiempos, cuando tu papá pescaba, se acabaron. Siempre tengo el taller, pero por allá sale un buen trabajo —concluye haciendo un ademán de lejanía con su mano derecha.
¿Y Jorge, dónde se encuentra, qué hace? —no contesta al instante. Lo veo incomodo, se levanta y vuelve a ver hacia la calle. Regresa a su asiento.
Mira catracho, aquí no hay nada que hacer. ¡Jorge se ha hecho un vago, allí anda con otros fumando esa piedra maldita! De seguro te lo vas a encontrar por las calles —concluyó con su rostro tenso, enojado y sus manos temblorosas.


Al verlo inquieto nos despedimos. Caminamos hacia la playa y observamos los estragos dejados por el paso del huracán, la playa ha desaparecido.  Regresamos hasta el parque y de lejos observo un grupo de gente frente a la casa de Don Chano. Al acercarnos veo a algunos conocidos, amigos de juventud, los reconozco a casi todos.

¡Ideay Catra!, ¿Dónde te has perdido? —la voz es familiar.

Busco la mirada del que saluda y lo veo. Es él. Es Jorge, el Best, como le llamamos con cariño. Está irreconocible, flaco a tal extremo que sus pómulos sobresalen en su cara, su cuerpo está lánguido, la cavidad de sus ojos es profunda y han dejado de brillar, están amarillos.

¡Ideay Best, no jodas, no te conocía! —contesto y me acerco para estrechar su mano y darle un abrazo. Los otros ríen con malicia.
¿Y este chavalo, es hijo tuyo? ¡Se parece al buzo! —dice sonriendo y estrecha la mano de mi hijo.
Voy para el muelle. Se hace tarde y debemos salir temprano por la mañana — lo invito a que nos acompañe.
Vamos pues, yo también voy para allá —se despide de los otros y caminamos juntos por el anden principal.

El Best lleva un periódico viejo enrollado en sus manos. En la caminata por el andén conversa de diferentes temas: economía, política, de la escasez de empleo y de la pesca. Está al día con lo que acontece. Los perros salen de las casas ladrando, enfurecidos y tratan de morderlo. —Estos perros hijos de puta están locos —dice y los ahuyenta a patadas.

Al llegar al muelle nos sentamos en una de las bancas a esperar la salida de la próxima panga hacia Bluefields. Lo observo inquieto, como que trata de decirme algo pero no se atreve. Me llama aparte y argumenta que la situación económica está mal y dice que le preste cien córdobas. Sin pensarlo, antes de despedirnos, se los doy. Es el Best.

— ¡Ese Best se está muriendo! —dice mi hijo.

III  
La droga fluye como el viento en el puerto. La gente no tiene empleo. Otros se llevaron las esperanzas. La miseria ha irrumpido sin invitación y se adueña de muchos, llegó después del esplendor. La familia ya no lo aguanta más. Las cosas se pierden. Su padre está más viejo, sin fuerzas y no puede lidiar con él. Esconden bajo llave todo lo de valor. Sus hermanas no lo soportan, roba cualquier cosa para venderla y luego compra la piedra de crack para drogarse. Pasa el día fuera de la casa y se le observa en el muelle a la espera de un conocido para pedir dinero. Por las noches camina ambulante por el puerto en busca de algún objeto ajeno para venderlo y poder drogarse. Los flacos y pulgosos perros lo odian.

Algunos de sus amigos de Bluefields tratan de ayudarle para que deje la droga. No reconoce su adicción, todo intento es en vano. Su padre lo corre de la casa. El Zorro le da la mano y lo emplea como cuidador en el proyecto que gestiona en la loma cerca del faro. Dura poco tiempo porque la droga no lo deja trabajar. Vende las cosas que debe cuidar. Va por las calles y pide dinero. Corre a comprar la piedra, se droga y regresa como que nada ha pasado, con la mirada perdida, sin sentidos, como un fantasma en vida. Su padre sufre, sus hermanas también. Se ha convertido en una lacra despreciable en su casa y en el puerto. Vive en las profundidades bajo las llamas del infierno.
IV

Con el paso de los años viajo hasta Bluefields por la trocha que han abierto desde Nueva Guinea. Al día siguiente, después de la travesía, regreso al puerto. Hago el mismo recorrido por el andén. Llego hasta la casa de Don Chano y decido visitarlo con cierto recelo.

¡Buenas! —saludo y pregunto: ¿Hay alguien en casa?—entro al corredor después de abrir la baranda.
¡Hola, hola! —contesta Reina, su hermana. —¡Pasa adelante! —se acerca y nos saludamos con un beso en la mejilla. — ¡Tanto tiempo de no verte! —dice sonriente.
Siempre que vengo paso por aquí saludando, pero nunca estas.
Hoy estoy de día libre, toma asiento, voy a llamar a mi papá.

Pasan varios minutos. Hace un intenso calor. El sol brilla bajo un cielo limpio vestido de azul intenso. Saco el pañuelo para limpiar los lentes y aparece Don Chano.

¡Catracho! ¡Te habías perdido! ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? ¡Tenias rato de no venir! —dice con cara de alegría. Me levanto para saludarlo, nos estrechamos las manos, lo siento con fuerzas. Su mirada esta viva. No se ha sentado y llama a su hija.
¡Reina, Reina, tráele al Catracho un vaso de agua con hielo que lo veo cansado!
¡Un día de estos estuve pensando en vos! Te traje con el pensamiento —dice y ríe con ganas, como un niño contento.
  ¡Te tengo una gran noticia! —junta su manos, las frota y me mira. — ¡Es Jorge, ha cambiado!
¿Cambiado? ¿Qué le pasó? —me inquieta lo que pueda significar el cambio.
¡Al fin!, ¡al fin, hijo!, ¡ha dejado la maldita droga!, ¡tienes que verlo, platicar con él! ¡Hasta ha regresado a ayudarme en el taller! —dice contento.

El cambio debe ser drástico. Don Chano está diferente. Ha recuperado la alegría, se manifiesta en su voz, su paso es firme, igual que sus movimientos. Su mirada expresa paz en su alma. Ha desparecido la atmósfera de tensión y tristeza. Expresa cariño al hablar de Jorge y me dice hijo.

¿Y donde está Jorge, Don Chano? — pregunto ansioso por saber.
¿Reina, que se hizo Jorge? —pregunta a su hija. —Hace un rato estaba aquí sentado en el corredor leyendo el periódico —dice el mismo.
Se fue para la playa, anda en el rancho — contesta Reina al darme el vaso.
Si es cierto, hoy es domingo —afirma él.
  ¿En el rancho? ¿Qué hace en la playa? —pregunto.
Atiende el rancho de Florencia los fines de semana. Ahora que volvimos a tener playa, viene bastante gente y allí vende comida y gaseosas —dice. Vos sabes que aquí las cosas andan mal, no hay trabajo —concluye.
Voy a caminar a la playa. Voy a buscarlo.
¡Si hijo, anda, esta en el primer rancho al llegar!

Me despido y camino hacia la playa. Voy de prisa. Por mi mente se cruzan imágenes de la infancia. Recuerdo las caminatas sobre las piedras haciendo equilibrio para evitar caer en el suampo y llenarnos de lodo. Al llegar a la punta de la pista vuelvo a ver la playa. La han recuperado colocando una inmensa y larga barrera de piedras que permite la acumulación de arena y evita el paso de las olas hacia la bahía. Camino sobre la arena, mis pies quieren hundirse en ella. Me quito las sandalias. La brisa, el rugir de las olas, la arena y espuma en mis pies hacen que me sienta libre. El cielo vestido de azul está de fiesta, las tijeretas y gaviotas danzan al vaivén del viento.

V

El rancho tiene techo de paja y una parte del piso es de concreto. Está concurrido. Lo busco al entrar y lo veo detrás del bar.  Lleva puesta una gorra, viste de camiseta y en el cuello lleva colgados los lentes. Nos saludamos como siempre. Su físico ha cambiado mucho desde la última vez que nos vimos. Tiene unas libras más de peso. Su rostro ya no muestra los pómulos, su mirada está limpia y serena. Lo noto calmado, despejado, sin prisa ni desesperación. Sus manos están quietas, ya no tiemblan. Tiene razón Don Chano, pienso. Ha cambiado. Atiende a los clientes que piden cervezas sacándolas de un termo con hielo.

Tenías buen rato de no venir —dice mientras abre dos cervezas y sale a dejarlas a una de las mesas de sus clientes. Lo observo conversar amenamente con ellos.
Más de ocho años desde la última vez —le contesto cuando regresa mientras tomo una cerveza del termo y le digo que lleve la cuenta.
Apártalas allí en esa cajilla —dice indicándome y agrega: —Cómo pasa el tiempo, me parece que fue hace poco.
         
Dos mujeres se acercan al bar y escucho que le dicen con cierta pena: “véndanos dos miaditas”. Introduce sus manos en una cajita de cartón, saca una llave, dos rollitos de papel higiénico y los entrega a cambio de seis córdobas. Nota que no comprendo lo que sucede y me dice: “este es el único rancho que tiene servicios sanitarios, la miadita vale tres córdobas para las mujeres”. Me río a carcajadas y él también.

Cae la tarde y debo regresar a Bluefields. El Best me dice que no me preocupe, que saldrá una panga por la noche y que la espere. El rancho se encuentra vacío. Aquella panga que ves allá, me indica, es de unos tipos que andan reparando el faro. No dilatan. Ven, trae tu cerveza, sentémonos aquí, acomodémonos en la arena, en este tronco para que platiquemos.

Tengo más de seis años de estar limpio. Ingrese a una clínica. Ya dejé la droga y no he probado ni una sola gota de alcohol. Soy alcohólico anónimo. Ya se qué estás pensando. Debes preguntarte cómo es posible que esté vendiendo guaro. La situación hermano, la puta situación me obliga a ello.
Y qué dicen los del grupo — le pregunto mientras lucho con en viento por encender un cigarro.
Ellos me comprenden, aunque al inicio estaban mal conmigo. Siempre asisto a las sesiones. He cambiado. Mi papá, mi pobre papá está contento ahora.
Sí, ya lo sé, cuando llegué a su casa me di cuenta. Él me dijo que te buscara aquí en la playa.
Mira Catra, he sido una lacra. Vos conoces bien lo que ha sido de mi vida. Pero me siento bien, estoy en paz conmigo mismo, con mi familia. Antes no valoraba nada, estaba ciego. La droga me convirtió en egoísta, nada me importaba más que metérmela. Con ella obtuve cierta gratificación aparente, produce placer, alivio pero luego te provoca dolor, desastre, desolación y multitud de problemas.
Hermano, no sabes lo contento que me siento de que me digas estas cosas.
Cuando se anda metido en la droga, uno pierde lo mejor: el autocontrol y la fuerza de voluntad. Te convierte en un ser apá­tico, desinteresado, ansioso. Se pierde el estímulo por los logros personales y profesionales. Mírame, vos sabes bien que soy un profesional, pero la cagué toda. El drogadicto, entre mayor nivel de formación tiene, mas se aísla, des­precia los vínculos familiares y amistosos. Se en­cierra en círculos, los más bajos, donde le resulta fácil conseguir la droga. Se vuelve esclavo de la sustancia hasta destruirse a sí mismo. Yo ya no me meto con esos majes drogo. No los margino, pero ya no ando con ellos.
Best, me estas dando una cátedra. ¿Dime qué paso con el sexo? —le pregunto y me vuelve a ver.
Te estoy contando mi vida de drogo. Esto no te lo había dicho, pero el resto ya lo sabes.
El sexo, Best. ¿Tienes relaciones sexuales? —le recalco la pregunta.
Tengo una novia. Es una chavala jovencita. Apenas tiene dieciocho años. Vieras qué linda que es. Sus manos, Catra, sus manos son bellas. Cuando las comparo con las mías me doy cuenta cómo he desperdiciado la vida. Ella me ha regresado las ganas de vivir, me llena de dicha. Es pobrecita y le ayudo porque ahora estoy trabajando en el taller de mi papá, hago fogones metálicos y con esto que gano aquí en el rancho pues me da para ayudarle.
Dicen que para dejar la droga, es necesario que la persona tome la decisión. En tu caso, sé que unos amigos trataron de ayudarte pero no resultó. ¿Que fue lo que pasó para que tomaras la decisión definitiva? —le pregunto.
 
Se queda callado, mira hacia arriba, ve el cielo estrellado, me dice que lo observe, está lleno de estrellas brillantes, mete sus manos en la arena y dice:
     
Una noche, una de esas noches de infierno, de desesperación y angustias por la ausencia de la droga, me quede dormido. Tuve un sueño, algo raro porque casi nunca soñaba. En el sueño volví a ver juntos a mi papá y mi mamá como cuando eran jóvenes. Estaban lejos y me llamaban. Al verlos, caminé hacia ellos, pero cada vez estaban más lejos. De pronto vi junto a ellos a un viejo de pelo largo, barbudo, todo canoso. Comencé a caminar y ahora me acercaba. Estaban en un lugar totalmente blanco, todos de blanco. Me decían que entrara a un lugar que tenía colores bonitos. Que si entraba allí volveríamos a estar juntos toda la vida. El viejo sonreía.
¿Y qué pasó después? —le pregunto. No responde. Observa el cielo y miro hacia arriba, el firmamento está esplendoroso, miles de estrellas brillan. El brillo llena su rostro y delatan las lágrimas. No insisto.
Le doy una palmada en el hombro. Best, si yo hubiera podido….
No Catra, dice sin dejar que termine la frase. Sólo yo podía. Me desperté asustado, bañado en sudor. Me di cuenta que podía cambiar y tome la decisión. Fui donde mi papá, se lo dije, pero no me creía. Nadie me creía, todos desconfiaban de mí. Aquí estoy, poco a poco me he vuelto a ganar la confianza de ellos y la gente. ¡Mira, aquellos que viene son los de la panga!, ¡apurémonos tienes que irte!



Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
27 de septiembre de 2010.     

viernes, 24 de septiembre de 2010

LAS LAVADORAS DE RAÍCES Y TUBÉRCULOS

El camión IFA gira a la izquierda y retrocede; su motor, deteriorado por el uso, ruge como un demonio en conjuro. Seca los charcos, dispersa el lodo que vuela hacia los lados por el peso que trae. Los descargadores dirigen la maniobra: ¡dale, daalee, daaalee; máaas, máaas; yaa, yaaa, yaaaaa! Se estaciona justo en el borde de la galera. Abren su camastro y muestra la carga. En un instante suben para iniciar la descarga de los mojados, lodosos y pesados sacos. Abajo, el supervisor los cuenta uno por uno.



Sin terminar la descarga, tres hombres la trasladan con carretillas de mano hacia una gran pila horizontal de concreto llena de agua. Vierten su contenido, el agua cambia de color y consistencia. Las manos de cuarenta mujeres se introducen para atrapar los tubérculos. Frotan sus manos en ellos con movimientos rápidos, horizontales y circulares, hasta dejarlos limpios. Los depositan en una cajilla de plástico que tienen a su lado y, sin pensarlo, con un acto reflejo, vuelven a tomar otro para continuar en su labor. Otros sacos se vierten en la pila. El IFA enciende su motor y sale de prisa hacia el campo en busca de más carga.

El supervisor recorre ambos lados de la pila. Observa a las mujeres dobladas en su faena, cuenta las cajillas llenas y entrega una ficha por cada una. Los ayudantes del lavado las retiran para introducirlas en barriles que contienen una solución contra hongos diluida en agua, las escurren y colocan en el área de secado. Las mujeres están atentas, llevan la cuenta de sus fichas y de las otras.

Con el paso de las horas se escuchan carcajadas. La rigidez inicial desaparece. El ambiente se torna ameno. Conversan entre vecinas. El supervisor trata de disimular que no está pendiente de las pláticas. Ellas lo saben y no descuidan su esmero. Las manos se cansan, están húmedas y las palmas muestran surcos, fisuras por el roce con los tubérculos.

─ ¡Ve cómo tiene las manos la Inocencia! ─ dice Ignacia, la lavadora de mayor experiencia del grupo. Desde que comenzamos le dije que se pusiera el calcetín pero no me hace caso. ─ ¿Creen ustedes que aguante hasta el medio día? ─ pregunta mientras el ayudante le retira la décima cajilla y el supervisor entrega otra ficha.

─ No lleva ni siquiera dos y ya esta lloriqueando─ comenta Rosa volviendo a ver a Ignacia que le cierra un ojo. Inocencia las mira sonrojada, sabe que debe soportar el cansancio de sus manos, el dolor de su espalda y las burlas de las expertas, de las que tienen manos gruesas, de las que lavan y ganan más. Saca los calcetines de su delantal y poco a poco introduce sus manos por el ardor que siente. Vuelve a seguir lavando.

─ No te rajes, tienes que hacerle capricho, chavala ─ dice el supervisor al pasar a su lado.   ─ Te dije que este trabajo no era sencillo, aguanta que apenas empezamos. ¡No chimes mucho el Quequisque, por eso te arden las manos!  ─concluyó riéndose y volviendo a ver a Ignacia.

─ ¡Sí chavala, no lo chimes tanto, no le des con mucha fuerza! ─ agrega Ignacia. ¡A tu marido es al que tienes que chimar así, duro, con fuerza, para que no te deje por otra! ─ concluyó riéndose y provocando carcajadas entre todas las lavadoras.

El ambiente se torna caliente y húmedo. Inocencia no soporta más. Una lágrima recorre su mejilla y con disimulo frota las manos mojadas en su cara. No presta atención a sus vecinas de lavado. Piensa en su casa, en sus dos hijas que la esperan donde su madre quien las cuida, en la urgencia del dinero y en que llegue el medio día para descansar y almorzar.

El camión IFA vuelve a llegar y rellenan la pila. Cae la tarde y las mujeres han lavado cuatrocientos sacos. Están agotadas, casi sin fuerzas, pero contentas porque se han ganado el día, un día extraordinario, de buena paga. Al terminar limpian entre todas la galera y regresan juntas a sus casas despidiéndose como hermanas.

Comienza el día. Van de prisa con paso seguro. La ilusión y alegría se muestra en sus rostros. En el camino se juntan, una espera a la otra, se dan ánimos, le ríen a la adversidad y, al llegar a la galera, la colman de vida. Forman parte del ejército de lavadoras de raíces y tubérculos de Nueva Guinea.


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Miércoles, 22 de septiembre de 2010


lunes, 20 de septiembre de 2010

GANADEROS GORDOS, CAMPESINOS FLACOS Y BOSQUES RALOS

La ganadería es una de las actividades económicas agropecuarias más importantes del país. La practican miles de pequeños, medianos y grandes productores en diferentes regiones. Tiene más de cuatrocientos años de ser una actividad productiva y, desde que fue introducida por los colonizadores españoles, su sistema de producción ha variado muy poco.

Hace cincuenta años irrumpió el “auge ganadero” caracterizado como la tercera fase de inserción del país en el mercado mundial, lo que consolidó el actual “modelo agroexportador” ante la demanda creciente de carne por los países ricos, principalmente los Estados Unidos de Norteamérica. Dicho auge se manifestó en un incremento de la producción de carne del 377 por ciento entre el periodo de 1950 y 1978, superior al del café, azúcar y de granos básicos en el mismo lapso.

Este acelerado repunte de la actividad agropecuaria fue producto de la expansión del área de cultivo y, en la ganadería, de la incorporación de nuevas tierras en pastizales con patrones tecnológicos extensivos. Ante la apertura de nuevos caminos y carreteras en la región central y producto del proceso de diferenciación campesina, llamado “vías de desarrollo campesino”, diferentes tipos se asentaron en amplios territorios vírgenes de bosque húmedo tropical en el este de país, dando lugar al proceso de colonización de la frontera agrícola.

Carne en Canal
Estos campesinos asentados en la “nueva frontera agrícola” son los que sustentan la actividad ganadera. Por su lejanía, marginación y exclusión de políticas públicas, son presa fácil de una cadena compleja de intermediación ganadera. Para lograr la reproducción de su sistema productivo deben vender sus productos, en este caso los terneros y novillos, a “arreadores de montaña”, los que a su vez los venden a acopiadores de puertos de montaña y éstos a acopiadores de los grandes ganaderos que los repastan o engordan en sus extensas fincas para, al final, después de entre cuatro y seis meses, venderlos a los mataderos industriales o exportarlos a México, Guatemala, Honduras, El Salvador y últimamente a Venezuela. En el caso de la leche, elaboran quesos de manera artesanal, los que siguen más o menos la misma dinámica de intermediación.

Los niveles de productividad a nivel nacional son bajos. La tasa de parición es del 45 por ciento, mientras que el intervalo entre partos es mayor a los dieciocho meses; la producción de leche por vaca por día es de 3.8 litros, los novillos alcanzan el peso deseado para el sacrificio, entre 380 y 400 kilogramos, a los tres y medio o cuatro años.

Estos índices son producto de la baja inversión, concentrándose en tierra, mano de obra y ganado. Mejoras en la actividad, tales como combinación de gramíneas con leguminosas, sales minerales, prácticas sanitarias adecuadas, infraestructura para el manejo, higiene del ordeño e inseminación artificial para el desarrollo genético son mínimas, aunque frecuentes en las fincas de los ganaderos grandes, los que representan menos del veinte por ciento del total de productores dedicados a la actividad, vinculados a la exportación, financiamiento, tecnología y a los grupos de poder.

El ganadero de montaña, “el finquero” ubicado en la nueva frontera agrícola, obtiene índices de productividad bajísimos que inciden, por el gran numero de ellos, en la media nacional. Radica en la finca y sus condiciones de vida son extremas porque no accede a los principales servicios básicos, financiamiento ni asistencia técnica. Su lógica de producción y los resultados económicos de la actividad se basan principalmente en el trabajo familiar, ganado y el capital natural: la montaña. Una vez que logra acumular capital compra tierras al campesino pobre para expandir su finca, mientras que éste se adentra cada vez en la selva sobreviviendo de granos básicos mediante la tala, roza y quema del bosque.


La ganadería ha entrado en una nueva fase de crecimiento. Entre los años 2000 y 2009, las exportaciones de carne, medidas en millones de dólares a precios FOB, tuvieron un incremento del 341 por ciento según datos del Banco Central. Todos ganan en la actividad, unos más que otros, con costos elevados para el país. Tener ganado es sinónimo de ganancia. Mientras no se fomente e incluya a los ganaderos de frontera agrícola, a los finqueros, en programas de mejora ganadera que logren estabilizarlos en su finca actual y elevar sus índices de productividad, seremos espectadores de mayores conflictos sangrientos por la tierra en territorios indígenas del caribe y del pastoreo de ganado en las Reservas Indio - Maíz y Bosawas, lo que será referencia del fracaso del sistema ganadero actual y de quienes obtienen mayor riqueza del mismo.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
hillron@hotmail.com
Miércoles, 15 de septiembre de 2010

viernes, 17 de septiembre de 2010

EL PRIMER HAZ DE LUZ DESPUES DEL ROCIO

Sus labios se buscan; ansiosos, como despistados con el paso del tiempo, se encuentran. El beso es corto, se miran y vuelven a besarse redescubriendo la dulzura añorada. Los cuerpos tiemblan, danzan y se rozan con frenesí como la primera vez. La sangre fluye hirviendo, palpitan con desesperación los corazones. La ropa se esparce alrededor de la cama y los cuerpos se sienten, se rozan y acarician. La pasión invade la habitación, los suspiros se convierten en la música que sus cuerpos siguen y enloquecen. Las manos se juntan, se enlazan por segundos, se abandonan para explorarse y reconocerse, acarician hasta el sudor que emanan y se dan cuenta: han cambiado mucho. Ella expone su sexo como una flor con el primer haz de luz después del rocío. Él humedece sus labios con el néctar, saborea la miel que vierte hasta embriagarse y ella acaricia con sutileza su hombría, la estimula cada vez más y sus sentidos se elevan al infinito por el delirio del amor.

De pronto, ella lo separa bruscamente. Se levanta de la cama con el pretexto de apagar la luz, único testigo que invade la intimidad. Enciende un cigarrillo, inhala profundamente y exhala con fuerza el humo. Lo observa como a un extraño tendido en su cama, camina pensativa dando vueltas como queriendo escapar del momento.

─ ¡Es una locura, perdóname pero no estoy segura! ─dijo moviendo la cabeza con gesto de falta. ¡No es posible que después de tantos años de no vernos, así de pronto, me acueste y haga el amor con vos! ─ concluyó inhalando con desesperación el humo.

Él se levanta. Camina hacia ella. Trata de abrazarla pero lo rechaza. Intenta tomar su mano y la niega. Se siente herido, rechazado, derrotado. Ella vuelve a la cama, toma la sábana y cubre su cuerpo. La observa pensativo, no sabe que decir. Piensa en los momentos anteriores, en la conversación que tuvieron en el bar, en la cita que acordaron por teléfono y no logra descubrir ningún detalle para que lo rechace ahora, justo en el momento en que volverían a amarse.

Se acerca a la cama, toma su ropa y se viste. Ella le da la espalda, no sabe qué decir, qué hacer. Intenta nuevamente tomar su mano. No se la niega y se las estrechan. Ella se levanta envuelta por la sábana y camina cabizbaja hacia él. Se abrazan con fuerza, como amigos. Se separaran y sus miradas se encuentran. Ríen a carcajadas como en aquello años de juventud, encienden un cigarrillo y fuman con placer. Conversan, recuperan juntos sus recuerdos. Amanece, antes de salir el sol se despiden como novios después de su primera cita.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
17 de septiembre de 2010.



martes, 14 de septiembre de 2010

RELEER LA REALIDAD PARA VENCER EL MIEDO EN EL CARIBE

Asesinatos, balacera en la vía pública, robos a plena luz del día, periodistas acosados por funcionarios corruptos y elementos vinculados al narcotráfico y al narcomenudeo, proliferación de expendios de drogas que invaden las aulas de clases, son ejemplos de la ola de violencia que se vive en Bluefields. En el pasado, no muy lejano, miembros de la Policía Nacional fueron asesinados en su propio cuartel. Si la delincuencia ha atentado  contra la institución que debe darnos seguridad, ¿qué nos depara en el futuro? ¿Será que prevalecerá “la cultura del miedo” en la Región?

El pueblo está viviendo inmerso en el terror y el miedo. La seguridad ciudadana se ha perdido. El miedo es lo último que debe prevalecer ante esta situación. El miedo hace que los ciudadanos, los barrios, las comunidades, las organizaciones no gubernamentales, las instituciones del Estado y la misma cooperación internacional dejen de creer que es posible salir de la realidad en que vive el Caribe Nicaragüense: pobreza, exclusión, corrupción, explotación irracional de los recursos naturales, narcoactividad y delincuencia.

Es urgente que el Estado preste atención a la Costa, pero debe hacerlo con una perspectiva diferente, porque la realidad costeña ha cambiado en los últimos años. El Gobierno y sus instituciones, las mismas ONG´s, las universidades de la costa, la cooperación internacional junto con el pueblo costeño, sus comunidades, sus líderes comunitarios, los ciudadanos de a pie de la costa, debemos “liberarnos” en el sentido de tomar conciencia de que no tenemos limitaciones para superar esta crisis, vencer la apatía, el desinterés, la incredulidad y combatir, más ahora que antes, la ignorancia.

Para vencer el miedo que prevalece es necesario partir de la realidad cotidiana del pueblo caribeño, porque es en ella que se puede descubrir la verdadera intencionalidad de los ciudadanos. Es necesario encontrar las verdaderas aspiraciones que dan sentido al actuar y reconocer que somos sujetos activos con propuestas que muchas veces no se toman en cuenta en la definición de las políticas que promueve el Gobierno Central, el Gobierno Regional y el Consejo Regional Autónomo y que contribuyen en gran medida a la situación real no deseada que se vive en la Costa.

Es ahora que debe tener mayor sentido el proceso autonómico de la Costa Caribe Nicaragüense. Ese proceso autonómico es de la gente, de los ciudadanos. No es de los partidos políticos,  no es de los concejales regionales; es de la gente y sus comunidades. Ha llegado la hora de que sean ellos lo que redescubran su realidad y adquieran conciencia de que no están limitados para vencer la delincuencia, la pobreza, la exclusión y a la misma narcoactividad que ha desfigurado el entramado social solidario del caribeño. Es necesario sentar bases y frenar la corrupción de los funcionarios con el castigo que se merecen, igual que los delincuentes.

La reflexión sobre esa triste realidad debe darse en todos los niveles; en las iglesias, independientemente de la fe que profesan, los pastores tienen un gran reto. Las universidades del Caribe, desde el aula y en las comunidades, deben contribuir a redescubrir los verdaderos valores del caribe y releer la realidad con la activa participación  de los jóvenes que son las nuevas generaciones que regirán los destinos de la Región. Las ONG´s y la Cooperación Internacional deben abrirse cada vez más para ver esa nueva realidad desde la propia óptica de las comunidades y que su labor responda a las aspiraciones del pueblo costeño para combatir esos males que tienen mayor prioridad que un edificio o el llamado “apoyo institucional” que brindan a gobiernos regionales corruptos.  Es necesario que todos hagamos una nueva lectura de la realidad costeña.

No basta sólo con redescubrirla. Es necesario el diálogo constructivo entre los actores y sujetos sociales del Caribe para poder adquirir compromisos mutuos apegados a las aspiraciones de todos para vencer la “cultura del miedo”, construir metas y alternativas de ellas y poder así alcanzar el caribe soñado por todos. De lo contrario, la batalla se habrá perdido.



Ronald Hill A.
hillron@hotmail.com
Nueva Guinea, RAAS.
Domingo, 12 de septiembre de 2010

domingo, 12 de septiembre de 2010

REENCUENTRO CON UN BLOFEÑO

Fue una visita por invitación después de varios meses de estar en contacto por Internet. No dudé en ningún momento en aceptarla. Hoy llego, le dije, como a las seis de la tarde. El tiempo ha sido el responsable de cambiar su figura, son 53 años los que tengo, me dijo. Yo 47 pronto, contesté. Su casa es agradable; en su oficina y en la sala el ambiente es caribeño y se refleja en casi todo: los cuadros, los planos, las fotos de familia y, principalmente, en sus añoranzas y planes de futuro para el caribe nicaragüense. Su cabello está canoso y lo lleva cortado por la peineta numero tres de una máquina para ello. Desde el primer instante fuimos al grano, comenzamos a hablar sobre el Bluff y la pesca porque conoce mucho de este tema, no por ser marino, sino por haber estado vinculado con personas que contribuyeron mucho en el desarrollo del sector pesquero, tanto en el país como en el exterior.

Su imagen grabada en mi mente, desde los años de juventud, fue borrada con este encuentro. Nunca olvidaba la travesía que hacíamos entre Bluefields y El Bluff, en el barco de su padre, llamado Lesbia en honor a su hermana menor. Este era uno de los más rápidos en hacer la travesía en la bahía y todos tratábamos de estar puntual a la hora de su salida para retornar a nuestras casas. Los amigos y compañeros de clases, varones principalmente, preferíamos viajar sobre la caseta a unos dos metros de la proa para apreciar la naturaleza y disfrutar de la fresca brisa de la bahía. En uno de tantos recorridos, con la bahía calma, con sus aguas azules en la que nos acompañaban delfines y “aguas malas”, como le llamábamos a las medusas de mar, él con su novia viajaban en la popa; ella sentada sobre la caseta del barco haciendo piruetas de amor en la travesía, besos, caricias y todo lo que una pareja de enamorados, como ellos, puede hacer. Nuestra mirada era de reojo sin que sospecharan que, como todos los chavalos, estábamos atentos a su romance. Esa ha sido una de las imágenes que me quedaron grabadas. Pero existen otras no tan agradables.

Su padre fue Coronel de la Guardia Nacional, originario de Masaya y de apellido Brenes. El coronel Brenes, querido y apreciado por todos los habitantes, mestizos, negros, misquitos y extranjeros, de El Bluff. Por muchos años ocupó el cargo de jefe de la guardia y de los guardacostas. Cuando fue retirado de las filas de la guardia nacional sucedió un incidente que devino en un gran escándalo en la vida de todos. Realmente no sé a profundidad cuál fue la razón, pero tuve la oportunidad de ver a una familia entera desafiando a la mismísima guardia nacional. Desde su padre y sus hermanos, todos contra la guardia, en su misma base, aquella en que el coronel Brenes por muchos años fue el máximo jefe.

Nunca fue parte del círculo de mis amigos por la diferencia de edad. Su hermano Juan fue mas cercano por la edad y porque juntos practicábamos y participamos en la liga de béisbol amateur en Bluefields con el equipo San José, del Cristóbal Colon, y de el Bluff, los Capitanes y los Diablos. A pesar de ello nos hemos reencontrado nuevamente. El encuentro ha sido provocado por la situación caótica que se vive en la Costa Caribe, ese pedazo de tierra que nos vio nacer y crecer.

Oscar y Brenda
Todo en él gira alrededor de los problemas de la Costa. Su esposa, Brenda, es la misma que iba en aquella travesía en el barco haciendo piruetas de amor al vaivén de las olas, en aquellos años de juventud. Por deseos de hacer mucho por la costa ambos se han involucrado en la vida tormentosa de la política nacional. De ideología liberal, tienen grandes ambiciones por hacer cosas en beneficio del pueblo costeño. Su proyecto personal es construir un hotel en el puerto de El Bluff que brinde facilidades a los turistas nacionales y extranjeros aprovechando la belleza natural del lugar. Él es Oscar Brenes, conocido por todos los blofeños como “el zorro”.

Al terminar la visita me presentó a amigos de su esposa, liberales constitucionalistas de Chontales, que la esperaban. Fue el mismo día en que la Juez Juana Méndez envió a la cárcel modelo a Arnoldo Alemán.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.

jueves, 9 de septiembre de 2010

EL PARQUE REYES: NUESTRO REINO

Los grandes y centenarios árboles de caoba están con pocas ramas, sin hojas. Sus troncos quedan heridos de muerte; esparcidos a su alrededor hay hojas de zinc, pedazos de madera, ramas trituradas, un mar de escombros. El kiosco y el edificio del Colón muestran su estructura y cimientos, nada más. Un niño camina despacio en sus andenes, esquiva las ruinas, observa a su alrededor, se detiene y llora desesperado al pie del busto de José Santos Zelaya, único testigo de la mortal embestida.

No queda nada. Las inscripciones, los nombres de los novios dentro de un corazón grabado en los troncos de los árboles, las manchas en las paredes, los rótulos, las bancas, los columpios, los resbaladeros y las plantas ornamentales han desaparecido; se escaparon, volaron como prófugos en estampida incitados por el huracán.

El tiempo pasa. Los viejos árboles se recuperan y cobran vida. Las tardes de calor extremo se tornan placenteras bajo sus sombras, los niños juegan, corren y gritan de alegría. Las noches de luna llena provocan que novios y amantes apresurados lo visiten, se acurruquen, disfruten y empapen el ambiente con su romance. Otros, en una de sus esquinas, se reúnen alrededor de una guitarra y entonan canciones melancólicas de amor, anhelos, luchas y esperanzas.

Los amigos de lo ajeno, los borrachos, los drogadictos, los homosexuales y los que venden su cuerpo, patti, vigorón, pejibaye y drogas también acuden a el. Los políticos, los de antes y de hoy, han discursado y realizado actos proselitistas aprovechando su amplitud y atractivo. Eventos culturales de diversa índole han sido acogidos en él, desde desfiles, conciertos, bailes, comparsas, circos, hípicos y hasta barreras para montar toros. Las fiestas de Mayo, las de San Jerónimo, las fiestas patronales en honor a la Virgen del Rosario, el aniversario de Bluefields y la Semana de la Autonomía se celebran en ese espacio que es de todos.

Foto: Kenny Siu.
En las noches de bruma, heladas y solitarias, aparenta estar vacío. Si agudizas tus sentidos te darás cuenta que no es así. Lo recorren otros, los ausentes, los que un día lo disfrutaron como tú y yo. Regresan a nuestro reino, vuelan a su alrededor, suben a sus árboles, se mecen en sus columpios, se reencuentran y acomodan en el kiosco, en sus muros y bancas para comentar historias de vida y volver a vivirlas. Antes del amanecer lo abandonan, vuelven al sueño eterno.

Niños, jóvenes y adultos regresan y vuelve a cobrar vida. Los árboles florecen y riegan como gotas de lluvia sus semillas. La vida sigue y él estará siempre para que la disfrutemos. Lo necesitamos, es nuestro único lugar de esparcimiento y sana recreación. Hay que mimarlo, defenderlo y embellecerlo cada día. Es el parque Reyes y todos tenemos en él nuestro reino.

Ronald Hill A.

La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Miércoles, 08 de septiembre de 2010

domingo, 5 de septiembre de 2010

DE REGRESO EN BLUEFIELDS

Foto cortesía de Kenny Siu

Nos encontramos en la calle central; teníamos muchos años de no vernos y el saludo fue efusivo: nos miramos esquivos, nos reconocimos, nos dimos un apretón de manos y un abrazo fuerte. Habíamos estudiado en el Colón y jugado base ball en el mismo equipo. De entrada me invitó a tomarnos unas cervezas y acepté. Éramos cuatro, él y otros dos de sus amigos.

—Voy a estar quince días —dijo Steven. Cuando estoy en el barco, sólo pienso en regresar, me hace falta la familia, los amigos, mi gente. 

Nos acomodarnos en una mesa esquinera. Uno de sus amigos pidió cerveza para todos. Estaban bien heladas. Afuera el calor era insoportable, calor caribeño.

—Cuéntame qué haces —preguntó al mismo tiempo que se empinaba la botella. Hizo una llamada por teléfono, habló con uno de sus amigos indicándole el sitio donde nos encontrábamos. Noté el poco interés en la respuesta y dudé en contestarle.
 
—Compro mariscos en Bluefields y los vendo en Nueva Guinea —dije. Me miró sin prestar atención y volvió a llamar por teléfono. Llamaba a otro amigo con el mismo fin. Terminó la llamada y le dijo a uno de sus amigos que pidiera más cervezas. Esperé un comentario de su parte, no hubo.
 
Aparecieron cuatro personas. Uno de ellos había conversado con él en la primera llamada, los otros tres eran amigos del amigo de Steven. Los saludó de la misma manera como lo hizo conmigo y, sin terminar, pidió más cervezas. Dos de ellos eran conocidos: habíamos estudiado juntos en el San José y siempre que nos saludábamos en la calle me pedían dinero. Steven pidió la cuenta y pagó. Se hacía tarde, iban a ser las once de la mañana. Me disculpé aduciendo prisa por comprar los mariscos y al despedirme aparecieron otros seis amigos de él. El ceremonial se repitió.
 
Siempre regresamos a Bluefields por diversos motivos. La mayoría por nuestra familia, que nos espera en tiempo de vacaciones después de pasar largos meses en el barco, en el trabajo que hacemos en otro país, o simplemente por regresar para semana santa, las fiestas de mayo, los desfiles de septiembre o para Navidad. Volvemos con entusiasmo, con alegría, con ganas de reencontrarnos con la familia y amistades, con la música, el sabor de nuestra comida, el olor de nuestra ciudad, sus calles, sus esquinas, su parque, sus callejones, la brisa de su bahía.
 
El tiempo se nos hace corto y, cuando nos damos cuenta, debemos retornar, a veces sin realizar muchas de las cosas que habíamos pensado previo al viaje. Muchos, como Steven, se la pasan celebrando con sus amigos y los amigos de sus amigos; no se dan cuenta que Bluefields y su gente ha cambiado por múltiples razones. Regresemos a Bluefields con otra mirada y redescubrámoslo.
 
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.