jueves, 31 de marzo de 2011

EL JUGO DEL AMOR: EL BOROJÓ



El Borojó 
(Borojoa patinoi) es un árbol de la familia de las rubiáceas. Es originario del bosque húmedo tropical del Pacífico de Panamá y el occidente de Colombia. Se encuentra en estado silvestre y en plantaciones familiares y comerciales. Este árbol alcanza una altura de 3 a 5 metros. El nombre proviene de la lengua emberá: boro = cabeza, ne-jo = fruto, fruta de la cabeza, fruto cabezón; o simplemente borojoa = redondo, globoso.

La fruta es globosa, tiene de 7 a 12 cm de diámetro, es de verde a marrón. Se recoge del suelo al madurar completamente. Pesa entre 740 y 1.000 gramos, de los cuales son con pulpa el 88%. Esta pulpa es ácida y densa; contiene principalmente fructosa y glucosa, y cantidades importantes de proteínas, fósforo y vitaminas B y C, así como aportes de calcio y hierro. Se utiliza para preparar mermeladas, caramelos, vino y el famoso jugo del amor, con supuestas propiedades afrodisíacas. Aquí te pongo la canción El Borojó.

En la medicina tradicional se utiliza para tratar  las afecciones bronquiales, la desnutrición, la hipertensión, el cáncer, erisipela. Se utiliza como energizante y tratamiento capilar (celulitis). La pulpa también es utilizada como emplasto para curaciones, como mascarillas para la piel grasa. El jugo de borojó sirve para los riñones como diurético. 



Aquí te pongo como prepararlo de manera sencilla. Puedes utilizarlo darle un poco de energía extra a tu vida de manera natural.

Ingredientes:

Un fruto maduro de borojó
Tres litro de agua
Una taza de azúcar

Preparación:

Similar a preparar fresco de tamarindo. El fruto maduro lo maceras con las manos, le agregas el agua y retiras las semillas. Lo pones en la licuadora y luego lo pasas por un colador. Le agregas el azúcar y listo. Puedes tomártelo helado si preferís o agregas hielo. Consérvelo en la refrigeradora. Entre otras opciones muchos le agregan canela o vainilla.

¡Disfrútenlo!


La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
31 de marzo de 2011.

lunes, 28 de marzo de 2011

EL CALLEJÓN DE LA MUERTE


La vestimenta reflejaba su carácter: minifalda roja cortita que mostraba sus largas y torneadas piernas, blusa amarilla escotada sin mangas que exponía semiocultos sus voluminosos pechos, una cartera blanca colgaba en su hombro izquierdo, zapatos negros, tacón alto, seducían con el movimiento de sus caderas al ritmo de sus delicados pasos, pañuelo rojo amarrado en su cabello lacio, pulseras multicolores en su muñeca izquierda y un diminuto reloj Timex en la derecha. La pintura labial agrandaba sus finos labios y el maquillaje excesivo ocultaba su odiada cicatriz del pómulo izquierdo. Sus ojos color miel hipnotizaban, atrayendo cuando sus párpados agitaban las largas pestañas.

Se detuvo en la esquina de Wing Sang, observó el reloj importado de Nueva Orleans que Gustavo le había obsequiado y se dio cuenta que llegaría tarde. Pensó en los pocos días que faltaban para abandonar esa vida miserable y marcharse con él hacia Juigalpa, donde sería trasladado para cumplir con su deber como sargento en servicio activo de la guardia nacional. Debe estar en el billar, pensó. Abrió su bolso, sacó una cajetilla de cigarrillos mentolados, encendió uno inhalando el humo y el aroma denso, saturado por los desechos depuestos de los habitantes de la ciudad, proveniente del manhole abierto. No aguanto más, todo apesta, pensó mientras uno de los chinos depositaba la basura en un barril frente a la tienda, ritual cotidiano para evitar el estancamiento de la buena fortuna y atraer energías positivas. Eso es, debo salir de esta ciudad, pensó. Cruzó la calle para dirigirse al billar.

De pie, en el dintel de la puerta, su presencia provocó silbidos y piropos de los espectadores, mientras los jugadores de carambolas y bola ocho fallaron en sus tiros. ¡Aquí estoy, mi amor! ¡Espérame y nos vamos al Hollywood! ¡Siempre te manténes rica! ¡Aquí está tu papacito!, ¡Doctor, lo buscan!, ¡Doctor! Al ver al doctor se llenó de coraje, dio la vuelta y con un leve impulso movió sus nalgas en señal de despedida provocando carcajadas y silbidos en el salón de billar. Debe estar de turno, pensó; caminó indecisa hacia la esquina de Chico Quant.

Sus pensamientos retrocedieron a la edad de catorce años cuando era empleada doméstica en la casa del doctor. Limpiaba la habitación y escuchó cerrar la puerta, lo vio desnudo, mirada enloquecida y sintió su fuerza al tirarla en la cama; desgarró su falda amenazándola, ¡si gritas te mato!, con furia quitó su prenda íntima y, al gritar, la golpeó en el pómulo, cubrió su boca con la mano izquierda y sin fuerzas sintió la profanación de su cuerpo con dolor ardiente mientras él jadeaba exhausto, embrutecido, bañado en su propio sudor. Al saciarse observó sangre en la sábana y salió triunfante de la habitación. ¡Maldito!, dijo. Siguió caminando.

Al cambiarse de acera notó que la seguían y apresuró el paso. Frente a la boca del callejón escuchó su nombre: ¡Silvia, Silvia, espérame, amor! Volvió la mirada, era Jorge Borges. Nunca le hacía caso, en su condición de prostituta había sostenido relaciones con diversos tipos, pero detestaba a los rudos y pendencieros como él que hacen alardes de su fuerza y hablan porquerías de las mujeres.

Entró de prisa tratando de esquivarlo, sintió el golpe del aroma nauseabundo y, al fijar la mirada en el suelo, evitando pisar los excrementos, Jorge la atrapó de la cintura. Gritó con todas sus fuerzas a la vez que trataba de eludirlo pero su poderío era mayor. La escena del pasado se repetía y desesperada dirigía sus gritos hacia la cantina ubicada al final del callejón. La música estridente de la rocola no permitía que la escucharan; desesperada lo mordió en el hombro. Él, furioso, golpeó su vientre y levantó el puño para seguir golpeándola cuando sintió una fuerza semejante que detenía el impulso. Era Gustavo, vestido de civil, que acudía a la cantina en su búsqueda. ¡Guardia estúpido, no te metas!, le gritó. ¡Cobarde, golpéame a mí, cabrón!, respondió Gustavo. Entre forcejeo y golpes, Jorge clavó un puñal en el pecho de Gustavo, lo sacó con furia y tras una segunda estocada perforó su hígado, cayendo al instante bañado en sangre. ¡Dios mío, lo mataste, lo mataste!, gritaba angustiada, impotente ante el lamento moribundo de su amado.

Al verlo sobre su propia sangre, Jorge corrió de prisa huyendo, buscando cómo salir a la calle en el mismo instante que dos compañeros de Gustavo entraban al callejón dirigiéndose a la cantina para tomarse unos tragos con él. ¡Atrápenlo, mató a Gustavo, es él! gritó Silvia. Lo agarraron con el puñal ensangrentado en las manos, lo golpearon y patearon, maldiciéndolo hasta dejarlo postrado de dolor. El cuerpo de Gustavo fue retirado y llevado al cuartel junto con Jorge Borges. Silvia se dirigió en llantos a la cantina de Maybel quien cerró temprano despidiendo a los borrachos y pasó el resto de la noche consolándola.

Al amanecer, un grupo de personas se aglomeró en la boca del callejón. El cuerpo de Jorge Borges tirado en el suelo mostraba un orificio de bala en el pecho e incontables moretones. Corrió la voz por la ciudad y los familiares retiraron el cuerpo. Trataron de celebrarle misa para luego sepultarlo, pero el cura no lo permitió porque la multitud enardecida gritaba ¡Basta ya, basta ya!, ¡abajo la dictadura!, ¡viva Agüero!, mientras un avión de la fuerza aérea surcaba el cielo de la ciudad con el cadáver de Gustavo acompañado por Silvia vistiendo de luto.

    ¿Siempre fue violenta la ciudad? —preguntó al escuchar incrédulo a Maybel.
    Hoy más que antes. Por ese asesinato y otros le encajaron el callejón de la muerte —dijo pensativa y agregó — ahora asaltan y matan a plena luz del día, desde chavalos los asesinan con la droga que circula hasta en las escuelas.
    ¿Cómo lo sabe?
    Está a la vista, vaya a dar una vuelta y se dará cuenta de lo que digo. Tenga mucho cuidado, los ladrones, vende drogas y asesinos andan sueltos por las calles, se pasean como Pedro por su casa.

La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Domingo, 27 de marzo de 2011

martes, 22 de marzo de 2011

RICOS Y POBRES REVUELTOS: EL GALLO PINTO

Alfredo recogiendo el Frijol para aporrearlo
Llegó el momento de la cosecha de los frijoles, luego de noventa días laboriosos; arado de la tierra, siembra, control de malezas, fertilización, aporque, control de plagas, arranque, tendido en el suelo, en alambre por las lluvias y aporreo, sin olvidar las plegarias, rogando al Señor por condiciones climáticas favorables ante la incertidumbre del arrogante clima.

Llegó el momento de sacar cuentas. Alfredo, mi vecino, sembró cinco manzanas de frijol con tecnología catalogada como semi-tecnificada. La semilla utilizada fue de las variedades INTA Rojo y Rojo Chile, distribuida por la Empresa Nacional de Alimentos Básicos (ENABAS) con un 95% de viabilidad. El precio de la semilla, al momento de la distribución, fue de un mil doscientos córdobas. Obtuvo financiamiento para adquirir insumos, entre ellos la semilla y el pago se servicios, principalmente el arado con tractor, la siembra con bueyes y el aporreo con maquinaria. Autofinanció la mano de obra necesaria. Su costo total de producción por manzana fue de C$ 10,831.00, incluyendo los costos financieros. Al momento de cosechar obtuvo un promedio de quince quintales por manzana para un total cosechado de setenta y cinco.

Frijol cosechado por Alfredo
¿Por qué no esperó a que subiera un poquito el precio?, ¡por la jarana amigo, saqué un préstamo! ¿A qué precio se lo compraron?, ¡lo vendí parejo en ENABAS, a mil ciento cincuenta pesos!, ¿Y cómo valora el ciclo?, ¡duro, duro por las lluvias! Primero fue la sequía, sembré el 16 de diciembre, una parte nació en diciembre por la tierra húmeda y otra en enero. Lo cuide bien, hice el aporque con azadón, lo fumigué contra las plagas y le apliqué fertilizante foliar. La cosecha fue como si hubiera hecho dos siembras, siembra y resiembra, porque uno nació primero y el otro después, así que hice dos cortes. Tuve que tenderlo en alambre por las lluvias amenazadoras, ha sido dura la recolección, ¡usted lo vio! ¡A ese precio le fue bien!, ¡para reponerme de las pérdidas del pasado, para nivelarme porque el precio está bueno! ¡Me gusta sembrar frijol negro pero ya ve, me decidí por éste, si hubiera sembrado del negro hubiera perdido, el precio está botado, a quinientos el quintal!

Frijoles acopiados por ENABAS
Alfredo está contento, su esfuerzo materializado en la cosecha le ha permitido pagar el préstamo que obtuvo, su mayor preocupación. El costo de mano de obra por manzana fue de tres mil seiscientos córdobas. Luego de descontar ese costo le quedan en la bolsa C$ 2,818 córdobas por manzana, es decir, 14,090 córdobas libres en las cinco manzanas. Usted dirá: ¡le fue bien!, ¡no perdió!, ¡pagó el préstamo, recuperó la inversión en mano de obra y aún le quedan sus billetitos en la bolsa! Sí, así es. Le quedaron 156 córdobas de ganancia por cada día de trabajo invertido en el cultivo de las cinco manzanas de frijol. A otros les queda menos, casi nada, sólo para la comida.

Son los campesinos pobres, los pequeños productores, los que se encargan de garantizarnos ese grano tan apetecido, porque ellos también lo necesitan en su mesa, es cuestión de sobrevivencia y “solidaridad indirecta”, que pasa por diversas manos hasta que los comemos cocidos, "en bala", en sopa, fritos o en el famoso “gallo pinto” donde se “revuelven los ricos y los pobres”.

Gallo pinto.
El gallo pinto, cuya invención se atribuye a los afrodescendientes de la Costa Caribe en los campamentos bananeros y madereros por la falta de variedad de alimentos, llamado de esa manera por ser los frijoles rojos y el arroz blanco, dando la apariencia de un gallo con plumas rojas, se hizo popular enseñoreándose en el Pacifico durante el siglo XX, principalmente en las ciudades, como solución alimenticia práctica para las mesas de trabajadores, artesanos y hogares pobres. Es el plato que nos brinda los cuatro componentes principales de la dieta: el frijol aporta las proteínas, fundamentales para la vida por su contenido de aminoácidos; el arroz aporta los carbohidratos y el aceite las grasas. Además, revueltos el arroz y los frijoles, aportan vitaminas y minerales.

Mientras los pobres producen las proteínas en condiciones extremas para su sobrevivencia sin ser objeto de políticas públicas que contribuyan a mejorar sus condiciones de producción, a los grandes productores de arroz, los que ponen el carbohidrato directo en la mesa, el gobierno les subsidia el costo de la energía necesaria para el riego de las grandes extensiones sembradas del grano blanco. ¡Téngalo en cuenta al comprarlos y, más aún, a la hora de saborear su gallo pinto!

La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Lunes, 21 de marzo de 2011

jueves, 17 de marzo de 2011

¡HAPPY BIRTHDAY DANIELA!

Emiljamary y Daniela Alejandra

Ayer le celebramos su primer cumpleaños a Daniela Alejandra. Entre amigos y familiares el ambiente fue festivo.

Emilce, White Bush, Emiljamary y Daniela

Con su piñata: Campanita.

Con su mamá y el pastel.
Erickjamil fue uno de los primeros en tratar de quebrar la piñata.

Aquí les dejo el enlace del Happy Birthday que le cantaron sus amiguitos y primos.

La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
17 de marzo de 2011.

martes, 15 de marzo de 2011

HERVOR DE NOSTALGIAS

¡María Teresa, escondé la porra de frijoles!, gritó al verlo después de retirar la cadena y abrir el portón de madera sellado con laminas de zinc oxidadas. La abrazó y besó su mejilla con ternura, como a una madre. Con el bastón le indicó que pasara adelante. Tomó su mano, observó su fino cabello cano, su mirada octogenaria tras los lentes y sintió el ritmo de sus endebles pasos. Con su ayuda y un impulso infantil subió un peldaño, entraron a la casa y al acomodarse exhausta en la mecedora se quejó del dolor reumático en sus rodillas. Lo invitó a sentarse en la pequeña sala comedor y sus recuerdos se escaparon comprimiendo el espacio.

La brisa proveniente de la playa del Tortuguero refrescaba el amplio corredor de la casa, sin cercos ni barreras. El único obstáculo ante la mirada era el techo rojo de la aduana. Frente a las gradas de acceso al muelle dominaba el paso de lugareños, el subir y bajar de los guardias, de marinos eufóricos acompañados de mujeres alegres hacia los barcos mercantes, de chamberos, borrachos y desocupados. Descubría el plato del día de las familias del puerto que se abastecían de carne y verduras frescas en el mercadito de doña Bernarda Peña, ubicado al bajar las gradas, detrás del cuartel de la guardia.

Expectante disfrutaba las conversaciones guayoleras de Tapalwas, el pedir insistente del trago de guarón por Masayita, su carpintero preferido, sin descuidar el ladrido de los perros que la alertaban de intrusos en el patio trasero robándoles sus apreciados “sugar mango”. Al escucharlos tomaba el rifle calibre veintidós guardado en el mostrador de la sala, salía al patio y disparaba ahuyentándolos. Una vez le dispare a Charol, le di en el sombrerito de media ala y gritó ¡Ay, don Octavio ya me mató!, cayó desmayado del susto y nunca más desaparecieron las gallinas ni los mangos, los mantenía a raya.

En la sala, Don Octavio, su marido, llenaba el ambiente con su presencia. Alto y delgado, vestía siempre pulcro, camisa manga larga almidonada y pantalón color caqui. Le llamaban “el Coronel” por su apariencia y seriedad. Atendía a los clientes que hacían gestiones en busca de timbres y permisos para matanza de cerdos en su agencia fiscal, instalada en el mismo salón donde vendía guaro lija. Por las mañanas sus clientes asiduos eran Leonidas, Felipe Man, Victoriano y el Africano, todos chamberos del muelle. En cada subida con la carga por las veinticinco gradas, descansaban, entraban al salón, se tomaban un trago doble y salían apresurados a escupir. De tanto subir y bajar, antes del medio día estaban borrachos. El africano era el único que poseía carreta para transportar la carga, llamada “salgo cuando quiero”, porque borracho, zarandeándose con la mirada perdida frente a la casa, eso gritaba a los que pasaban a su lado.

Al medio día el salón se llenaba de oficinistas de la aduana, agentes aduaneros, estibadores y guardias con rango que se tomaban una cuartita de guaro servida con boquita de pájaro. Era un ambiente festivo sin importar ocupación, raza, clase social y, menos aún, la militancia política porque entre ellos se llamaban “camaradas”. Cuando saciaban su sed etílica, don Octavio cerraba el negocio, tomaba un trago doble de whisky para la buena digestión, almorzaba con estilo de realeza y hacía la obligada siesta. Ella procedía a revivir el fuego del horno ancestral, amasaba la harina y horneaba pupusas, rosquetes, pudines, pan simple y tostado, que terminaban degustándose en las travesías de los barcos mercantes por el caribe.

Procedentes de Bluefields, Pancho, María Teresa y Rosalinda hacían sus tareas escolares y ayudaban en los quehaceres siempre acumulados en la inmensa casa, llenándola de alegría. Por las tardes, salía al corredor y se acomodaba en la misma mecedora donde ahora se quejaba de sus dolores de rodilla. Escuchaba el incesante sonido de las máquinas de escribir mecánicas, proveniente de la agencia aduanera de don Pedro Joaquín Bustamante, situada al lado izquierdo de la casa; observando el diligente recorrido de los empleados hacia las oficinas del Coronel Peters, administrador de la aduana, ansiosos por finalizar pólizas, manifiestos, remisiones y recibos de todo tipo de mercancías que los barcos cargaban y descargaban en las inmensas bodegas. Jimmy Wilson, fumador empedernido, salía al corredor expulsando bocanadas de humo de cigarrillos importados, atento ante las diligencias de los empleados y del paso coqueto de su amada Morcley.

Al lado derecho del corredor, alquilaban una casa a la oficina de telégrafos. Observaba a Frank, el telegrafista, atender al público que llevaba en un papelito sus mensajes y luego los convertía en puntos, rayas y puntos, para transmitir saludos, felicitaciones, pésames, buenas y malas nuevas. Era un hombre extraño y solitario que de noche escuchaba tangos en una radio y reía a carcajadas, imaginándose en un salón lujoso bailando con alguna “Che”.

Preguntó por el ambiente nocturno y observó incomodidad en sus gestos. Por las noches todo quedaba en silencio, lo único que escuchaba era el alboroto de los estibadores en el muelle que trabajaban hasta la madrugada. A eso de las ocho de la noche, atendía a los marinos que regresaban con las mujeres alegres, se tomaban un par de tragos y salían en una romería de cantinas, comenzando por Miss Lillian, Miss Pett, la Pachanga, la Cabaña, el Hípico, hasta dejarlas borrachas en su casa, el nido de putas de la Shirley, el Vietnam. ¿Te acuerdas del Vietnam?

Estoy cansada, ayúdame a levantarme, dijo. Inquieto por el grito que dio al verlo le preguntó: ¡Ideay jodido, no te acuerdas de nada!, ¡se te olvidó el Vietnam y ahora de las noches que venías hambriento con Pancho a beberte el primer hervor de la porra de frijoles!, ¿crees que no me daba cuenta?, de seguro fumaban con el Guerri, el zorro Juan y el negro Glenn esa hierba hedionda, porque arrasaban con todo lo que encontraban en la cocina. A ver, ayúdame, me voy a acostar. Cuando salgas pone bien la cadena, no vaya a ser que se metan los fuma piedra. Anda da tu vuelta, seguí el camino y si ves las cosas mejor que antes me pasas contando para darme cuenta. ¿Y el rifle veintidós?, le preguntó. Míralo, allí está, todavía le tienen miedo, dijo acostándose en la cama. Se despidió besando su frente, recorrió el camino y no volvió a pasar por la casa de doña Juana Angulo.

La Colina, Nueva Guinea.
Lunes, 14 de marzo de 2011.

jueves, 10 de marzo de 2011

RESPLANDOR DE PERLAS



La brisa de la mañana invadió su lecho a través de las persianas faltantes de la ventana; tras su paso, inició un leve movimiento de la cortina hasta agitar el mosquitero. Los tenues rayos de sol irrumpieron en la habitación. Al despertar abrió los ojos y su luz llenó el espacio como resplandor de perla. Al estirar los brazos, su mano izquierda sintió su presencia y, al tomar conciencia de su compañía, giro a la izquierda y lo encontró dormido.

Sus carnosos labios enmudecieron admirados y los pensamientos divagaron sin tratar de encontrar explicación de las circunstancias que lo llevaron a su lado. Se aproximó con sutileza, respiró su aroma embriagador; al verlo desnudo descubrió la palidez de su piel cubierta de finos vellos. Por instinto lo acurrucó como a un niño cubriéndolo con la sábana.

Lo había visto en diferentes momentos de su vida. De muchacha lo miraba lejano, inalcanzable. Jamás se fijó en ella. Pero esa noche, después de décadas, sus miradas se encontraron y una chispa despertó el fulgor de sus ojos, los recuerdos y las nostalgias de amor.

Ahora lo observaba con ternura, frágil y suyo. No quería que despertara y se levantó sigilosa de la cama. Tomó una camiseta fina, un short de lana, calzo sus chinelas y se dirigió a la cocina. Encendió el fuego y puso a hervir agua en una olla a presión. Con delicadeza levantó la tranca de la ventana evitando el crujir de las bisagras; al abrirla observó los rayos del sol sobre la espesura del bosque en lo alto del cerro.

Percibió la belleza del cielo, el olor intenso del campo y la brisa fresca sacudió su cabello rizado. Sus grandes ojos negros se humedecieron de alegría y la soledad pasó despidiéndose, fluyendo en el aire, escapándose con la bruma hasta asentarse nuevamente en el bosque.

Hipnotizada por la ilusión se quedó expectante y se dio cuenta que había despertado cuando se apropió de su cintura, atrayéndola con sutileza hacia él. Los pelos de su barba hicieron que se estremeciera al acariciarle el cuello con su mejilla y su corazón inició un galope frenético y desesperado al notar su tibia hombría. Sintió el deseo apremiante y poderoso como oleada de vida.

El aire fresco se atascó en su pecho y olvidó sus penas, sus fracasos amorosos, el incierto futuro a su edad madura, los obstáculos sorteados de mujer sola y celebró tenerlo a su lado. Al darse vuelta, en la tenue claridad de la mañana, descubrió el brillo de sus ojos en la mirada. Lo atrajo buscando sus labios, abriéndolos con un beso cálido y húmedo. Recorrió las comisuras de su boca, bebió su saliva y aspiró su aliento dispuesta a atraparlo hasta el último de sus días, sacudida por el huracán de los deseos guardados, encadenados por muchos años.

La danza del amor comenzaba y él comprendió que no debía ceder a su impulso. Con lentitud y cierto temor de arruinar el embrujo, porque sus manos temblaban, levantó su camiseta y descubrió los vellos de sus axilas, la curvatura de sus hombros, los senos grandes, aún firmes, y los pezones negros. Con la concavidad de sus manos exploró los pechos, apretó la cintura y la piel de ella, color ébano; se estremeció.

Se arrodilló frente a ella, hundió su cara en el abdomen, besó su profundo ombligo y descubrió la fragancia exquisita de la mujer caribeña, el mito del olor a coco y lo salobre del mar. Levantó sus pies y apartó sus chinelas descubriéndolos para acariciarlos con un beso. Sus manos se apoderaron de su short de lana y lo bajó lentamente revelando el paso del tiempo en su vientre, sus muslos aún firmes y sus nalgas de diosa. La vio desnuda a contra luz y con sus labios recorrió sus senderos, cavó sus cuevas, caminó sus valles y colinas, logrando dibujar la belleza de su cuerpo.

Al quitarse los calzoncillos, se levantó y descubrieron el secreto original. El canto de los gallos y el ladrido alegre de la perra amarrada en el corredor del fondo de la casa no perturbaron el momento.

Ella, experta en el amor, se sorprendió al darse cuenta que no la habían amado de esa manera; desconocía ese arrebato sin cadenas, temores ni reservas. Maravillada descubría con todos sus sentidos la forma de su cuerpo, su sabor, su aroma, su calor y exploraba cada palmo sembrándolo de caricias ya olvidadas. Nunca antes había celebrado con tantas ansias la fiesta de sus deseos: bésame, tócame, chúpame, poséeme porque muero por sentirte dentro de mí, no te detengas porque te mato, así, mi amor, allí me encanta, me tienes loca, ¡ay dios mío, que rico!

Él la apartó levemente para mirarla y descubrió en sus ojos negros el reflejo de las perlas negras que devolvían su imagen cubierta por el deseo. Se acostaron en el piso de madera e iniciaron las etapas del rito ancestral. Ella lo acogió con pasión, murmurando palabras sensuales nunca antes dichas y él se abandonó, entrando en su jardín, empapándose del néctar de su flor caribe, cada uno siguiendo el ritmo placentero del otro en la búsqueda anhelada del mismo final.

Tras cada susurro de pasión él sonreía de dicha plena porque al fin había encontrado la diosa negra de sus fantasías de adolescencia, buscada en diferentes lugares y cuerpos a lo largo de muchos años.

Sin prisa, reteniendo el tiempo bajo la luz de la ventana, anidó en ella atajándose en el frote de cada sensación. Ella se apoderó de él y toda la magia de ritmos sensuales de sus ancestros africanos floreció en un instante. Su cuerpo se contorsionó, sus caderas temblaron, sus labios se humedecieron, sus manos lo estrujaban en su cuerpo bañado de sudor, al tiempo que se entregaba como nunca antes.

Cuando ella se estremeció en éxtasis y un suspiro profundo salió de su boca, un volcán erupcionó en su vientre y el fluir del arroyo lo sacudió hasta caer como naufrago en las aguas de ella. Tirados en el piso suspiraban felices. El chillido de la olla en que hervía el agua interrumpió el palpitar de sus corazones, el amor desbordado en plenitud. Tomaron café y se despidieron con la promesa de nunca olvidarse.

Con el paso de los años la volvió a ver. Él regresaba de la diáspora caribeña que añora desterrada sus raíces, su gente, su comida, sus fiestas y amores del pasado. Al verla caminar en la distancia se dio cuenta que seguía llena de vida a pesar de sus años, la soledad y carencias en esa ciudad abandonada y embrujada frente al mar caribe. Apresuró el paso de sus pies errantes, ansioso por volver a entrar en su jardín y ver el resplandor de su perla negra.


La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Miércoles, 09 de marzo de 2011

sábado, 5 de marzo de 2011

NUEVA GUINEA YA NO ES COMO ANTES

Reina del 46 aniversario
El Sr. Victor Ríos Obando, uno de los diecisiete campesinos que llegaron a Nueva Guinea el 5 de marzo de 1965, interpreta la canción de su autoria NUEVA GUINEA YA NO ES COMO ANTES, en la acto de conmemoración del 46 aniversario de fundación realizado en el parque central de la ciudad.

Fundadores de Nueva Guinea

La Colina, Nueva Guinea
RAAS
5 de marzo de 2011.

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jueves, 3 de marzo de 2011

NUEVA GUINEA, SIN LUZ EN LA SELVA

Este cinco de marzo se celebran 46 años de fundación del municipio de Nueva Guinea. Se conmemora la hazaña épica que diecisiete campesinos pobres originarios de Somoto y Carazo, entre ellos dos mujeres, junto al reverendo Miguel Torres y varios funcionarios del Instituto Agrario de Nicaragua (IAN), realizaron para llegar a la actual cabecera municipal de Nueva Guinea. Guiados espiritualmente por el reverendo, soñaron poseer tierras que les permitieran lograr el sustento de sus familias y fundar en la montaña el primer pueblo de evangélicos, al que llamarían “luz en la selva”.

Marginados y abandonados en un ambiente hostil, soportaron hambre y enfermedades. Sin darse por vencidos presionaron al gobierno para recibir la atención debida, coincidiendo con la lucha de campesinos pobres de occidente, desterrados por el cultivo del algodón. Con el fin de reducir tensiones, en 1970 el IAN delimitó un área de 400,112 hectáreas para desarrollar el proyecto de colonización denominado “Rigoberto Cabezas”. La sequía en el Pacífico de 1971, la erupción del Cerro Negro y el terremoto de Managua en 1972, fueron suficientes motivos para que el IAN trasladara miles de familias a la zona.

En el periodo de 1972 a 1979, el proceso de colonización pasó de ser espontáneo ha estar normado y planificado por el IAN. Para ello, el gobierno obtuvo financiamiento del BID y con asesoría del Gobierno de Israel materializó el modelo de “la colonia”, asentamiento rural concentrado con los servicios básicos necesarios y campesinos dotados de 50 manzanas de tierra alrededor de ésta, inspirados en el kibutz (colonia agrícola) israelí. Se brindaron todos los servicios de apoyo: apertura de una sucursal del Banco Nacional de Desarrollo para otorgar créditos y hacer fincas mediante el despale indiscriminado del bosque, apoyo con insumos y semillas, construcción de caminos, electrificación rural, escuelas, puestos de salud y pista de aterrizaje. Como por arte de magia Nueva Guinea se convirtió en el granero de Nicaragua, sustentado en la producción de frijol y maíz, y en el principal abastecedor de madera para la Plywood.

Durante el período del gobierno Sandinista (1979–1990), la revolución significó la desarticulación de las estructuras del IAN y abortó la lógica del PRICA. Se dio un nuevo proceso de reforma agraria con la abolición del latifundismo, promoción de cooperativas mediante la entrega de tierras, democratización del crédito y la promoción de grandes proyectos de cacao y caucho. El 5 de agosto de 1981 la zona es elevada a nivel de municipio y a partir de 1983 se convierte en escenario de guerra. Los programas se vieron frustrados y la economía local comienza a entrar en crisis. Miles de familias campesinas emigraron a Costa Rica, mientras otros se incorporaban al conflicto armado por desconfianza y descontento ante la carencia de políticas dirigidas al sector campesino individual. En 1988, el huracán Juana afectó seriamente la infraestructura social y terminó con los vestigios de la montaña.

Con el cambio de gobierno en 1990 se dio un proceso de pacificación y repoblación, reasentándose desmovilizados, repatriados y campesinos pobres inmigrantes de distintas zonas del país. Las iglesias evangélicas y católica jugaron un rol protagónico en este proceso junto a la cooperación externa, desarrollando proyectos alternativos ante la débil presencia del Estado. La pavimentación de la carretera entre Nueva Guinea y la Gateada propició condiciones para la recuperación económica, se elevó la producción y exportación de raíces y tubérculos, de granos básicos y el desarrollo ganadero y comercial.

La población actual se estima en 140 mil habitantes de los cuales el setenta por ciento vive en colonias y comarcas. El casco urbano, elevado a categoría de ciudad el 13 de febrero de 2008, es aglutinador de las actividades económicas que se desarrollan en 30 colonias y 183 comarcas mediante la prestación de diversos tipos de servicios, principalmente el comercial.

El futuro es incierto. La pobreza sigue incrementándose y se ha entrado en una nueva crisis. Los suelos han perdido fertilidad, se obtienen bajos rendimientos en los cultivos y se elevan los costos de producción. Los factores climáticos adversos provocan constantemente pérdidas de los cultivos. La exportación de raíces y tubérculos se ha reducido, igual que el ganado en pie. El campesinado ha llegado al límite en sus niveles de endeudamiento. Los jóvenes se encuentran sin alternativas de empleo e ingresos, producto de la lógica campesina de heredar la parcela hasta la muerte y emigran hacia Costa Rica y otras zonas del país.

El proceso de diferenciación campesina y la presencia de “nuevos actores” han profundizado la concentración de tierras. Muchos campesinos han emigrado hacia zonas cercanas a la Reserva Biológica Indio–Maíz para comenzar de nuevo. El fin de la compasión es notorio por ausencia de programas y proyectos de cooperación externa, mientras el Estado y los gobiernos locales actúan fragmentados, sin coherencia y visión de mediano y largo plazo, abandonando los sueños y esperanzas de construir la “luz en la selva”.

La Colina, Nueva Guinea.
Miércoles, 02 de marzo de 201