martes, 5 de abril de 2011

LA HUELGA DE LOS CANALETES

Todo comenzó con una pequeña chispa de descontento. Los pescadores de la bahía regresaron a sus casas por la tarde con los botes vacíos; canaletes, vela, redes, esfuerzo frustrado y rostros afligidos, nada más. Llevaban varios meses de navegar más allá de su acostumbrados bancos de pesca frente a Half Way Cay, la costa norte cercana a Schooner Cay, la punta norte de la isla del Venado, Punta Masaya y Rama Cay, hasta adentrarse en alta mar por la barra de El Bluff y Hone Sound. Notaban un incremento insignificante en la captura de chacalines, camarones y peces mientras su esfuerzo se triplicaba sin permitirles cubrir sus necesidades familiares con la venta del producto. No encontraban explicación a su desventura, pero estaban concientes que algo sucedía y convocaron a una reunión en la punta de Old Bank.

Esa mañana caminaron por las calles hacia la reunión cargando los canaletes sobre sus hombros. Eran más de cien, entre ellos ancianos con el cabello blanco, retirados de la pesca. A las diez de la mañana se reunieron haciendo un círculo. Predominaba el desconcierto y la incertidumbre, todos hablaban a la vez, hasta que John tomó la palabra.

    ¡Han despalado las riberas de los ríos! ¡La bahía se está secando! —dijo gritando. ¡Por eso debemos remar tan lejos, los peces y camarones se han ido, no se reproducen en las costas ni lagunas! 
    ¡Necesitamos apoyo del gobierno para adquirir motores fuera de borda y botes más grandes! —gritó uno de los pescadores.
    ¡Sí, queremos motores y botes grandes! —gritaron al unísono todos.
    ¡Hagamos una huelga! ¡No más pesca hasta que nos den los motores y botes! —gritó otro.

Uno de los ancianos se levantó de la piedra donde estaba sentado y caminó cabizbajo hacia el centro del círculo. Sus manos callosas y piernas cansadas temblaban. Expectantes, los asistentes callaron al verlo. Era Marcus, un anciano de noventa años que desde los diez se había dedicado a la pesca. Levantó la mirada y descubrió el miedo, la angustia, las penas, el odio, la impotencia y el fracaso en el rostro de todos. Recordó los tiempos de su abuelo, cuando de niño lo llevaba de pesca en los alrededores de los cayos de la bahía, de la abundancia y diversidad de peces, del bote lleno de chacalines y camarones, de los grandes bancos de ostiones, del reconocimiento que le daba la gente por ser pescador.

    La culpa es nuestra, dijo.

Todos se volvieron a ver y rieron a carcajadas. 

    En ese entonces, continúo hablando, la ciudad era diferente. Había menos gente, menos barcos y pangas. Las montañas estaban al pie de las riberas de los caños y ríos. Las aguas de la bahía se mantenían limpias casi todo el año. También éramos pocos los pescadores y nuestro producto lo traíamos a la ciudad, la alimentábamos, no lo vendíamos a los compradores de la bahía que se lo llevan para el Pacífico.
    ¡Ya viejo, basta ya de cuentos! ¡Con eso que dices no resolvemos el problema! —gritó uno de los jóvenes pescadores.
    ¡Sí, debemos ponernos en huelga hasta que el gobierno nos de motores y botes! —gritó otro.
    ¡Basta! ¡dejen que hable Marcus! —gritó John.

La reunión atrajo a familiares de los pescadores de Old Bank y las que vivían en Beholdeen, Point Teen, Cotton Tree, Santa Rosa y el barrio central. El espacio resultaba pequeño para las más de cuatrocientas personas que ahora participaban en la reunión. Una mujer de Old Bank, la esposa de John, acomodó una silla bajo la sombra de un árbol de fruta de pan ofreciéndosela a Marcus para que se sentara y él continúo hablando.

    Debemos cuidar la bahía como si fuera nuestra casa. Miren cómo ha sido despalado Miller Creek, Gunboat Creek y Deadman Creek, en sus orillas la gente ha construido casas y la basura los cubre, mueren sus aguas. La gente de ahora tira de todo en las calles, la alcaldía no puede con la basura y cuando llueve vemos las calles inundadas con desperdicios de todo tipo, mezclados con las aguas negras y servidas que terminan arrastrados hasta caer en las aguas de la bahía. Miren cuántas pangas con poderosos motores y barcos existen ahora, piensen en la cantidad de aceite, diesel y gasolina que contaminan sus aguas, seguro sienten el aroma de ellos al canaletear o, ¿acaso están ciegos que no ven las grandes manchas al surcar sus aguas? Todo eso es lo que ha provocado la pérdida de la riqueza de la bahía, los peces y chacalines ya nos se reproducen en esa inmundicia, por eso deben salir lejos para poder pescar.

Guardaron silencio hasta los más gritones al escuchar las palabras de Marcus.

    ¡Es cierto, tiene razón Marcus! —gritó uno de los pescadores.
    ¡Hagamos la huelga! —gritó otro.
    ¿Huelga para qué? — preguntó John. Nosotros tenemos parte de culpa, tiramos basura también —agregó.

Todos se volvían a ver sin respuesta, hasta que Marcus les dio la idea. Se pusieron de acuerdo y regresaron contentos a sus casas. Dos días después por la mañana aparecieron mantas colgadas por todas las calles de la ciudad que tenían escrito en la parte superior a ambos lados de dos canaletes, pintados de verde y en letras azules, ¡ESTAMOS EN HUELGA! Abajo en letras rojas sentenciaban a la población al escribir ¡Comerán chacalines, camarones, pescado y ostiones hasta que dejemos de contaminar la bahía!  En letras mayúsculas, al final, tenía escrito: Comité de Pescadores.

Pasaron los días y las mantas seguían colgadas en las calles. Al quinto día, el grito de los vendedores de camarones, pescados y ostiones dejó de escucharse en las calles; despareció el aroma de mar que desprendían los baldes y cubetas en las esquinas, las mesas familiares comenzaron a añoran la comida marina y los restaurantes borraron del menú la sección de mariscos. Las autoridades municipales y regionales no encontraban respuestas al problema. Buscaron a los pescadores y, en una reunión, les ofrecieron el programa “Canalete Cero”, pero no aceptaron la propuesta de dejar sus canaletes por motores y pangas.

La gente de la ciudad se organizó en un comité de diálogo y acordaron no tirar desperdicios en las calles, recolectar la basura seleccionada en depósitos diferenciando la orgánica de la inorgánica y exigiendo a la alcaldía el tratamiento adecuado de la misma. Los expendedores de combustible a orillas de la bahía fueron sancionados fuertemente por la Policía, muchos dejaron de venderlos por no acoger las medidas indicadas y los estudiantes de los colegios y universidades se unieron a la lucha de los pescadores mediante una campaña permanente de concientización de los pobladores, desarrollando proyectos de reforestación los fines de semana en los cerros, caños, cauces y patios.

Un mes después, Marcus junto a miles de personas, despedía desde el muelle principal de la ciudad a los pescadores que salían alegres en su nueva faena de pesca. Después de remar por diez minutos todos levantaron la vela de sus botes a la misma vez, mostrando en ellas su nuevo eslogan: ¡I love my Bay!

La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Lunes, 04 de abril de 2011