jueves, 30 de junio de 2011

CONFUSION EN LA RED

La agregué como amiga en esa red social donde nos volvemos a encontrar con nuestros amigos de niñez y juventud, con antiguos compañeros de trabajo, con amigos y amigas de nuestros amigos, amigos “virtuales”, como se les llama. Su nombre me pareció conocido y compartimos sesenta amigos. Me llegó su petición de amistad y de inmediato me fui a su perfil; recorrí sus fotos y sus gustos.

“Una amiga más”, pensé. Con el correr de las semanas coincidimos en el chat y tomé la iniciativa de saludarla.

    Hola, ¿cómo estás? —escribí y di enter.

Pasaron los minutos y no contestaba. “Una mal educada más”, pensé y entré a los diferentes grupos a echar un vistazo en busca de algo novedoso. En Noticias de Bluefields leí sobre el acontecer de esa ciudad. En ello estaba cuando “pluump”, sonó la compu.

    Hola, mi amor —escribió.
    Hola guapa —respondí.

Eso de “mi amor” me puso inquieto, como atolondrado. Igual a un niño travieso a punto de cometer una fechoría bajé el volumen para reducir el “pluump”, por si las moscas.

    Sos un gran bandido, me dejaste esperando toda la noche —respondió.
    ¿Cuándo?, no puede ser, nunca te haría eso —escribí inquieto.
    Seguro que tu mujercita no te dejó salir.
    No digas eso —contesté.
    Es una mal educada, vieras lo que dice de mí —escribió.

“Debe estar confundida”, pensé. “Con alguien me confunde”, pero decidí seguir la conversación. Nuevamente el “pluump”, menos escandaloso.

    Quiero verte, no sabes lo mucho que añoro tu aroma.
    Es el desodorante.
    No, mi amor. Ese olorcito tuyo no se me pierde, lo estoy sintiendo en el aire.
    Como tan así. Estás exagerando.
    Esa mezcla de tabaco y colonia me eleva por los cielos, mi amor.
    Umm, creo que estás confundida.
    Tus besos, tus caricias, eso es lo que me tiene confundida.

Excitante estaba el chat. Ya iba por el quinto cigarrillo, cuando de pronto entró mi hijo Ronald a la oficina. “Ajá, estas chateado”, dijo. “Esta jaña está confundida”, respondí.  Se acercó para ver con quién chateaba y me dijo: “Papá, estás en mi página de perfil”. “Ideay, ya te he dicho que no uses mi computadora”, respondí. Inmediatamente salí de su página, entré a mi perfil y ella seguía conectada.

“Voy a seguir chateando con ella”, pensé y comencé nuevamente.

    ¡Hola, guapa!, ¿sigues allí?
    Hola, Don Ronald, ¿Cómo amanece?
    Bien gracias y vos.
    Aquí, en el trabajo, me saluda a su esposa, tengo que irme. Adiós.

Los cinco minutos de ese chat equivocado me dejaron pensando en las confusiones que se cometen diario. Por ello mi hijo se compró una mini laptop y yo le puse contraseña a la mía. Si usted se conecta en un ciber café, cierre su perfil y no permita que se guarde su contraseña. Siempre la busco, ¡cómo quisiera que continuara confundida!


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Jueves, 30 de junio de 2011