miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿CÓMO QUIERE QUE LO CUENTE?

Sin luces, micrófonos, cámaras y un auditorio repleto, te voy a contar cómo lo cuento. Ya lo sabes, es sólo un intento porque ahora, después de ver un video en una de las páginas que más frecuento, unos periodistas cuentan que están desarrollando un taller para ellos y estudiantes de comunicación sobre cómo contar historias, cómo escribir crónicas y se me ocurrió contarte cómo trato de hacerlo.
           
A propósito, lo que están haciendo es una campanada de alerta para los grandes medios de comunicación, los dueños y sus editores, esos que con cierta arrogancia y dependiendo de su estado de ánimo desechan en el cesto de la basura lo que con mucho esfuerzo tratamos de contarte. Ojo, mucho ojo facultades de ciencias de la comunicación, el viejo esquema, el “lead” con sus respuestas a las seis W: ¿qué?, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿por qué?, ¿dónde? y ¿cómo?, se está quedando atrás con el desarrollo tecnológico y los nuevos medios de comunicación. Los lectores, los que consumen las palabras escritas, la razón de ser de los medios escritos, se están aburriendo.
           
El género periodístico es diverso. La tipología anglosajona, basada en la frase “facts are sacred, ideas free” —los hechos son sagrados, las ideas libres— lo clasifica en dos tipos. Por un lado, el que da a conocer hechos como la noticia, el reportaje y la crónica; por otro, el artículo de opinión y el editorial que dan a conocer ideas. En los primeros, siguiendo la frase de que los hechos son sagrados, son bien rigurosos, a tal grado que te obligan a corroborarlos hasta extenuarte. La crónica se enmarca en lo que ha pasado y el periodista la interpreta directamente sobre los hechos. Contar historias, hacer una crónica, es fascinante para el que quiere ir más allá de lo tradicional. Interpretar los hechos y cautivarte con ellos es el reto.
 
Lo primero que hago es elaborar un plan. Antes elaboro una lista de temas que han estado dando vuelta y vuelta en mi cabeza. Esos temas se encuentran a nuestro alrededor, en la vida diaria, en la lucha constante por construir una vida mejor. ¿Lucha? Sí, lucha. La vida sin lucha no es vida. Todos y todas luchamos contra algo o alguien que se opone en la consecución de nuestras metas, siempre hay oponentes y de esa lucha se deriva la historia que te voy a contar. A veces la lucha es interna, contra nosotros mismos, pero esa parte es otro cuento. Historias hay muchas que contar. Debes estar claro del objetivo, es decir ¿para qué?, cuáles son los motivos que tienes para contarlo. ¿Quién es el destinatario? Es decir, para quién lo escribes, porque debes despojarte del yo en homenaje al usted. Con esos aspectos resueltos ya vas avanzando.
           
Comienza a escribir tu historia, no te detengas. No tengan miedo nunca a la crítica, siempre habrá alguien que quiere demolerte de entrada. Debes saber dónde empezar y dónde concluir. Toda historia tiene un principio, un ambiente, un desarrollo y una conclusión, igual que la vida misma. Tú decides dónde empezar. Puedes hacerlo al final de la historia cuando “fueron felices para siempre” y retroceder en el tiempo. Ojo, el tiempo es importante para los que te leen; tienes que ir al grano, pero no hay que ser rudos, no sueltes toda la historia de una vez, emplea la “teoría del iceberg”, esa que dice que el iceberg sólo muestra el diez por ciento de su masa ante nuestros ojos. Recuerda que el editor es tu enemigo y la extensión de tu historia la utilizará como pretexto para desecharla. Escoge bien las palabras, nunca emplees esas rebuscadas y trata de mantener a tu lado varios diccionarios. Recuerda que nos comunicamos dialogando, así que emplea diálogos, pero no cargues mucho tu historia con ellos y debes aprender a construirlos en desborde. La tentación de describir siempre te va a atrapar, hazlo pero no en exceso. Recuerda que narrar y describir no es lo mismo, narrar es relatar y describir es pintar, emplea el lápiz como un pintor el pincel.
           
Emplea escenas como en las películas o en el teatro, intenta que los que leen se aproximen a tus personajes como el lente de una cámara en “close up” o en alejamiento. Debes conocer bien a los personajes, como que fueran de tu propia familia y recuerda que son seres humanos que tienen temores, vicios, alegrías y malicias. No te olvides de la acción, sin acción no hay movimiento. Reflexiona y analiza lo que sucede, entrégales el micrófono para que sean las personas las que opinen. Llegará un momento donde tu historia debe resolverse, “la crisis de la acción”, el punto donde los conflictos se resuelven y de allí en adelante la acción cae, termina la lucha y se da la resolución de tu historia. Lo puedes hacer de diferentes maneras, pero no creas que es fácil.
           
Cuando termines tu historia, no te llenes de mucho orgullo. Conviértete en carpintero, utiliza el cepillo y la lija, debes pulirla y sacarle brillo. Desecha en ese momento lo que puedas, corrige y corrige como cuando comenzaste a escribir, con entusiasmo. Compártela, entrégasela a un amigo sincero para que la lea. Él sabrá valorarla, te dirá si encontró sensaciones y sonidos agradables en las palabras y en cada frase al entrar por sus ojos hasta hacer chispas con las neuronas, trasladándose a vivirlo en carne propia, desde la comodidad de la cama o el sillón, sin asumir ningún riesgo. Él te dirá si la trama que preparaste para intrigarlo, convencerlo, convertirlo en tu aliado, enojarlo, alegrarlo, carcajearse o entristecerlo, lo atrapó. Si tu historia es buena, al concluir su lectura, te aseguro que se ha quedado en suspenso, pensando en las palabras, en las imágenes grabadas en su corazón, mente y piel, o subrayadas en el papel. Ese es el premio del esfuerzo.
           
Anímate, cuenta tus historias. Si eres libre, olvídate del editor, tarde o temprano se convencerá que las mejores historias son las que ha enviado al cesto de la basura. Si no lo eres, insiste, abrúmalo con tus historias, un día se cansará.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Sábado, 26 de noviembre de 2011