viernes, 26 de abril de 2013

EL DIARIO DE LUISA: JULIÁN



Viernes, 26 de abril de 2013


Diyenia se fue a Bluefields el jueves santo y me quedé sola en casa pensando en su cacería de playa y en el sabor de la leche de coco, pero la provocación de Zahaira fue irresistible. “¡Anímate niña!, la finca está a una hora del pueblo, vamos y venimos por la tarde”, me dijo ese mismo día. No volvió a comentarme nada de Julián, su primo. Estoy segura que pensó que si lo hacía me negaría. “¿Por qué no?”, pensé y visité a doña Paula, mi vecina, para consultarle si podía cuidarme la casa. “Si niña, no se preocupe, vaya y diviértase”, contestó sonriente con una mirada de complicidad. Llamé a Zahaira para decirle que iría. “Sos un amor, vamos a pasarla súper, llego en una hora”, dijo. Alisté mi bolso con unas cositas de más: una toalla, el traje de baño, crema para el sol y una camiseta. Me puse un shortcito crema, una blusa celeste, tenis. Cerré la puerta trasera, las ventanas de los cuartos, las de la cocina y la sala.

A las nueve de la mañana apareció Zahaira entusiasmada, con su característica dulzura me abrazó y besó. “¿Aseguraste bien la casa?”, preguntó asomándose hasta en los cuartos. Salimos al porche. En la calle estaba la camioneta esperando. Al cerrar la puerta con doble llave, me sentí insegura, vacilante, con ganas de volver a entrar y disculparme con ella. “¡Apúrate niña!”, la escuche decir y bajé las gradas. “Él es Julián”, me dijo cuando lo vi bajarse de la camioneta y abrir la puerta para que entrara a la cabina posterior. El papá de Zahaira conducía, su mamá iba al lado y atrás nosotros tres, Zahaira, él, yo en el centro. La tina iba repleta de chavalos con neumáticos inflados y varios termos.

Al inicio del viaje estaba nerviosa, Zahaira me miraba de reojo y apretaba mi mano. La amabilidad de doña Carmencita me tranquilizó. “Qué bueno que te decidiste, yo le dije a Zahaira que te invitara, no es bueno estar sola estos días santos”, dijo. Don  Marcos, con su tendencia de consentirle todo, se carcajeó y expresó “por eso Juliancito nos visita desde Costa Rica”. “Siempre pienso en ustedes, los extraño y aprovecho las vacaciones para visitarlos”, dijo Julián. Lo volví a ver, me sonrió y noté en sus grandes ojos negros la honestidad de sus sentimientos hacia la familia de Zahaira. Me sentí relajada, a gusto en medio de los dos, aun cuando clavaba de reojo su mirada sobre mis piernas al hablar con don Marcos sobre el paisaje seco, los planes de comprar con sus ahorros una finquita y regresarse definitivamente para montar un negocio en la ciudad. Zahaira me hincaba las costillas, se había dado cuenta que me agradaba porque yo también disimulaba para ver sus gruesas piernas de reojo, inhalando en la cabina su aroma. Recordé lo que me dijo de él: “¡te va a encantar, es un amor, un caramelo, lástima que seamos primos!”.

Llegamos a la finca, bajaron los termos y los chavalos salieron corriendo hacia el río con sus neumáticos en una explosión de felicidad. Doña Carmencita le indicó a Zahaira que los acompañara porque era peligroso que estuvieran sin vigilancia. Caminamos los tres detrás de los chavalos. En la orilla del río, bajo la sombra de un palo de agua, nos sentamos a observarlos. ¡Metámonos niña!, me dijo Julián. ¡Dale, cámbiate allí detrás de esas piedras!, me indicó Zahaira y juntas lo hicimos. El agua estaba clara y tibia, igual que mis penas, pero Julián tomó mi mano con fineza y me deje llevar por el impulso hacia la poza. Me sentí un poco incomoda al ver a Zahaira observándome sonriente desde la orilla pedregosa. En cierto punto el agua cubrió todo mi cuerpo sin tocar fondo y me aferré a Julián con desesperación mientras los chavalos chapaleteaban agua alrededor de los dos. Me atrapó de la cintura atrayéndome hacia él. Una vez más volví a sentir ese mariposeo traicionero y provocador, mi corazón despertaba con latidos explosivos de su letargo y mi piel se erizó cuando me encontré con su cuerpo bajo el agua.

En todos estos días, desde la última vez que te escribí, he hablado por teléfono con Julián. Es un encanto, fino, amable. Luego de ese viaje a la finca del papá de Zahaira me visitó el domingo antes de regresar a Costa Rica. Todo lo tenía planeado para comérmelo enterito en mi nido, pero cuando tomé la iniciativa arrinconándolo en el sofá de la sala con besos y caricias desesperadas me di cuenta que era gay. “No te importa, ¿verdad?”, me dijo. “No Julián, eres un bombón, siempre seremos amigos”, le respondí y le di las gracias por liberarme de las heridas que me atormentaban.

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