viernes, 26 de julio de 2013

ESTAMPIDA Y ESCRITURA

Controlar una estampida de toros es casi imposible. Cuando se deciden salen tirados hacia donde se les ocurre. Si la quieres controlar, debes subirte a un caballo y cabalgar rápido y furioso detrás de ellos.

Sin embargo, podés influir en la dirección que tome el rebaño que truena en su recorrido y destruye lo que encuentra a su paso. Cabalgando a su lado, gritando y aullando, puedes influir en esta o en aquella dirección. No puedes tramar anticipadamente sus pasos o su ruta exacta. Solo puedes conseguir que se dirijan de alguna manera a Juigalpa, si la barrera de esa ciudad es tu final deseado.

Así que la próxima vez que te sientes a escribir, deja que tus pensamientos corran. Déjalos deambular. Apártate del camino y, solamente de vez en cuando, dales un pequeño grito para que tomen una dirección deseada. Pero sobre todo, obsérvalos con detenimiento en su recorrido. 

Muchas veces lo hago y resulta.

lunes, 15 de julio de 2013

LA CAMIONA

Víctor Barrera se subió al camastro del gigante gancho con la seguridad que en cualquier momento comenzaría a deslizarse sobre el lodazal y lo llevaría sano y salvo a Nueva Guinea. “Cuando escuché el grito alegre de Fulgencio Duarte, el ayudante del tractorista indicando la salida — ¡jálela, jálela, jálela! —, sentí el arrancón bajo mis pies y me senté en el piso de madera entre sacos azúcar, latas de aceite, pacas de sal, cajas de jabón y herramientas, sujetándome de los tablones”, dijo Víctor desde la comodidad de su oficina.

Sobre el gancho, cortado de inmensos árboles, construían un camastro rectangular que acoplaban con un cable al tractor Caterpillar D6 de oruga que lo jalaba para poder trasladar alimentos y combustible entre La Gateada, propiamente en La Curva, y la recién formada colonia de Nueva Guinea. Las puntas del gancho y su base eran ovaladas a punto de machete, permitiendo que se deslizara sin resistencia en subidas y bajadas, apartando agua de los charcos en un crujido constante que se mezclaba con el ruido del tractor. En terreno malísimo, principalmente en grandes hondonadas, el tractor cruzaba primero y luego arrastraba a “la Camiona”, así le llamaban, con el cable del guinche hasta la parte más alta para seguir avanzando entre el lodo y la espesa montaña al ritmo de mansa boa.

Al inicio los víveres se trasladaban en el lomo de treinta mulas, pero como no aguantaron el trajín, se cansaban en los lodazales, pasaron a ser usadas por los técnicos del Instituto Agrario. “A don Miguel Torres se le ocurrió el invento porque él fue en un tiempo maderero y de esa manera trasladaba el combustible y herramientas a los puntos de extracción más avanzados en la montaña. Con la Camiona se resolvió el problema de abastecimiento que sufríamos en los primeros años de fundación, entre 1965 y 1970, antes que se construyera la carretera desde La Gateada”, dijo don Víctor Ríos Obando, uno de los fundadores de Nueva Guinea.

“En la Camiona me venía para acá cuando salía de vacaciones, a veces la cargaban con combustible y en otras con víveres porque no transportaban las dos cosas al mismo tiempo. Cuando tenía que regresarme a estudiar a Managua, en ella me montaba, iba cargada de gente y recipientes vacíos. El viaje duraba cuatro días, dos de ida y dos de regreso. De Nueva Guinea salían de madrugada, a eso de las cuatro de la mañana y en el recorrido se detenían por espacios breves en La Paula, La Santos y Río Rama hasta que llegaban a El Coral a las seis de la tarde. En esos tiempos El Coral era una callecita triste, pero allí descansaban, comían y dormían para salir tempranito al día siguiente. Se detenían en La Ceiba y Quebrada Grande; llegaban a la Curva entre la una y dos de la tarde, descansaban un rato, la cargaban de productos y vuelta para atrás”, agregó Víctor Barrera.

El viaje duraba menos cuando comenzaron a construir la carretera de todo tiempo porque la Camiona llegaba hasta el punto más avanzado del camino. “La demanda de productos creció con el aumento de colonos y trataron de sustituirla con uno de esos tráileres que utilizan en los ingenios pero no les resultó: se embancaba o se daba vuelta en la trocha y la carga quedaba regada en el lodazal”, explica Víctor Barrera.

“La esperábamos ansiosos por las tardes y muchos salían a su encuentro montados en bestias hasta el río la Verbena. El rostro de Luis Morán, el primer tractorista de la Camiona, brillaba de alegría por el recibimiento que le dábamos cada vez que entraba por la primera calle que hicimos, la principal de ahora. Cada cuatro o cinco viajes teníamos que hacer una nueva porque se desgastaba en la trocha, todita se la carcomía el lodo. Siempre escogíamos grandes ganchos de árboles duros y resistentes como Almendro y Guayabón para que aguantara. ¡Éramos ingeniosos, en esos tiempos no nos resignábamos!”, recuerda don Víctor Ríos Obando lleno de orgullo.

El tractor se detenía frente a la oficina del Banco Nacional, la descargaban y después distribuían los productos en la cooperativa, al otro lado de la pista, en la esquina opuesta de la llamada “catedral” de Nueva Guinea. “Allí me bajaba y después caminaba hasta la casa de mi mamá en río Plata”, dijo Víctor Barrera mostrándome el sitio donde parqueaban la Camiona.

miércoles, 10 de julio de 2013

EMOTICONOS

Emoticono es un símbolo gráfico que se utiliza en las comunicaciones a través de correos electrónicos o en las redes sociales (facebook, twitter, etc.) y sirve para expresar el estado de animo del remitente. Aquí te dejo algunos emoticonos para que los tengas presente o los utilices.

:-)  Sonrisa

:-(  Tristeza

:-D  Hablar sonriendo

X-D  Tronchado de sonrisa

:-l  Inexpresivo

;-)  Guiño de complicidad

:-X  Besos

>:-)  Sonrisa diabólica

:´(  Llorar

:´)  Llorar de emoción


Si conoces otros o los utilizas envíamelos.





martes, 2 de julio de 2013

UN NEGRO ORGULLOSO DE OLD BANK



Esa tarde caminé hasta la punta de Old Bank, el barrio creole más emblemático de Bluefields. Recuerdo la ansiedad que sentí al estar de nuevo allí, respirando el aroma de la bahía, admirando el paisaje con barcos cruzando en dos vías por el canal que conduce a Schooner Cay y el río Escondido, el coqueteo alegre de las palmeras de coco con el ritmo del viento y, en el Este, a la distancia, mi querido puerto. 

Caminando de regreso por la calle, ahora construida de concreto reforzado, me detuve a saludar a dos señores mayores de edad que estaban sentados en el porche de una casa. Los saludé dando mi nombre y dije que soy originario de El Bluff. Me vieron de manera sospechosa y comencé a hablarles en inglés creole. Les pregunté sobre su familia, si eran nativos del lugar y si habían nacido allí.

“Hey Jim, él quiere saber sobre nuestra familia”, dijo en inglés el que aparentaba ser mayor, el menos corpulento, de unos sesenta y cinco años de edad. “Dile Charles, no tenemos nada que esconder”, respondió Jim, el más joven y fornido. Charles se quedó pensativo y comenzó a hablar dudosamente: “Nacimos y fuimos creados en Old Bank, el barrio más antiguo de Bluefields”. “Gracias al Señor”, agregó Jim levantando sus manos.

 “¿Y tú mamá también?”, le pregunté a Charles.

 “Óyelo, quiere saber sobre nuestra madre”, dijo Charles. En ese momento se volvieron a ver y luego fijaron su mirada en mí, una mirada profunda como esas que tratan de perforar la mente para descubrir los pensamientos. “Está bien, entonces, hablemos del barrio”, dije, pero Charles me interrumpió.

 “Mi madre era alta, corpulenta y siempre estaba pendiente de nosotros, nos daba muchos consejos cuando realizaba las tareas del hogar, nunca se cansaba de aconsejarnos para que enfrentáramos la vida, lo hacía cuando lavaba ropa, cuando limpiaba la casa, siempre lo hacía. Cuando ella cocinaba, ¡muchacho!, la comida era especial, todavía puedo oler el aroma de sus platos, el arroz y los frijoles elaborados con leche de coco, el estofado de tortuga, las tajadas fritas de fruta de pan en aceite de coco que cortábamos subiéndonos a la parte más alta de los árboles del vecindario, los chacalines de la bahía empanizados al estilo caribeño, la sopa de pescado con jaibas, la carne con hueso en caldillo y el Johnny Cake que nos horneaba. Toda la comida era preparada con leña, en esos tiempos no teníamos cocina de gas, recogíamos troncos en la orilla de la bahía que poníamos a secar en las piedras y cuando mi papá regresaba de pescar en su bote de canalete, bajábamos la pendiente corriendo para ayudarle a descargar los chacalines y pescados”, explicó Charles.

 “¿Tu papá era pescador?”, le pregunté. “Primero preguntó por nuestra mamá y ahora pregunta por papá”, dijo Jim dirigiéndose a Charles. “Dinos francamente qué es lo que quieres saber”, indicó Charles con tono bravucón.

“Honestamente siempre me he preguntado por qué le caían lluvias de piedras encima a la gente que visitaba el barrio de Old Bank por las noches”, respondí sin pensarlo dos veces.  Se volvieron a ver pero esta vez rieron a carcajadas, zapateando sobre el piso de madera y palmeando sus manos por unos segundos.

“Para protegernos de los extraños, para proteger el barrio, nuestras casas, nuestros niños, nuestras muchachas, nuestra forma de vida y nuestras raíces, solamente por eso”, explicó Jim.

“Pero eso nunca sucedía en los barrios de Beholden o Cotton Tree, allí nunca  tiraban piedras cuando los visitabas por las noches”, respondí.

“Muchacho, no compares mi barrio con esos, mucho menos a nosotros con esa gente, aunque seamos negros, somos diferentes. Nosotros protegemos a nuestra gente y a la comunidad, estamos orgullosos de ellos. ¡Soy un negro orgulloso de Old Bank, ¿no lo puedes ver?!”, dijo Charles con tono retador mientras Jim lo observaba con admiración.

Los corredores de los lados y enfrente de la casa comenzaban a iluminarse por lámparas y bujías mientras la calle perdía su tonalidad blanca. Ahora comprendía por qué le tiraban piedras a los extraños que visitaban de noche el barrio de Old Bank y me despedí de ellos estrechándoles sus manos gruesas y arrugadas. “Puedes caminar tranquilo, nadie te va a apedrear cuando bajes por el andén”, dijo Charles y escuché sus carcajadas mientras me alejaba de ellos.