martes, 5 de febrero de 2013

EL MANTO ENTERO


El día sábado, a las 4:20 p.m. recibí su llamada telefónica, esa que nunca estás listo para escuchar, la que nunca quieres recibir. Con la voz entrecortada (sentí desesperación al escuchar el tono) dijo: “Papá, me accidenté, no le digas a mi mamá”. Me quedé paralizado y le pregunté: ¿qué te pasó? “Se explotó la llanta trasera de la moto, voy en el bus de San Carlos para Nueva Guinea”, respondió Ronald. Me quedé paralizado y, sin recurrir a ella, sin saber qué hacer, caminé hacia el pozo. “¡Se accidentó Ronald!, le grité a Aster que estaba haciéndole un tatuaje a un muchacho. ¿Cómo?, respondió y, en la confusión, ella se aproximó. “Se accidentó Ronalito, viene en el bus”, dijo con la angustia dibujada en su rostro y el teléfono en mano.
            “Voy a llamar a Mauricio”, le dije. “Sí, ya me llamó”, respondió. “Vamos a buscarlo”, le propuse. “Espérame, ya llego en la camioneta”. En eso momentos llamé a Ronald. “Voy con Mauricio a buscarte, ¿qué tenés?” “Me duelen las costillas, no aguanto”. “¿Y la moto?”, pregunté. “Va aquí en el bus”. Mauricio, amigo de Ronald y mío,  se estacionó y salimos a buscarlo. En la gasolinera, mientras Mauricio llenaba el tanque de combustible, Emilce llamó. “¡Ronalito viene acostado en el bus, viene mal, bien mal!”. “Ya vamos saliendo”, le respondí desesperado. La desesperación es como un virus, te nubla; el miedo es su aliado. Se me cruzaban por la mente imágenes de él, lo miraba tendido, adolorido, sin poder hacer nada en ese momento que más me necesitaba a su lado.
            Saliendo de Nueva Guinea me llamó Clarín desde Juigalpa. “Salí ya, tu camioneta es más rápida”, le dije. Luego llamó Ana, la mujer de Ronald, llorando. “Ya voy en camino”, le dije. Emilce volvió a llamar: “dice Roberto que si tiene fractura de costillas es peligroso que vaya acostado”. Roberto Jiménez, tío político de Emilce, es un médico prominente, es el médico de la familia, ha sido viceministro de Salud y maestro de varias generaciones de médicos. La señal telefónica se perdía en el camino y no podía contactar a Ronald. “Cálmese”, me decía Mauricio. Caía la tarde y la señal del teléfono de Ronald y del mío se perdía. Lo llamaba y no respondía. Me imaginaba lo peor.
            De pronto sonó el teléfono, era Santos, hijo de Roberto: “dice mi papá que lo lleven al puesto de Salud de San Miguelito”, dijo. Llamé a Ronald otra vez y el timbre sonaba y sonaba, al fin respondió: “no aguanto…, no aguanto…, me duele”. Desde ese instante la señal del teléfono se perdió, íbamos en la carretera hacia el Almendro, buscando cómo salir por el empalme del Pájaro Negro. Encontramos el bus antes de llegar al empalme, le hicimos señas, se detuvo y bajé de la camioneta. “Lo bajamos en el empalme de San Miguelito para que lo lleve la ambulancia, dijo el ayudante. ¿Cómo va?, pregunté. “Va con un amigo, va mal”, respondió y agregó “aquí llevamos la moto”.
            En el empalme del Pájaro Negro nos detuvimos. Corrí hacia unos policías y pregunté si la ambulancia había pasado. “No, ninguna”, respondió uno de ellos. Volví a llamarlo. Respondió otra persona, al escuchar su voz me temblaron las manos, sentí un ardor en el estómago: “soy amigo de Ronald, lo voy a llevar al puesto de salud de San Miguelito”, dijo. Llamé a Clarín, “ya estoy cerca”, dijo. Llamé a Emilce, “dice Roberto que lo van a trasladar al hospital de San Carlos porque está más cerca que Juigalpa, los médicos lo están esperando”, explicó.
            Ya había anochecido. El trayecto hasta San Miguelito se convirtió en un tramo lejano. Volví a llamarlo y me contestó: “me van a llevar a San Carlos, para atrás, mejor que lleven a Juigalpa”, dijo. Escuché su voz más calmada, más tranquilo. Le explique las razones y cuando llegamos al empalme pregunté por la ambulancia. No ha salido ninguna, respondió una señora. Avanzamos hacia San Miguelito y en menos de dos minutos vimos el destello de las luces de la ambulancia. Le hicimos parada y el conductor hizo señas que iba para San Carlos. Giramos y vimos a la ambulancia detenerse en el empalme. Un muchacho, el amigo de Ronald, el que iba a su lado en el bus, se bajó de la ambulancia. “Tome este dinero, aquí está la cartera, la mochila y el chip del teléfono”, me dijo. Le di las gracias, la ambulancia salió velozmente y dejamos de verla luego de unos minutos.
            Por dónde vamos, cuánto falta, le preguntaba a cada rato a Mauricio. “Aquí fue el accidente”, me dijo al pasar un lugar llamado “la Culebra”. Mauricio también hablaba por teléfono con sus amigos de San Carlos. “Lo van a estar esperando”, me decía. Luego pasamos una rotonda y minutos después llegamos a San Carlos. Eran las seis y veinte de la tarde cuando me bajé en el hospital. Felipe me esperaba, había llegado con Clarín y me dijo que le estaban haciendo placas de rayos X. Caminé por el pasillo hasta el lugar y lo vi de pie, esperando que le tomaran las placas. Me sentí aliviado al verlo. Allí estaba Clarín, Felipe, un doctor y un camillero. ¿Quién de ustedes es familia del  doctor Jiménez?, preguntó el doctor. “Nosotros”, respondimos al unísono.
            El médico observó las placas mientras una doctora le hacía un ultrasonido. “No veo fracturas, pero es mejor que le volvamos a tomar otras placas”, dijo el doctor. Sonó el teléfono, era Roberto y lo comuniqué con el doctor. Le tomaron otra placa y al verla el doctor dijo “está bien, no hay fracturas ni derrame de líquidos”. Llamé a Emilce y le comenté que estaba bien, sólo tenía raspones y dolor en el costado derecho.
            Lo dejaron en observación en el hospital. Salí a cenar con Mauricio y a las diez y media regresamos a verlo. Dormía profundamente. Por la mañana, a las seis en punto, recibí un mensaje de él: “no hay papel, me estoy cagando, tráeme papel”. Le volvieron a tomar placas y salimos hacia Nueva Guinea a las siete y media de la mañana, nos detuvimos en el lugar del accidente y allí reconstruyó lo sucedido, viendo las señas de la motocicleta en el pavimento.
            “Explotó la llanta trasera cuando iba girando en esta vuelta. Un camioncito venía de frente, para evitarlo me empuje, por eso me duele la mano, y la moto se enderezó. Caí de costado, la moto dio vueltas sobre mí y salí chorreado como quince metros en el centro del pavimento. Siempre mantuve la cabeza levantada. Cuando me levanté vi la moto a un lado. Me revisé, no tenía puesto el casco, todavía cargaba la mochila, nada me dolía, sólo los raspones y chimones. Llegaron unos señores y un chavalo. Allá esta la cartera, me dijo el chavalo. La recogí, la metí en la bolsa trasera y se caía. No tiene bolsas, me dijo el chavalo. El pantalón y la chaqueta estaban desbaratados, las botas de hule quemadas. Vi que venía el bus, le hice parada y me ayudaron a subir la moto. Después te llamé. Me acosté en el asiento del bus y vomité, después de eso comencé a sentir un dolor insoportable”.
Cuando llegamos a la casa y lo vio mi mujer le dijo: “la virgencita te protegió, no te puso sus manos, te puso el manto entero”

Lunes, 04 de febrero de 2013