martes, 25 de noviembre de 2014

¡PU…PA!, ¡PU…PA!, ¿VA A LLEVAR TORTILLAS?




Para Lidia López el día comienza con el alba, antes que el sol nos regale sus primeros rayos de luz. Todos los días se levanta a las 4:30 a.m. y se dirige al pequeño tramo del mercado municipal donde, junto a dos compañeras, hace tortillas para lograr el sustento de su familia.

A las 5:30 de la mañana me encontraba en la terminal de buses, luego de caminar desde mi casa en busca de un radiante amanecer, y escuché en la distancia un sonido ronco, seco y  continuo. Como sabueso atravesé el laberinto de tramos, aún sucios por el trajín del día anterior, escuchándolo cada vez más cerca y, al girar a la derecha en dirección a los tramos de comidas, las vi y escuché clarito el ¡pu...pa!, ¡pu...pa! de las manos que palmean la masa para elaborar las tortillas.

Desde el fondo del pequeño tramo salió Jerónimo Duarte, el corresponsal de La Prensa, y me sorprendí. “Me quedé esperando las fotos de la marcha contra el canal”, me dijo. “Se me perdió el papelito donde anotaste tu dirección de correo”, le contesté. “Pero ahora andas una camarita, ¿y la grandota?”, dijo al ver la cámara compacta que tenía en la mano. Noté que las mujeres estaban pendientes de la plática pero sin detenerse en sus labores. “Una de estas tenés que comprar”, respondí y le mostré las diferentes funciones de la cámara compacta Sony Cyber-shot y, para que la viera en acción, le pedí permiso a Nidia para fotografiarla. “Una sonrisa, una sonrisa”, le pedí y zas la foto. “Una de esas voy a buscar”, dijo y se despidió alejándose del tramo.

Le mostré su foto a Lidia y luego a su compañera Adilia. Entre tres mujeres hacen 1800 tortillas al día que las venden a un córdoba por unidad. De un quintal de maíz elaboran la masa para hacerlas. Noté que no había humo en el ambiente, no usan leña por el efecto nocivo del mismo para la salud, tampoco usan comal sino que emplean una cocina industrial que tiene una plancha de acero en uno de sus extremos donde echan las tortillas, y en el otro, quemadores para preparar diversos alimentos.

“¿Usted sólo echa las tortillas?”, le pregunté a Lidia. “No, que va, nos turnamos entre las tres”, agregó Adilia. “Cuando llego a mi casa, no quiero tocar nada de nada, no aguanto las manos, que tal si lo hiciera solita”, dijo Lidia. “Es la necesidad, los compromisos que una tiene los que nos obligan a penquiarnos muy de mañanita”, dijo Adilia sin dejar de hacer el singular ¡pu…pa!, ¡pu…pa!, al golpear con la palma de sus manos el motetito de masa para una tortilla que ya tiene medido por su expertis.

Vi hacia el lado izquierdo y noté que llovía. “Ahora me voy a mojar”, les dije. “Va a llevar tortillas”, me respondieron en coro. “Otro día porque no ando ni un peso”, respondí. “Ah, pues me trae la foto”, agregó Lidia y me retiré buscando la salida por el Monumento, pensando en el gran esfuerzo que hacen estas mujeres para sustentar a sus familias, sin perder la autoestima y la alegría de vivir la vida a pesar de las múltiples desavenencias que todos, desde diferentes realidades, enfrentamos.

Ya voy a imprimir la foto de Lidia y Nidia para entregársela y decirles esto que escribo para  que las conozcas, para que te des cuenta de su esfuerzo.

martes, 18 de noviembre de 2014

SIN CARRETA NI CARRUAJE



Rueda la rueda,
girando por los caminos,
jalado la carreta y el carruaje.
Una cargando alimentos para cuerpos,
leche en la pichinga, y el otro,
almas; decepciones, esperanzas, pasiones y alegrías.

Inseparables en el paisaje,
yacen por el tiempo corroídas.
Sin carreta ni carruaje,
de alimentos y almas desproveías.

¡Contempla!, ¡contempla a la rueda y la pichinga!
Ejemplos del andar por la vida,
abandonadas como piezas de museo,
esperando que el invencible tiempo las extinga.


Ronald Hill A.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

ADVOCACIÓN CANALERA


Platicaba con Payín y la Julita en su pulpería y noté el arbolito de Laurel plantado en la acera, frente al monumento que los Juigalpinos han levantado para honrar la memoria de Gregorio Aguilar Barea, en la propia bocacalle que da acceso al Instituto “Josefa Toledo de Aguerrí”. El medio barril ubicado a un lado de su tronco estaba vacío, pero su copa podada florecía artificialmente con bolsas y botellas de plástico, mientras los estudiantes circulaban en sus alrededores. No me contuve y le tomé la foto para mostrársela a Payín y la Julita. Sonrieron por unos instantes pero poco a poco la desilusión se fue apoderando de sus cansados rostros.  “Qué barbaridad”, dijo la Julita y siguió atendiendo a los estudiantes que compraban chiverías.


Salí a la acera y me encontré con Héctor, el padrecito. Luego de saludarlo le pregunté por su viejo. “Está en casa”, dijo. “Para allá voy”, respondí al despedirnos. Cuando escuchó mi voz desde afuera, desde las verjas, salió a abrirlas y no saludamos como siempre, con un fuerte apretón de manos. “Así me mantengo, encerrado para protegerme de la banda de la bulla y los incendiarios”, dijo y me ofreció una silla.

El día anterior pasé por la imprenta de Santo Tomás y aproveché para conversar con su propietario sobre el costo del librito que siempre tengo en mente y, para convencerme, me mostró como seis recién elaborados, la mayor parte de ellos de personas conocidas de Chontales. Entre ellos uno de Héctor Molina Pérez. Al tenerlo en mis manos y darle una hojeada, pensé: “Al fin, el libro de toda su vida” y lo celebré por ver su empeño materializado. Ahora que estaba allí, visitándolo y conversando en la comodidad de su casa, el no hacía alarde de su obra, sino que nos referíamos a la familia y él a sus permanentes problemas de salud.

“Voy a cenar, movámonos al comedor”, dijo y la mujer que lo acompaña en sus años de viudez nos recibió atentamente en la mesa. “Un vasito de agua”, para mí le respondí cuando me preguntó si quería tomar algo. “El es un amigo de siempre, desde los tiempos de la universidad”, le dijo a la mujer. “Vi tu libro”, le dije y dejó de masticar por unos instantes con la mirada sobresaliendo encima de sus lentes. “El de los gallos”, respondió con el semblante lleno de orgullo. Se levantó de la mesa y regresó con el libro y un afiche con la imagen de varios gallos. Terminó de cenar y buscó un lapicero. “Para Ronald Hill, siempre amigos. Octubre 2014”, escribió y lo firmó.

Nuevamente en la sala, entró a su habitación y me entregó 18 páginas sueltas con 17 poemas que ha escrito, entre otros de su autoría. Léelos, si te gusta alguno de ellos puedes publicarlos en tu blog”, dijo. “El poema Canción del bosque para una mujer de ojos verdes lo he leído siempre que vengo a verte”, le dije y su semblante oscureció. Es el poema dedicado a su esposa, María Odilly. “Hay otros, unos calientitos, pero muchos de aquí no les entienden”, dijo y agregó, “uno dedicado al canal de los chinos”.


I
España buscaba un paso a la mar del sur
Y llegar a las especierías
Pedrarias se apoderó de Nicaragua
Los ingleses inventaron al rey mosco
Se apoderaron de la mosquitia
Vanderbilt y Walker se apoderaron de la ruta de tránsito
Walker asaltó el país
Roosevelt tomó Panamá
Colombia se atragantó el Caribe

II
China es una cultura milenaria e enigmática
Como un gran panal
Melificado por el Yuan

III
Allí los billetes no nacen en las ramas de los arboles
Sino en la mano de los chinos
China es un país diligente
Sus habitantes han aprendido a encender el sol y apagar la luna
Surcar canales y torcer los ríos

IV
Cuando Wang Jing y sus tambochas
Hayan creado el megasurco
Seremos el ombligo del mundo
y
Lo celebraremos en versos de Han Yu
En una gala con pato a la Pekin
Regada con huangjiu
Y música de Ling Lu

VI
Y la historia de Nicaragua será otra
Y el rostro del mundo será distinto.


Héctor Molina
10/10/2014

martes, 4 de noviembre de 2014

EL GALLEGO



Salí al patio frontal de la casa y escuché crujir las hojas secas de Caoba en la grama. Lo vi correr velozmente y se subió a un  árbol de Caña Fístula. Lo observé con detenimiento y vi sus grandes crestas: un Gallego macho, adulto. Pasó toda la mañana tomando sol, por la tarde se bajó, trasladándose al tronco de una Palmera donde pude fotografiarlo completo. Una hembra corrió entre unos arbustos y se bajó del tronco como un rayo para perseguirla.

El Gallego, basilisco verde o basilisco de doble cresta (Basiliscus plumifrons) es una especie de lagarto nativo de América, a excepción de Angloamérica (EU y Canadá), y gran parte de América del Sur (Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay, etc.). Su hábitat natural abarca desde México a Ecuador. En ciertas zonas de México es conocido como tequereque o "teterete"

Los basiliscos verdes son omnívoros y se alimentan de insectos, pequeños mamíferos como roedores, e incluso algunas especies más pequeñas de lagartos. Su dieta incluye también frutos y flores. Entre sus predadores más frecuentes se encuentran las aves de presa, las zarigüeyas y las serpientes.

Las hembras de esta especie ponen entre 5 y 15 huevos a la vez. Depositan estos huevos en lugares cálidos, arena húmeda o tierra. Demoran entre ocho y diez semanas en incubar, tras lo cual el joven espécimen nace ya como un lagarto totalmente independiente.

Al igual que otros basiliscos, este lagarto tiene la habilidad de correr sobre el agua por escasas distancias, utilizando unas membranas especiales en sus patas que aumentan su superficie de apoyo sobre el agua. En muchos lugares le llaman “Jesucristo” por esa habilidad. No obstante esto, es también un notable nadador, pudiendo estar sumergido por períodos de tiempo superiores a los 30 minutos.