martes, 28 de octubre de 2014

EL GALERÓN DE LOS MACHETEROS (“Sola, siempre sola”)


Me detuve para fotografiar el arco que da acceso a la hacienda de Hato Grande y, al ver la inmensa casa colonial, lo traspasé sin pedir permiso. Caminé hasta el fondo. Al enfocar la casa la vi, solitaria en el inmenso corredor; me acerqué y la saludé.

    ¡Buenos días!
    ¿Anda paseando?
    Sí, voy para Puerto Díaz y entré para fotografiar el arco.
    Si va a subir al cerro le abro el portón, yo tengo la llave.

“La vista debe ser espectacular, pero otro día voy a venir para ver el lago, las islas, el volcán Mombacho de Granada, la isla de Ometepe con sus volcanes y la cordillera de Amerrisque”, pensé.

    No puedo, me esperan en Puerto Díaz, ¿cómo se llama usted?
    Nubia Miriam Guillén.
    ¿Qué edad tiene?
     ¿Yo?, tengo 57 años.
    ¿Y de vivir aquí?
    35 años.
    ¡En Hato Grande! ¿Y cuántos hijos tiene?
    Sólo cuatro; dos que están en Costa Rica, una casada y un soltero.
    ¿Todos nacieron aquí?
    ¡Sí!
    ¿Cuántos años tenía cuando se vino a vivir aquí?
    Vine de 19 años.

Cruza el arco de Hato Grande. Cabello liso, suelto al vaivén del viento, inhala por primera vez el aroma de la hacienda, observa la majestuosidad del cerro con sus ojos zarcos. Una maleta con pocas cosas descansa a sus pies. Su falda va suelta coqueteando con el calor del suelo; su corazón palpita de emoción frente al futuro incierto. Una flor choteada en los llanos de la hacienda señorial.

    ¡Sus ojos son lindos! De seguro tuvo muchos enamorados. ¿Ya tenía hijos cuando llegó?
    ¡No!, todos nacieron aquí, los cuatro.
    ¿Cómo le llaman a esta casona?
    Este era el galerón de los macheteros.
    ¿Cómo?, ¿el galerón de los macheteros?

Observo la inmensa casona, joya viviente de un pasado esplendoroso. El corredor frontal tiene cuatro metros de ancho. El techo es sostenido por diez pilares de madera con dimensiones de 6 x 6 pulgadas de ancho, separados cada 5 metros; son 4.5 metros de alto. En cada pilar descansan las vigas y, entre ellos, 6 piezas de 4 x 4 pulgadas hacen de alfajillas sobre las cuales está clavada la madera que sostiene las tejas de barro. El espacio que se encuentra entre cada pilar delimita diez cubículos a ambos lados del galerón cuyas paredes son de adobe; eran usados para alojar a los macheteros. Escucho murmullos, risas y gritos, el rechinar de limas sostenidas por manos callosas que afilan los machetes por la mañana, el chischil de las espuelas avanzando al ritmo de los pasos en el corredor, pero ella me regresa a su lado.

    Aquí vivían los que hacían el trabajo de campo, campistos y jornaleros, pero yo pasaba en la pista de Hato Grande, allá abajo.
    ¿La pista de aterrizaje?
    Sí, yo tenía una casita que él me había dado, el papá de Roberto, pero como él vendió …
    ¿Cómo se llamaba el papá?
    Don Alberto Rondón, casado con doña Gloria Sacasa. Ellos eran el papá y la mamá de don Roberto, Tito Rondón, Juan Rondón, Nicarina y María Rondón.
    A todos los conoció, en esos tiempos eran chavalos.
    Eran hombres y mujeres, pero jóvenes.
    ¿Venían desde Managua en avión?
    Sí, pero sólo don Roberto piloteaba aviones; tenía un Cessna C47 y un Push Bull.

Trasladarse en una avioneta desde Managua a Hato Grande es cruzar la parte occidental del  óvalo del Lago Cocibolca, se aprecia el volcán Mombacho y, conociendo el espíritu jovial y juguetón de Roberto, sobrevuela la costa, se desliza como arriero volador sobre miles de cabezas de ganado que pastan en las llanuras, se eleva sobre la copa de los árboles, gira el ala izquierda para subir sobre el cerro y da la vuelta para tomar posición de aterrizaje sobre la pista de la hacienda más grande de Nicaragua, referente del latifundio oligárquico heredado de la Colonia y del sistema de producción ganadero extensivo.  

    ¿Usted siempre estaba en la pista?
    Siempre estaba en la pista, pidiendo vía para la bajada de noche, a las siete y ocho de la noche, cuando venían los turistas, delegaciones de China, de Japón, Noruega, Holandeses y así.
    Me imagino que aquí eran bien atendidos.
    Yo apuntaba la hora de salida y de entrada.
    Usted llevaba el registro. ¿Quién tiene esos registros?
    Cada mes los llevaba a Aeronáutica Civil.
    ¡Ah, ya!
    Sí. Sola, siempre sola, tenía que ir cada mes.
    Y así se quedó viviendo aquí. ¿Ya tiene nietos?
    Ya tengo esos dos —responde señalando a un niño que sonríe al lado de una puerta.
    ¿Sólo dos nietos?
    Allí, lo está viendo a él.
    Bueno, doña Nubia …
    Yo vivo sola …
    Además de jefa de aeronáutica, ¿qué más hacía?
    En Managua fui del hospital El Retiro, cuando era El Retiro.

Una bandada de pájaros se posó en el árbol de Palo de Hule que se encuentra inclinado hacia la derecha del corredor, inundando el galerón con su canto. El niño se acercó; ella colocó su brazo izquierdo sobre sus hombros, acurrucándolo en su costado izquierdo.

    ¿Allí fue enfermera? ¿Después se vino para acá?
    Sí … después, cuando me … me metí a eso de aeronáutica …
    Enfermera, aeronáutica y ¿qué más?
    En bordado y costura.
    Y ahora abuela.
    ¡Abuela! ¡Vamos para más arriba!
    ¡Qué bueno doña Nubia! ¡Un gusto conocerla! ¡Está bendecida!
    Que le vaya bien.

Vi hacia mi derecha y noté una cruz de madera ubicada al final del corredor del galerón. La observé inmensa, mucho más alta que yo.

    ¿Puedo tomarle una foto a la cruz?
    Sí, no hay problema; es la que se usa en la procesión de Semana Santa. ¡Mire, aquella es la capilla!
    Se ve linda. ¡Adiós!

En Puerto Díaz le comenté a Sergio lo del galerón de los macheteros y le mostré la foto para ver si lograba reconocerla.

    Sí. Sí, es ella. Siempre estaba al lado de la pista, siempre sola —dijo.

De regreso me invadió cierta nostalgia al ver cómo una hacienda señorial, una gran casona y una bella mujer, antes llenos de vigor y gloria, hoy se encuentran abandonados a un pasado que nos atrapa a todos, sin excepción.  




25/10/2014

Nueva Guinea, RACS.