sábado, 9 de abril de 2016

LOS RECOLECTORES DEL CAMINO


Una ráfaga leve de brisa húmeda alegró las ramas de los árboles de Caoba. Mi piel se erizó y el cielo se tornó gris por unos instantes, retrasando la fuerza del sol que irrumpe en las mañanas veraniegas del trópico húmedo. Los canarios cantaron alegres, intensificaron su besuqueo, mientras Lucas, el cotorro, agitó sus alas con más fuerza de lo acostumbrado, gritando sin cansancio “pobre…cito, pobre…cito” como si notara la nostalgia existente en los alrededores.

"Ojalá llueva", pensé. Un chubasquito en el verano no cae mal, aplaca el polvo, ese polvo que se mete por las ventanas, en los roperos y hasta en los orificios mejor resguardados cuando los camiones, camionetas, taxis y motocicletas circulan a alta velocidad como endemoniados con la urgencia de una necesidad fisiológica impostergable. Pensaba en eso, saboreando mi café de palo y el tac, tac, tac que escuché desde el lado del camino atrajo mi atención.

Un hombre picaba leña con machete; al lado, en el suelo, tenía un saco. Tres chavalos vestidos de uniforme escolar se detuvieron a verlo como tratando de retrasar el tiempo de adoctrinamiento de la escuela. El hombre recolectaba ramas largas, las partía de un sólo golpe en trozos de unos tres metros de largo y las acomodaba al lado del camino. Sus botas de hule estaban curtidas de blanco, un blanco similar al del polvo que existe en el sector de Tierra Blanca cuándo se torna en lodo, quizás de allí venía con el saco en los hombros y a última hora decidió recolectar la leña, o puede ser que pasó en la madrugada hacia esos lados y le echó el ojo a las ramas secas. De cualquier manera, ahora nada lo detenía, ni los chavalos ni yo que lo observábamos atentos; no nos prestaba atención.

Eso sí, el hombre no quitaba su vista del saco, lo volvía a ver después de cada machetazo. Los chavalos siguieron su camino; tras de ellos otros uniformados pasaron rumbo al pueblo. Me acerqué al hombre para saludarlo. “Hola amigo, ¿recogiendo leña?" “Sí, para el fuego”, respondió con una sonrisa esquiva.  “Esas ramas fueron cortadas por una brigada de Dissur”, agregué, y su mirada cambió. “Vale más, así no me acusan los ambientalistas, porque aunque no me crea, es para la casa. Hace una semana por este mismo camino lloraba una motosierra, sus gemidos venían del lado del cerro de Los Palacios, desde temprano que pasé hacia Los Ángeles hasta las cuatro de la tarde que regresé, seguía rugiendo. Eso no lo escuchan los de MARENA ni los de la alcaldía, se hacen los sordos”, dijo mientras comenzó a armar apresurado su carga de leña.

Varias motocicletas pasaron con chavalos de uniforme escolar como pasajeros, sin casco pero de prisa porque faltaban quince minutos para las siete de la mañana. Tres camionetas y un camión nos bañaron de polvo. El recolector de leña tomó con ambas manos la carga y la acomodó en sus hombros; se ladeó hacia la derecha y agachándose levantó el saco. Delante de él iban los chavalos hacia la escuela, sin prisa, y unas vacas andaban desperdigadas en el camino como cansadas de que las ordeñen sin premiarlas con una buena ración de concentrado en estos meses de verano.

Lo vi alejarse y regresé a mi cafecito, un poco frío; saboreándolo me acordé del saco. ¿Qué llevaba en el saco?, no pregunté. Tal vez unas libritas de frijoles y unas mazorcas de maíz que le regalaron, quizás un encargo de su mujer que cuidaba con recelo, unas cuajaditas, no sé, pero era algo que para él tenía mucho valor. Mejor no sigo especulando, estoy convencido que llevaba una carga de esperanza; no era una carga como la de los camiones que van repletos con trozas de madera preciosa por las carreteras del país sin que los detengan.

Lucas se puso inquieto, los pajaritos de amor cantaron sin besuquearse y las nubes grises desaparecieron abriéndole paso al intenso sol. Volví la mirada y vi a otros que poco a poco fueron pasando por el camino. Cargaban alforjas llenas de limones mandarinas, un saco de yuca, una carga de leña rolliza, una cabeza de guineo cuadrado sobre los hombros, todos ellos recolectores del camino; los pobres dirigiéndose con la carga sobre sus hombros hacia el pueblo.

Nueva Guinea, RACCS.
08/04/2016

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