sábado, 26 de noviembre de 2016

EL HURACÁN OTTO Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Desde muy tempranas horas del día Lunes 21 del corriente mes presté suma atención a la evolución de la depresión tropical que en el transcurso de la semana se convirtió en el huracán Otto.

Fue a través de internet que seguí su curso, lo que me permitió prepararme para lo que sería un inminente desastre en el Sur-Este de Nicaragua. Las páginas que cada dos horas visitaba fueron el Centro Nacional de Huracanes, Hurricane Tracker y el periódico digital Costa Rica Hoy. También mantuve encendido el televisor por varias horas, principalmente para observar la cobertura especial que brindaron los medios de Costa Rica. De Nicaragua solamente vi lo expuesto por el SINAPRED al momento de decretar la alerta amarilla para la zona de la RACCS y la conferencia que brindaron desde Bluefields porque los otros canales de TV informaban lo mismo que el SINAPRED decía.

Conociendo la trayectoria calculada de Otto me dispuse a crear condiciones para prevenir los posibles efectos que causaría en Nueva Guinea. Selle las ventanas de mi casa con láminas de zinc, abrí zanjas para que el agua se escurriera con rapidez, podé árboles y derribe los que eran amenaza para la casa, y compre bolsas y plástico negro para proteger cosas de valor antes que los comerciantes agiotistas del mercado municipal elevaran en un 200 por ciento el precio de los mismos.

El día esperado del impacto estábamos preparados. Por la mañana, a eso de las nueve de la mañana, uno de mis vecinos me visitó preocupado. “Le tengo miedo a esos árboles, mi vecino no quiere derribarlos”, dijo. “No le haga caso, usted busqué como cortarle todas las ramas”, le respondí después de ver los enormes árboles de Laurel a un lado de su casa. Desde ese instante se conformó una brigada de vecinos para derribar y cortar árboles porque consultaron a autoridades de la municipalidad y respondieron que si eran un peligro no dudaran en cortarlos.

A las tres de la tarde se suspendió el servicio de energía eléctrica en Nueva Guinea. La información por la radio local, Radio Manantial, se suspendió y solamente podía seguir los acontecimientos a través de mi teléfono inteligente pero se me había descargado. Di un suspiro cuando, después que Otto tocó tierra Nicaragüense y chocó con la Reserva Indio – Maíz, dio un giro hacia el sur-oeste en su trayectoria, internándose en el territorio fronterizo de Costa Rica. “Nos salvamos”, le dije a mi familia, se internó en territorio Costarricense nuevamente. Salí a hacer un recorrido por la ciudad y sus calles se encontraban vacías, la gente esperaba angustiada al huracán Otto.

Las redes sociales explotaron a causa de Otto. Por ellas pude observar transmisiones en vivo desde Bluefields, El Rama y Costa Rica. Los medios de comunicación tradicionales, principalmente los televisivos de Nicaragua no estuvieron a la altura para informar sobre el huracán: repetían lo que las televisoras oficiales informaban, volvían a su programación regular mientras desde Costa Rica observaba los acontecimientos en tiempo real, a los periodistas en los lugares de los hechos, a los miembros del Comité Nacional de Emergencia (CNE) dando reportes constantemente sobre la situación, a sus habitantes hablando en vivo y a su presidente al frente del CNE.

¿Por qué los medios de comunicación de Nicaragua se mostraron tan indiferentes ante el huracán Otto? ¿Son los periodistas de Costa Rica mejores que los de Nicaragua? ¿En Nicaragua no se cuenta con los medios tecnológicos necesarios para cubrir un evento de esa categoría? ¿Existe una estrategia en los medios de comunicación del país para informar en tiempo real sobre este tipo de acontecimientos? ¿La estrategia de comunicación oficial del gobierno de Nicaragua es la más adecuada para cubrir un fenómeno natural como el huracán Otto? 

Si las respuestas son negativas, los medios de comunicación del país deberían de emprender un análisis de situación que los ponga a la altura de los nuevos tiempos para que cumplan con sus principales objetivos: informar de forma veraz y oportuna al pueblo de Nicaragua.

viernes, 18 de noviembre de 2016

AZUCENA FLORES: DESEOS EN PENUMBRA

No es una confesión, no podría llamarlo de esa manera, pero yo, Azucena Flores, lo expreso en esta casa que abre su puerta esta noche para tenerte a mi lado.
   
Mi primera revelación llegó a edad temprana, a los doce años cumplidos. Nadie me lo dijo,  esa mañana no asistí a la escuela, me postré horrorizada en la cama de madera fina y colchón de resortes, imagínate como estaba cuando vi la línea de sangre escurriéndose en mis muslos, a lo largo de las piernas, pero el susto me pasó y, poco tiempo después, disfruté el cambio de mi cuerpo con caricias y juegos de niña.

No florecí como diosa, no, nada de eso, porque siempre he sido así como me conociste, ni alta ni baja, mi cuerpo, ¿cómo podría describírtelo?, es así completo para tú gusto, a tu medida; delgado, con estas curvitas en las que frenético te desplazas, con estos pechos, míralos, ya sé que te encantan aunque sean pequeños porque de mis pezones he saciado tu sed angustiosa de macho y sin reprimirme te he amamantado como si tu mamá no te hubiera dado de mamar tiernito, desesperándome al verte deseoso, con la sed de acariciarme las nalgas, sí, éstas nalgas carnosas de flaca que siempre has nalgueado cuando estoy desnuda, esperándote así como siempre lo he hecho en la sala, iluminada por una candela, como en este momento, con un short cortito, en camisola, sin brasier, con la punta de las nalgas descubiertas para que me las acaricies, para que me des esas palmadas con tus manos callosas, enloqueciéndome con el brillo de tus ojos.

Todos tus gustos los fui aprendiendo en cada encuentro, por las tardes y de noche, se fueron haciendo poco a poco parte necesaria del ritual por el que me rindo en tus brazos, elevándome entre las nubes cuando tu lengua loca me ensaliva el cuello y con tus manos apretujas mis pechos, pegándote a mi cuerpo con ese calor de macho en celo, desprendiendo ese olor encabritado que me derrite de deseos sin darme cuenta del momento en que me desnudas. Sos, y siempre has sido, la causa de mis excesos.

No me afrento de ello, al contrario, me siento la mujer más feliz del mundo, la más plena, soy la luna llena que surge radiante entre la penumbra de la noche para derretirme en el fuego de tus delicias. Y desnuda soy fiera salvaje, dueña de mi guarida, soy la que controla tus acciones, no me rindo, al contrario, me apropio de este juego milenario, soy la guardiana de todos tus pensamientos, secretos, tus deseos y miedos. No hago pausas, me dejo llevar por tu cuerpo libidinoso y allí, en ese instante, caes rendido en mis garras.

He aprendido de tus fantasías. No puedes reclamarme nada, ¿qué no he hecho por vos?, he sido todo lo que has querido: tu mujer, tu amante, tu puta como me decís cuando estás desesperado por tenerme. Y ese es el momento en que sos mi presa. Todos mis secretos de mujer los he compartido con vos. Te he dado lo que nunca te habías imaginado. Por vos me convertí en contorsionista, en serpiente laboriosa, has saboreado todos los fluidos de mi cuerpo y eso es lo que más me encanta.

No te rías, esa risa la conozco, ¡sí, es cierto!, al inicio no me gustaba, pero por vos aprendí a disfrutar mi cuerpo. Me mostraba recelosa cuando tus manos se apropiaban de mi cintura, abriéndome las piernas con la cabeza y tu lengua endemoniada acariciaba los labios carnosos de mi sexo que has chupado por más de treinta años, esa lengua tuya, indecente, serpenteando entre mis pliegues, embistiendo con fuerza mi silencio, lengua indecorosa que desgarra mi piel y, en ese jueguito, descubrí la gloria cuando tu boca apartó mis labios menores y se apropió de mi clítoris, manifestando el placer de mi sexualidad y la sensualidad plena de mujer.

Lo confieso, me hiciste sentir lo que nunca antes había experimentado, llegaste a mi vida iluminando la penumbra de mis deseos y, dueña de ellos, te convertí en esclavo de mis pasiones. Mi mayor anhelo siempre ha sido tenerte desnudo en mi cama, con esa mirada pérdida en el tiempo, ansioso que me adueñe de tu sexo, pidiéndome en silencio que deguste el néctar divino de tus entrañas. Y yo, obediente, me ahogo en tus deseos, atragantándome en el infinito de tu memoria, disfrutando el palpitar ardiente de tu sexo con ternura de niña huérfana para empaparme de tu savia al ritmo de nuestros cuerpos acoplados, en una danza sin fin por todos los espacios de la casa: el sofá, el comedor, la cocina, el piso, en la alfombra, en el baño y la cama, en la que aún duermo y ha sido testigo de todo lo que descubierto a tu lado. 

Llevo el orgullo grabado en la frente, no me arrepiento de nada. No me importa lo que murmuren a mis espaldas, ni lo que él piense, mi vida es mía así como mi cuerpo lo he consagrado a vos en silencio, he superado todas la barreras para alcanzar la dicha y he pagado el costo de ello. Ha sido un camino largo y doloroso, es el precio que pocas estamos dispuestas a pagar para salir de la penumbra de nuestros deseos.

Ronald Hill A.
18/11/2016

Foto: Sergio Orozco.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

DESAYUNANDO EN LOS COMEDORES DEL MERCADO DE BLUEFIELDS


Subo las escaleras mojadas que llevan al segundo piso del mercado municipal de Bluefields. Dos cubetas se rebalsan, obstruyen el paso y el agua se chorrea en todo el acceso hasta inundar la acera y la cuneta. Entro a la sección de los comedores por segunda ocasión en busca de una taza de café y tortillas de harina cubiertas con mantequilla para desayunar. Me dirijo al mismo comedor donde atiende una mujer de ojos almendrados, cabello liso recogido en una moña y orgullosa de sus caderas. Me sonríe, quizás recuerda que la primera vez me di cuenta que no andaba la billetera hasta después de desayunar, y cuando se lo dije mostró su bella dentadura de oro. “No le creo”, contestó. Se lo expliqué, aceptó mi propuesta y cinco minutos después regresé a pagarle.

En esta ocasión, una mujer joven se encuentra con ella. “Debe ser su hija”, pienso porque es bastante parecida a ella; tiene la misma mirada, la misma forma de su cara, el mismo cuerpo pero más animoso. Ella atiende y me ofrece gallopinto con cerdo frito además de las tortillas de harina y café.  Las expresiones de su rostro son las mismas que las de la chavala, pero muestra un poco de decepción cuando le digo que quiero lo mismo de la vez anterior. “No señor, usted debe desayunar mejor”, dice y se dirige a la cocina.

La chavala se acerca, me sirve la taza de café y dos mujeres le hablan con un tono violento desde el lado de las barandas. La chavala busca a la mujer que regresa y me sirve el plato de comida. Observo el plato generosamente servido y la mujer va al encuentro de las que casi gritan. Discuten entre ellas, la chavala sale de la cocina con un enorme cuchillo que brilla en sus manos y va en defensa de la mujer. El vigilante se antepone entre ellas, la mujer regresa a la cocina, toma un cuchillo, su rostro se ha transfigurado por el odio. A la chavala y las otras dos mujeres ya no las puedo ver, la pared del pasillo no me lo permite, sólo escucho los gritos. El plato servido me ha abierto el apetito, doy un bocado, el cerdo está delicioso pero me tiemblan las manos.

Las mujeres de los otros comedores corren hacia el lado del pasillo. Es una pelea de gritos,  de jaladera de mechas, de hijueputazos. Cuatro policías llegan, entre ellos una mujer. Alguien los ha llamado por teléfono. El escándalo se calma y la mujer con la chavala regresan a su cocina. Tienen sus rostros enrojecidos, están desesperadas, rabiosas. Los policías invaden el comedor. La mujer comienza a vociferar en contra de otra dueña de comedor: “¡es ella!, ¡la desgraciada siempre nos hace lo mismo!, ¡llama a esas pandilleras hijas de puta para que nos hagan la vida imposible!, ¡ella quiere acaparar todos los tramos!”, dice a gritos.

La mujer policía habla con las dos mujeres. Ella vuelve su mirada hacia mí. Desde que me senté no me he movido. “Tiene que ir a poner la denuncia”, dice la policía. Anota en una hoja de papel sus datos y los cuatro se dirigen al tramo de la otra mujer, de la acusada de provocar el pleito. Ella se acerca a la mesa. “Que pena me da”,… “ya no aguanto esta situación”,… “yo estoy trabajando, ganándome la vida”,… “estas desgraciadas”. “Vaya a poner la denuncia”, le digo.

Una mujer con trenzas de rasta se acerca a ella y conversan. “Usted es testigo”, me dice. “Todas aquí nos hemos quejado, un solo CPF no puede mantener el orden, ya te lo hemos dicho varias veces”, le dice a la mujer de trenzas. Me fijo en sus ojos, son vivos, color de miel. “Ya se lo he dicho a la alcaldesa”,… “le he enviado varios memorándum”,… “no quiere gastar en otro”. “Pero usted es la superintendente”, responde la mujer,… “esto no puede seguir así”. “Ay niña, ya estoy cansada de pedirlo, no me hacen caso”, responde la superintendente y se aleja. Mientras ellas conversan he saboreado con la intensidad del ambiente el cerdo frito, de hecho está delicioso.

Le pido la cuenta. Cancelo lo que me dice. Miro el reloj y son las ocho de la mañana. “Muy temprano para viajar a El Bluff”, pienso. “Cuénteme cómo es que prepara el cerdo frito”, le digo. Sonríe, su semblante ha cambiado y la chavala lava los platos con calma. Bajo nuevamente las escaleras mojadas, me sostengo de los pasamanos. “Si todo pudiera cambiar, si la seguridad mejorara, si la alcaldesa comiera de vez en cuando en los comedores del mercado tal vez un día la situación de las mujeres y sus clientes será mejor”, pienso al pasar al lado de las mujeres que venden mariscos en la cuneta de la calle que te lleva hacia centro de la ciudad.

Miércoles, 2 de noviembre de 2016.