viernes, 18 de noviembre de 2016

AZUCENA FLORES: DESEOS EN PENUMBRA

No es una confesión, no podría llamarlo de esa manera, pero yo, Azucena Flores, lo expreso en esta casa que abre su puerta esta noche para tenerte a mi lado.
   
Mi primera revelación llegó a edad temprana, a los doce años cumplidos. Nadie me lo dijo,  esa mañana no asistí a la escuela, me postré horrorizada en la cama de madera fina y colchón de resortes, imagínate como estaba cuando vi la línea de sangre escurriéndose en mis muslos, a lo largo de las piernas, pero el susto me pasó y, poco tiempo después, disfruté el cambio de mi cuerpo con caricias y juegos de niña.

No florecí como diosa, no, nada de eso, porque siempre he sido así como me conociste, ni alta ni baja, mi cuerpo, ¿cómo podría describírtelo?, es así completo para tú gusto, a tu medida; delgado, con estas curvitas en las que frenético te desplazas, con estos pechos, míralos, ya sé que te encantan aunque sean pequeños porque de mis pezones he saciado tu sed angustiosa de macho y sin reprimirme te he amamantado como si tu mamá no te hubiera dado de mamar tiernito, desesperándome al verte deseoso, con la sed de acariciarme las nalgas, sí, éstas nalgas carnosas de flaca que siempre has nalgueado cuando estoy desnuda, esperándote así como siempre lo he hecho en la sala, iluminada por una candela, como en este momento, con un short cortito, en camisola, sin brasier, con la punta de las nalgas descubiertas para que me las acaricies, para que me des esas palmadas con tus manos callosas, enloqueciéndome con el brillo de tus ojos.

Todos tus gustos los fui aprendiendo en cada encuentro, por las tardes y de noche, se fueron haciendo poco a poco parte necesaria del ritual por el que me rindo en tus brazos, elevándome entre las nubes cuando tu lengua loca me ensaliva el cuello y con tus manos apretujas mis pechos, pegándote a mi cuerpo con ese calor de macho en celo, desprendiendo ese olor encabritado que me derrite de deseos sin darme cuenta del momento en que me desnudas. Sos, y siempre has sido, la causa de mis excesos.

No me afrento de ello, al contrario, me siento la mujer más feliz del mundo, la más plena, soy la luna llena que surge radiante entre la penumbra de la noche para derretirme en el fuego de tus delicias. Y desnuda soy fiera salvaje, dueña de mi guarida, soy la que controla tus acciones, no me rindo, al contrario, me apropio de este juego milenario, soy la guardiana de todos tus pensamientos, secretos, tus deseos y miedos. No hago pausas, me dejo llevar por tu cuerpo libidinoso y allí, en ese instante, caes rendido en mis garras.

He aprendido de tus fantasías. No puedes reclamarme nada, ¿qué no he hecho por vos?, he sido todo lo que has querido: tu mujer, tu amante, tu puta como me decís cuando estás desesperado por tenerme. Y ese es el momento en que sos mi presa. Todos mis secretos de mujer los he compartido con vos. Te he dado lo que nunca te habías imaginado. Por vos me convertí en contorsionista, en serpiente laboriosa, has saboreado todos los fluidos de mi cuerpo y eso es lo que más me encanta.

No te rías, esa risa la conozco, ¡sí, es cierto!, al inicio no me gustaba, pero por vos aprendí a disfrutar mi cuerpo. Me mostraba recelosa cuando tus manos se apropiaban de mi cintura, abriéndome las piernas con la cabeza y tu lengua endemoniada acariciaba los labios carnosos de mi sexo que has chupado por más de treinta años, esa lengua tuya, indecente, serpenteando entre mis pliegues, embistiendo con fuerza mi silencio, lengua indecorosa que desgarra mi piel y, en ese jueguito, descubrí la gloria cuando tu boca apartó mis labios menores y se apropió de mi clítoris, manifestando el placer de mi sexualidad y la sensualidad plena de mujer.

Lo confieso, me hiciste sentir lo que nunca antes había experimentado, llegaste a mi vida iluminando la penumbra de mis deseos y, dueña de ellos, te convertí en esclavo de mis pasiones. Mi mayor anhelo siempre ha sido tenerte desnudo en mi cama, con esa mirada pérdida en el tiempo, ansioso que me adueñe de tu sexo, pidiéndome en silencio que deguste el néctar divino de tus entrañas. Y yo, obediente, me ahogo en tus deseos, atragantándome en el infinito de tu memoria, disfrutando el palpitar ardiente de tu sexo con ternura de niña huérfana para empaparme de tu savia al ritmo de nuestros cuerpos acoplados, en una danza sin fin por todos los espacios de la casa: el sofá, el comedor, la cocina, el piso, en la alfombra, en el baño y la cama, en la que aún duermo y ha sido testigo de todo lo que descubierto a tu lado. 

Llevo el orgullo grabado en la frente, no me arrepiento de nada. No me importa lo que murmuren a mis espaldas, ni lo que él piense, mi vida es mía así como mi cuerpo lo he consagrado a vos en silencio, he superado todas la barreras para alcanzar la dicha y he pagado el costo de ello. Ha sido un camino largo y doloroso, es el precio que pocas estamos dispuestas a pagar para salir de la penumbra de nuestros deseos.

Ronald Hill A.
18/11/2016

Foto: Sergio Orozco.

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