domingo, 15 de marzo de 2020

EL PULGUERO DE TELEVISORES



Veo a Martín Palacios, el técnico que repara televisores, desde la acera de la cerrajería, calle de por medio. Es una mañana lluviosa. La lluvia pasa de un chischís a un vendaval en un instante, provocando una corriente furiosa que busca su cauce.

Los vehículos, taxis, camionetas, buses y camiones, que giran por la esquina, tocan el pito furiosamente por el atasco que provocan los que están mal parqueados en esa calle de una sola vía. Los apurados desesperan y no dejan de pitar, pero al avanzar hacen chirrear las llantas que me pringan de inmundicias y, al volver a ver, por un segundo se plasma la sonrisa maliciosa del taxista en el espejo retrovisor del vehículo.

Mojado y guarnecido desde la cerrajería lo saludo. Cruzo la calle lo más rápido que puedo. Sostiene un equipo oxidado de color plateado que reproduce CD, VCD y DVD, una reliquia que en hace menos de una década era lo último del mercado para ver películas originales y pirateadas.

¿Y el televisor? ¿Cuándo?, pregunto.

Hice todo lo que pude, no tiene reparación, contesta. Cubre el viejo reproductor bajo su camisa por la llovizna.

Descartado, entonces.

No hay nada que hacer. Ni aquí encontré los repuestos, dice invitándome a observar por la pequeña puerta.

Un hombre que lleva puesta una gorra y usa lentes está sentado cerca de la puerta, al lado izquierdo, casi pegado a la pared que no se distingue porque sobre las repisas de madera hay un desorden total de materiales, repuestos y herramientas de trabajo. En una mesa que casi no se nota, iluminado por una lámpara de tubo, le saca “la muela” a un televisor y para ello le quita los tornillos que la sostienen de la tarjeta con un desarmador.

Piezas de televisores, entre ellos flashback, condensadores, fusibles, integrados, procesadores, memorias, transistores, bobinas, tarjetas y miles más, así como pantallas de plasma, LCD y LED, llenan los tres lados del tramo, desde el piso hasta la altura del techo, y lo impregnan con el color gris de la tecnología. El aroma es denso, profundo y casi rancio por la aglomeración de tantas piezas donde el aire solamente entra por la puerta desde la que me encuentro observando.

¿Y qué hago con el televisor?, pregunto.

Yo se lo compro, dice el hombre del tramo.

Aquí está el negocio, dice Martín y se despide de prisa evitando que se moje el viejo reproductor.

¿Lo puede reparar?

Antes, cuando comencé con mi pequeño taller de reparación de radio y televisión, lo hacía. En esa época se conseguía el repuesto que se necesitaba para reparar un televisor, un radio o un equipo de sonido. Las casas comerciales de repuestos comenzaron a desaparecer, había escasez de repuestos y si lo encontraba eran carísimos, no lograba reparar nada, me estaba quedando sin trabajo, acumulando y acumulando encargos hasta que un día comencé a comprar todo lo que estuviera dañado, sin funcionar, sin que otros lo pudieran reparar, y comencé a quitarle las piezas que necesitaba para cumplir mis compromisos.

Así como me ve, soy una persona seria, chontaleño de cepa, de Santo Domingo, Chontales, de la familia Meneses, ¿tal vez usted ha escuchado de ellos?, pues yo soy Daniel, familia de los Meneses de Juigalpa, de Renato, Rene, Ramón y de Robín, todos ellos honrados y trabajadores, dedicados a lo suyo.

En este trabajo, ni más ni menos que un serio compromiso con todas las familias de Nueva Guinea, he pasado laborando desde los hace ya 20 años que me vine para estas tierras de esperanza y progreso, donde sólo se sale adelante con dedicación y esmero, y los que quieren volverse ricos de un zarpazo siempre terminan endeudados, sin negocios y huyendo de sus perseguidores.

Por ese compromiso es que ve usted que mi tramo está así de repleto de televisores viejos y modernos, en eso me paso el día, sacando piezas, vendiéndolas a los técnicos que se encargan de repararlos, técnicos como Martín, que tienen su tallercito o andan de calle en calle, de barrio en barrio, de comarca en comarca y de colonia en colonia, ofreciendo sus servicios y luego vienen aquí a buscar la pieza exacta para repararlos y ganarse la vida de manera honrada.

Esto que hago es un gran servicio, tanto para los pobres, como para los acomodados y ricos, porque con las piezas que reciclo le resuelvo la tristeza que se siente en una casa cuando el televisor está dañado. Imagínese usted a los niños sin poder ver los muñequitos, la señora de la casa sin su novela preferida y al señor privándose de su película de acción, Triple X o su ranchera preferida, una tristeza total dentro de la casa y en el  rostro de las familias por falta de entretenimiento.

No sé, nunca he contado cuantas piezas tengo en el tramo, no me ha dado la curiosidad, pero le puedo decir a simple vista —Daniel hace un esfuerzo por voltearse y ver hacia atrás y a los lados— que son miles de piezas las que tengo allí entre todos esos cachivaches, por las que no me puedo quejar de falta de trabajo, menos ahora, porque trabajo hay hasta de más y aun así no me gano ni un tercio de lo que me ganaba hace tres años.

Aunque no lo crea, a todos nos golpea esta crisis y todavía falta lo peor, pero no me desanimo, sigo en mi camino de pulguero, quitando piezas, vendiéndolas  y comprando televisores dañados.

Observo que afuera, a un lado de la puerta, bajo el alero del techo, hay varias piezas de microondas y  televisores acumuladas. La llovizna ha cesado pero los carros siguen frenéticos circulando en dirección norte para girar hacia la calle del movimiento del mercado de Nueva Guinea o al sector de la zona 5.

Esas piezas ya no me sirven, los del camión se las llevan al basurero. Allí hay otros que recogen entre la inmundicia lo que les puede ser útil para venderlo y sobrevivir, y después, a los días, se aparecen con lo que de aquí se ha ido para allá, lo limpian, lo dejan brillantito para venir a ofrecerlo. Aunque manipulo miles de piezas ninguna se me pierde, reconozco todo lo que ha pasado por mis manos. Antes me reía de ellos, pero ahora no, es que amigo, la vida da vueltas, nunca se sabe lo que nos espera a la vuelta de la esquina, entonces pensando en eso, les entrego unas piezas a precios bajos para que las vayan a vender y luego me den mi partecita porque todos tenemos que vivir.

Una mujer se asoma por la puerta. Dame veinte córdobas, dice.

Saca apurado dos billetes de a diez de una gaveta y se los entrega. La mujer los toma y me sonrió. No sea mal pensado, dice, yo le vendo a él.

Escucho que El Cerrajero me llama, ¡ya le hice la llave!, grita.

Mañana le traigo el televisor, le digo a Meneses.

Está bien, aquí lo espero, responde.

Cruzo la calle con atención, sin parpadear por los mal intencionados,  y pensando en el mundo de Daniel. Ahora comprendo porque Martín siempre dice que debe ir al mercado a buscar los repuestos para reparar los televisores, y que cuando  dice que no tienen remedio, es que no lo tienen.

Definitivamente, mañana le llevo el televisor que está tirado en un rincón de la casa a Daniel, el pulguero de televisores.

15 de Marzo de 2020.
Foto: Daniel Meneses. 

1 comentario:

  1. Me gusta tu articulo, es una descripcion de la vida cotidiana del trabajo, del negocio, de los factores sociocultures de la gente de esta ciudad en el entorno del comercio y su dinamica.

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