Ayer llovió a eso de las cuatro de la tarde. Don Benito había llegado de visita minutos antes. Me sorprendió, tenía rato de no verlo, igual que el sonido de las gotas de agua sobre el techo de zinc. Hace más de veinte días que no llovía y, muy temprano en la mañana, decidí abrir la llave del medidor de agua de ENACAL para regar las plantas frente a mi casa. Que descanse el pozo, pensé. La tierra ya presenta grietas, síntomas de sequía.
Después de los saludos me habló del problema de agua que andaba resolviendo en ENACAL. Sin gastar mucha agua cobran demasiado y ya he hecho varios reclamos, dijo sacando de la bolsa de la camisa tres recibos de agua. Mírelos, me dijo. Los revisé y en efecto aparece una deuda de más de tres mil córdobas. Y como resolvió el problema, le pregunté. Pues me bajaron la deuda hasta seiscientos córdobas y con un plazo para pagarla de tres meses, dijo con decepción en su cara. Para no estar en este problema y salir ya de esto, tuve que aceptarlo, agregó. Debe estar pendiente del medidor y del que llega a medirlo, le dije. Si uno se descuida le ponen la cantidad que quieren. Además, cierre la llave después que se ha ido el agua y cuando vuelven a bombear, al día siguiente, ábrala una media hora después. Porqué, me preguntó. En el sistema de agua potable, en los tubos de la red de distribución, no tienen instalados filtros por donde escape el aire y cuando bombean agua de los tanques, lo primero que pasa por el medidor es un chorro increíble de aire y el medidor lo mide como agua, le dije. Ve hombre, es cierto, en la mañana se escucha el zumbido de aire antes que llegue el agua, dijo con ánimos, como quien dice ya no me van a seguir jodiendo.
Mientras platicábamos llovía. Una lluviecita babosa, pendeja, pero refrescó la tarde y la noche se puso agradable. Le ofrecí una taza de café y me bebí un té de manzanilla. Mucho café estoy tomando y el estómago se comienza a resentir, el doctor me mandó a tomar una capsulas dos veces al día y Magnun cuatro veces, dos cucharadas por la mañana y dos por la tarde, le explique.
Los frijoleros deben de estar alegre, le dije. Si amigo, ojalá que sea una buena señal, debe ser el cambio de la luna, dijo. Son como unas 30 mil manzanas de frijol las que se siembran en esta época de apante en Nueva Guinea con las que se cosechan unos 360 mil quintales. Todos los campesinos tienen ya preparada la tierra, están a la espera de esta agua, ya era hora que cayera, dijo. La cosecha sale entre febrero y abril. De ella dependen miles de familias que se dedican a este cultivo y muchas de ellas se asientan en la zona exclusivamente en esta época del año, ayudando a familiares, alquilando tierras o trabajando a media con otro. El problema de siempre es que llueve mucho al momento del arranque y secado perdiéndose la cosecha o sino llueve bastante al inicio y luego se pierden las lluvias con cosechas malas, dijo con sabiduría campesina.
Pero si les va bien se echan los billetes, le dije. Sí, eso sí, a como está el precio ahorita se chinean, dijo. Como es la vida, yo ando preocupado por el recibo de ENACAL, que al final es una tontera, que tal que estuviera con la tierra preparada para sembrar frijoles, siembra que me daría para comer una buena parte del año, pagar deudas y que no lloviera, dijo levantando la cabeza y arrugando el ceño. No estuviéramos platicando de esto, le dije. Por eso yo siempre siembro sólo para la comida, lo que me gusta es el ganado, nunca se pierde. Lo bueno de la agricultura es que se necesita poca tierra, en poquito se trabaja, pero es muy riesgosa, dijo.
Sonó su teléfono celular y luego de hablar varios minutos, se despidió diciéndome “salúdeme a la doña cuando hable por teléfono con ella a la yunai”. Al montarse en su jeep, gritó: ¡Mañana abro la llave del agua después que pase la tormenta de aire!
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Miércoles, 17 de noviembre de 2010