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Los sueños son solo eso, dicen muchos. De qué sirve soñar, si al despertar nos enfrentamos a una realidad que perturba lo más profundo de nuestro ser, dislocando nuestros sentidos hasta convertirnos en seres humanos indiferentes a casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor, argumentan otros. Se refieren a ellos considerándolos únicamente como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo.
Algunos dicen que soñar es cosa de niñas y niños. Construyen castillos de fantasía y el tiempo se encarga de destruirlos, al tener conciencia de las normas y reglas que los adultos hemos tejido para que se sujeten a ellas. Los soñadores son sólo eso, soñadores que puedes ver por todos lados, con vidas contrarias a las imaginadas, truncadas por ser impertinentes, desperdiciadas por un sueño inalcanzable, señalan otros.
¿Soñar despierto? Imposible. Nuestro tiempo no podemos desperdiciarlo en irrealidades. La vida agitada, abrumadora, donde actuamos como depredadores de nuestra propia especie, compitiendo contra todo y todos por espacio, empleo, dinero y reconocimientos, sin importar los daños que podamos ocasionar en nuestra frenética marcha de ambición y sobrevivencia; no podemos darnos el lujo de desperdiciar nuestro tiempo en quimeras.
La utopía dejó de ser colectiva y, sin darnos cuenta, se apropiaron de ella, es propiedad privada y los que la atesoran marcan las pautas con la intención de que actuemos sin ilusión propia. La convirtieron en partidos políticos, en poderes perversos del Estado, en campañas de propaganda electorera, en pintas grabadas en las paredes, en mensajes enlatados, vomitados miles de veces por los medios de comunicación para adormecernos; en cuentas bancarias a nombre de testaferros, en empresas que surgieron de la nada con efectos nefastos, manifestados en un pueblo hambriento; en niños que deambulan por las calles mendigando, en ingenieros sin ingenio, doctores vende brebajes contra todos los males, maestros sin vocación, profesionales sin empleo, en sexo que se oferta en las calles bajo la luz de los rótulos que reflejan brillantes sus eslogan y marcas.
Tratan de quitarnos hasta lo más íntimo, la posibilidad de soñar un mundo diferente. Debes pensar como ellos, tener sus mismos sueños aunque estés despierto, acompañarlos en sus marchas, en la promoción de sus nuevos productos, en sus batallas de garrotes y piedras, en sus restituciones de todo, arrogantes ante el derecho ajeno, porque de lo contrario no encuentras trabajo en sus instituciones ni empresas, y si lo tienes y no lo haces, caes nuevamente en la bruta y cruel realidad: desesperación, hambre y pérdida de autoestima. ¿Soñar con esa realidad? Imposible, no más pesadillas.
Pero es posible cambiar la realidad, si todos, juntos a la vez, soñamos más allá de lo que a nuestro alrededor nos agobia; es cuestión de concentración, focalizarnos en lo deseado, en buscar el momento oportuno, el impulso necesario para convertirlos en realidad. Después de casi cinco décadas soñamos lo increíble y terminamos con una de las dictaduras más nefastas de Latinoamérica, ante la admiración del mundo entero; un día, luego de varios años de guerra entre hermanos, soñamos con la paz y la logramos.
¿Podemos encontrar en estos tiempos algo que nos unifique alrededor de un mismo sueño? Algo que esté por encima de defender la soberanía nacional, de lo cotidiano apremiante, de necesidades individuales insatisfechas; de partidos políticos que nos dividen como un cerco de espinas y al cruzarlo hiere y marca para siempre; mayor que la acumulación desesperada de riqueza; mayor al ejercicio del poder, que termina con quienes lo ejercen en un estado esquizofrénico, vacíos y arrinconados en los libros de historias mal contadas; algo que durante miles de años, en su búsqueda, la humanidad ha derramado sangre, derribado murallas y reventado cadenas; algo que no tiene precio, pero sí valor, un valor propio del ser humano, humanizador: el libre albedrío, la libertad. ¡Por supuesto que sí! Por ello vale la pena soñar. ¡Volvamos a soñar y reinventemos la utopía para convertirla en realidad!
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
hillron@hotmail.com
Sábado, 27 de noviembre de 2010