Foto: Julio Cesar Bermudez. |
Desde días antes la afición, peloteros y dirigentes esperaban ansiosos el desarrollo de los juegos. Familias enteras, amigos de los barrios, las viejas glorias, chavalas y mujeres, niños y niñas disfrutaban sanamente de ellos. Fue el primero de cuatro que se jugaban los domingos en la liga mayor A de Bluefields, el año de 1974. El equipo de Beholden contra “Los Diablos” de El Bluff que actuaba como home club. El estadio estaba repleto y “la Puná ” con sus bailes y gritos, colgada de la malla, amenizaba y daba las pautas a la barra de Beholden para intimidarme. La recta llegaba con fuerza y veloz; la curva hacia afuera, adentro y el drop, obedecían las indicaciones de Frank Roe, receptor del equipo.
En la tercera entrada, Rodolfo Watts, jardinero central y primer bate, tocó la pelota dejándosela en la mano a la tercera base por su velocidad. Morsby Taylor, segunda base, dio un batazo elevado al jardín izquierdo, cayendo el primer out. Charles Wilson, llamado “Jack Palance”, ocupaba la posición de jardinero central, le dio con su característica fuerza que salimos del dog out a festejar, pensando que caería en el techo del gimnasio del Instituto Cristóbal Colón, pero el jardinero central la atrapó pegado a la pared del mismo, completándose el segundo out. “Tenemos que anotar, tenemos que anotar”, decía Fausto Bermúdez, alias “Pinolillo”, manager del equipo. Montó la jugada de hit and run con Alvin Omier, “Bubu”, cuarto bate de la alineación y tercera base, quien conectó una línea tendida y profunda como un hilo al left center, mientras Rodolfo Watts se desplazaba como un bólido doblando por segunda y tercera, para barrerse al final en el home plate anotando la primer carrera, mientras “Bubu” anclaba en segunda. La barra de Beholden, con “la Puná ” al frente, le recordó sus seres más queridos a Rodolfo Watts, conocido como “Dolfi Pupu”, mientras la de El Bluff gritaba de emoción. El tercer out cayó luego que Frank Roe conectara un fly alto y profundo atrapado por el jardinero izquierdo.
Al iniciar la séptima entrada escuché los gritos de mi padre: “si seguís tirando así hasta el final del juego te voy a regalar quinientos pesos”. No entendí por qué gritaba eso y al volver la mirada a la pizarra me di cuenta: ganábamos con una carrera, el equipo de Beholden no había dado ningún hit y no habían errores. De inmediato, “Pinolillo” paró el juego y se dirigió a la colina acudiendo todo el infield y dijo: “no le hagas caso, no le pongas mente, seguí tirando así, tranquilo; este juego es tuyo”. Al salir hacia el dog out hizo señas a los jardineros que estaban reunidos en el jardín central: “arriba muchachos, este juego es nuestro”.
Foto: Julio Cesar Bermudez. |
En el octavo salió un roletazo fuerte por la segunda base; Morsby Taylor le llegó a la pelota, se le “enmantequilló”, luego se le cayó, logró recuperarla y, por la prisa, tiró mal a la primera, llegando safe el corredor. Después se completó el tercer out y nunca más volvieron a tomar base los del equipo de Beholden. En el último inning, con dos out, Frank Roe llegó a la colina para decir “este es peligroso, vamos a esconderle la pelota” dando las indicaciones de cómo picharle. Con conteo de tres y dos, lance una recta pegada en la esquina de adentro y el bateador sacó una línea baja y tendida al left field. Observé a Charles Wilson salir corriendo desesperadamente hacia delante, una carrera interminable, buscando la pelota hasta capturarla al nivel del cordón de los zapatos. Levanté los brazos eufórico, los compañeros de equipo corrieron a la colina y festejamos el juego como niños, mientras la barra de El Bluff estremecía el estadio. Ganamos con un juego no hit no run. Esa misma tarde, en el último juego, Kevin Brautigam culminó la jornada del día lanzando otro juego no hit no run.
Llamadas telefónicas a Davis Hodgson, pitcher estelar del equipo, a Arturo Valdez, incansable promotor del deporte infantil en esos años y a la memoria invaluable de Filmore McDonalds, “San Martín”, campeón pitcher ese año que con claridad lo recordó y volvimos a vivirlo, lo que ha permitido escribir parte de él.
Los registros que los anotadores oficiales hacen de los juegos de béisbol en los estadios se han perdido, no hay constancia verificable de ellos. En esta era digital, esos registros deberían ser la base principal para otorgar las medallas y trofeos al campeón bate, al mejor guante, al mayor roba bases, al campeón pitcher, con base en su efectividad y juegos ganados. Las voces que se escuchan por todos lados indican que no es así.
¿Cómo hacen las Federaciones de Béisbol para organizar su selección municipal o departamental? Por conveniencia y amiguismo dicen muchos. Se cuestiona por todos lados el papel de las Federaciones de Béisbol, se escuchan quejas y clamores ante la falta de transparencia, porque no rinden cuentas de los ingresos que generan las entradas, las ventas de cervezas y la propaganda reflejada por todos los rincones de los estadios decadentes y abandonados. Frecuentemente somos testigos de pleitos y descalificaciones entre ellos. Si es como ellos dicen, que el béisbol no genera recursos, ¿por qué se pelean?, ¿por qué sus “dirigentes” no permiten la renovación natural de sus miembros dando lugar a otros? Se han acomodado, han hecho del béisbol un modo fácil de ganarse la vida, lo han convertido en un negocio y ellos son dependientes de las migajas que el Instituto de Deportes les asigna.
La promoción del béisbol en las escuelas, en los institutos de secundaria, el apoyo a las pequeñas ligas, es inexistente. Los culpables son los “dirigentes” y sus resultados, sin penas ni glorias, son un béisbol mediocre, decadente, con algunos jugadores parranderos, violentos y, en casos extremos, violadores que ponen por el suelo el nombre de Nicaragua.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Lunes, 06 de diciembre de 2010