Colmados de entusiasmo, miles de campesinos de Nueva Guinea han decidido preparar sus tierras para cultivar frijoles. Se les observa en la ciudad haciendo gestiones en sus organizaciones y ante instituciones de gobierno para ser abastecidos de semilla, en las microfinancieras solicitando crédito y en el mercado municipal comprando insumos para los noventa días que dura el cultivo. Una minoría de ellos se apresta a sembrar frijol negro para exportarlo a Venezuela.
El ambiente del campo es esperanzador y en la ciudad los comerciantes han llenado sus bodegas ante el incremento de la demanda de productos de consumo campesino debido a la inmigración, desde diferentes zonas del país, de campesinos pobres que alquilan tierras para cultivarlas.
Las tierras del Pacífico, anegadas por las intensas lluvias en la época de siembra de primera y postrera, han provocado un desabastecimiento de frijol en el país, elevándose el precio al consumidor. Los campesinos esperan obtener un buen precio, más allá del precio justo. Los acopiadores y comerciantes del grano han hecho sus cálculos y estiman que la cosecha alcanzará unos trescientos ochenta mil quintales, de los cuales esperan acopiar la mayor cantidad posible, abastecer el mercado Oriental de Managua y a los exportadores, quienes se han pronunciado contra el gobierno al restringir los niveles de exportación del grano mientras éste aduce que de esa forma garantizará la seguridad alimentaria del país.
Los campesinos se pronuncian en contra de los comerciantes y acopiadores llamándolos parásitos eternos de sus esfuerzos. Argumentan que no producen absolutamente nada y se lucran con lo que ellos generan. En tiempos de buena cosecha, como la esperada, le bajan el precio al producto para quedarse con la mayor ganancia, lo que para ellos es un abuso flagrante. También los acusan de que, al bajar los precios, igualmente su ganancia está cubierta, ya que si bien venden a menor precio también compran a menor precio, mientras que ellos no pueden hacer lo mismo.
Se escuchan las voces de los consumidores, organizados en la comisión de defensa de los consumidores, principalmente de los pobladores de la ciudad. Han manifestado que los intermediarios ganan demasiado, se lucran en exceso en detrimento de su presupuesto, que el costo de la canasta básica es inalcanzable por su bajos y congelados salarios. Los comerciantes no solamente afectan al productor sino a ellos por el hecho que si sube el precio del frijol el comerciante le gana en exceso al venderlo a mayores precios, mientras ellos no tienen ningún mecanismo para defender su salario y debido a las trampas que imponen se solidarizan con los campesinos.
Los comerciantes y acopiadores afirman que su papel es tan importante como el de los productores, pues a través de ellos es que sus productos llegan a las ciudades. Han explicado los costos en que incurren, entre ellos el costo elevado del combustible y el mal estado de los caminos que deterioran sus camiones incurriendo en costos no previstos. Señalan que la retribución que reciben en su labor es variable y está dada entre el margen del precio de venta y el de compra, menos los gastos directos e indirectos originados en la operación. Han tratado de borrar la imagen negativa que se tiene de ellos indicando que son mayores aliados de los campesinos que las microfinancieras y los distribuidores de insumos porque se mantienen a su lado todos los años permitiéndoles realizar su producción.
El campo y la ciudad vibran igual que las voces y deseos de los campesinos, comerciantes y consumidores. La gente inunda las colonias, comarcas, valles y campos como levitando bajo el radiante sol de octubre. Los ánimos abren surcos, las aves con su canto alegre se alimentan de insectos y gusanos que surgen al paso de arado mezclándose con el olor a tierra removida. La mayoría siembra en noviembre y unos pocos en diciembre, es la época de siembra llamada de “apante”. Llenos de esperanzas abogan por un buen periodo de lluvias que les dé excelente cosecha para obtener beneficios y solventar la crisis económica provocada por la caída de los niveles de exportación de raíces y tubérculos y de ganado en pie.
Las condiciones climáticas se convierten en el mayor enemigo de los campesinos. Una vez plantada la semilla, sólo esperan la bendición de Dios. El efecto de “la niña” ha provocado una sequía inesperada durante noviembre y parte de diciembre. Al finalizar el año la bendición llega tardía y al momento de cosechar las lluvias persisten. Los cálculos de los productores estiman pérdidas mayores al diez por ciento del área sembrada. Febrero es el mes del arranque y aporreo para los que sembraron temprano y evitan mayores pérdidas colgando los manojos de frijol en los cercos de la finca. Los que sembraron en diciembre esperan ansiosos la retirada de las lluvias para lograr la cosecha, mientras los ganaderos rebosan de alegría por el verdor de sus pastos.
Nueva Guinea, RAAS
Viernes, 25 de febrero de 2011