miércoles, 22 de junio de 2011

LA DEUDA SOCIAL CON EL CAMPO

Escuchaba por radio hablar sobre el problema que se enfrenta con miles de familias que abandonan el campo y que, al trasladarse a las ciudades, ejercen presión para que se les solucionen sus problemas. “Es un problema de Latinoamérica, de Nicaragua, es de todos, y nunca se podrá resolver por ningún gobierno. Es, como dice la canción, Pobre la María”, dijo el locutor. La gente del campo, los campesinos, principalmente los pobres, salen de sus parcelas y comarcas en busca de mejores condiciones de vida por el eterno abandono en que se encuentran. Siempre han enfrentado altos índices de pobreza, desigualdad, exclusión social y escaso acceso a recursos.

En el campo, los servicios de salud son inadecuados: los campesinos son atendidos por un médico o enfermera ocasionalmente, dos veces al año por medio de las jornadas de vacunación y cuando las brigadas de médicos atienden sus comunidades; el resto del año, padecen un sinnúmero de enfermedades sin poder tratarse. En el campo es donde se presentan los mayores índices de mortalidad materna y desnutrición infantil. Miles de campesinos recurren a curanderos para resolver sus problemas de salud y, al no lograrlo, deben cargar en hamacas a los enfermos, haciendo recorridos de hasta tres días para llegar a la unidad de salud más cercana de su comarca.

La educación en el campo es ineficiente debido a la carencia de infraestructura adecuada y maestros. Las aulas de estudio multigrado, en las que encontramos alumnos que cursan desde tercero hasta sexto grado, son reproductoras de una educación mediocre. Unido a ello, ningún maestro o maestra titulada desea ser trasladado al campo a sufrir junto al campesino sus carencias. Unido a lo anterior, los niños y niñas se incorporan en edad temprana a las labores agrícolas, abandonando las aulas de clase y, en la mayoría de los casos, también a la familia al alcanzar la mayoría de edad, pues van en busca de las oportunidades que faltan en sus localidades y migran a las ciudades o a otros países.

Las condiciones de las viviendas son precarias y se vive con alto nivel de hacinamiento. No tienen acceso al agua potable ni a energía eléctrica. Las mujeres deben recorrer grandes distancias para obtener el vital líquido de quebradas, ríos y ojos de agua. Se consume sin tratamiento básico, con consecuencias negativas en la salud familiar. Miles de familias no tienen la capacidad de adquirir un panel solar por el elevado costo del mismo; se ven obligados a depender del candil y la lámpara para tener un haz de luz en la vivienda.

Los campesinos, la inmensa mayoría de ellos, no acceden a servicios de asistencia técnica e innovación tecnológica, lo que limita sus potencialidades de producción. Los rendimientos productivos por unidad de área cultivada o por unidad animal son bajos por la tecnología tradicional que emplean en sus actividades. No acceden a recursos financieros por las elevadas cargas de la tasa de interés que aplican las organizaciones crediticias, lo que ha provocado un nivel de sobreendeudamiento en el campo. La mayor parte de ellos no son sujetos de crédito por las características propias de la actividad agropecuaria que es catalogada como de alto riesgo. Hasta hoy, los modelos de desarrollo han priorizado a los medianos y grandes productores considerados como los “viables” y con asistencialismo a los pequeños, “los perdedores”.

En el campo se presentan altos índices de violencia y delincuencial. Robos, secuestros, asesinatos y abigeo son parte de una realidad que obliga al campesino a vivir en constante temor y zozobra.

A pesar de estas limitaciones, son ellos los que con su esfuerzo, en las condiciones señaladas, nos garantizan los alimentos para disfrutarlos en nuestra mesa. Granos básicos, raíces y tubérculos, musáceas, frutas y verduras, carne bovina, porcina y aviar son parte de los productos que llegan a nuestros mercados, encarecidos por una endemoniada cadena de intermediación que, sin límites, se aprovecha de las condiciones de marginalidad en que se encuentran.

Cada año escuchamos que nuestra economía crece, que los niveles de producción agropecuaria se incrementarán con relación al ciclo anterior, que tendremos cosechas record, que los niveles de exportación de los principales rubros agropecuarios han crecido y que la generación de divisas proveniente de la actividad agropecuaria aumenta.

Si crecemos cada año, vale la pena preguntarse: ¿por qué no se logra mejorar las condiciones de vida en el campo? Nicaragua acarrea una deuda social con el campo, con miles de campesinos que viven precariamente. Esa deuda social impone prohibiciones injustas, que afectan las capacidades y las necesidades esenciales para el desarrollo personal y familiar. Esa deuda social viola sus derechos consignados en la Constitución Política y, desde el enfoque de derechos, se deben promover programas y proyectos para solventarla. Solamente con ese enfoque, sin exclusión, prebendas y clientelismo político, se logrará brindar oportunidades para desarrollar el campo y reducir el éxodo hacia las ciudades.


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Sábado, 18 de junio de 2011