La agregué como amiga en esa red social donde nos volvemos a encontrar con nuestros amigos de niñez y juventud, con antiguos compañeros de trabajo, con amigos y amigas de nuestros amigos, amigos “virtuales”, como se les llama. Su nombre me pareció conocido y compartimos sesenta amigos. Me llegó su petición de amistad y de inmediato me fui a su perfil; recorrí sus fotos y sus gustos.
“Una amiga más”, pensé. Con el correr de las semanas coincidimos en el chat y tomé la iniciativa de saludarla.
— Hola, ¿cómo estás? —escribí y di enter.
Pasaron los minutos y no contestaba. “Una mal educada más”, pensé y entré a los diferentes grupos a echar un vistazo en busca de algo novedoso. En Noticias de Bluefields leí sobre el acontecer de esa ciudad. En ello estaba cuando “pluump”, sonó la compu.
— Hola, mi amor —escribió.
— Hola guapa —respondí.
Eso de “mi amor” me puso inquieto, como atolondrado. Igual a un niño travieso a punto de cometer una fechoría bajé el volumen para reducir el “pluump”, por si las moscas.
— Sos un gran bandido, me dejaste esperando toda la noche —respondió.
— ¿Cuándo?, no puede ser, nunca te haría eso —escribí inquieto.
— Seguro que tu mujercita no te dejó salir.
— No digas eso —contesté.
— Es una mal educada, vieras lo que dice de mí —escribió.
“Debe estar confundida”, pensé. “Con alguien me confunde”, pero decidí seguir la conversación. Nuevamente el “pluump”, menos escandaloso.
— Quiero verte, no sabes lo mucho que añoro tu aroma.
— Es el desodorante.
— No, mi amor. Ese olorcito tuyo no se me pierde, lo estoy sintiendo en el aire.
— Como tan así. Estás exagerando.
— Esa mezcla de tabaco y colonia me eleva por los cielos, mi amor.
— Umm, creo que estás confundida.
— Tus besos, tus caricias, eso es lo que me tiene confundida.
Excitante estaba el chat. Ya iba por el quinto cigarrillo, cuando de pronto entró mi hijo Ronald a la oficina. “Ajá, estas chateado”, dijo. “Esta jaña está confundida”, respondí. Se acercó para ver con quién chateaba y me dijo: “Papá, estás en mi página de perfil”. “Ideay, ya te he dicho que no uses mi computadora”, respondí. Inmediatamente salí de su página, entré a mi perfil y ella seguía conectada.
“Voy a seguir chateando con ella”, pensé y comencé nuevamente.
— ¡Hola, guapa!, ¿sigues allí?
— Hola, Don Ronald, ¿Cómo amanece?
— Bien gracias y vos.
— Aquí, en el trabajo, me saluda a su esposa, tengo que irme. Adiós.
Los cinco minutos de ese chat equivocado me dejaron pensando en las confusiones que se cometen diario. Por ello mi hijo se compró una mini laptop y yo le puse contraseña a la mía. Si usted se conecta en un ciber café, cierre su perfil y no permita que se guarde su contraseña. Siempre la busco, ¡cómo quisiera que continuara confundida!
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Jueves, 30 de junio de 2011