Estaba haciendo las rutinas del día; sacudiendo, limpiando, acomodando sillas y lampaceando, cuando uno de mis clientes entró al salón y pidió un café. Lo serví con esmero y pregunté: “¿hoy te vas?”. “¡Sí, pero más tarde!”, respondió. Mientras él saboreaba, continúe en mis quehaceres. Antes de concluir, se aparecieron varios jóvenes conocidos que se dirigían a saludarme entusiasmados y luego se presentaban con él. Descubrí que acudían a una entrevista de trabajo; sin querer escuché cada una de ellas y recordé algunas de las que he tenido.
Crucé la calle lodosa dirigiéndome a una caseta esquinera y me encontré con ella. Nos saludamos como viejos amigos. Quince días antes habíamos organizado el I Encuentro del Sureste de Nicaragua, promovido por la Comisión Municipal de Defensa del Medio Ambiente en conjunto con la alcaldía municipal, organizaciones no gubernamentales, proyectos de cooperación externa e instituciones del Estado. Tratábamos de establecer coordinaciones entre los gobiernos locales de El Almendro, Muelle de los Bueyes, El Rama, El Castillo, el gobierno regional de la RAAS e INIFOM con el fin de buscar alternativas de solución a múltiples problemas: despale indiscriminado, penetración espontánea y asentamiento de campesinos en la reserva biológica Indio–Maíz; baja inversión en educación, salud, infraestructura productiva y vial; bajos niveles de producción y productividad en las actividades agropecuarias, inestabilidad jurídica y territorial de los municipios de Nueva Guinea, El Almendro, Muelle de los Bueyes y El Rama, entonces adscritos a la Región V. El encuentro fue catalogado como exitoso, aun cuando los problemas debatidos perduran.
La primera vez que nos vimos fue en ese “encuentro del sureste” y me comentó, luego de preguntarle sobre su visita a Nueva Guinea, que buscaba a una persona para contratarla como oficial de proyecto en la organización internacional que representaba. “No busques mucho, aquí estoy”, le dije y sorprendida me solicitó el currículum vitae. “Dos de tus amigos aspiran al puesto”, dijo al despedirnos. Un mes después ocupé el cargo hasta culminar como coordinador de proyecto por catorce años.
La segunda entrevista de trabajo que tuve fue en la misma organización que buscaba un director a nivel nacional. En el año 2004, luego de diez años de trabajo impulsando un programa de desarrollo rural, se realizó una evaluación de impacto al mismo. Los resultados encontrados, con aportes de participantes, líderes comunitarios, organizaciones socias locales, gobierno local, personal involucrado y no involucrado, fueron un ejemplo de buena gestión, impactos tangibles y retos alentadores de cara a la sostenibilidad y continuidad de la intervención. La directora de ese entonces, una joven española, tenía vencido su contrato y se abrió la convocatoria a nivel internacional y nacional con la oportunidad para trabajadores de la organización. “Postúlate, vos tenés los meritos y el conocimiento para desempeñar el cargo”, decían mis compañeros de trabajo. Y lo hice porque en ese lapso había visto desfilar a cinco directores, ninguno de ellos nicaragüense, que dejaban mucho que desear en su gestión.
Un mexicano me hizo la entrevista. Nos conocimos en el año 2000 y en varias ocasiones había realizado visitas de campo al proyecto. Media hora después de la hora acordada permanecía en la sala de espera ante las miradas expectantes de los compañeros de trabajo de la oficina nacional. Salió varias veces a la sala de conferencias mientras hablaba por teléfono. Los minutos se me hacían eternos, hasta que la secretaria dio el aviso de que podía pasar a la oficina que siempre frecuentaba sin solicitar permiso para dialogar sobre el programa nacional. El trato recibido fue descortés, nunca levantó su mirada, permaneció haciendo círculos con un lapicero en su cuaderno de apuntes, no preguntó sobre mis motivaciones para desempeñar el cargo. “Eres el único de los coordinadores que se ha postulado”, dijo e indicó que una funcionaria de nacionalidad Boliviana haría la entrevista a la que me negué. Sorprendido insistió que se debía llenar el requisito y dos meses después fue presentada la nueva directora, una venezolana que despidió a más del ochenta por ciento de los trabajadores, todos nacionales; hoy la organización tiene juicios laborales en diferentes departamentos del país.
Los argumentos que escuché de los jóvenes entrevistados me parecieron sublimes, fantásticos y hasta cursi. El comportamiento del entrevistador fue ameno, enjuiciado y hasta cierto punto contemplador. Ojalá un día la entrevista de trabajo deje de ser un momento estresante en el transcurso de la vida laboral y que las organizaciones internacionales se den cuenta y reconozcan que los nicaragüenses podemos desempeñar los cargos de dirección con mayor motivación y compromiso que un extranjero.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Viernes, 13 de enero de 2012