No te preocupes si no la tienes, somos varias centenas de millones los que estamos en la misma situación. Desde que venimos a este mundo, desde el momento que damos nuestro primer grito, debemos lidiar contra la adversidad aunque nos pongan todas las vacunas existentes.
Crecemos en diferentes ambientes; además de los genes que heredemos de nuestro padre y madre, los cromosomas X y Y, el entorno en que nos desarrollamos nos marca para siempre. Ese entorno ha sido creado por otras personas mediante sus ideas, sus sueños, sus deseos, sus vicios, sus rencores, sus conflictos, sus mañas, sus empresas y sus leyes.
Nos envían al colegio para que nos eduquemos, es decir, para que nos eduquen en el marco de una realidad predominante que responde a intereses ajenos a los que debemos adecuarnos para vivir en “sociedad”. Los que tenemos la posibilidad vamos a la universidad, cursamos una carrera y desde temprano debemos trabajar. Muchos descubren el amor en esa etapa y adquieren compromisos con esperanza en el incierto futuro.
El trabajo nos absorbe y por él dejamos las cosas importantes. Nos damos cuenta que debemos tener una casa y todo lo necesario: desde la cama hasta los electrodomésticos. “Tenemos que ahorrar”, asumimos el compromiso con nuestra pareja y pasamos la mitad de la vida haciéndolo, hasta que nos damos cuenta que solamente con un crédito hipotecario podremos lograrlo. “En veinte años será tuya” y nos vemos a futuro envejecidos. Acudimos alegres al crédito fácil, “la cédula basta” y nos enjaranamos. Se te jode la computadora, el televisor y cuando reclamas la garantía te regresan lo mismo pero refaccionado, se te vuelve a joder y en un “dime que te diré” salís perdiendo: te han estafado.
Nos despiden del trabajo, cierran la empresa porque fracasó, porque el jefe o la jefa “me tenía entre ceja y ceja”, porque no soy militante, porque no soy sapo y miles de por qué. El mundo se te viene encima, la mujer ya no te aguanta, “sólo vivís bebiendo guaro con tus amigotes”, te deja de querer, ya no es la misma, te abandonan aunque estén a tu lado y, en la mayoría de los casos, un día te das cuenta que se fue con el que menos esperabas. ¡$#()?/&%!
Piensas en los amigos, “fulano me puede ayudar, mengano me va a dar la mano” y te inventas fantasías que se desvanecen cuando los buscas. Por sobrevivir te metes a cualquier cosa, a vender de todo, hasta los zapatos y la ropa que ahora no te queda. “Ni modo, me tengo que ir”, te pones a pensar en tus hermanos, tíos y primos, aquellos que se fueron para la yunai o a la tica y alzas vuelo de la forma que puedas. ¡Malditos!, “me sacan el unto”, “ya me quiero ir”, te seguís quejando. Desde allá vivís añorando el gallo pinto, el bacanal con los broderes, la samotana, el tululu y el crab soup. Y si te fue bien, si lograste juntar unas cuantas lapas verdes, construís castillos en el aire: “ahora sí, voy a comprar un terrenito para hacerme la casita”, “voy a poner un negocito”, “una finquita, eso es, para tener una vaquitas” y, mientras decides venirte, desde allá buscas ayuda para ir avanzando pero al final te salen dando vuelta. Para remate, cuando apareces enmaletado, tenés que estar ojo al Cristo porque en el desaduanaje hacen brujerías: de cien artículos sólo te vinieron cuarenta.
Cuando estás en las últimas, cuando has envejecido, cuando nadie te quiere dar pegue por “viejo zorro”, cuando ya no aguantas, vuelves a sacar cuentas y te pones a pensar en la jubilación, si es que has cotizado las famosas setecientas cincuenta semanas; no te hagas ilusiones porque ni esas tienen garantía. Y si se murió tu abuela o tu papá sin testar y estás pensando en que puedes reclamar algo, no te entusiasmes mucho porque puede ser que ya tenga otro dueño.
Nada en la vida tiene garantía, nada es seguro; ni la casa, ni los electrodomésticos, ni los realitos que depositaste en el Banco, ni el juramento para toda la vida. “Seguro lo comido”, así que disfrútala mientas puedas porque, así como venimos, así nos vamos.
Ronald Hill A.
La Colina
Domingo, 03 de junio de 2012