La economía doméstica tiene un
peso significativo en la economía global del país por la magnitud de la fuerza
de trabajo que ocupa y las necesidades básicas de la población que satisface.
En ella se realiza habitualmente una importante cantidad de trabajo productivo
y se efectúa una insustituible contribución al desarrollo. De ella se han
ocupado muy poco los economistas debido a que las familias suelen ser
consideradas como unidades de consumo, y no de producción de bienes y servicios
y de reproducción de factores económicos.
La economía doméstica no es tan
pequeña como aparece en las estadísticas y cuentas nacionales, pues una parte
relevante de su producción está orientada al autoconsumo o se distribuye por
los canales de la llamada “economía informal” que no deja registros
susceptibles de su apropiada cuantificación. Es por esa falta de reconocimiento
que podemos hablar de la “invisibilidad” del trabajo doméstico autónomo, lo que
se explica básicamente porque su producción no tiene expresión monetaria y, por
ello, la dificultad para cuantificarlo y apreciar su magnitud.
El reconocimiento del trabajo
doméstico como verdadero trabajo ha tenido lugar a partir de los intentos por
valorizar el trabajo de la mujer en el hogar y en función de reivindicar ciertos
derechos asociados a dicho trabajo. Determinada la actividad del trabajo
familiar, se procede a valorarla con base en los precios que tienen en el
mercado bienes y servicios similares (cocinar, limpiar, lavar ropa, hacer
compras, atender a los menores y a los ancianos, etcétera).
En la valoración del aporte de la
economía doméstica al desarrollo del proceso de producción hay que considerar,
además del implicado en la producción de bienes y servicios, el que corresponde
a la producción y reproducción de factores económicos. Gran parte de los
ingresos de las familias es destinado, a través de los gastos de alimentación,
salud, educación, cultura y recreación,
al mantenimiento y expansión de las capacidades laborales, de los
conocimientos técnicos y de los valores de integración social y comunitaria.
Aunque la parte de los ingresos familiares destinada a estos fines sea
considerada habitualmente como “gastos de consumo”, si se analiza bien se trata
en muchos casos de verdadera inversión productiva.
La magnitud y diversidad de la
economía doméstica difiere según los contextos y niveles socio-económicos. La
contribución que hacen en la satisfacción de las necesidades es mucho mayor en
familias pobres que en aquellas de nivel medio y alto donde muchas actividades
que tradicionalmente eran efectuadas por los integrantes de la familia suelen
ser realizadas por trabajo externo contratado: empleadas domésticas,
jardineros, vigilantes, choferes, etcétera.
En décadas y años recientes es
notoria la realización de actividades que antes se desplegaban en términos
mercantiles. En ese sentido, algunos fenómenos inciden en una ampliación de los
espacios de la economía familiar: los altos niveles de desempleo, empleos de medio tiempo, el desarrollo
tecnológico que ha llevado al seno del hogar un conjunto de máquinas
electrodomésticas y electrónicas que prestan servicios eficientes y facilitan
el trabajo, el desarrollo de los medios de comunicación, la computación y la
informática que abren formas de trabajo que pueden ejecutarse sin necesidad de
salir de casa, la difusión del bricolaje o “hágalo usted mismo”. Además, están
en curso ciertos cambios culturales que alteran los roles de los sexos y las
generaciones que en alguna medida amplían las actividades productivas domésticas.
¿Existen posibilidades de
expansión y perfeccionamiento de la economía doméstica que eleven sus niveles
de productividad? La fuerza de trabajo está constituida por personas que no
tienen empleos formales y por el uso de tiempos excedentes respecto a los
requerimientos del trabajo asalariado. Los medios materiales que se utilizan
–la casa, los artefactos, las herramientas y otros implementos– tampoco pueden
ser utilizados industrialmente. Los conocimientos tecnológicos, las capacidades
organizativas y el financiamiento constituyen un aporte adicional que las
familias hacen a la producción. Existe reducción de costos (transporte,
transferencia, distribución, publicidad) que no son necesarios y que determinan
que la economía doméstica sea económicamente conveniente en ámbitos crecientes.
El desarrollo tecnológico reduce el tamaño, el costo de equipos y aparatos para
uso productivo con grandes posibilidades de aumentar su productividad.
Otra posibilidad es el desarrollo
de una educación que vuelva a preocuparse por las necesidades de conocimiento y
formación requerida por la economía y producción doméstica. Pero lo más
importante es la necesidad de un cambio cultural que permita descubrir las
potencialidades de realización humana implicados en la recuperación de las
familias como comunidades de trabajo y vida, integradas
en barrios y comunidades dinámicas y en desarrollo.
22/10/2012