Ingresé al
barrio “el Canal” de Bluefields por un callejón. Un grupo de niñas y niños se
aglomeraban alrededor de un pozo comunal, reían y gritaban a la espera de su
turno para hacer girar la rueda de la bomba de mecate, mientras el agua se
escurría entre las cubetas por el delantal del pozo. Avanzando por el estrecho
andén sobresalían casas de madera construidas sobre tambo y un aroma marino,
costero, pesado. Repentinamente el recorrido se tornó en un interminable zigzag
hacia la bahía, cuyas aguas ennegrecidas se adentraban debajo de las casas en
las que flotaban botellas y bolsas de plástico; en los pequeños patios
sobresalían conchas de ostiones, regadas y amontonadas.
Un poco más al
fondo estaban ellos y ellas, sentados en cajillas de plástico frente al volcán
de ostiones, tomándolos con su mano izquierda cubierta por guantes viejos y con
la derecha sosteniendo un cuchillo que velozmente los abría, raspando la concha
interna color nácar, extrayendo la carne y depositándola en pequeños
recipientes llenos de agua azulada. Desde la estructura de madera de una casa
inconclusa, separándonos el andén, me senté a observarlos, disfrutando su
pericia y el aroma que el intenso sol mañanero evaporaba.
Recordé a dos
negros creole que en el pasado lo hacían: Brooks y la Melá. Ahora son mestizos,
mujeres, hombres, la mayoría adolescentes. “Desde que tenía ocho años los
pelaba, sigo haciéndolo ahora que tengo veinte”, dijo Modesta Dormus como
respuesta sobre el número de personas que se dedican a la actividad. Trabajan
en seis grupos compuestos por cinco personas cada uno y, en promedio, cada
grupo les compra a los pescadores diez canastos cada dos días.
En la bahía de
Bluefields, los bancos de ostiones más importantes se localizan en la parte
norte, cerca de Halfway Cay y al sur de Rama Cay, a menos de un metro de profundidad durante la
bajamar. Entre ellos, los más importantes son Bella Vista, Santa María, Coco
Cay, Halfway Cay, Hone Sound, Punta de Lora y Cayo Wanu. Tradicionalmente los
pobladores de Rama Cay, los Rama, principalmente mujeres y adolescentes, viajan
a los bancos en cayucos llevando de una a tres personas. Los cayucos llevan
velas hechas de tela o plástico negro. Las pescadoras calzan botas cortas o
sandalias, ambas de goma, mientras que sus manos pueden ir con guantes o
descubiertas. Caminan en los bancos con el agua hasta los muslos o la cintura,
recogen los ostiones con sus manos y los depositan en los cayucos. Al regresar,
descascaran lo suficiente para alimentarse con esa fuente de proteína animal y
el resto lo venden por canastos.
“A veces alquilamos cayucos para
pescarlos”, explicó Modesta. “Es pesado, nos cuesta sacarlos casi todo el día”,
agregó. Obtienen un litro de ostión por cada canasto (30 kilogramos). La carne
de ostión es lavada en panas de plástico y luego depositada en bolsas del mismo
material con las que abastecen a comerciantes del mercado municipal y
vendedores ambulantes que los ofrecen por las calles de la ciudad. Ellos los
envasan en botellas de plástico de un litro o un galón que les solicitan
propietarios de restaurantes y bares, o vendedores que a su vez los ofrecen en
el muelle o en el aeropuerto a 150 córdobas el galón.
“¿Y las conchas?, ¿qué hacen con
ellas?”, pregunté. “Con ellas nos ganamos la bahía y con la carne la vida”,
expresó Modesta sonriente. En los alrededores, los tambos de las casas están
cubiertos de conchas de ostión y los andenes de acceso a las casas son
construidos con ellas. “Es un buen abono, ¡miré!, ¡miré estos chiles de
cabro!”, dijo mostrando los sanos y florecientes arbustos plantados a la orilla
de las gradas de su casa. “A veces vienen compradores de concha, vendemos el
saco a 18 córdobas, hacen cal, pero la mayoría la usa para hacer rellenos en
los patios o andenes”, agregó mientras cerdos, patos y gallinas se alimentaban
de los residuos amontonados, todavía húmedos, como aves de rapiña. Al verlos, pregunté:
“¿quiénes los apoyan?”, “nadie, nadie, sólo nuestras piernas y manos”,
respondió Modesta.
Luego de conversar con Modesta y los
chavalos que pelaban ostiones seguí caminando hasta el pequeño muelle del
barrio “el Canal”. Observando el horizonte en dirección a Punta Masaya y Rama
Cay, recordé a la Melá despidiéndome en el muelle municipal con un galón de
ostiones en sus manos y sus palabras: “no seas pinche, vieras lo que cuesta”.
Ronald Hill A.
Miércoles, 07 de noviembre de 2012