jueves, 28 de marzo de 2013

TORTA DE AYOTE


Un día de estos mi mujer hizo una Torta de Ayote. Le obsequié una rebanada a un amigo y, al día siguiente, me dijo: “Quedó maravillosa, una delicia”.  Días después me obsequió varios ayotes cosechados en su finca y ella le preparó dos tortas. El Ayote es conocido como calabaza y su nombre científico es Cucurbita argyrosperma. Por lo general se consume como un ingrediente más en diversos tipos de sopa o en miel. Aquí te doy la receta para que hagas tu Torta de Ayote.

INGREDIENTES:

5 libras de Ayote.
1 libra de harina.
3 libras de azúcar.
1 lata mediana de leche evaporada.
1 barra de margarina.
2 tazas de leche de coco.
1 cucharada de nuez moscada rayada.
1 cucharadita de sal.


PROCEDIMIENTO:

Cortar el ayote, sacarle toda la pulpa y separar las semillas. Lo pones a cocer y luego, en una pana de tamaño mediano, le agregas el resto de los ingredientes mientras lo vas batiendo. Cuando la mezcla está uniforme lo pones en el sartén y lo metes al horno a una temperatura de 180 grados centígrados.  El tiempo de duración depende del horno, pero en promedio con una hora y media basta. No te confíes, tenés que estarlo probando con un tenedor. Cuando mires que esta doradito y sientas un aroma exquisito es seña que ya está.

¡Anímate!, ¡hace la Torta de Ayote! Te va a encantar. Aprovecha las Semana Santa para endulzarle el paladar a la familia. 

martes, 26 de marzo de 2013

EL DIARIO DE LUISA (2)


Martes, 26 de marzo de 2013

Todo ha terminado, aunque para mí es el inicio. El futuro que me espera es incierto, ¿hasta cuándo podré sanar las heridas? Espero con ansias despertar liberada sin esta manía de las malditas pastillas, sin ahogarme hasta desfallecer entre latas y botellas de cerveza, sin despertar aturdida, sin percibir su aroma en la almohada, su figura grabada a mi lado. Es un largo camino, pero al final… al final... ¿qué? No quiero regresar a lo mismo… no puedo ceder a mis impulsos: una mirada, una sonrisa, una caricia de manos… debo controlarme. ¡No más salidas desenfrenadas! ¡No responderé nunca más sus mensajes seductores! La tentación siempre ha sido mi mayor enemiga.

7:00 a.m. Lo digo y se cumple: dos llamadas al salir de la ducha. Primero Diyenia, con su frescura de siempre, dándome ánimos, carcajeándose; al escucharla pareciera estar a mi lado, ¿se ríe de mí?... “¿Qué pasó loca?, la gira es a Bluefields por la carretera, nos vamos el jueves y regresamos el domingo, alista la tanga que vamos de cacería, tenés que probar la leche de coco, ¡jajaja!, anímate”. Segundos después, Zahaira, al menos ella con su dulzura me pregunta “¿cómo amaneciste?, ¿ya desayunaste?”, pero vuelve a lo mismo, a tentarme, a provocarme: “¿qué vas a hacer?, nosotros nos vamos a la finca, vinieron mis primos de Costa Rica, Julián te va a encantar, es un amor, un caramelo, lástima que seamos primos, si te parece lo llevo por la tarde a tu casa para que lo conozcas, ¡anímate!”.

Animarme, anímate, eso nada más. Una sonrisa, una mirada esquiva y vuelvo a lo mismo. Tengo que controlarme. Si pudiera gritar mis penas, un consejo neutro me vendría como anillo al dedo.

viernes, 22 de marzo de 2013

UNA PARTÍCULA DE POLVO EN EL UNIVERSO


Sé que lo recuerdas vagamente, pero si te esfuerzas y te concentras puedes recorrer las profundidades de tu mente, apartando imágenes que te distraen, enfocándote como cuando lo haces para conducir de noche bajo la lluvia o con neblina densa.

Si lo logras, te darás cuenta y tendrás las respuestas para explicarte ese estado que te mantiene en sosiego, distante, enojado, explosivo; descubrirás que la decisión fue tuya, de nadie más. Es difícil admitirlo, siempre has buscado culpables, pero ¡basta!, debes enfrentarlo, nadie más que vos te llevó a estas circunstancias; ni ella, tu madre.

Tu madre que te acurrucaba en sus brazos, susurrándote palabras de ternura, pendiente de tu llanto cuando te sentías incómodo en la cuna por un ruido que desconocías y corría desesperada a tu lado dejando sus quehaceres porque eras lo más importante del mundo; al verla con tus ojitos chispeantes de alegría, le regalabas una sonrisa, balbuceabas cosas inexplicables que sólo ella comprendía y se llenaba de dicha. Ella te enseñó a hablar de poquito en poquito; un día dijiste “ma..ma” y sus ojos se llenaron de lágrimas porque comprendió que el vínculo crecía, se intensificaba en el mundo exterior que, con esmero y según sus posibilidades, había construido para vos.

Tampoco él, tu padre. Tu padre que te hablaba con su ronca voz y, para semejarse a la de ella, para no confundirte, para complacerte, te decía las cosas en diminutivo, achiquilladas; cuando te levantaba de la cuna sentías la fuerza de sus brazos por la sacudida que te daba al apartar el mosquitero. Por su tacto, fuerza y voz, comprendiste que era diferente a ella y poco a poco notaste que se ausentaba; te dejaba solo con ella, pero tras cada regreso intuitivamente te diste cuenta que era tu padre porque que ella te lo susurraba, hasta que un día dijiste “pa…pa”; los dos se convirtieron en los seres más dichosos de este mundo y vos en el ser más querido. 

Así, poco a poco, fuiste creciendo. Te convertiste en el centro del firmamento para tus padres, tus abuelos, tus tíos y tías. Los buenos vecinos visitaban a tu madre para conocerte. Ella te protegía, evitaba que te vieran así, indefenso, frágil por el mal de ojo que pudieran darte; para impedirlo te puso una pulserita en la muñeca con ojales rojos y negros. Cuando diste los primeros pasos, ellos te tomaban de la mano al estar gateando, te acordás cuando lo hacías, te enseñaron a gatear porque vos lo hacías de nalga y aprendiste que era con las manos y las rodillas. Repentinamente, te dejaron solo y caminaste tambaleándote, caíste una y otra vez hasta que lo lograste; un día corriste comenzando a hacer zanganadas, derribando todo a tu alcance, mientras ellos alardeaban sobre lo inteligente, inquieto y ágil que eras. 

Quizás fue un poco más tarde, en la escuela o en el barrio, cuando te diste cuenta que no eras el centro del firmamento, que habían otras estrellas que brillaban a tu lado, que eras uno más del conjunto, una partícula de polvo que comenzaba a levantarse con el viento. Llegaste a la Secundaria, te enamoraste locamente, te emborrachaste de nostalgia, mirabas la vida con ojos de soberano al que todos deben rendirse a sus pies. Allí fue cuando todo comenzó: la primera desilusión, el primer fracaso; añoraste la cuna llorando y balbuceando como en esos primeros años. 

Todo el mundo a tu alrededor se desmoronó cuando te fuiste lejos abandonado el nido como ave peregrina; ahora que lo recuerdas te llenas de nostalgia. Añoras todo, a tus padres, tus coquetos abuelos, a tus hermanos de vez en cuando porque no han sanado las heridas del pasado, a tu barrio de la infancia. Cuando miras las fotografías que nadie te regaló, esas que son parte de tu herencia, suspiras derramando lágrimas al verte ante el espejo, escudriñando rasgos de ellos en tu rostro envejecido por el rencor de la soledad aunque ella, tu compañera, trate de llenarte con amor y compañía. 

No eres capaz de confesarlo, lo rehúyes, lo digieres sin decírselo a nadie y explotas desquitándote con todo, con el maldito trabajo, con la situación de tu pueblo; no haces nada más que escupir llamaradas de odio que poco a poco te van destruyendo. Lo haces sin razón, sin causa. Te vas identificando con otros semejantes que se han confundido en el camino porque tomaron el sendero equivocado, ese que te ha llevado a maldecirlo todo, a no encontrar el sosiego porque muy dentro de vos sabes que sos culpable. Por eso vivís pendiente de todo lo que pasa, tirando piedras destructivas, escondiendo la mano como los cobardes: sos incapaz de proponer sin tratar de sacar ventaja y el mundo alrededor se achica como el de los náufragos al sacar el agua del barco azotado por la tormenta. 

No vale la pena morir de esa manera. Entra en las profundidades de tu ser, descubrí las causas y lograrás superarlo porque te darás cuenta de que al final no eres más que una partícula de polvo en el universo. Si lo haces, trata de volver a gatear, si caes estoy seguro que te volverás a levantar diferente.

21 de Marzo de 2013.

miércoles, 20 de marzo de 2013

MI CASA NO ES MÍA


Llevaba semanas diciéndolo, susurrándolo a mi alrededor como gotas de agua al caer sobre  las orquídeas en el verano, repentinamente se cansó, quizás pensó que debía convencerme de otra manera y una mañana dijo: “yo pongo la pintura, ya”. Hacía dos años había pintado la casa y, cada seis meses, lavado el cielo raso y las paredes exteriores por el moho que se acumula en estas condiciones de extrema humedad. 

Primero fumigaba con una bomba de mochila llena de agua clorada —eso lo aprendí en Utila o quizás en Bluefields—, luego con una escoba de plástico zambullida en un bidón de agua con detergente restregaba por tramos y con una manguera a presión escurría el cloro y el detergente para, finalmente, secar con toallas viejas. Las paredes y el cielo raso quedaban impecablemente blancos. Con el paso del tiempo la pintura blanca fue cediendo, poniéndose, en ciertas partes, opaca y eso a ella no le gustaba.

Así que me puso “en tres y dos”, comenzamos a pintar la casa. Una semana completa de mover y remover muebles, cuadros, fotografías, cortinas, mesas de noche, ropero, televisores;  paciencia, mucha paciencia porque el muchacho que me ayudaba falló dos veces en su compromiso. Al pintar la sala y el pasillo con pintura de aceite mezclada con el diluyente, el olor era insoportable, desesperante, de día y de noche tenía que dejar las ventanas en pampa.

Al decidir cuál de los cuartos pintar primero, sin dudarlo dijo “el mío”. Viste, el de ella, no dijo el de nosotros, “el de ella”. Pero el cuarto es babosada, la casa es de ella, el control de tele también porque pelea para ver la telenovela y sólo me quedo pensando en los años que pasé trabajando para hacer “mi casa” que ahora resulta siendo de ella. 

Por la noche, después que “su cuarto” fue pintado, le pregunté: ¿dónde vamos a dormir? “En el cuarto de Ronalito”, dijo. Ves, ese sí tiene dueño con nombre y apellido. Al día siguiente pintaron el cuarto de Ronalito y al preguntarle lo mismo respondió: “en el cuarto de Aster”. Te fijas, todos tienen dueño. Y si hubiera seguido preguntando me hubiera dicho: “En el cuarto de Emiljamary”.

Ya terminamos de pintar. Por las tardes, sentados enfrente, bajo la sombra de los árboles de caoba que refrescan estos calores, la veo que de reojo vuelve a ver la casa que luce como nueva, “su casa”. 

EL DIARIO DE LUISA


Domingo, 17 de marzo de 2013

115 libras (demasiado flaca, ¿Por qué?).
¡Espinillas en el rostro!
Mesa de Noche (Cigarrillos, cenicero lleno, cinco en la cajetilla y pastillas para dormir… dos. Farmacia, ¡Farmacia!).
Cama (sábanas blancas impecables).
Mesa (latas vacías de cerveza).

7:00 a.m. No lo puedo enfrentar, duele demasiado, ni siquiera en las largas horas que paso en el trabajo dejo de pensar en él, deseo verlo una y otra vez más. ¿Qué diría si me viera así, tan delgada, escurrida? Mejor ni lo pienso. No deseo hacer nada para las vacaciones, sólo quedarme abandonada en la casa, acomodada en el sofá viendo los clásicos de Semana Santa, el sufrimiento desgarrador que me ahoga, con una pana llena de mango, jocote y papaya en almíbar. Debería vestirme de luto para asistir a la iglesia porque ni los ríos ni las playas dejarán que piense en la semilla que sembró en su vientre. Serán unas largas vacaciones en la soledad de mi casa, acompañada por cervezas, iguana con huevos en pinol y  almíbar. Necesito unas libritas de más para enfrentarlo con fuerzas y superarlo cuando comiencen las lluvias como lo hacen en Bluefields con el Palo de Mayo.


viernes, 15 de marzo de 2013

SER ABUELO


Ser abuelo
es recorrer senderos
de múltiples colores.
Ser abuelo
es sanar viejos pesares
de largos derroteros.

Ser abuelo
es llenarte de alegría.
por risas y abrazos.
Ser abuelo
es florecer cada día
cubierto de inocentes gozos.

Ser abuelo
es encontrar la dicha
al final del viaje.
Ser abuelo
es levantar la antorcha
y enfrentar la vida con coraje.

Ser abuelo
es sentir un revoloteo
en el corazón.
Ser abuelo
es levantarse sin razón
demostrando alcahueteo.

Ser abuelo…
Ser abuelo es deacachimba.

miércoles, 13 de marzo de 2013

HAY NUEVO PAPA


No divulgaras lo debatido, si lo haces vas a ser excomulgado. Vestidos elegantemente, con su gorrito rojo y todas las comodidades, sin excepción, lo juraron. Tu imaginación es maravillosa, no es necesario que lo digan. Pero no te equivoques, no pienses que se preocupan por tus problemas cotidianos, por el futuro incierto de tu familia, por el pan nuestro de cada día: el gallo pinto, la tortilla y la cuajada. Si lo estas pensando, sos ingenuo.

A ellos les interesa mantener inalterado el orden de las cosas, el status quo, su poder sobre la faz de la tierra. No es tanto lo divino, son las influencias y el dinero para pagar las innumerables demandas que florecen en los cinco continentes contra clérigos pederastas, que como espinas en la sien, les quita el sueño.

Y luego de echar el humito blanco, todos juraron lealtad. Y los espectadores, se regocijaron como si las cosas cambiarán. Y más aun, de este lado del planeta, por el hecho de que un latinoamericano surge como Papa, que guarda muchos secretos a sus fieles, florece la esperanza, nada más, nada nuevo.

“Hay nuevo Papa”, le dije. “No me interesa, es un hombre como todos los demás”, respondió ella. “Pero vos siempre rezas el Rosario”, la incité. “A la Virgen, sólo a ella, a nadie más, mucho menos a un hombre”, aclaró.

viernes, 8 de marzo de 2013

EL EMBRUJO DEL SALÓN ROSADO


Por el ir y venir festivo de sus habitantes sobre la calle central, la ciudad de Bluefields se llenó de vida al caer la noche. Las rachas de viento provenientes de la bahía se filtraban entre los callejones golpeando las paredes de los edificios de madera, enfriando sus calles de asfalto que durante el día se derretían ante el inclemente sol caribeño, provocando saludos eufóricos entre los transeúntes, ansiosos por compartir los acontecimientos del día alrededor de una mesa.

Madson se detuvo pensativo frente a la esquina de Erasmo. A las seis de la tarde, luego de escuchar las campanadas de la iglesia católica, aseguró el cayuco subiéndolo a la playa rocosa, guardó redes, vela y los canaletes en su casa ubicada en el extremo sur de la punta de Old Bank. Bajó de prisa las gradas de la cocina, entró al baño de madera descubierto y se duchó con varias panadas de agua. La noche se mostraba radiante y, al levantar la mirada, observó dos estrellas fugaces que caían sobre la bahía en dirección a Rama Cay. Se vistió, tomó una cubeta de camarones y se encaminó de prisa hacia el hotel Crawdel para abastecerlo de mariscos. Ahora, en la esquina, buscaba entre el gentío a su amigo Rodney.
           
Desde la acera de enfrente escuchó los cortejos de Cuabná dirigidos a una dama que salía de la tienda “Los mejores precios”; “¡Mamacita!, ¡qué palo de hembra!, ¡estás riquísima!”, mientras cruzaba la calle. La mujer, evitándolo, aceleró el paso asustada en dirección hacia el cine Variedades. “Qué hermosas nalgas, mejores que las de tu mamá”, gritaba Cuabná resentido y temblándole la mano izquierda impedida a nivel de la muñeca porque la mujer lo ignoraba. Desde la esquina, Madson observó con mayor nitidez el río de gente que circulaba en dirección a Wing Sang y entre el tumulto distinguió a Rodney que se acercaba como nadando contra la corriente.

    ¿Qué hacemos? —preguntó Rodney al darle la mano.
    Bebamos cervezas —respondió Madson.
    Vamos al Tropical —planteó Rodney.
    Hace media hora pasé por allí. Mejor quedémonos aquí cerca —propuso Madson mirando hacia el lado del “Salón Rosado”.
    Todos los lugares son iguales —dijo Rodney convencido y caminaron hacia el sur de la esquina de Erasmo por la avenida Patterson.

Madson entró primero a “El Rosado”, popularmente llamado así por sus clientes. Desde la puerta observó la única mesa disponible y comprobó la hora en su reloj de pulsera. “No son las siete y está lleno”, le dijo a Rodney;  se dirigieron a la mesa que les mostraba con cortesía King Chea, el dueño del salón, con una sonrisa que agigantaba los ojos negros achinados de su cara solar.

    Que quelel pala tomal —pregunto King Chea, de pie frente a ellos.

Las palabras de King Chea se confundieron con las voces, murmullos y carcajadas de los clientes. El salón del chino era el más popular de la ciudad aun cuando tenía de vecinos cercanos negocios similares, entre ellos a la Vilma Rojas, el Sesteo y la cantina de Bortey Smith. Sus clientes eran personas de diferentes estratos sociales —médicos, abogados, marinos, políticos, comerciantes y todo aquel que pudiera pagar sin importar el color de su piel— que degustaban platillos chinos —chop suey, chow ming, arroz chino y sopa de tallarines con pollo o camarones que con esmero preparaba King Chea y agasajaba a sus clientes con bocadillos de entrada—, tomaban cervezas y ron, y escuchaban la buena música de su roconola.

    Dos victorias —ordenó Madson y el chino se retiró en dirección a la barra.
    ¿Cómo estuvo el día? —preguntó Rodney.
    Bien, vendí todos los pescados y la última cubeta de camarones la pasé dejando por el hotel Crawdel. Me gané cien pesos.
    ¿Y a vos, cómo te fue?
    Hice tres viajes al Bluff. Después de pagar la gasolina y el aceite me quedaron noventa.

El mesero regresó con las cervezas y King Chea entró a la cocina. Otros clientes cruzaban la puerta principal y salían decepcionados al notar que estaba repleto de gente. El aroma de los platillos chinos se colaba por la puerta de la cocina y, al mezclarse con el humo de tabaco, los vapores de alcohol y la cadencia de la música country, estimulaba el apetito de los presentes que disfrutaban su vida jocosa en ese ambiente iluminado por lámparas chinas rojas colgadas del piso de madera de la segunda planta donde el chino vivía, cuadros hechizos en las paredes con paisajes de su madre tierra y dragones que desprendían bocanadas de fuego, indiferentes a los problemas que aquejaban al país como náufragos a la deriva en la inmensidad del mar Caribe.

    Cuando me estaba bañando vi caer dos estrellas fugaces —comentó Madson.
    ¿Dos? —preguntó Rodney, empinándose la botella de cerveza hasta vaciarla.
    Sí, dos seguidas.
    ¿Dijiste las palabras mágicas?
    ¿Qué palabras?, ¿de qué hablas? —cuestionó Madson y le hizo señas al mesero, solicitándole dos cervezas.
    ¿No lo sabes?
    No. ¿Cuáles son?
    Siempre que veas estrellas fugaces tienes que decir “Dios bendiga mi vista”.
    ¿Y qué si no lo hago?
    Algo malo le pasará a tus ojos —respondió Rodney.
    Esas son pendejadas, creencias de los abuelos —afirmó Madson en el mismo instante que el mesero servía las cervezas.

En sus pláticas sobre lo cotidiano transcurrieron las horas. Las mesas de “el Rosado”, cubiertas de manteles del color de su nombre, se fueron vaciando y llenando nuevamente. El deguste de las cervezas les abrió el apetito a Madson y pidió para los dos el famoso chop suey especial que preparaba King Chea, quien atentamente, con su sonrisa y acento asiático, despedía y daba la bienvenida a sus clientes haciéndolos sentir como si estuvieran en casa.
           
Repentinamente las luces de las lámparas rojas se apagaron y la roconola enmudeció. King Chea peló los ojos, se asomó a la calle y comprobó que no se debía a interrupción del fluido eléctrico. Cruzó el salón en dirección a la cocina y notó que las luces estaban encendidas. Se dirigió al panel eléctrico ubicado detrás de la barra y, al abrirlo, las luces de las lámparas se tornaron intermitentes, provocando destellos rojos como si los dragones inundaran el salón con llamaradas de fuego.

    ¡¿Qué pasa?! —expresó Madson.
    ¡¿No sé?! —respondió Rodney.

Escucharon desde el lado de la cocina el ruido de platos, vasos, cuchillos, cucharones y peroles que caían en el piso junto a las latas de las despensas y vieron a la cocinera que salía corriendo despavorida al salón que volvía a iluminarse con un rojo intenso desprendido de las lámparas como si fueran a explotar.
           
Rodney y Madson se levantaron de la mesa al igual que el resto de los clientes y miraban pasmados lo que acontecía. King Chea estaba sujeto a la barra, inmóvil, asustado. El mesero se aferraba a él y cocinera gritaba en el centro del salón. Los cuadros hechizos junto a los dragones comenzaron a desprenderse de las paredes, las lámparas explotaron, los vasos, las botellas y las sillas de las mesas junto a los manteles comenzaron a volar, cruzando entre ellos hasta estrellarse contra las paredes y todos salieron corriendo horrorizados hacia la acera dejando vacío “El Rosado”.
           
Los transeúntes de la avenida, los clientes y propietarios de los negocios vecinos se aglomeraron frente a “El Rosado”. A Madson y a Rodney les temblaban las piernas y, en ese estado, Rodney lo culpaba por lo acontecido: “si hubieras dicho las palabras mágicas, esto no hubiera sucedido”, le decía.
           
King Chea entró temeroso al salón acompañado por varios clientes, revisaron todos los rincones —algún bromista debe estar escondido, decía el chino— hasta convencerse de que nadie había y que en realidad las cosas caían y volaban por el aire en forma misteriosa. Por tres noches seguidas el “Salón Rosado” permaneció embrujado. King Chea gritaba a sus clientes “¡un epílitu, habel un epílitu alecho!” cuando preguntaban por lo sucedido. El embrujo terminó hasta que fue recomendado a un “Obeah man” cuyos servicios contrató el chino. El brujo visitó el salón por dos noches en las que ejecutó ritos y ceremonias secretas que le pusieron fin al hechizo.
           
Por la ciudad corrieron rumores de que el embrujo del “Salón Rosado” fue pagado a una “Obeah woman” de Kakabila por uno de los dueños de negocios vecinos, pero esto nunca pudo ser comprobado. Desde ese día, a sus ochenta y cinco años, Madson recuerda claramente lo acontecido y siempre que observa estrellas fugaces desde su casa ubicada en la punta de Old Bank repite una y otra vez: “God bless my eye sight”.

Jueves, 07 de marzo de 2013

viernes, 1 de marzo de 2013

PEREGRINA DEL MAR


Camina altiva en la arena.
Sus huellas, huellas de niña, desaparecen por desplaye de olas.
Sus manos, manos heridas, sostienen dolor invisible de penas.
Su pelo corto, negro teñido, como gaviota al compás del viento quiere volar.
Su boca, boca marchita, muestra rebeldía de antiguas banderolas.
Sus ojos, café achinados, fulguran ante el azul intenso del mar.

Los pescadores han levantado redes y las canoas descansan en dunas de arena. Caminan en grupos dispersos en dirección a sus chozas, cargando racimos de riqueza marina. En la distancia la observan. Uno a uno, sin dudarlo, sin pensarlo, aporta un pescado hasta formar una piña para ella.

La conocen, lo saben, es su compañera, siempre lo ha sido, desde tiempos memoriales se quedó sola. Es la peregrina del mar, la que recorre solitaria la playa en los atardeceres, desvaneciéndose entre islotes como los rayos del sol.


Viernes, 01 de marzo de 2013