Tres hombres
estaban sentados en una banca de la catedral de Nueva Guinea y otros, quizás
unos doce, pegados unos a otros, limpiaban con cepillos metálicos el sarro de la
verja perimetral. El cielo gris les facilitaba su labor, sus rostros se
mostraban contentos y el ritmo de sus brazos, de abajo hacia arriba, desprendía
una nubecita amarilla atenuada por la llovizna, permitiéndoles avanzar hacia la
izquierda en dirección al portón principal. Frente a ellos, al otro lado de calle,
se escuchaba el sonido de la presión del aire con que inflaban llantas en la
vulcanizadora.
—
Me parece que ayer la inauguraron —dijo el
hombre que estaba en el extremo izquierdo de la banca. Los brazos cruzados
descansaban colgados en su barriga.
—
El tiempo vuela —comentó el del centro luego de
quitarse la gorra que llevaba puesta y mostrar su calva.
—
¡Ya está el café! —gritó una mujer.
—
Voy a traerlo —dijo el flaco que estaba sentado
en el extremo derecho y se dirigió al estante de la glorieta.
En el techo, al
lado de la torre izquierda, dos hombres colgados por mecates limpiaban con
cepillos plásticos embebidos de detergente el moho adherido en la pared. Desde
la nave central se escuchaba el ruido de las tablas de las bancas que eran
desarmadas y acomodadas en sus extremos.
—
Y vos, ¿cuántos años tenés de vivir aquí? —preguntó
el Pelón.
—
Más de veinte, me vine después de la guerra —dijo
el Panzón —. Me refugié en Costa Rica, ¿y vos?
—
Está hirviendo —interrumpió el flaco al regresar—.
Les entregó un vasito descartable con café y volvió al estante.
—
Desde siempre —dijo el Pelón—. Nunca me he ido.
—
Qué aguante el tuyo, hasta pelón has quedado.
—
De qué hablan —preguntó el Flaco y se sentó en
la banca.
—
Recordando cosas, nada más —dijo el Panzón.
Un grupo de
jóvenes entró al predio de la catedral por el portón izquierdo. Su alegría
interrumpió la plática de los hombres al pasar entre las mesas de la glorieta.
Se dirigieron al estante y la mujer les entregó varios machetes y rastrillos.
Atravesaron el salón y fueron al jardín de la izquierda, contiguo a la pila
bautismal.
—
He aguantado de todo, pero comparado con otros
tiempos estamos mejor —dijo el Pelón.
—
Jajaja —se carcajeó el Flaco—. Sobre todo a las
mujeres.
—
¿Por qué? —preguntó el Panzón.
—
Porque ya no tiene, todas lo han dejado —dijo el
Flaco.
—
No, ¿Por qué decís que estamos mejor? —preguntó
el Panzón.
El Pelón se
quedó observando a los hombres colgados de los mecates que cepillaban las
paredes y el moho convertido en agua sucia escurriéndose hasta el piso. A su
derecha, más allá del barrigón y de las mesas, fuera de la sombra del techo de
la glorieta, los chavalos podaban las plantas del jardín mientras las chavalas
reunían hojas y ramas con los rastrillos. Detrás de ellos, los hombres que
cepillaban las verjas ya habían avanzado más allá del portón principal.
—
Porque estamos en paz, porque no hay guerra —dijo
el Pelón.
—
No jodás — dijo el flaco—. ¿Ya te dejó en paz la
Juana?
—
Ni me menciones la guerra, es horrible —dijo el Panzón.
—
Y qué me dicen de esos que andan armados en la
montaña —dijo el Flaco.
—
Son delincuentes comunes —dijo el Pelón.
—
Y qué me cuentan de las violaciones, los asaltos
y los secuestros —dijo el Flaco.
—
No exageres tanto, antes estábamos peor —dijo el
Panzón.
—
Estamos jodidos pero en paz —dijo el Pelón.
—
¡Clase de paz la de ustedes!, que no haya guerra
no quiere decir que tengamos paz —dijo el Flaco.
Un hombre de
cabello y bigote gris salió de la nave principal de la catedral, saludó a los
chavalos y entró en la glorieta. Al verlo, el grupo de hombres que cepillaban
las verjas y los que estaban colgados de los mecates dejaron sus labores y se
acercaron a la glorieta.
—
Ya descansaron suficiente —dijo el hombre de
cabello y bigote gris dirigiéndose a los de la banca—. Les hace falta limpiar
el campanario de la izquierda.
—
Vamos —dijo el Pelón. Los otros dos lo siguieron.
—
Fresco para todos —dijo el hombre de cabello y
bigote gris dirigiéndose a la mujer del estante.
El
Panzón, el Flaco y el Pelón entraron en la nave de la catedral. Desde la
glorieta se escuchó la carrera que dieron al subir las gradas de la torre.
21/10/2012