A las ocho de la
noche las calles de la ciudad de Bluefields están desiertas, la aglomeración
festiva de sus habitantes en las esquinas ha desaparecido, los taxi son
escasos, los billares, bares y restaurantes están vacíos. El ruido de las
discotecas no se escucha. La fiesta provocada por las rocolas de los callejones
que abren paso a la bahía ha concluido. Las casas parecen deshabitadas, sus
puertas y ventanas están cerradas y solamente se escucha el sonido del
televisor encendido. El parque Reyes está desolado, los novios y amantes ya no
lo frecuentan. La música de las casas de los barrios creole que alegraban las
calles ha enmudecido. El destello intermitente de las luces emitidas por la
camioneta azul celeste ahuyenta a los atrevidos que se reúnen después de las
nueve de la noche en las aceras frente a los corredores de sus casas.
Durante el día
se observa el movimiento de la gente por las calles en sus gestiones
cotidianas, pero sus rostros muestran el cambio: las sonrisas y abrazos
efusivos, la algarabía del encuentro entre amigos, las carcajadas y gritos
expresivos se han esfumado. Las tiendas, casas comerciales, pulperías y
ferreterías abren sus puertas a la espera de clientes. La música reggae o
corridos mexicanos emitida por los taxis en su recorrido casi no se escucha.
Los gritos de los vendedores ambulantes de mariscos, carne de tortuga y pattie
son escasos.
¿Dónde está el
espíritu festivo de los Bluefileños?, ¿qué se hizo la alegría de vivir la
vida?”, le pregunté a mis amigos. “Estamos hechos papillas, bienvenido a la
nueva realidad de Bluefields”, respondió uno de ellos. “Hay escasez de agua
potable, el costo de la vida es uno de los más alto del país, no hay fuentes de
empleo e ingresos, el costo del transporte acuático en incosteable, la tarifa
eléctrica todos los meses va en aumento y la lucha frontal contra la
delincuencia nos mantiene temerosos”, agregó con pesadumbre.
Visité varias
casas comerciales y tiendas del centro de la ciudad. Pregunté por el
comportamiento de sus ventas. “Se han caído en más de un treinta por ciento”,
respondieron todos. “¿Desde cuándo?”, volví a preguntar. Los propietarios, con
dudas en el semblante, respondieron: “hace más de dos años”. Insistí sobre el
problema con mis amigos Bluefileños y pregunté si la nueva realidad era
producto de la lucha contra la delincuencia organizada, el narcotráfico y el
lavado de dinero. “Se acabó la burbuja blanca”, se atrevió a asegurar uno de
ellos
Otro amigo,
dueño de un negocio, al comentarle lo de la burbuja blanca, lo negó rotundamente:
“si acepto ese argumento es como decir que en mi negocio yo lavaba dinero
proveniente de las drogas”, dijo un poco molesto. “No digo que la lucha frontal
contra las drogas, el desmantelamiento de los cartelitos en la zona, no haya
influenciado en esta situación, pero la droga sigue manteniendo la vida en los
barrios”, aseguró. “La economía se nutre de la piedra”, agregó y explicó su
argumento.
En Bluefields
existen más de cuatrocientos pedreros, sobreviven de la chamba, hacen de todo
para asegurar veinte pesos por la mañana y veinte por la tarde, además de robar
lo que encuentran mal parqueado para venderlo. Con eso compran su piedra y
pasan el día ambulando por las calles. En los barrios se fábrica la piedra,
principalmente son mujeres las dedicadas a ello. ¿De dónde obtienen la materia
prima?, no hay respuesta, pero cada mujer tiene a su alrededor un promedio de
ocho vendedores que ganan por comisión. Los fuma-piedra son el sustento de la
economía de esas familias y las pulperías los abastecen de los productos
básicos que compran en las distribuidoras. Es la economía de la piedra la que
los mantiene vivos y, a otros, casi la otra mitad, las remesas familiares. “¿Y
la autonomía?, ¿y el desarrollo?”, pregunté. “Regresa en mayo y te vas a dar
cuenta, vas a ver lo que se hace con autonomía, el tululu, otras conmemoraciones
y promesas”, respondió.
Bluefields ha
perdido brillo, su embrujo caribeño ha desaparecido, se encuentra adormecido
mientras miles de sus habitantes viven en pobreza y en la hoguera de las
drogas. La realidad se muestra parcialmente en los medios locales, priorizan la
nota roja con sus balaceras, puñales ensangrentados y rencillas estériles,
olvidándose de su rol social y el poder que tienen para avivar y despertar de
su letargo a los pobladores de la ciudad más emblemática del Caribe
Nicaragüense.
06/05/2013