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Mamón Chino |
A las tres de la
tarde me dirigí hacia la finca La Flor, propiedad de don Pedro Figueroa; la
noche anterior había hablado con él por teléfono para encargarle media docena
de frutas de pan que me permitirían cumplir con la promesa de enviárselas a
amigos que viven en Juigalpa. “¡No te olvidés de los mamones chinos!”, gritó
Emilce cuando me vio salir.
El camino está
en buen estado, los pastos de corte muestran colores según sus variedades,
desde verde vivo hasta lila oscuro. Los árboles de Teca y Acacia se encuentran
florecidos y el río El Zapote fluye intenso, reventando entre piedras, formando
un remanso que invita a disfrutar sus aguas al cruzarlo para entrar en la
propiedad de don Pedro.
Estacioné el
jeep donde el camino de todo tiempo termina. Apurando el paso por una
imprudente llovizna, caminé entre piedras, ramas y hojas que cubren la tierra.
Me acompañó en el trayecto el canto de chocoyos volando en los alrededores,
junto al rojo, verde y amarillo de los árboles cargados de mamones chinos.
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Frijoles en vaina |
Entré en un
pasillo evitando la lluvia y noté manojos de frijoles en vaina colgados,
secándose en la pared de la cocina. Di las buenas tardes y no hubo respuesta.
En la parte posterior saludé a una mujer chela y joven que hacía cuajadas. Un
niño chelito se acercó a mi lado con curiosidad y pregunté por don Pedro. “Anda
arrancando frijoles”, dijo. ¡Umm, frijoles en septiembre!, pensé. “No debe
tardar, ya van a ser las cuatro”, agregó la mujer.
La llovizna
terminó y dije que iba a caminar hacia la parte del molino, la más alta de la
finca. Encontré a un hijo de don Pedro montando en un caballo, le conté lo del
encargo y respondió que iba a garantizarlo. Me indicó hacia donde debía caminar
para ver los cultivos de piña y cacao. Hice el recorrido y cuando regresé don Pedro
me esperaba. Estreché su mano; la fuerza y rudeza del hombre que trabaja en
el campo se manifestó con la alegría dibujada en su rostro. Le pidió dos sillas
a uno de sus hijos y nos sentamos a conversar frente a una troja, bajo la
sombra de los árboles.
—
Estoy recolectando frijoles —dijo.
—
¿Frijoles en septiembre?, es inusual en Nueva
Guinea.
—
Sí, pero
éste es de una variedad que se adapta bien al trópico húmedo.
—
¿Y qué otros cultivos tiene?
—
El año tiene doce meses y yo tengo doce
cultivos. Es un gran logro, cuando un productor tiene doce cultivos en el año
se autofinancia.
—
¿Cuáles son esos doce cultivos que usted tiene?
Se quitó el sombrero, pajizo por la
intemperie, y noté su cabello gris contrastando con el color de la tierra
impregnada como manchas en su camisa guayabera. Estiró sus piernas y se
reacomodó en la silla.
—
Tengo ganado menor y ganado mayor, cacao, café,
raíces y tubérculos (yuca, quequisque), granos básicos (maíz y frijol),
musáceas, piña, cítricos, pejibaye y
frutales, como mamón chino, aguacate y
granadilla.
—
Entonces pasa ocupado todo el año, ¿verdad?
—
Todo el año hay que trabajar, yo le digo a los
productores que estamos retrocediendo 150 a 200 años atrás.
—
¿Y por qué don Pedro?
—
Hay una gran pobreza, pero el hombre sólo trabaja
medio día y se va a dormir. Se han creado leyes que atrasan la producción. Mis
antepasados, mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo, ellos se levantaban desde
las dos de la madrugada. No compraban el azúcar, el arroz, frijoles, la carne,
el jabón, ni las cucharas, ni las tinajas, ni las ollas, todo lo hacían ellos.
Ahora todo es descartable, comida, platos, vasos, pañales para niños. Hay un
gran vicio, el teléfono celular: el niño más chiquito, usted lo mira que camina
con un celular para arriba y para abajo; yo ocupo ese aparato para hacer
llamadas y vender mis productos. Eso es parte del gran atraso que tenemos y que
nos lleva rumbo a mayor pobreza.
Una nube de
chocoyos se posó en los árboles de pejibaye con su canto ensordecedor y la
mujer chela se acercó ofreciéndonos con gentileza una taza de café.
— Entonces para usted todo productor debe
esforzarse por tener una cosechar al mes.
— Exacto, esa es mi filosofía. La última cosecha
del año que tengo es el café y así llego a autofinanciarme sin tener necesidad
de ningún banco.
— ¿Y en cuánto tiempo llegó a eso?
— En 28 años de ser destructor, en 20 años de
haberme educado y en 20 años de estar al lado del productor animándolo para que
maneje su finca como una empresa familiar. En Nueva Guinea, después de 19 años,
hemos trabajado sin descanso para cambiar la parte económica pero cuesta
demasiado.
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Racimos de Pejibaye |
Uno de los trabajadores se dirigía hacia el camino y
don Pedro le pidió que cargara los sacos que contenían mi encargo: mamones
chinos, incontables, y seis frutas de pan. ¿Quiere llevar pejibaye?, dijo don
Pedro y caminó hacia un árbol. Al regresar cargaba dos racimos, uno verde y
otro rojo, ambos sazones. ¿Puedo llevar estos sacos de frijoles en su jeep?,
preguntó y caminamos hasta donde estaba estacionado. Nos despedimos frente a su
casa de la ciudad como a las cinco y media de la tarde, al caer el sol.
03/09/14
Nueva Guinea, RAAS.