Sí, son ellos, los mismos de
siempre;
los que se apropian de todo,
de calles y aceras,
de los parques, de sus bancas,
de la sombra de los árboles,
de escuelas y universidades,
del cantar del pueblo y del presupuesto
ajeno,
luciéndose con cursis corbatas en la
podredumbre
que han creado y que con aplausos
los recibe.
No te equivoques, son ellos, los
mismos de siempre.
Los que un día fueron maldecidos
por tu abuelo y,
luego, con el calor del fuego en
sus palabras, por tu padre.
Los que dicen defender la justicia,
pero terminan quitándole el velo,
para venderla en figurines con
poses obscenas al mejor postor,
pasando de mano en mano hasta
terminar indefensa, desnuda y violada
por la insaciable e interminable cadena
de corrupción.
Son ellos, los de siempre; los que
juraron aliviarnos el dolor,
y se convierten en verdugos
vestidos de blanco.
Sí, son ellos; a los que el paso
del tiempo no los cambia,
son los mismos de siempre.
Los que caminan altivos en la
sombra de sus cuarteles,
mostrando sus grados con el mentón
en alto,
con la furia de la soberbia pintada
en sus ojos,
delatando los gritos y miserias que
soportan
los que se encuentran en mazmorras
bajo la custodia de sus botas.
Los que se postran
frente al altar,
con el rostro en tierra, recordando
la agonía de Jesús,
aunque han violado a millones de
niños y niñas alrededor del mundo.
Son ellos, los mismos de siempre.
Los que por paga o migaja quieren
dividirnos.
Los protegidos del capital.
Los que hacen rimar su poesía con
el corazón vacío.
Los que ciegamente obedecen
dictados para enriquecerse.
Los que terminan solitarios al
abandonar su trono de inmundicias.
Los que eternamente han pretendido
callarnos.
No te equivoques, son ellos, los mismos
de siempre.
05/10/2014
Foto: Sergio Orozco.
Foto: Sergio Orozco.