Una ráfaga leve
de brisa húmeda alegró las ramas de los árboles de Caoba. Mi piel se erizó y el
cielo se tornó gris por unos instantes, retrasando la fuerza del sol que irrumpe
en las mañanas veraniegas del trópico húmedo. Los canarios cantaron alegres,
intensificaron su besuqueo, mientras Lucas, el cotorro, agitó sus alas con más
fuerza de lo acostumbrado, gritando sin cansancio “pobre…cito, pobre…cito” como
si notara la nostalgia existente en los alrededores.
"Ojalá llueva",
pensé. Un chubasquito en el verano no cae mal, aplaca el polvo, ese polvo que
se mete por las ventanas, en los roperos y hasta en los orificios mejor resguardados
cuando los camiones, camionetas, taxis y motocicletas circulan a alta velocidad
como endemoniados con la urgencia de una necesidad fisiológica impostergable.
Pensaba en eso, saboreando mi café de palo y el tac, tac, tac que escuché desde
el lado del camino atrajo mi atención.
Un hombre picaba
leña con machete; al lado, en el suelo, tenía un saco. Tres chavalos vestidos
de uniforme escolar se detuvieron a verlo como tratando de retrasar el tiempo de
adoctrinamiento de la escuela. El hombre recolectaba ramas largas, las partía de un
sólo golpe en trozos de unos tres metros de largo y las acomodaba al lado del
camino. Sus botas de hule estaban curtidas de blanco, un blanco similar al del polvo
que existe en el sector de Tierra Blanca cuándo se torna en lodo, quizás de allí venía
con el saco en los hombros y a última hora decidió recolectar la leña, o puede
ser que pasó en la madrugada hacia esos lados y le echó el ojo a las ramas
secas. De cualquier manera, ahora nada lo detenía, ni los chavalos ni yo que lo
observábamos atentos; no nos prestaba atención.
Eso sí, el
hombre no quitaba su vista del saco, lo volvía a ver después de cada machetazo.
Los chavalos siguieron su camino; tras de ellos otros uniformados pasaron
rumbo al pueblo. Me acerqué al hombre para saludarlo. “Hola amigo, ¿recogiendo
leña?" “Sí, para el fuego”, respondió con una sonrisa esquiva. “Esas ramas fueron cortadas por una brigada
de Dissur”, agregué, y su mirada cambió. “Vale más, así no me acusan los ambientalistas,
porque aunque no me crea, es para la casa. Hace una semana por este mismo
camino lloraba una motosierra, sus gemidos venían del lado del cerro de Los Palacios,
desde temprano que pasé hacia Los Ángeles hasta las cuatro de la tarde que
regresé, seguía rugiendo. Eso no lo escuchan los de MARENA ni los de la
alcaldía, se hacen los sordos”, dijo mientras comenzó a armar apresurado su carga de
leña.
Varias motocicletas
pasaron con chavalos de uniforme escolar como pasajeros, sin casco pero de
prisa porque faltaban quince minutos para las siete de la mañana. Tres
camionetas y un camión nos bañaron de polvo. El recolector de leña tomó con
ambas manos la carga y la acomodó en sus hombros; se ladeó hacia la derecha y agachándose
levantó el saco. Delante de él iban los chavalos hacia la escuela, sin prisa, y
unas vacas andaban desperdigadas en el camino como cansadas de que las ordeñen
sin premiarlas con una buena ración de concentrado en estos meses de verano.
Lo vi alejarse y
regresé a mi cafecito, un poco frío; saboreándolo me acordé del saco. ¿Qué
llevaba en el saco?, no pregunté. Tal vez unas libritas de frijoles y unas
mazorcas de maíz que le regalaron, quizás un encargo de su mujer que cuidaba
con recelo, unas cuajaditas, no sé, pero era algo que para él tenía mucho
valor. Mejor no sigo especulando, estoy convencido que llevaba una carga de
esperanza; no era una carga como la de los camiones que van repletos con trozas
de madera preciosa por las carreteras del país sin que los detengan.
Lucas se puso
inquieto, los pajaritos de amor cantaron sin besuquearse y las nubes grises
desaparecieron abriéndole paso al intenso sol. Volví la mirada y vi a otros que
poco a poco fueron pasando por el camino. Cargaban alforjas llenas de limones
mandarinas, un saco de yuca, una carga de leña rolliza, una cabeza de guineo cuadrado sobre los hombros, todos ellos recolectores del camino; los pobres dirigiéndose con
la carga sobre sus hombros hacia el pueblo.
Nueva Guinea, RACCS.
08/04/2016