En tu cama protegida por barrotes de bronce fundidos el siglo pasado, en la cocina de tu mamá donde nos robábamos las latas importadas de frutas en conserva y te calentabas al lado del horno, bajo la sombra del árbol de mango donde chupábamos su dulce amarillo, en el swing de tu casa donde nos mecíamos todas las tardes, en la bodega donde tu papá guardaba barriles de guarón y calaches viejos, en la popa del barco pos-pos en que viajábamos al regresar de clases con los delfines incitándonos, no lo hicimos.
Nunca nos fuimos, siempre estuvimos allí,
pies descalzos en la arena. Nunca lo hicimos, ni en la grama de playa retenida
por los muros azules del parque de la loma, ni en la banca que adornaba el
solitario árbol de Laurel, ni sobre las hojas de uvas de mar, ni sobre las
rocas azules iluminadas por nuestra sombra en noches de luna llena.
Ni en la ensenada donde atrapábamos chacalines
para usarlos de carnada, un pretexto para pescar solitarios hasta anochecer en
el muelle de los pescadores, no lo hicimos. Camino a la playa, esquivando el
lodo con saltos entre piedras gigantes hasta salir corriendo agarrados de la
mano en la arena, las olas explotando en nuestros cuerpos, hasta rodar en el
agua, no lo hicimos.
Siempre estuvimos juntos en los picnic de familia. Sumergidos
hasta la cintura en las aguas calmas de la segunda laguna, vos temerosa de los cuajipales
y yo sosteniéndote por detrás, no lo hicimos; reposando nuestras cabezas en un
tronco blanco de balsa, observando en silencio el cielo estrellado y la espuma del
mar cubriendo nuestros cuerpos, no lo hicimos; tendida en el tronco de un palo
de coco, con tu falda bailándole al viento, desde el barranco del faro viendo
zarpar los barcos camaroneros, no lo hicimos. No pudimos, no lo hicimos.
Caminamos tomados de la mano por el largo
andén hasta detenernos frente a la capilla de la iglesia y nos recostábamos en
el muro de la escuela donde perfeccione mis movimientos de dedos para quitarte
el sostén frente al árbol de zapote, testigo de esa primera vez que me tocaste
sobre el pantalón y tus pezones florecieron como sus frutos, luego de un largo
silencio me dijiste al oído, “siento que nos miran”. No lo hicimos.
Hoy que la lluvia lo inunda todo, te
encuentro vacía en la soledad del tiempo. No nos fuimos, siempre estuvimos
allí, nunca lo hicimos.