En los pliegues del
tiempo y el pesar,
se desliza el dolor de
un ser amado,
un suspiro que el alma
ha dejado,
y en el corazón una
herida deja al pasar.
El reloj implacable
avanza sin cesar,
como un sanador que
cura las heridas,
con su andar,
cicatriza las vidas,
mientras las memorias
se van a difuminar.
Pero el tiempo también
deja su rastro,
en nuestras caras y en
nuestras miradas,
fisuras que narran
historias pasadas,
reflejos de
experiencias, de un pasado ya gastado.
La nostalgia se adueña
de nuestras almas,
con el peso de los
años en nuestros hombros,
valorando cada
instante como un tesoro,
anhelando volver a
aquellos días sin calma.
Extrañamos la calidez
de nuestros padres,
la sabiduría de los
abuelos añoramos,
buscando en nuestra
memoria los ramos,
de momentos perdidos
en los que no hay huidas.
Y en el ocaso de
nuestras vidas, la soledad,
nos susurra al oído en
cada noche solitaria,
acompañante
silenciosa, compañera solitaria,
en el crepúsculo
final, única verdad.
Pero aún en la
tristeza que nos envuelve,
encontramos belleza en
las pequeñas cosas,
un rayo de luz que la
oscuridad disipa,
y en la melancolía, el
corazón se resuelve.
La vida es una
sinfonía de penas y alegrías,
donde el tiempo nos
moldea con su paso fugaz,
y aunque duelan las
ausencias, siempre hay paz,
en cada instante, en
cada latido, en cada pena.
17 de junio de 2023
Foto: Trazados 7, Sergio Orozco Carazo.