martes, 19 de diciembre de 2023

UN LUGAR LODOSO CON OLOR A PÓLVORA



La primera vez que escuché hablar de Nueva Guinea fue en el comedor de la casa de mi abuelo, Felipe Álvarez. Cruzaba el patio de la casa de mis padres a la hora del almuerzo, y la abuela Manuela me hacía un lugar al lado del abuelo. Mis tíos, Pablo y Jorge, ocupaban sus sitios en aquella mesa redonda que mi abuela llenaba con suculentos platos, apoyada por varias mujeres que la asistían en las labores domésticas.

Transcurría el año 1970, y la pesca industrial de camarones en el puerto de El Bluff estaba en auge, con la empresa Booth Fisheries Company actuando como eje de su desarrollo. Impulsaba la planta de procesamiento, la flota de barcos, un astillero y la exportación hacia Estados Unidos de Norteamérica, tanto por vía aérea como por mar. Era un auge que irradiaba la economía local, de Bluefields y el país.

Mi abuelo Felipe se desempeñaba como responsable de la bodega de la aduana, y mis tíos trabajaban como funcionarios de agentes aduaneros en un puerto donde atracaban barcos mercantes. Estos abastecían a los establecimientos comerciales de los chinos en Bluefields, además de participar en la misma actividad pesquera. Posteriormente, se llevaban productos de exportación como bananos, ganado, azúcar, madera y otros, principalmente hacia el mercado estadounidense.

—Somoza está ofreciéndole tierra a todos los campesinos para que se trasladen a vivir a Nueva Guinea —dijo tío Pablo.

—Van a despalar esa montaña —dijo el abuelo.

—Ya empezaron —agregó tío Jorge.

—Felipe, ¿Dónde queda ese lugar? —preguntó la abuela Manuela.

—Cerca de las serranías de Yolaina, de Monkey Point en dirección hacia el este —respondió el abuelo.

—Por el río Punta Gorda van a sacar madera, carne de wari y venado, los frijoles que produzcan, plátanos, yuca y quequisque —añadió tío Pablo.

—Vamos a estar bien abastecidos —dijo la abuela con alegría y se sentó a un lado del abuelo.

Esos nombres que escuchaba, Nueva Guinea y Yolaina, eran nuevos para mí, no así Monkey Point y Punta Gorda, porque mi padre, White Bush Hill Bush, era capitán de barcos camaroneros y recorría la mar cercana a la costa, conociendo y hablando de esos lugares. Además, varias familias que habitaban en Punta Gorda, principalmente los McRea, eran amigos de la familia Álvarez. Llegaban con sus botes, hechos de grandes troncos de árboles, llenos de productos que abastecían a los pobladores de El Bluff y Bluefields. No solo trasladaban productos, sino también noticias sobre el estado de las cosas en su región.

Catorce años después, en 1986, visité por primera vez Nueva Guinea por asuntos de trabajo. Era una zona de guerra, con enfrentamientos entre la Contra y el Ejército. En aquel entonces, ninguna persona quería visitar, y mucho menos trabajar en Nueva Guinea. Todos huían de la guerra.

Llovía intensamente, y las calles, siendo de todo tiempo, estaban lodosas, por las que circulaban camiones IFA, Robur y Zil transportando militares. El olor a pólvora impregnaba todo el ambiente. La mejor infraestructura eran cuatro pequeñas cuadras que llamaban "la ciudadela" y en una de sus casa de madera fui alojado.

En aquel momento, la producción del llamado granero de Nicaragua estaba por el suelo, casi nula. Se impulsaba la Reforma Agraria con un proceso de cooperativismo, promoviendo cooperativas de servicios múltiples y cooperativas agrícolas sandinistas, estas últimas tenían las tierras en propiedad común de sus miembros. También se desarrollaban grandes proyectos estratégicos de cacao y caucho.

El ambiente estaba impregnado de la euforia de los primeros años de la revolución, con grandes planes agropecuarios golpeados por la guerra. La primera noche que dormí en Nueva Guinea fue de un solo tirón: escuchaba la cadencia interminable de la lluvia cayendo sobre el techo de zinc y recordé la casa de mis padres en El Bluff.

Seis años después, en 1992, luego de concluida la guerra, regresé nuevamente. Trabajaba para un Programa de Asistencia a Repatriados, financiado por el ACNUR, donde conocí las colonias y varias de sus comarcas, al igual que muchas personas: fundadores, repatriados y desmovilizados de la Contra y del Ejército. En el año 1993 y parte de 1994, trabajé en la alcaldía municipal siendo José Orlando Baquedano (QEPD) su alcalde. Luego, durante 14 años, laboré con la ONG Ayuda en Acción como coordinador.

Desde 1992 hasta la fecha, me encuentro domiciliado en Nueva Guinea, participando activamente para generar cambios y solucionar muchos problemas en su proceso de desarrollo. De igual manera, he logrado conocer a muchos de sus pobladores, a muchos neoguineanos, a los que he entrevistado, escuchado sus historias, recopilado sus vivencias y tengo el privilegio de hacerlos parte de los Sueños del Caribe.

 

Actualizado el 16/12/2023.

Foto: colonos con funcionarios del IAN.