Anoche, el niño...
—ya ha llorado y gatea
a través de la
ventana,
observa a alguien
que alguna vez fue
y escucha los
susurros.
Diez años en
blanco, sin nada en sus venas ni en su cerebro
y todavía está
aquí.
No, no y no, no
más, ni una sola vez más,
rechaza lo que le
hace sentir poderoso;
contra su voluntad, sostiene el fuego
debajo de la
cuchara.
Se acerca como si
diera su último aliento
en el buen
sentido de la palabra.
Los vapores y el
calor son dulces,
chispas de un
pálido éxtasis
que atraen su
brazo con besos.
La tentación de
la felicidad
se mezcla con una
canción extraña,
recuerda y crece,
alta, fuerte, hermosa,
hasta que
desaparezca, hasta que volátil sea.
Y adiós, buenas
noches a esta vida,
volando entre las nubes, sin importar el color—.
Y el niño juega
en los charcos del camino,
llamando con una
sonrisa encantadora.
¡Dale, dale otra
vez! dice, tomando su mano,
pero le ruega que se detenga.
“No más, basta ya”.
12 de agosto de 2024
Nueva Guinea.
Foto de Internet.