Sueños del Caribe es un blog sobre la Costa Caribe y el sureste de Nicaragua. Lo componen relatos, crónicas, personajes, poesía y otros temas.
martes, 30 de octubre de 2012
lunes, 29 de octubre de 2012
LA ECONOMÍA DOMÉSTICA O FAMILIAR
La economía doméstica tiene un
peso significativo en la economía global del país por la magnitud de la fuerza
de trabajo que ocupa y las necesidades básicas de la población que satisface.
En ella se realiza habitualmente una importante cantidad de trabajo productivo
y se efectúa una insustituible contribución al desarrollo. De ella se han
ocupado muy poco los economistas debido a que las familias suelen ser
consideradas como unidades de consumo, y no de producción de bienes y servicios
y de reproducción de factores económicos.
La economía doméstica no es tan
pequeña como aparece en las estadísticas y cuentas nacionales, pues una parte
relevante de su producción está orientada al autoconsumo o se distribuye por
los canales de la llamada “economía informal” que no deja registros
susceptibles de su apropiada cuantificación. Es por esa falta de reconocimiento
que podemos hablar de la “invisibilidad” del trabajo doméstico autónomo, lo que
se explica básicamente porque su producción no tiene expresión monetaria y, por
ello, la dificultad para cuantificarlo y apreciar su magnitud.
El reconocimiento del trabajo
doméstico como verdadero trabajo ha tenido lugar a partir de los intentos por
valorizar el trabajo de la mujer en el hogar y en función de reivindicar ciertos
derechos asociados a dicho trabajo. Determinada la actividad del trabajo
familiar, se procede a valorarla con base en los precios que tienen en el
mercado bienes y servicios similares (cocinar, limpiar, lavar ropa, hacer
compras, atender a los menores y a los ancianos, etcétera).
En la valoración del aporte de la
economía doméstica al desarrollo del proceso de producción hay que considerar,
además del implicado en la producción de bienes y servicios, el que corresponde
a la producción y reproducción de factores económicos. Gran parte de los
ingresos de las familias es destinado, a través de los gastos de alimentación,
salud, educación, cultura y recreación,
al mantenimiento y expansión de las capacidades laborales, de los
conocimientos técnicos y de los valores de integración social y comunitaria.
Aunque la parte de los ingresos familiares destinada a estos fines sea
considerada habitualmente como “gastos de consumo”, si se analiza bien se trata
en muchos casos de verdadera inversión productiva.
La magnitud y diversidad de la
economía doméstica difiere según los contextos y niveles socio-económicos. La
contribución que hacen en la satisfacción de las necesidades es mucho mayor en
familias pobres que en aquellas de nivel medio y alto donde muchas actividades
que tradicionalmente eran efectuadas por los integrantes de la familia suelen
ser realizadas por trabajo externo contratado: empleadas domésticas,
jardineros, vigilantes, choferes, etcétera.
En décadas y años recientes es
notoria la realización de actividades que antes se desplegaban en términos
mercantiles. En ese sentido, algunos fenómenos inciden en una ampliación de los
espacios de la economía familiar: los altos niveles de desempleo, empleos de medio tiempo, el desarrollo
tecnológico que ha llevado al seno del hogar un conjunto de máquinas
electrodomésticas y electrónicas que prestan servicios eficientes y facilitan
el trabajo, el desarrollo de los medios de comunicación, la computación y la
informática que abren formas de trabajo que pueden ejecutarse sin necesidad de
salir de casa, la difusión del bricolaje o “hágalo usted mismo”. Además, están
en curso ciertos cambios culturales que alteran los roles de los sexos y las
generaciones que en alguna medida amplían las actividades productivas domésticas.
¿Existen posibilidades de
expansión y perfeccionamiento de la economía doméstica que eleven sus niveles
de productividad? La fuerza de trabajo está constituida por personas que no
tienen empleos formales y por el uso de tiempos excedentes respecto a los
requerimientos del trabajo asalariado. Los medios materiales que se utilizan
–la casa, los artefactos, las herramientas y otros implementos– tampoco pueden
ser utilizados industrialmente. Los conocimientos tecnológicos, las capacidades
organizativas y el financiamiento constituyen un aporte adicional que las
familias hacen a la producción. Existe reducción de costos (transporte,
transferencia, distribución, publicidad) que no son necesarios y que determinan
que la economía doméstica sea económicamente conveniente en ámbitos crecientes.
El desarrollo tecnológico reduce el tamaño, el costo de equipos y aparatos para
uso productivo con grandes posibilidades de aumentar su productividad.
Otra posibilidad es el desarrollo
de una educación que vuelva a preocuparse por las necesidades de conocimiento y
formación requerida por la economía y producción doméstica. Pero lo más
importante es la necesidad de un cambio cultural que permita descubrir las
potencialidades de realización humana implicados en la recuperación de las
familias como comunidades de trabajo y vida, integradas
en barrios y comunidades dinámicas y en desarrollo.
22/10/2012
MERCADITO CAMPESINO EN BLUEFIELDS
Desde
las siete de la noche del día domingo salen con dos botes cargados de
productos. Atracan en el muelle a las dos de la mañana y a las cuatro comienzan
a atender a los pobladores de los diferentes barrios de Bluefields. Son los
productores y productoras del Río Escondido, unos setenta, provenientes de seis
comunidades: Paraíso, Se Se, Magnolia, Honk Creek, Belén y Kisimbila. Se rotan
cada quince días y, los lunes, “bajan” unos 35 para vender sus productos a
precios favorables.
Tienen más de un año de hacerlo con el apoyo de FADCANIC y la Universidad BICU. “Nuestros
precios son más bajos, un 20 a 25% más bajo que el de las pulperías”, dijo
Salvador Ríos Quiroz, coordinador del grupo.
Venden
diferentes productos: carne (de cerdo, res, pelibuey y de monte: guilla y cusuco), musáceas (plátano,
banano, cuadrado), verduras, yuca, quequisque, chile de cabro, carbón, ayote, tamales,
etcétera. “El queso es el más apetecido, cada quince días vendemos entre 500 y
600 libras, vuela, no damos abasto”, agregó Salvador.
Si
estás en Bluefields, te recomiendo que los visites y degustes su carne asada, su
sopa de gallina de patio y sus tamales, vale la pena apoyarlos y participar en
ese intercambio, no sólo de productos sino también cultural, entre la cultura
campesina y la kreole.
Lunes, 29 de octubre de 2012
viernes, 26 de octubre de 2012
¡DESAHÓGATE, ESCRÍBELO!
Natalie abrió la
puerta y entró cautelosa a la sala. Se quitó los zapatos de tacón y descolgó la
cámara fotográfica de su hombro. Vio el reloj de pared, contrastó la hora con
el de su pulsera y se dio cuenta que llegaba con dos horas de retraso. “Estará en
casa”, pensó mientras caminaba hacia el comedor. En el respaldar de una silla
colgó la cartera y la cámara. Observó dos candelas rojas consumidas, una copa
de vino hasta la mitad y otra vacía. En el centro de la mesa sobresalía un
jarrón blanco con rosas rojas y una nota reclinada en su base. “Perdóname. Te
amo. Robert”. Se inclinó sobre las flores, recogió su cabello liso e inhaló el
fresco aroma. Su cutis blanco enrojeció, apagó las luces, caminó hacia la
habitación y, al abrir la puerta, la tiró con todas sus fuerzas.
Robert despertó.
Dormía boca abajo con las piernas abiertas. Encendió las luces, abrió el
closet, tiró bruscamente los zapatos en la zapatera y se sentó en la cama.
Percibió a Robert volteándose y al sentir que la acariciaba con los pies se
levantó repulsivamente. Se desvistió gradualmente, una ceremonia exquisita que Robert
disfrutaba viéndola quitarse la pulsera, la cadena, los pendientes, la blusa,
la falda, el sostén y las medias hasta quedar su delgado cuerpo cubierto
únicamente por las finas bragas. Recogió el vestuario y lo depositó en un
canasto. Apagó las luces, sacudió con la colcha de algodón el lado derecho de
la cama y se acostó en el borde dándole la espalda. Robert estiró su brazo y
con su mano izquierda acarició su espalda. Una leve sonrisa brotó de su rostro
y se cubrió con la sábana sin volver la mirada. Robert insistió y ella,
estirando sus largas piernas, lo golpeó en la rodilla. “Me perdonará”, pensó y
se acercó a ella hasta rozar su cuerpo. Lo apartó de un codazo, un golpe veloz
en su pecho y comprendió que no lo perdonaría, al menos esta noche no lo haría;
“es un descontento efímero, similar a los momentos que consume en cualquier bar
de Managua”, pensó y se acomodó en su lado.
El timbre del
despertador sonó a las seis de la mañana y Robert despertó. La figura de Natalie
y su calor estaban adheridos en su costado. Cuando salió de la habitación
escuchó la melodía que tatareaba en la ducha, sonrió con la seguridad que lo
perdonaría y se dirigió a la cocina. Regresó con el desayuno servido en una
bandeja: huevos fritos, pan tostado con mantequilla, mermelada y jugo de naranja.
Natalie se cubría con una toalla y frente al espejo del tocador peinaba su
cabello fino. Robert colocó la bandeja en el tocador, atrapó su cintura
estrechándola contra su cuerpo y acarició su cuello con la mejilla. Suspiró
profundamente y la toalla rodó por su cuerpo hasta caer en el piso. Robert
buscó sus grandes ojos negros y notó escrito con lápiz labial en el espejo: “Te
abandono”. Giró hacia él y se apartó de su lado. Robert siguió con la mirada
su frágil figura, la vio vestirse y salir de prisa hacia la calle sin
despedirse con la cámara colgada en su hombro.
“No lo sabía, se
lo hubieras dicho”, dije. “Me equivoqué, quise su perdón sin palabras”,
contestó. Desde ese día no es el mismo; su voz, su mirada y hasta su sonrisa ha
cambiado. “No puedo vivir sin ella”, dijo. “Desahógate, escríbelo”, respondí. “No
puedo, sin ella no puedo”, agregó. Sigue llamándola por teléfono pero no
contesta sus llamadas.
Viernes, 26 de octubre de 2012
miércoles, 24 de octubre de 2012
CARNICERÍA DE MUJERES
Siempre acudía a
su carnicería, una de las cuatro que existen en el pueblo, pero repentinamente
la cerró y despareció por varios años. Era insistente, al pasar arriando las
vacas que iba a destazar, me ofrecía los lomos, el mondongo, el hígado, los
riñones y la lengua.
Por eso acudía a su carnicería, era un buen vendedor, sabía su negocio. Y allí, en su carnicería, la que abrió después que entró nuevamente en el negocio, hace unos dos años, admiraba su destreza con el cuchillo, un cuchillo que brillaba por el filo que tenía, rebanando los distintos cortes que pedía. Nunca lo vi hacer medios cortes, nunca se equivocaba en la cantidad, la pesa lo confirmaba con exactitud. Sabía su negocio y, en el de carnicero, la experiencia en los cortes apoyada con un buen cuchillo, no dejaba dudas de ello.
Desde la última vez que estuve en su carnicería lo noté cansado, medio triste, ya no era el mismo hablador y chilero. Pensé que las cosas no le iban tan bien en su negocio porque meses atrás la policía se lo cerró por andar comprando carne de vacas robadas y perdió la clientela.
Hasta ayer tuve noticias de él. Por la radio me di cuenta y luego lo vi por la televisión local. Se cansó de destazar vacas y chanchos, con el cuchillo que yo lo admiraba haciendo los cortes, destazó a su mujer. Lo vi casi todo, lo que resultó después, por la televisión. La mujer quedó viva pero con las vísceras expuestas, colgadas. Debió usar el mismo cuchillo, pensé. La destazó por celos. “Yo se lo dije”, declaró a los periodistas, “Sí seguís, ese va a ser el último”. “Ni siquiera quería untarme zepol en las rodillas”.
Clemente se pasó del límite. Se convirtió en destazador de mujeres. “Sí, porque no voy a decirte que sí, estoy arrepentido”, “que me lleve el diablo”, dijo a los periodistas camino a la celda, con las manos esposadas. Como la gente es habladora, ya sabes como es, pueblo chiquito infierno grande, andan comentando que él fue el que envenenó a su exmujer y que deberían de procesarlo también por eso.
Por la noche me puse a ver las noticias en los noticieros televisivos nacionales. Mejor no te sigo contando, de diez noticias que pasaron, sin considerar la del temblor en Costa Rica, ocho de ellas fueron sobre maltrato y asesinato de mujeres. Una cosa es que lo diga, pero verlo es otra, te da rabia, al menos a mí, me hierve la sangre de ver a tantos cobardes que se ensañan con las mujeres, lo mismo que esos noticieros champú que pagan para que los llamen y tomar esas escenas “en primicia” que después motivan a otros a seguir haciéndolo. Debería de cerrarlos de por vida al igual que a los cobardes que cachimbean a las mujeres.
Por eso acudía a su carnicería, era un buen vendedor, sabía su negocio. Y allí, en su carnicería, la que abrió después que entró nuevamente en el negocio, hace unos dos años, admiraba su destreza con el cuchillo, un cuchillo que brillaba por el filo que tenía, rebanando los distintos cortes que pedía. Nunca lo vi hacer medios cortes, nunca se equivocaba en la cantidad, la pesa lo confirmaba con exactitud. Sabía su negocio y, en el de carnicero, la experiencia en los cortes apoyada con un buen cuchillo, no dejaba dudas de ello.
Desde la última vez que estuve en su carnicería lo noté cansado, medio triste, ya no era el mismo hablador y chilero. Pensé que las cosas no le iban tan bien en su negocio porque meses atrás la policía se lo cerró por andar comprando carne de vacas robadas y perdió la clientela.
Hasta ayer tuve noticias de él. Por la radio me di cuenta y luego lo vi por la televisión local. Se cansó de destazar vacas y chanchos, con el cuchillo que yo lo admiraba haciendo los cortes, destazó a su mujer. Lo vi casi todo, lo que resultó después, por la televisión. La mujer quedó viva pero con las vísceras expuestas, colgadas. Debió usar el mismo cuchillo, pensé. La destazó por celos. “Yo se lo dije”, declaró a los periodistas, “Sí seguís, ese va a ser el último”. “Ni siquiera quería untarme zepol en las rodillas”.
Clemente se pasó del límite. Se convirtió en destazador de mujeres. “Sí, porque no voy a decirte que sí, estoy arrepentido”, “que me lleve el diablo”, dijo a los periodistas camino a la celda, con las manos esposadas. Como la gente es habladora, ya sabes como es, pueblo chiquito infierno grande, andan comentando que él fue el que envenenó a su exmujer y que deberían de procesarlo también por eso.
Por la noche me puse a ver las noticias en los noticieros televisivos nacionales. Mejor no te sigo contando, de diez noticias que pasaron, sin considerar la del temblor en Costa Rica, ocho de ellas fueron sobre maltrato y asesinato de mujeres. Una cosa es que lo diga, pero verlo es otra, te da rabia, al menos a mí, me hierve la sangre de ver a tantos cobardes que se ensañan con las mujeres, lo mismo que esos noticieros champú que pagan para que los llamen y tomar esas escenas “en primicia” que después motivan a otros a seguir haciéndolo. Debería de cerrarlos de por vida al igual que a los cobardes que cachimbean a las mujeres.
Miércoles, 24 de octubre de 2012
martes, 23 de octubre de 2012
A PRAUD BLACK MAN FROM OLD BANK
That afternoon I walked to the point of Old
Bank. I remember the anxiety I felt at finding myself there again breathing the
cool breeze from the bay, admiring the landscape with ships crossing the
channel from Schooner Kay, the coconuts palms flirting with the rhythm of the
wind and in the distance my longed port. Walking back down the street, now
built with reinforced concrete, I stopped to greet two older gentlemen were
sitting on the porch of the house. “Hello, I said, my name is Ron Hill, I’m from El Bluff”.
They looked at me suspiciously and I began to
speak in English. I asked about his family, if they were natives of the place,
if they were born there and stared at me strangely. "Hey Jim, he wants to
know about our family” said the one that appeared to be greater, the more
lightly built, about 65 years old. “Tell him Charles, we have nothing to hide”,
replied Jim, who had white hair. Charles looked thoughtful for a moment and
began doubtfully talking. Were born and raised in this neighborhood, one of the
oldest neighborhoods in Bluefields. “Thanks to the Lord”, added Jim. “Your mom
too”, I ask. “Listen, he wants to know of our mother”, said Charles.
At that time seen again and their eyes fixed on
me, deep eyes, of those who seek to discover the claims, the thoughts of
others. Okay, I said, let's talk about the neighborhood but Charles interrupted
me. My mother was tall, stocky and was always well aware of us, gave us many
tips when performing the household chores. When she was cooking, boy, the food
was special, I can still smell flavorings of the dishes, rice and beans made
with coconut milk, the turtle stew, chops fried breadfruit that we cut from the
trees in the neighborhood, uploading them to the highest point, the
Caribbean-style breaded shrimp, fish soup, bone-in meat stew. All the prepared
meals with firewood, in those days there was no stove, we collected trunks on
the beach that we put out to dry on the stones and when Dad returned from fishing
in his boat paddles we descended the slope running to help load the fish and
shrimp. Your dad was a fisherman, I asked. He asked for our mother and now
wants to know about Dad, said Charles. Tell us frankly what you want to know,
said Jim.
Honestly I've always wondered about the rain of
stones that fell to one when he visited the neighborhood in the evenings. Saw
each other again, but this time they laughed out loud. To protect us from strangers,
protect our neighborhood, our private homes, our way of life, our children, our
girls, our roots, just for that, explained Jim. But that did not do so in
Beholdeen or Pointeen, I expressed. Boy, do not compare us with those people,
we are different, and we are black, but different black people. We protect our
community, we are proud of it. I’m a proud black man from Old Bank, cannot see
it, said Jim.
It was getting late, would be six in the
afternoon, and now I understand why they threw stones at strangers in Old Bank.
I said goodbye to them shaking hands thick and wrinkled. You can walk calmy, said Charles, nobody will throw stones at you and they continued laughing.
Tuesday, October 23, 2012
miércoles, 17 de octubre de 2012
LA LOCA LLORA POR SU NIÑA
¿Y mi niña?, ¡mi niña!, fueron las expresiones que recordaron de Lucrecia
en la sala de maternidad y se dieron cuenta que no estaba del todo loca. Es
normal que una mujer, después del parto, desee tener a su bebé en brazos, acurrucarlo,
amamantarlo, bañarlo, vestirlo y vivir ese intercambio químico - biológico que
los une para siempre. Lucrecia lloraba sentada en la camilla, un llanto desgarrador
cuando despertó y no encontró a la niña. Es el cuarto bebé que le quitan porque
padece de trastornos psicológicos, la consideran loca. Su dolor se ha
incrementado desde la primera vez, nunca antes ha llorado tanto ni ha dado
declaraciones a los medios de comunicación. “Cuando desperté ya no estaba”, “no
debí quedarme dormida”, dijo a los periodistas. Las autoridades de salud
avalaron que funcionaros de MIFAMILIA irrumpieran en la sala de maternidad y se
la quitaran. Lucrecia sigue llorando por su niña pero dicen que está loca. ¿Por
qué no la esterilizaron después del primer parto? La locura invade muchas
mentes, todos tenemos momentos de locura, la creatividad más resplandeciente casi
siempre proviene de ellos. La loca llora por su niña, los médicos son culpables
de negligencias pero en muchos casos no reciben castigo, practican el poder y dominio sobre los seres humanos.
17/10/2012
martes, 16 de octubre de 2012
LAS GABACHERAS
Las encontré sentadas en sillas de plástico, cerquita una a la otra y a la pared del
corredor de la glorieta de la iglesia. Estaban calladitas, con las piernas cruzadas y la mirada fija en la
cúspide ondeante de la cordillera, pero cuando la mujer pasó por
la calle rompieron el silencio.
—
Todos los días pasa a esta hora —dijo la mayor
sin quitarle la mirada y estiró las piernas —. No se despega a las chavalitas
—agregó.
—
Le lleva la comida —añadió la menor, la más
delgada de ellas, señalando la bolsa que cargaba.
—
Es gabachera —expresó la de edad mediana, una treintañera
de sonrisa maliciosa.
—
¡Gabachera!, ¿qué es eso? —preguntó la mayor,
mirando a las dos con desconcierto.
—
Gabachera, de gavach, que habla mal. A la
bolsa del plástico le llaman gabacha o se refiere a la bata que usan en los
hospitales—dije, pero no me prestaron atención.
“Hace tres años
se vino con el marido de Costa Rica”, comenzó a relatar la de mediana edad,
acomodada en el centro de las otras dos. “Tenían tres años de estar allá,
les iba bien, los dos trabajaban, ella en un restaurante y el de albañil, pero
en una borrachera el hombre la penquió por celos, sólo porque llegó dos horas
después de la acostumbrada. Desde entonces ella se quería venir con las dos
chavalitas pero él no la dejó, lo perdonó porque le prometió que le haría casa
a su nombre, esa que queda allá dando la vuelta”.
—
¿Para adonde va? —preguntó la mayor levantando
los hombros, dibujando un semicírculo con las dos manos.
—
Para la estación de Policía —explicó la menor,
la flaca.
—
¿Por qué? —volvió a preguntar la más vieja.
“Iba a construir
casas a las Colonias”, continuó explicando la treintañera, “allá se estaba la
semana para no gastar en el pasaje y ella se quedaba solita en la casa. Después
de mediodía iba a dejar a las chavalitas donde su mamá, cuando salían del colegio,
en la zona tres. Otro la visitaba por las tardes, volviéndose socio del albañil
en la cama, en la cocina y en la sala, sin poner nada, sin obligaciones despilfarraba
la ganancia que el pobre trataba de ahorrar con el pasaje. Una tarde regresó
sin avisarle y los encontró disfrutando. Casi la mata, la arrastró por toda la casa mientras el
socio se tiró por la ventana, atravesando las cercas de los vecinos”.
—
Esa misma tarde puso la denuncia y amaneció
preso —concluyó la treintañera.
—
¿El socio? —preguntó la mayor.
—
¡No!, ¡el albañil! —aclaró la treintañera.
—
¡Ve qué lindo! —agregó la flaca palmeando sus manos.
“Dice que está
arrepentida, mírenla, camina con los ojitos tristes, sin dar la mirada, la mamá
no quiere cuidarle más a las chavalitas y para remate la corrieron del trabajo.
Cuando llega a dejarle la comida, los policías se burlan de ella, de toditas las
que han echado presos a los hombres por esa nueva ley contra la violencia que
aprobaron. Les dicen “las gabacheras”, un día de estos tiene audiencia y la
pobre le va a pedir al juez que lo perdone porque no halla qué hacer”, concluyó
la treintañera.
—
Ve qué pendejas que son. Gracias diosito lindo que
el mío hace rato lo enterré porque el desgraciado se hubiera muerto de hambre en
la cárcel —dijo la mayor levantando la mirada hacia el techo con el rostro enrojecido.
—
Pobrecito —expreso la flaca cruzando los brazos
—. Mínimo le caen ocho años.
—
Vos no hables. También fuiste “gabachera”.
Andabas llorando y dale gracias a Dios que hasta después aprobaron esa ley
—intimó a la flaca la treintañera.
—
Nada tenés que decirme vos —respondió la flaca,
levantándose de la silla. Le aguantas de todo a ese querido que te has echado
—agregó.
—
Le aguanto todo, todo lo que me da, hasta los
sopapos, pero soy incapaz de andar lloriqueando en el barrio por un
desgraciado, mucho menos de arrepentirme de lo que hago —explicó la treintañera.
—
Debería de vender la casa, con esos realitos
puede poner un negocio o regresar a Costa Rica —agregó la cincuentona y se
quedó pensativa.
—
Cálmate ya, allá viene tu marido —dijo la treintañera
volviendo a ver a la flaca, señalándolo con los labios.
La flaca se
sentó y se quedaron calladitas, mirando a la mujer con las
chavalitas que se perdía en la bajada de la comisaría y al hombre de la flaca que se
acercaba. Al doblar la esquina escuché las
carcajadas de los cuatro.
Jueves, 11 de octubre de 2012
sábado, 13 de octubre de 2012
martes, 9 de octubre de 2012
LOS ALLEN DE EL BLUFF
Siempre que
camino por el andén veo los cimientos de concreto que sostuvieron la casa de
madera donde vivían. Los recuerdo sentados en el corredor, en la banca o en el
piso, colgando sus pies sobre el alto tambo, observando en los atardeceres el
movimiento de barcos en la bahía. Eran tres hermanos: Alonzo, el mayor, Richard
y Guillermo, el menor. Crecimos juntos en esa parte del puerto, cerca del
muelle de la aduana, a cuatro casas de distancia. Éramos amigos de infancia.
Todos los chavalos les llamábamos “los negritos”. “Voy a jugar con los
negritos”, decía al pedir permiso y nunca me era negado.
Jugábamos
diferentes juegos, principalmente base
ball de dos bases en un predio baldío al lado de su casa, cerca de la
bajada al entonces muelle de las pangas. Detrás del patio de la casa había un
inmenso árbol de hule, le hacían cortes con machete y recolectaban la leche que
brotaba en pedazos de cartón, y cuando estaba seca cubrían una semilla de coyol hasta obtener la pelota con la que
jugaríamos. No teníamos guantes, pero ellos los hacían de lona de tijeras viejas, cociéndolos con
enormes agujas; también tallaban con navajas troncos de guayaba o limón para
hacer los bates.
En la temporada de los barriletes, ellos hacían los mejores y más grandes, los que se perdían en las alturas y recibían telegramas dirigidos al cielo con nuestros deseos. Fabricaban barquitos de vela, réplicas exactas de veleros con madera de balsa que hacían competir en regatas de fantasía al lado de la ensenada.
Juntos íbamos a pescar, atrapábamos chacalines para usarlos como carnada entre los restos de un bote salvavidas abandonado al lado de la carretera y nos dirigíamos al muelle de los pescadores, bajando por la esquina imaginaria de Miss Lilian; al regresar, siempre cargaban un racimo de roncadores, palometas y jureles.
Construían rifles de madera con hules gruesos que estiraban sobre el cañón y, con ellos, debajo el frondoso árbol de Guanacaste, esperábamos que aparecieran las palomas y loras para cazarlas. Allí mismo, un poco más arriba, detrás del patio de la casa de mi abuela, subiendo al lado del parque, cortábamos marañones y hacíamos una fogata para asar cashew seed y comerlas.
En la temporada de los barriletes, ellos hacían los mejores y más grandes, los que se perdían en las alturas y recibían telegramas dirigidos al cielo con nuestros deseos. Fabricaban barquitos de vela, réplicas exactas de veleros con madera de balsa que hacían competir en regatas de fantasía al lado de la ensenada.
Juntos íbamos a pescar, atrapábamos chacalines para usarlos como carnada entre los restos de un bote salvavidas abandonado al lado de la carretera y nos dirigíamos al muelle de los pescadores, bajando por la esquina imaginaria de Miss Lilian; al regresar, siempre cargaban un racimo de roncadores, palometas y jureles.
Construían rifles de madera con hules gruesos que estiraban sobre el cañón y, con ellos, debajo el frondoso árbol de Guanacaste, esperábamos que aparecieran las palomas y loras para cazarlas. Allí mismo, un poco más arriba, detrás del patio de la casa de mi abuela, subiendo al lado del parque, cortábamos marañones y hacíamos una fogata para asar cashew seed y comerlas.
Cuando los
buscaba, siempre fui bienvenido, aunque en pocas ocasiones entré a la casa
porque estaban en el corredor. Sentado en la banca, el aroma de la cocina
creole de Miss Sara, la mamá de
ellos, inundaba el corredor: tajadas de plátano fritas en aceite de coco, Johnny cake, rondón, guabul y ginger beer; degusté con ellos toda una
exquisitez. Mister Allen, su papá,
trabajaba como vigilante en el muelle de la aduana. Tenían tres hermanas,
Anita, Juanita y Margarita, la menor con síndrome de Down.
En las fiestas
que se organizaban entre los amigos de ese sector del puerto ellos siempre eran
invitados. Después de practicar los primeros pasos de bolero en la sala de la
casa de mis abuelos con Melba o Zenaida, mis primas, la primera pieza formal de
baile que tuve fue con Anita; llegó a mi lado y me tomó de la mano. “Vení,
bailemos, tenés rato de estar viéndome”, dijo y me movió alrededor de la sala
como pluma al viento. Era mayor, delgada y alta, mi mejilla descansaba en su
pecho y al ritmo de la música escuché los alegres latidos de su orgulloso
corazón. De Juanita tengo pocos recuerdos, era la más seria de ellas, pero
Margarita era la niña más feliz del puerto, en la loma del parque todos los
días de navidad el coronel alma de niño le celebraba su cumpleaños y los chavalos, jóvenes y mayores,
acudíamos invitados a su fiesta. “Margarita, está linda la mar”, le decía y
sonreía moviendo su cabeza.
Viajábamos a Bluefields todos los días de semana en el mismo barco para acudir a clases,
primero en el colegio San José y después en el Colón. Alonzo era un alumno
ejemplar, excelente, siempre estaba en el cuadro de honor por sus notas, todas
de cien. Tocaba la guitarra en el corredor y leía, siempre leía. Richard era un
excelente deportista, jugamos en el mismo equipo de béisbol, "Los Diablos", igual que
Guillermo.
Por las noches nos reuníamos en las gradas de la bajada al muelle de las pangas, frente a su casa. A nuestra izquierda nos acompañaba el resplandor de las luces de Bluefields y en lo alto el cielo estrellado. Conversábamos sobre deportistas famosos, de lo que cada quien quería ser cuando fuera grande, cosas de chavalos y, de vez en cuando, llegaban amigos mayores a beberse una botella de güisqui y a fumar. Cuando nos hacían ofrecimientos, ellos nunca lo aceptaron.
Por las noches nos reuníamos en las gradas de la bajada al muelle de las pangas, frente a su casa. A nuestra izquierda nos acompañaba el resplandor de las luces de Bluefields y en lo alto el cielo estrellado. Conversábamos sobre deportistas famosos, de lo que cada quien quería ser cuando fuera grande, cosas de chavalos y, de vez en cuando, llegaban amigos mayores a beberse una botella de güisqui y a fumar. Cuando nos hacían ofrecimientos, ellos nunca lo aceptaron.
Ahora, al lado
de los cimientos de concreto, con una valla metálica de frente que evita el
paso al muelle, trato de recordar el momento preciso en que dejé de llamarles
“los negritos”. Probablemente fue cuando nos convertimos en adolescentes, tal
vez un día me dijeron que no les llamara así, o quizás fue cuando falleció Mister Allen y lo vi a través de la
ventana tendido en el centro de la sala sobre una tijera, todos ellos reunidos
alrededor de él, llorando por la pérdida de su padre; entonces, creo, comencé a
llamarlos “los Allen”.
El Bluff, 5 de Octubre de 2012.
Nota:
Después de 41 años he vuelto a encontrarme con Alonzo Allen. Me ha visitado en Nueva Guinea con su familia y les he tomado la foto de aparece en este escrito. Le dije que había escrito sobre ellos cuando vivían en El Bluff. Al leerlo se reía y comentamos esa etapa de nuestras vidas. "Gracias, gracias, por recordar esos tiempos", dijo.
El Bluff, 5 de Octubre de 2012.
Nota:
Después de 41 años he vuelto a encontrarme con Alonzo Allen. Me ha visitado en Nueva Guinea con su familia y les he tomado la foto de aparece en este escrito. Le dije que había escrito sobre ellos cuando vivían en El Bluff. Al leerlo se reía y comentamos esa etapa de nuestras vidas. "Gracias, gracias, por recordar esos tiempos", dijo.
martes, 2 de octubre de 2012
CHAVALO EDUCADO
Debes saludar a los mayores con
las manos juntas y lavártelas antes de comer. No debes sentarte en la mesa sin
camisa, mucho menos eructar. No seas atrevido, tienes que esperar que los
mayores se sirvan. Con la mano izquierda se toma el cuchillo y con la derecha
el tenedor, debes aprender a cortar la carne, mira, así, en trocitos. ¡Quita
los codos de la mesa! Mastica bien la comida sin abrir la boca, no chupes la
sopa, no hagas ruido. Cuando hayas terminado, debes pedir permiso para
levantarte. Hasta que hayas aprendido te llevare a un restaurante. Ya has
crecido y tienes que avisar, no puedes seguir orinándote todo el tiempo. Ve,
así sácala y agarra puntería. Tenés que practicar porque estás desbaratando el
colchón, pronto te darás cuenta que se usa para otras cosas. ¿Cómo cuales? Cuando crezcas te darás
cuenta. Levanta el asiento del inodoro, es sólo para ellas. Primero se pone el
zapato izquierdo y después el derecho, no hagas caso de esos que dicen que se
levantaron con el pie izquierdo, son puras babosadas. Ya sé que te cuesta mucho
amarrarte los cordones, no te desesperes, con calma vas a hacer el lazo. El
pantalón debe quedarte flojo y debajo del ombligo, sólo las mujeres andan
socaditas. ¿Ya te has fijado, verdad? No me digas que no, veo que los ojos te
brillan cuando vienen tus primas. No les des mucha importancia, coquetean con
todos, por ahora debes dedicarte a estudiar. No dejes que tus compañeros se
burlen de vos por ningún motivo. Aunque sea más grande, agárrate a los vergazos
y, si no podes ganarle, patéalo, garrotéalo, apedréalo, no vengas lloriqueando,
los hombres no lloran. ¿Y si me echan la
vaca? Córrete que después nos desquitamos con tus hermanos mayores. No le
tengas miedo al agua, tenés que aprender a nadar, nadar es importante, ¡tírate!,
¡tírate ya! ¿Y los tiburones?, se
corren cuando escuchan ruido, los que andan en las calles son más peligrosos.
Escucho tu voz ronca, de seguro ya te estás haciendo la paja. Es bueno que te
la hagas, vas en buen camino porque a ellas les encanta. ¿Hacerle la paja a uno? ¡Chavalo!, ¡no seas baboso! Tomá estos cien
pesos y anda al putal. ¡Me da pena! Vení,
te voy a llevar. ¿Te gustó? ¿Cómo se portó? ¡Es bien educado!
Martes, 02 de octubre de 2012