El despertar era temprano. A las cinco y media de la mañana, abandonaban la cama tras el llamado de abnegadas madres. Se dirigían al baño mientras ellas preparaban el desayuno a sus hijos que debían atravesar la bahía en busca del pan del saber. Los días grises con sus intensas lluvias, sus relámpagos y truenos, nunca evitaron la travesía, no existía temor a la oscuridad del cielo, mucho menos a la invisibilidad de las costas.
A las seis y media de la mañana el muelle de El Bluff se inundaba de alegría. Un mar de voces, un cielo de risas y un infinito lleno de esperanzas se mezclaba con el encuentro de los estudiantes que le daban vida al viejo muelle pintándolo de azul y blanco. Paraguas y capotes, bultos llenos de cuadernos, lápices e ilusiones eran parte de su vestimenta. Varias madres acompañaban a sus hijos menores hasta el momento de partir en el barco que los llevaba hacia Bluefields en una travesía de casi una hora. Por su lentitud para cruzar el trecho de cuatro millas y media, a esos barcos se les llamaba “pospo”, entre ellos la Muca , Ethel, Fifi, Arturo y, el más veloz, la Lesbia.
En los días lluviosos el calor de los cuerpos se expandía dentro de la cabina del barco. Los bultos se abrían, los cuadernos florecían y la travesía se convertía en una sesión más de estudios. El ruido del motor se imponía y, como un maestro, no permitía establecer conversación alguna. Ese ambiente de húmeda tranquilidad daba sobresaltos con el resplandor provocado por un relámpago, por el rugir del trueno, el embate de las olas, la maniobra esquiva del capitán frente a un tronco inesperado, arrojado por el río Escondido; las miradas ardientes de novios, los temores de los menores y las bromas con objetos que cruzaban el espacio en busca de su objetivo provocaban risas, carcajadas inocentes.
Con el amanecer radiante, las costas de la bahía se mostraban con nitidez y las aguas calmas abandonaban el color terroso vistiéndose de azul marino claro, provocando un ambiente festivo. El rugir del motor desaparecía y los bultos ocupaban los asientos, mientras los estudiantes llenaban la caseta, la proa y la popa del barco para admirar en la distancia los entonces campos azules de Bluefields, las costas de la Isla del Venado, la abundante vegetación de Half Way Cay y el acompañamiento alegre de los delfines y medusas de mar.
A mitad de la travesía se observaba a los pescadores en sus cayucos de vela iniciar la faena del día, desplegando sus tarrayas sobre los bancos de chacalines y cardúmenes de róbalos y palometas. El barco de la empresa camaronera, atiborrado de trabajadores que saludaban a su paso, era encontrado al cruzar Half Way Cay. Al atracar en el muelle, los menores y muchachas salían de primero, mientras los mayores brindaban sus manos con cortesía. Poco a poco el barco quedaba vacío, abandonado por la alegría con que lo inundaban. Sus figuras se observaban hasta perderse, llenando las calles de Bluefields al dirigirse a los colegios Moravo, San José y Cristóbal Colón.
Por las tardes aparecían en el muelle en grupos o parejas hasta llenar nuevamente el barco que acogía sus sueños y la alegría exhibida en sus caras. La travesía se tornaba más amena, expresándose en besos y caricias de novios adolescentes, juegos en la cabina y sobre la cubierta, admiración de celestiales atardeceres que reflejaban los rayos del sol sobre las olas y la ansiedad por el regreso al hogar familiar. En la distancia, al acercarse al muelle de la Aduana , observaban los barcos mercantes atracados que cargaban y descargaban mercancías hasta altas horas de la noche y la salida de los barcos camaroneros hacia alta mar por la barra del puerto.
Muchos de ellos emigraron con el paso del tiempo hacia la capital para ingresar a las universidades y hoy son profesionales exitosos. Otros, por diversas causas, abandonaron el puerto y se encuentran dispersos alrededor del planeta, inmersos en una nueva travesía tras la búsqueda de los sueños que su puerto nunca pudo darles, mucho menos hoy, en las circunstancias de pobreza y marginación en que se encuentra, arrinconado en el olvido como el barrio más pobre de Bluefields.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Sábado, 12 de febrero de 2011
Cuando se escribe del corazon, esto es lo que resulta. Me encanta, Ronald.
ResponderEliminarGracias Anomino(a). Un abrazo.
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