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lunes, 9 de junio de 2025

ÁRBOLES Y POEMAS

 


Tres árboles se alzaban cerca de la casa de mis padres.
Eran guardianes callados.
Custodiaban secretos, juegos, y sueños
que apenas se dibujaban bajo sus copas.

El primero era un guanacaste.
Majestuoso, en lo alto de una pendiente frente a los tanques de Texaco.
Sus hojas delgadas bailaban con el viento,
como si contaran secretos al mundo.

A su sombra cruzábamos el terreno
con tiradoras y rifles de balines.
Cuando florecía, el suelo se vestía de pétalos y conchas.
Las conchas secas eran balas de juego,
naves que volaban cuesta abajo
con el empuje de nuestra imaginación.
En su corteza rugosa dibujé futuros
que ni siquiera sabía que anhelaba.

El segundo era un laurel de la India.
Elegante, de sombra generosa.
Echó raíces junto al andén,
frente a la casa de los Bermúdez.
Allí reí, jugué, recogí semillas
arrastradas por los vientos de octubre.
El laurel no hablaba, pero escuchaba.
Fue testigo fiel de esos años primeros.

El tercero era un almendro.
Gigante, flanqueaba la bajada al muelle de la aduana,
donde atracaban los barcos guardacostas.
Me sentaba en una banca bajo su sombra.
Comía sus frutos, masticaba sus semillas,
escuchaba a doña Luisa Sandino
saludar a todos, como parte del paisaje.

Un día, los tres fueron arrancados desde la raíz.
No fue tormenta ni tiempo. Fue el hombre.
Desde entonces, viven en la memoria.
Cada vez que paso por esos lugares,
los nombro en voz alta,
como si nombrarlos los hiciera volver.
Eran gigantes. Ni el viento pudo con ellos.
Pero sí la indiferencia.

Hoy tengo otros árboles.
Los sembré hace más de 25 años.
Caobas, acacia amarilla, acacia mangium,
cocoteros, palmas, caña fístula...
Por belleza. Por placer.
Y me han dado ambos.

Cuando el viento sopla fuerte, el cielo se oscurece
y cae la lluvia, me detengo.
Miro los caobas,
las cinco palmeras,
la caña fístula que acaba de soltar sus flores,
el aguacate, el limonero,
y el monje que Gaby nos regaló.

El monje deja caer sus ramas,
como si el peso de la vida lo inclinara.
Pero ahí sigue.
Por las tardes, se llena de aves.
Ahí anidan. Ahí duermen.

Mirarlos me vuelve humano.
Y a veces no.
Porque ya no soy solo cuerpo.
Respiro con ellos.
Somos lo mismo.

Los poemas son como árboles.
Nos enseñan a respirar con otros.
Cada verso, una pausa.
Cada estrofa, una sombra para detenerse.
Como un bosque en lo alto,
o una fila de acacias entre concreto y tráfico.

Los poemas nos recuerdan que estamos vivos.
Y los tres árboles también lo estuvieron.
Aún lo están.
Dentro de mí.

 

24 de Mayo de 2025.

Foto: Propia.


miércoles, 21 de mayo de 2025

SWEET SUGAR MANGO: DELICIA CARIBEÑA

 


El Sweet Sugar Mango es de esos frutos que no necesita mucho preámbulo entre nosotros, pero si no lo sabes aquí te dejo algunos de sus aspectos más importantes. Su nombre científico es Mangifera indica y es una variedad pequeña de mango originaria de Colombia, conocida por su bajo contenido de fibra, su aroma intenso y su sabor dulce debido a que posee entre 13 y 15 gramos de azúcar en cada 100 gramos de fruta. En inglés se le conoce como Sweet Sugar Mango. Es pequeño, de piel delgada y al verlo ya se sabe que vas a terminar chupándote los dedos.

Lo he comido en muchos lados, pero hay tres lugares que no olvido: Corn Island, El Bluff y Bluefields. En Corn Island —es probable que haya llegado a la isla a través del intercambio comercial con los Raizales de San Andrés y Providencia, y por vínculos familiares—, bajando hacia Long Bay, una señora tenía una canasta llena. Me regaló uno sin decir palabra. Bastó una mordida para que regresara a los años que, de chavalo, corría al fondo del patio de doña Juana Angulo en El Bluff. Bajo la sombra de los almendros, luego de cortarlos, ella nos repartía manguitos de azúcar con una gran sonrisa en el rostro. El jugo se escurría por mis brazos y uno no sabía si chupar el mango o reírse de alegría con los amigos.

En Bluefields los sugar mangos aparecen en los mercados, en las bolsas de las señoras, en los techos de las casas cuando caen maduros del árbol. Se cosechan entre abril y junio, cuando el calor cambia y el invierno empieza a insinuarse. Es época de brisas húmedas, de patios llenos de niños y pájaros, de mangos cayendo con el viento.

Es fruta que no se olvida porque viene acompañada de historias, de voces. Es fruta para comerse sin prisa, de pie, mirando el mar o sentado en una grada mientras el tiempo hace lo suyo. Se come con elegancia, con alma. Y por eso, cada vez que aparece uno, me detengo, lo pelo con las uñas y me pierdo en su dulzura.

Un Sugar Mango no solo se come, se revive… como se revive un patio, una risa, una tarde tibia a la orilla del mar.


4 de mayo de 2025.

Foto: Internet.

miércoles, 30 de abril de 2025

EL ECO LEJANO DEL ARPÓN

 

En noches de verano, cuando las aguas de la bahía estaban limpias, con un color azul verdoso, bajábamos corriendo desde la casa de los abuelos, Manuela y Felipe, hacia el muelle de la Texaco. Eran semanas previas a la Semana Santa, y el muelle se encontraba en un recodo de la carretera de grava que bordeaba la ensenada rumbo a la planta procesadora de mariscos.

Era al caer la noche, después de las siete, cuando las luminarias sostenidas de tubos metálicos comenzaban a encenderse. Iluminaban por debajo y los alrededores del alto muelle de madera, y entre las uniones de los tablones mirábamos nuestras sombras cortarse en trozos al caminar de un extremo a otro. Súbitamente, aparecía el cardumen de róbalos y, tapándonos la boca con las manos, gritábamos de alegría sin movernos del sitio, parados sobre el muelle pintado de negro.

Allí, justo bajo nuestros pies, miles de róbalos nadaban placenteramente. Tras el paso de un grupo, seguía otro y luego otro más, en contra de la suave corriente veraniega que llevaba el agua hacia la barra y al mar. El color plateado y la raya negra que les cruzaba el lomo desde la cabeza hasta la cola brillaban majestuosos bajo la luz de las luminarias, mientras mis tíos Pablo y Gustavo se preparaban con sus arpones de madera y garfios filosos para dar el golpe certero a los ejemplares más esplendorosos: róbalos de un metro.

Desde el muelle se veían las luces de las casas cercanas, incluida la de los abuelos. También brillaban la de barcos atracados en el muelle de la aduana, los fondeados en la bahía, el resplandor de la ciudad de Bluefields sobre Half Way Cay, una lucecita parpadeante en la isla del Venado y las luces del muelle de los barcos pesqueros.

En ese silencio expectante, el arpón salía con tanta fuerza que partía el aire fresco de la noche. Se escuchaba un “splash” al entrar en el agua, y luego del forcejeo del pez que luchaba por liberarse del hierro que le atravesaba en el lomo, cerca de la cabeza. Jalando el mecate de nylon con pericia y fuerza, mis tíos lo sacaban del agua y lo colocaban entre los tablones, donde se sacudía hasta que un golpe certero en la cabeza lo dejaba quieto.

Y así, uno tras otro, entre el cardumen los mejores ejemplares se iban acomodando en el muelle. Después eran limpiados y cortados en dos, y al llegar a casa, salados y colgados en alambres para secarse al sol bajo la mirada atenta de la abuela Manuela. Días más tarde, en su cocina, se preparaba un arroz con pescado seco que era puro deleite para la familia.

Con el tiempo, las visitas de tío Gustavo se volvieron menos frecuentes. La Semana Santa sin él era distinta, y tío Pablo lo notaba; por eso salía por las tardes a la barra en una panga metálica con motor de cinco caballos, cuchareando entre el oleaje que venía del mar en dirección a la isla del Venado. Allí, jureles —o “jacks”— de gran tamaño mordían la cuchara, eran jalados a mano, y tras jugar un rato con ellos, terminaban sobre la panga.

Ahora no se ven esos cardúmenes. Pocos tienen la destreza de arponear. Los muelle están casi vacíos por las noches y la bahía, la mayoría de las veces, está sucia.

Pero si vas por allí, si haces el esfuerzo y abrís bien los sentidos, estoy seguro de que en la oscuridad de las noches de verano aún podés escuchar —entre las rendijas viejas de los muelles— el eco lejano de un arpón partiendo el aire y el leve aleteo de un cardumen invisible, como un recuerdo que no se rinde, sigue nadando bajo nuestros pies.

 

 29 de abril de 2025.

Foto: Internet.

lunes, 14 de abril de 2025

SILUETA EN LA ARENA

 



El estuario del río Escondido

se despliega en la bahía,

y ella se abre hacia el mar Caribe.

A veces llenos, otras vacíos;

como yo, cuando estás y cuando te vas.

 

Un sentimiento imposible de enmarcar,

pero el Caribe sí puede serlo,

sobre todo, cuando en abril

cielo y mar se tiñen de violáceo,

se encuentran, se reconocen, se funden,

renovándose uno al otro.

 

El delfín nada junto a las olas

que acarician los barcos,

entra y sale alegre del agua

como yo, cuando veo tu silueta

avanzar con pasos atléticos

y el pelo rizado al viento

por la playa de El Bluff.

 

Dos motonetas llegan

desde la antigua pista

al sendero arenoso, bordeado

por palos de icacos y uvas de mar,

mientras una bandada de pelícanos

cae en picada sobre el cardumen

que busca refugio entre las piedras.

 

Los niños recogen conchas,

corren, ríen, gritan y nadan

hasta que tu figura lentamente

se desvanece en el horizonte,

provocando en mí la añoranza

de verte una vez más.

 

14 de abril de 2025

Foto: Internet.


martes, 8 de abril de 2025

RAÍCES QUE NO SE OLVIDAN

 


El viaje comenzó bajo un cielo azul, de esos que parecen una promesa. Recorrí durante casi una hora y cincuenta minutos la majestuosa carretera que conduce a Bluefields y que en la distancia se asemeja a un hilo blanco que sobresale entre las diferentes tonalidades de verde que cubren cerros y valles. El sol brillaba sobre los árboles y los ríos que cruzan el camino, mientras en mi interior se mezclaban emociones de reencuentro y memoria. Al llegar, luego de ubicarme en el hotel y caminar por una de las calles de la ciudad, vi a mi prima Ivette Álvarez. Grité su nombre y se detuvo.

Caminamos juntos en la dirección que ella seguía y me sorprendió con una pregunta inesperada:

—¿Vos querés conocer a mi otra hermana, la otra hija de Pablo?

—Claro que sí —le dije.

Y fue así como conocí a una prima que llevaba muchos años con deseos de conocer, hija de tío Pablo con su segunda familia. Es una joven hermosa, de rostro familiar. Desde que la vi, noté en ella el parecido con mi tío Pablo, su padre, y también papá de Ivette. Fue uno de esos momentos donde el lazo de sangre se revela en una mirada, en un gesto, en un parecido que no necesita explicación.

También aproveché mi paso por Bluefields para visitar al profesor Arturo Valdés, director de Radio Zinica. Estaba en la radio y, al entrar en la cabina para darle un ejemplar de mi libro, me invitó a sentarme frente a los micrófonos y me hizo una entrevista sobre los Hijos del Tiempo y la Arena – Relatos de El Bluff para su audiencia radial. Fue un momento especial, y le agradezco sinceramente por darme ese espacio para compartir nuestras historias del Bluff con quienes aún las recuerdan y con quienes las están descubriendo por primera vez, en especial las nuevas generaciones.

Antes del mediodía, en compañía de Denis García, “el Flaco”, —mi amigo de infancia y de toda la vida— emprendí el viaje al Bluff. Él estuvo conmigo en todo momento, acompañándome con esa complicidad de quienes han compartido años, calles y secretos.

Volví al puerto de El Bluff por los nueve días del fallecimiento de don Chon Benavidez, uno de los personajes entrañables que menciono en el libro Hijos del Tiempo y la Arena. El viaje fue un reencuentro con los ecos del tiempo, de esos que se sienten en el pecho, como una marea que viene cargada de memoria y afecto.

Desde que la panga se fue acercando, reconocí la bahía, ese espejo inmenso de agua donde el cielo parece descansar. Vi la silueta de la loma del faro y sentí que algo dentro de mí se alineaba con la tierra. Allí estaba Half Way Cay, la isla del Venado, la isla de Miss Lilian, la barra, y el eterno muelle de la Aduana. Vi las viejas casas, algunas aún de pie, otras ya solo en el recuerdo. El puerto ha cambiado, sí, pero su alma sigue intacta.

Estuve con los hijos de don Chon: Javier, Rina y Francis. Nos abrazamos en silencio, con esa mezcla de tristeza y gratitud que traen los reencuentros. Con Javier conversamos largo rato. Me habló de su llegada a El Bluff, cuando apenas era un niño. Venía con su madre desde Santo Domingo, Chontales, para quedarse a vivir con don Chon. Me contaba cómo fue creciendo en el puerto y su vida deportiva como jugador de beisbol desde la liga infantil, amateur, primera división y profesional. Mientras hablaba, parecía que las imágenes cobraban vida en sus palabras. Éramos dos muchachos viejos hablando del tiempo como quien hojea un álbum de fotografías.

Luego fuimos al cementerio. Vi la tumba de don Chon y también a la de mis abuelos, Felipe y Manuela. Frente a esas cruces gastadas por el sol y la brisa, sentí que el tiempo se me encogía en las manos. Todo lo que fui, lo que aprendí, lo que viví con ellos, me golpeó en un parpadeo. Vi sus rostros, escuché sus voces, sentí sus manos. Y agradecí haber regresado.

Al caer la tarde fui al parque nuevo. Es un espacio bonito, limpio, lleno de color. Había niños jugando, chavalos en bicicleta, risas, carreras, música a lo lejos. Me senté en una banca bajo un árbol, saqué mi libro y les leí un cuento: El avión amarillo y la lluvia de caramelos. Unos veinte niños me rodearon, escuchaban con asombro, se reían. En sus ojos brillaba algo que reconocí: el alma curiosa de quien quiere soñar. Al concluir, con ayuda de unas madres, les entregamos caramelos y chocolates.

Ahí sentí el contraste. Hoy quedan pocos de los viejos del puerto. Algunos caminan despacio por las calles, otros están muy enfermos y muchos han fallecido. Sus voces se oyen menos, pero sus huellas están en cada rincón. Sin embargo, el Bluff sigue vivo. Late en la alegría de los niños, en la energía de los jóvenes, en esa mezcla de mar y tierra que nunca deja de hablarle a quien quiere escuchar.

Regresé con nostalgia, sí. Pero también con alegría. Porque, aunque el tiempo pase, las raíces siguen firmes. Y mientras haya quien escuche, siempre habrá historias que contar.


Martes, 8 de abril de 2025

Foto Propia: Tumba de abuelos en El Bluff.

miércoles, 2 de abril de 2025

HUELLAS


 

Tus huellas no se borran,

siguen en la cama, en la sala, en el corredor,

latentes en el patio y en el árbol

donde anidó el colibrí errante.

 

Tus pasos resuenan en mis pensamientos,

se hunden en la arena de Corn Island,

se enredan en las ramas del cacao mico

y en los arbustos de uva de mar.

 

Mi piel es un lienzo marcado por ti,

mi espalda, mi pecho, mi rostro,

cada surco es un fuego que aún arde.

 

Huellas aquí, huellas allá,

persisten para no olvidarte,

para encontrarme siempre en ti.


2 de Abril de 2025
Foto: Internet

viernes, 29 de noviembre de 2024

EL LUGAR DONDE TODO ES POSIBLE

 



Hay un lugar del que nada podemos olvidar,

donde la luz radiante duerme bajo piedras azules.

Los días oscuros los llevamos allí,

y al miedo, antes de que nos devore, lo enfrentamos.

 

Decimos nuestros nombres en baja frecuencia,

escribimos pensamientos en la arena

que el oleaje borra como un susurro eterno.

Gritamos el dolor al borde del acantilado,

dejándolo elevarse al infinito con la brisa marina.

 

Escondidas van nuestras plegarias,

que nos observan desde el camino lodoso,

y allí desplegamos nuestras alas heridas,

tratando de alcanzar el horizonte.

 

Llevamos las manos con olor a esperanza,

y soñamos con el lugar donde todo es posible,

la memoria y el presente se abrazan,

y el alma descansa sobre el eco de las olas.

 

29/11/2024

Foto Internet

viernes, 15 de noviembre de 2024

LEYENDAS

 



Quizás has estado en alerta,

pendiente de lo que acontece a tu alrededor

y te has dado cuenta de que he pasado muchos años

tratando de atraerte, persuadirte

con mis escritos y poemas libres,

que surgen inesperadamente para

recordar a mi puerto como si un día pudo ser tuyo,

evocando detalles sobre mis padres,

mis abuelos, primos, primas, tíos y tías,

sabiendo que el día menos pensado me iré,

y que sin mí presente para recordarlos,

escritos y poemas lo harán.

Mucho le debo a mi gente y quiero que disfruten

unos cuantos años más en la luz:

mi abuelo jalando agua de su pozo empedrado por las tardes,

mi abuela atareada en su cocina con mujeres sonrientes,

mi madre corriendo las cortinas para ver la bahía,

mi padre sosteniendo el timón del barco,

mi hermana subiendo a un árbol de manzanas de rosa,

mi hermano jugando con Ringo, nuestro perro,

mi tía cantando en alto la canción de moda.

La escuchas, quizás es para vos.

 

14/11/2024

Foto Internet.


viernes, 11 de octubre de 2024

EL VIENTO

 


He recorrido diversos lugares preguntando a varias personas sobre el viento: qué significa para ellas, cómo lo perciben, qué asociaciones les evoca. Les he preguntado sobre las respuestas de sus sentidos, los recuerdos que despierta, los temores y sentimientos que les provoca. Las respuestas que obtuve son tan variadas como los propios vientos. Las he sintetizado, preservando el anonimato de quienes compartieron sus vivencias. Comprenderá por qué, después de leer El Viento.

 LUPITA: El viento me despertó.

 Tiene treinta años y vive en una ciudad al norte de Florida desde que su marido le quitó el pequeño negocio que tenían juntos. Se dio cuenta de que todos los bienes obtenidos por el trabajo en conjunto quedaron únicamente para él, ahora su ex, pero ella prefiere llamarlo “el desgraciado”. La casa se la quedó ella, pero no puede alquilarla ni hacer negocios con ella, según consta en el documento de divorcio. La pensión alimenticia para sus dos hijos no le alcanzaba para salir adelante, así que se fue de manera clandestina, porque en esos años no existía el parole humanitario.

“Mi familia me ayudó, y crucé mojada. El viaje duró más de un mes y fue horrible, una pesadilla que no le deseo a nadie. Prácticamente viajé con coyotes, que en parte del trayecto, ya en México, estaban escoltados por narcos. Fue un mes de terror, la mayoría del tiempo estuve encerrada en casas que usan para traficar con personas. Pero ahora, aquí trabajando y gestionando mis papeles, veo hacia atrás y me doy cuenta de que la mayor pesadilla fue la que viví al lado del desgraciado de mi exmarido. Es increíble cómo no me di cuenta antes, después de más de 10 años de matrimonio.

Recién casada, enamoradísima, no lo voy a negar, me volví loca por ese hombre. Quería que me quedara encerrada en casa. Mi vida era un martirio. Pero una noche lluviosa, el viento me despertó. Soplaba fuerte, las ramas de los árboles golpeaban el techo de zinc sin parar. Ni siquiera eso podía hacer el desgraciado, cortar esas ramas. Esa noche, en medio del ruido, me di cuenta. Vi una película de mi vida con él, y supe que ya no podíamos seguir juntos. Nos divorciamos, y me dejó en la calle. Mis hijos, mis queridos hijos, están con mi hermana. Yo aquí, luchando por salir adelante, por ellos, por una vida mejor."

 JACK: El viento es mi aliado.

Tú sabes lo que significa el viento para un pescador, ¿verdad? Cuando salgo de madrugada, antes de las cinco de la mañana, casi siempre la bahía está tranquila, con poco oleaje. Remo desde el pequeño muelle cerca de mi casa en Old Bank. Mientras voy hacia el noreste, siento el viento fresco y suave en el rostro, ¡y ese viento me llena de vida, de energía! Es como si me diera la bienvenida cada día.

Al pasar las isletas de mangle que bordean el canal, casi siempre hay ráfagas suaves que vienen del norte. La vela no engaña, la izo y, maniobrando el cayuco, atrapo el viento. Una vez embolsada, la vela se pone orgullosa, altiva, con la fuerza justa para navegar. Y allí voy, directo a los bancos de chacalines, que a veces están frente a la isla del Venado, otras veces entre Half Way Cay o cerca de las playas de El Bluff y Rama Cay.

Me paso el día chacalineando, como tantos otros pescadores. Para mí, la tarraya es como el machete para un campesino: es mi herramienta de vida. Los pescadores de la bahía formamos una fraternidad. Estar juntos allí, cada uno en su cayuco, es pura alegría. ¿Alguna vez has pasado en una panga cerca de nosotros? Seguro nos has visto felices, saludando a los que pasan rumbo a Bluefields o El Bluff. ¡Hasta nos sacan fotos! Siempre hay pangueros que se acercan a vernos, a mostrarnos a los pasajeros mientras trabajamos. Nos sentimos como estrellas por un momento, con nuestra captura del día.

Y todo ese tiempo, el viento es nuestro compañero, a veces juguetón, a veces severo, pero siempre presente. Nos mantiene alerta, como el verdadero amo y señor de la bahía, y prácticamente lo es. Nos afecta a todos, en el ánimo y en el trabajo. Mueve las corrientes, nos guía. Lo mejor es cuando sopla un viento intermedio, ni muy fuerte ni muy suave. Cuando está fuerte, espanta a los peces y chacalines; si está demasiado calmado, el agua transparente y la luz intensa los alejan.

Al terminar la faena, volvemos a desplegar las velas y maniobramos de vuelta a casa, hacia Bluefields y los muelles de su bahía. Allí, al final del día, el cayuco descansa tranquilo en la orilla, listo para el próximo amanecer."

 OXY: El viento me vuelve loca de amor.

La vida mía transcurría tranquila, hasta que me di cuenta de que estaba enamorada de dos hombres. Primero fue el primero, el que me hizo sentir mujer, al que le di mi primer hijo. Todo ocurrió tan de repente. Una tarde lo vi caminando hacia mi casita, ubicada junto al callejón, en la subida de la carretera que lleva al pueblo. Mi amor no había llegado aún, andaba trabajando, ganándose el día como chambero, cargando y descargando camiones. Como siempre, lo esperaba a un lado del camino, al frente de mi casa de madera y zinc viejo, con su piso de tierra bien apisonado, que mantengo limpiecito. Ahí nací, crecí con mis hermanos, y vi morir a mis padres. Mis hermanos se marcharon, y yo me quedé sola con él.

Estaba esperando ver su figura doblar por la esquina, cuando, de pronto, vi que subía por el camino otro hombre. Al pasar, me dijo: “¡Adiós preciosa! Cada día estás más hermosa”, y me dio una risa que no pude contener. Reí a carcajadas, y él también. ¡Qué locura la mía! Él siguió su camino, pero yo me quedé con una sonrisa que no se me quitaba. Cuando llegó mi amor, lo notó y me preguntó qué me pasaba. No dije nada, solo lo agarré, lo empujé al aposento, y con unas ansias locas, lo desvestí. El viento afuera parecía agitarlo todo, y dentro de mí, algo se desató, una necesidad profunda, una urgencia que no podía detener.

Pasó otra vez. El hombre subió por el camino, me dijo palabras dulces, y me reí con la misma locura. Y cuando mi amor llegó, lo hice mío con esas mismas ganas desenfrenadas. Era como si el viento, con sus ráfagas, hubiera traído consigo algo que despertaba en mí deseos que no podía ignorar.

Semanas y meses pasaron así, hasta que un día, sin saber de dónde saqué valor, me crucé en el camino del hombre. Sus ojos brillaron y sus labios temblaron, pero logró decirme que se llamaba Juan. Sentí que el corazón me explotaba en el pecho, y sin pensarlo le dije que al día siguiente lo esperaba para darle un fresquito. Y así fue. Llegó como a las tres de la tarde. Le ofrecí una naranjada bajo la sombra de las matas de chagüite. Él la bebía despacio, como si no tuviera sed, mientras yo no podía apartar la vista de sus ojos, sus labios, su cuerpo fuerte.

De pronto, comenzó a llover con viento, una tormenta de esas que parece venir de otro mundo. El viento y la lluvia nos azotaban sin piedad, y lo tomé de la mano para llevarlo adentro, a refugiarnos. Apenas cruzamos el umbral, él me rodeó la cintura y me atrajo hacia su cuerpo. No sé cómo, pero en un abrir y cerrar de ojos, la ropa fue desapareciendo entre nosotros. Lo sentía tan cerca, tan fuerte, que todo lo demás se desvaneció. Afuera, el viento seguía su furia, pero dentro, todo era un torbellino distinto. Me levantó, y enredada en él, encontré lo que tanto deseaba, al ritmo de la tormenta.

Después de ese día, todo parecía volver a la normalidad. Él pasaba, me decía cosas bonitas, y yo le daba su vasito de fresco. Pero detrás de la casa, entre las matas de chagüite, se escondían todos nuestros arrebatos, que nos dejaban rendidos entre las hojas.

Ahora vivimos los tres juntos. Soy la mujer más afortunada del mundo. El viento, ese que siempre me trae locura y amor, nos envuelve. Dormimos en la misma cama, y nos queremos como si fuéramos uno solo. Por las mañanas, salgo a despedir a mi amor cuando va al trabajo, y él baja por el camino hacia sus labores del campo. Y así vivimos, en paz, enredados en el viento, enredados en amor.

PASCUAL: Quiero ser una tormenta.

Es... raro. No sé, tal vez soy yo. Pero cada vez que me siento aquí, en este mismo lugar, algo pasa. No sé si es la gente o es el viento o es... algo más. Es como si todos, todos los que pasan, fueran una especie de... tormenta. Sí, eso. Una tormenta de viento, o algo así. ¡Eso tiene sentido! Porque... porque el viento es fuerte, y es rápido, y no lo puedes controlar, igual que las personas. No sé por qué no lo había pensado antes.

Ahí está. Mira a esa mujer. Esa, la de chaqueta roja. Es como... un torbellino, pero no de los que arrastran casas. Es más como... no sé, como uno que solo quiere moverse. Tal vez ni sabe a dónde va, pero sigue avanzando. Sí, como esos tornados pequeños que no rompen nada, pero igual giran y giran. Todo su cabello se mueve, y yo... no puedo dejar de mirar. Es como si todo lo que arrastra su viento me envolviera a mí también. ¿Qué estará pensando? Seguro no está pensando en mí. Nadie lo hace. Pero su viento... siento que me arrastra un poco. Me marea.

Luego, está ese hombre. El del pelo despeinado, ese... es como un huracán. Lo puedo ver, lo puedo sentir. Va rápido, pero no hacia mí. Es más como si fuera a arrancar todo lo que está a su alrededor. Un viento violento. Y está tan... enojado. ¿Está enojado? No lo sé, pero parece. Tal vez solo está cansado, o tal vez tiene algo atrapado dentro que lo está matando. ¡No puedo saberlo! Pero lo siento. ¡Puedo sentirlo! Como si su viento me golpeara en la cara. Odio eso. Me da miedo. No quiero ese tipo de viento cerca de mí. Pero tampoco quiero que se aleje... no quiero estar solo.

La mujer vieja... ella es... diferente. No se parece a los demás. Su viento es como... no sé... suave, casi inexistente. Como si fuera una brisa que no importa. Pero no, no es así. Sé que es importante. Sé que ese tipo de viento se mete en los rincones más oscuros, en los lugares donde nunca llega nadie. Está ahí, pero nadie lo nota. Me pregunto si ella sabe lo importante que es su viento. Yo lo sé. No sé por qué lo sé, pero lo sé. Quizás ella también lo sabe. Tal vez por eso camina tan lento, como si su viento estuviera cansado de empujar.

Un niño... ese niño que pasa corriendo... él es como un ventarrón, uno de esos que no puedes predecir. ¿Por qué corren los niños? ¡Siempre corren! Y su viento es como... como... ¡No lo puedo explicar! Es un desastre, como si no supiera lo que hace, pero al mismo tiempo... sí lo sabe. Es libre. Su viento no tiene reglas. Desearía ser como él. Desearía que mi viento fuera así, que no me atara a esta maldita silla, a este maldito lugar. Pero no puedo. Mi viento está... atrapado. Siempre atrapado.

Un grupo de gente pasa, pero no puedo... no puedo concentrarme en todos. Son como una gran tormenta, todos mezclados. Voces y pasos y... ruido. No me gusta cuando el viento es así. Es confuso. No sé de dónde viene ni adónde va. Me hacen sentir pequeño. Muy pequeño. Como si todo este viento fuera a aplastarme. Odio eso. Odio sentirme así. Quiero salir corriendo, pero no puedo. ¡No puedo! Porque mi viento no se mueve. Nunca se mueve.

¿Qué clase de viento soy yo? ¿Soy una tormenta? No lo sé. Creo que no. Creo que soy más como... nada. Una hoja, tal vez. Una hoja que el viento arrastra de aquí para allá. Pero ni siquiera. Porque ni siquiera me arrastran. Estoy quieto, siempre quieto. Los demás tienen vientos, tienen tormentas. Yo solo... miro. Miro y siento como me pasan por encima. Ni siquiera me ven. Soy invisible. ¿O soy un viento que aún no ha empezado? Tal vez cuando lo haga... no sé. ¿Qué pasa cuando una tormenta se despierta de golpe? ¿Destruye todo? ¿Me destruirá a mí también?

Pasan más personas, más tormentas. Todas diferentes, todas iguales. La chavala de la bicicleta... su viento es juguetón. Me gusta ese tipo de viento, pero no lo entiendo. No puedo. No sé cómo jugar con el viento. El hombre del sombrero... su viento es seco. Me reseca la garganta, me hace toser. No me gusta.

Y yo... ¿qué hago aquí? ¿Por qué sigo mirando? ¿Por qué siento que soy menos que todos esos vientos? No quiero ser menos. Quiero ser una tormenta también. Pero no puedo. No puedo...

 

Relatos del Viento

10 de octubre de 2024

Foto cortesía de Noticias de Bluefields.

martes, 16 de abril de 2024

EL CRUCE DE REGRESO A CASA

 


Hay pensamientos y recuerdos que se manifiestan,

con un intenso dolor como herida que se calma en la piel

hasta que regresan con el tiempo, casi siempre.

 

El cielo azul y las aguas calmas de la bahía,

su cruce es el único camino de regreso a casa:

cada lugar donde he amado me ha obligado a irme.

 

Después está la memoria, aún,

que llena de delfines el trayecto, suspiro

brisa marina húmeda, el laurel florecido, espuma en la orilla.

 

¿Cómo se llama el aroma de madre y el tono palpitante del atardecer al llegar?

Bluff, de ti me he alejado de las raíces ahora agonizantes,

de todo lo que llamamos parientes.

 

Déjame recordar lo que había dejado en el poco tiempo que queda:

tu playa y lagunas, tu andén florecido, tus atardeceres,

tu gente y amigos, tu resguardo y noches de calma.

 

¿Alguno de nosotros volverá a ser lo que una vez fuimos?

¿Para cuándo?

Dime y allí estaré.

 

15 de abril de 2024.

Foto propia.


martes, 9 de abril de 2024

UN MUNDO VERDE Y AZUL SE DERRUMBA

 


He estado allí y lo he visto:

árboles, polvo, lodo y la mar.

¿Estarán allí por siempre?

No impondré significados.

 

En Abril, la lluvia es un chisporroteo de alegría

entre las hojas secas que cubren la tierra agrietada.

Luego vendrá con su ímpetu arrollador,

aplausos sonando en las hojas nuevas.

Un proceso eterno que no se detiene, aún.

 

El viento, aliado de la lluvia, empuja el agua

fuera de su curso, desbordando lagunas y ríos,

en dirección hacia la mar donde las aguas se aparean

dando nuevas vidas, vida en abundancia.

 

Desde el muelle pienso en esto.

El río desbordado, el agua saltando

como animal herido y la boca abierta.

El océano, un animal lleno de otros animales.

 

Un zopilote viejo come el espinazo

de un pescado en el borde del muelle,

que apunta en dirección a El Bluff,

tras los picoteos desgarradores, lucha

contra otros más jóvenes que lo acechan

para tomar su turno y devorar lo que queda.

 

Desde la caseta del muelle de las pangas

veo el aleteo de los Cormoranes que en su vuelo

hacen espumas en el agua y cantan de alegría.

El atardecer se manifiesta con un viento sutil.

Entre los pilares de la red eléctrica, testigos silenciosos,

la silueta de los patos se eleva sobre el verdor de los cayos.

 

Una ola, luego otra, revientan en los cimientos del muelle,

en  llantas parachoques, en el basurero de la orilla de la bahía

donde mueren entre la inmundicia que libera hedores tóxicos.

 

En el río seco cae el día. Los pájaros desesperados

se refugian entre las ramas de los árboles pidiendo agua con su canto.

Profundo verano, luego la lluvia.

 

En el borde del muelle respiro profundo.

El oleaje, el aire salado, el graznido de las gaviotas,

el rugir del motor de la panga.

Adiós Bluefields, bye bye Half Way Cay, welcome dice El Bluff.

 

Barcos hundidos, casco y mástiles oxidados.

Cuerpos enjutos, rostros amarillos con ojos tristes.

¿Estarán allí por siempre?

¿Quiénes los abandonaron?

Vamos a la deriva en un mundo

verde y azul que se derrumba.

 

7 de abril de 2024.

Foto propia.


lunes, 26 de febrero de 2024

DOLOR Y PÁGINA EN BLANCO



Podría escribir sobre caminos polvosos,

y sus treinta colonias. Podría escribir sobre

la península, el oleaje robándole a El Bluff

su costa y los ojos sin vida de los peces

atrapados en la maraña del sargazo.

 

Podría escribir sobre el cielo que se distribuye

normal sobre mi cabeza, largo como una inhalación,

azul cielo que ahuyenta el gris, nubes que lo cruzan

como mechones blancos deseosos de ser lienzo

donde pintar otro espectacular atardecer.

 

Pero el cuerpo se resiste, tiene su propia historia

en mente, neuronas afanadas.

El dolor mantiene la página en blanco.

No puedo escribir cuando el cerebro

cae en una trampa eléctrica que lo atrapa,

sin oír, sin ver, sin ti.

 

Buscando una canción, al ritmo sin ritmo del dolor.

Afortunadamente hay árnica y agujas que ayudan

a sobrellevar este acto hasta hoy.

Mañana abriré la libreta, soplaré la página

y destaparé el bolígrafo azul.

 

26/02/2024

Foto: Internet. 

martes, 13 de febrero de 2024

AMORES

 


Me encanta ver el sol al amanecer

entre los árboles brillando.

Me encanta la luz del atardecer

cuando las garzas pasan volando.

 

Me encanta el ruido de la lluvia

cuando cae en el techo de zinc por la noche.

Amo la neblina en mi rostro

cuando surge la luz rosácea del amanecer.

 

Amo la mar y su profundidad azul.

Me encantan las olas cuando revientan en la playa

susurrado palabras con su ronca voz.

Amo las bandadas de gaviotas y sus agudas letanías.

 

Me encanta caminar en la arena,

con las palmas de cocoteros ondulándose en el horizonte.

Amo nadar y bucear con esnórquel en el arrecife de coral,

pero más que todo eso,

Amo a mi amor ausente.

 

 

12 de febrero de 2023.

Foto: Internet

domingo, 4 de febrero de 2024

LAS ESTRELLAS DE EL BLUFF

 


El Bluff,

el lugar donde las estrellas

cuelgan tan bajo que puedes tocarlas,

tan bajo que acarician tu alma

con su luz infinita.

Debajo de su mirada celestial,

la tierra se levanta para mezclarse

con ellas y la mar.

 

Después del mediodía,

en la pendiente que lleva al faro,

más allá de la antigua pista,

bordeando matorrales verdes,

una pareja de misquitos

caminan aferrados a sus manos.

La pasión, ojos brillantes y labios ardientes,

los descubren como tesoro sin ser visto.

 

Al atardecer,

cuando el cielo es un lienzo de naranja y chocolate,

 un guerrero melancólico,

y una doncella milenaria,

danzan bajo las estrellas de El Bluff.

Cuelgan tan bajo,

tan bajo, que purifican el alma

con su presencia.

 


4 de febrero de 2024.

Foto: José Juan López Lafuente

Nota: apague la luz y disfrute las estrellas.


miércoles, 31 de enero de 2024

UN POEMA CON PALOS EN LLAMAS

 


Como una estrella de mar con volcanes de arena

que lleva entre los tubérculos de su espalda.

Como hilachas de algas marinas ondeando conta la corriente

sobre un coral de abanico en el fondo del mar.

Como una mantarraya nadando a sus anchas,

con peces que limpian su piel a cambio de protección.

Como la damisela que aletea alegre y nerviosa,

mirando constantemente su reflejo en la inmensidad de una pecera.

Como una tortuga Carey desovando entre cocoteros

en la playa de arena blanca de los Cayos Perlas.

Como la cola de golondrina alimentándose de zooplancton

en estado de alerta entre laderas del banco de coral.

Como amante enamorada que espera ansiosa en el muelle

al marinero que carga un bolso de ilusiones pintadas de azul.

Como mujer solitaria a la vista de otros que llora y canta

de alegría para llenarse de coraje y reírle a la vida.

Ella que no tiene casa, ¿Dónde está la casa que no tiene?

En su hoguera, ¡está ardiendo, está ardiendo!

Frente al fuego, ella escribe un poema con palos en llamas que comienza así:

Como una estrella de mar …

 

25 de Enero de 2024

Foto: Internet.

martes, 19 de diciembre de 2023

UN LUGAR LODOSO CON OLOR A PÓLVORA



La primera vez que escuché hablar de Nueva Guinea fue en el comedor de la casa de mi abuelo, Felipe Álvarez. Cruzaba el patio de la casa de mis padres a la hora del almuerzo, y la abuela Manuela me hacía un lugar al lado del abuelo. Mis tíos, Pablo y Jorge, ocupaban sus sitios en aquella mesa redonda que mi abuela llenaba con suculentos platos, apoyada por varias mujeres que la asistían en las labores domésticas.

Transcurría el año 1970, y la pesca industrial de camarones en el puerto de El Bluff estaba en auge, con la empresa Booth Fisheries Company actuando como eje de su desarrollo. Impulsaba la planta de procesamiento, la flota de barcos, un astillero y la exportación hacia Estados Unidos de Norteamérica, tanto por vía aérea como por mar. Era un auge que irradiaba la economía local, de Bluefields y el país.

Mi abuelo Felipe se desempeñaba como responsable de la bodega de la aduana, y mis tíos trabajaban como funcionarios de agentes aduaneros en un puerto donde atracaban barcos mercantes. Estos abastecían a los establecimientos comerciales de los chinos en Bluefields, además de participar en la misma actividad pesquera. Posteriormente, se llevaban productos de exportación como bananos, ganado, azúcar, madera y otros, principalmente hacia el mercado estadounidense.

—Somoza está ofreciéndole tierra a todos los campesinos para que se trasladen a vivir a Nueva Guinea —dijo tío Pablo.

—Van a despalar esa montaña —dijo el abuelo.

—Ya empezaron —agregó tío Jorge.

—Felipe, ¿Dónde queda ese lugar? —preguntó la abuela Manuela.

—Cerca de las serranías de Yolaina, de Monkey Point en dirección hacia el este —respondió el abuelo.

—Por el río Punta Gorda van a sacar madera, carne de wari y venado, los frijoles que produzcan, plátanos, yuca y quequisque —añadió tío Pablo.

—Vamos a estar bien abastecidos —dijo la abuela con alegría y se sentó a un lado del abuelo.

Esos nombres que escuchaba, Nueva Guinea y Yolaina, eran nuevos para mí, no así Monkey Point y Punta Gorda, porque mi padre, White Bush Hill Bush, era capitán de barcos camaroneros y recorría la mar cercana a la costa, conociendo y hablando de esos lugares. Además, varias familias que habitaban en Punta Gorda, principalmente los McRea, eran amigos de la familia Álvarez. Llegaban con sus botes, hechos de grandes troncos de árboles, llenos de productos que abastecían a los pobladores de El Bluff y Bluefields. No solo trasladaban productos, sino también noticias sobre el estado de las cosas en su región.

Catorce años después, en 1986, visité por primera vez Nueva Guinea por asuntos de trabajo. Era una zona de guerra, con enfrentamientos entre la Contra y el Ejército. En aquel entonces, ninguna persona quería visitar, y mucho menos trabajar en Nueva Guinea. Todos huían de la guerra.

Llovía intensamente, y las calles, siendo de todo tiempo, estaban lodosas, por las que circulaban camiones IFA, Robur y Zil transportando militares. El olor a pólvora impregnaba todo el ambiente. La mejor infraestructura eran cuatro pequeñas cuadras que llamaban "la ciudadela" y en una de sus casa de madera fui alojado.

En aquel momento, la producción del llamado granero de Nicaragua estaba por el suelo, casi nula. Se impulsaba la Reforma Agraria con un proceso de cooperativismo, promoviendo cooperativas de servicios múltiples y cooperativas agrícolas sandinistas, estas últimas tenían las tierras en propiedad común de sus miembros. También se desarrollaban grandes proyectos estratégicos de cacao y caucho.

El ambiente estaba impregnado de la euforia de los primeros años de la revolución, con grandes planes agropecuarios golpeados por la guerra. La primera noche que dormí en Nueva Guinea fue de un solo tirón: escuchaba la cadencia interminable de la lluvia cayendo sobre el techo de zinc y recordé la casa de mis padres en El Bluff.

Seis años después, en 1992, luego de concluida la guerra, regresé nuevamente. Trabajaba para un Programa de Asistencia a Repatriados, financiado por el ACNUR, donde conocí las colonias y varias de sus comarcas, al igual que muchas personas: fundadores, repatriados y desmovilizados de la Contra y del Ejército. En el año 1993 y parte de 1994, trabajé en la alcaldía municipal siendo José Orlando Baquedano (QEPD) su alcalde. Luego, durante 14 años, laboré con la ONG Ayuda en Acción como coordinador.

Desde 1992 hasta la fecha, me encuentro domiciliado en Nueva Guinea, participando activamente para generar cambios y solucionar muchos problemas en su proceso de desarrollo. De igual manera, he logrado conocer a muchos de sus pobladores, a muchos neoguineanos, a los que he entrevistado, escuchado sus historias, recopilado sus vivencias y tengo el privilegio de hacerlos parte de los Sueños del Caribe.

 

Actualizado el 16/12/2023.

Foto: colonos con funcionarios del IAN.

viernes, 13 de octubre de 2023

EN UN ANDÉN MULTICOLOR

 


Después de los meses de verano, con la llegada de las primeras lluvias, las flores llamadas brujitas florecían a los lados del andén. Caminar sobre el concreto mezclado con basalto de color azul y arena de mar con los colores amarillos, rosa y blanco de las brujitas, creaba una sensación de querer estar allí, de arraigo, de pertenencia y de caminar y caminar sin que el trayecto llegara a su final, no importando la dirección del recorrido, si era hacia el lado de la iglesia católica o hacia el lado de los pescadores.

Nadie escapaba a ese embrujo llamativo provocado por las brujitas florecidas. Visitantes que se dirigían a la playa, parejas de enamorados, mujeres vendedoras de hornadas y pan dulce con sus panas bien protegidas, el vendedor de lotería, el barbero con su instrumental en el maletín, el vendedor de sorbetes con su carretón y su campanita insistente, afiladores de cuchillos y tijeras, estibadores, marinos mercantes, pangueros, gestores de aduana, la mayoría de ellos provenientes de Bluefields. Todos disfrutaban el ambiente florecido en su recorrido.

Y allí, al caer la tarde, la vi caminar por ese andén multicolor. Su figura delgada, alta, vestida con una camiseta del algodón, pantalón blue jeans y calzando tenis blancos, con su cabello castaño casi rubio ondeando al ritmo de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero, saludándome con un hola, un hola en una voz de extranjera, surgiendo de su boca y labios de señorita que lo ha traducido del inglés en su mente, y gesticulado con sus manos, su cuerpo en movimiento, sus pasos desplazándose sobre los colores, mostrando una sonrisa plena que brilla con la luz de sus ojos verde miel. Una chavala en vacaciones visitando a sus familiares que la agasajan todo el tiempo.

En la playa de El Tortuguero, con su bikini azul, es el centro de las miradas. Nada como atleta y deja que la cubran hasta el cuello de arena; le encantan las uvas de mar y los icacos; quiere agua de coco y  tres chavalos corren a subirse a los cocoteros; hace castillos de arena y los regala, este para vos y aquel para él; le fascina recolectar conchas de mar y las organiza en paletas de colores; quiere estrellas de mar y nuevamente corren en busca de ellas. Descansa en un tronco blanco de balsa y se extiende con la cara al sol. Su cuerpo no es voluminoso, está en desarrollo, pero se dibujan sus pechos, su vientre con un ombligo profundo, sus piernas largas y, al girarse para tener un bronceado ligero y uniforme, crea una superficie de arena inestable que cae desde el contorno más alto de su cadera. Levanta las piernas, las balancea hacia atrás y hacia adelante, las sostiene por varios segundos en alto, revelando la fuerza de su cuerpo que se contrae y expande al vaivén de sus movimientos. Se incorpora minutos después, está cubierta de arena, sacude su cuerpo, pasa con delicadeza sus manos por la cintura y corre hacia la playa. “Let´s go, let´s go", dice invitando con sus manos, y todos, embelesados, vamos detrás de ella.

Por la noche hay una fiesta en su honor en la Cabaña. El rancho está de gala para la ocasión. Los cocoteros a ambos lados del andén de acceso están iluminados por bombillos que invitan a recorrerlo. Al llegar a la puerta de acceso, ella está en el centro, de pie, dando la bienvenida a los invitados que le llevan regalos. Muchas gracias, no debieron molestarse, muy amables, dice en ese español tan propio de gringuita. Viste con sencillez: una falda ajustada a su cadera, una blusa que muestra sus hombros y la línea de sus pechos bronceados, calza sandalias de cuero. Lleva el cabello suelto. Su sonrisa colma la cabaña. Frente al amplio bar, una mesa grande es ocupada por sus familiares: abuelos, hermanos y primos. Mesas para cuatro están acomodadas en los otros espacios y en un costado un grupo musical de Bluefields afina sus instrumentos. Allí están los invitados y la mayor parte de los adolescentes del puerto. Los meseros recorren con bandejas el salón ofreciendo bebidas y cocteles. En la parte posterior de la Cabaña, bajando las gradas, se escucha el sonido de las olas reventando en la playa de El Tortuguero. La suave brisa marina mueve las ramas de los cocoteros y hace volar chispas desde los asadores donde se preparan carnes y mariscos para los invitados.

Suena la música, música de verano, y todos quieren bailar con ella. Ella, muy educada, se disculpa, “Oh, I´m sorry”, dice con esa gracia de bella gringuita, y son sus primos los primeros que se turnan para bailar con ella. Su rostro, su nariz y su boca buscan un poco de aire, necesita respirar porque no está acostumbrada a bailar de esa manera, a ese agarre extenuante, fuerte y con presión de su espalda y caderas contra el cuerpo de ellos. Sus manos descansan en los pechos de ellos, no cruzan sus hombros, y se nota como si estuviera atrapada en unas garras que creen poder merecer y conseguirlo todo. Entre piezas musicales va hacia la mesa familiar, aprovecho la ocasión, me acerco y extiendo mi mano invitándola a bailar y corresponde.

Nos hemos movido hacia el centro de la cabaña, ella ha caminado un poco más allá de la mesa de sus familiares. La música es parte del popurrí del grupo musical. Mi mano izquierda toma su mano y la derecha toca su espalda. Ahora, al acercar mi cuerpo al de ella, me doy cuenta de que es más alta. Mi mejilla llega un poco más arriba de la línea de sus pechos, su rostro sobresale por encima del mío y repentinamente me atrae hacia ella con un impulso desmedido. Sus piernas se entremezclan con las mías y me dejo llevar por su ritmo con movimientos laterales y ondulantes de caderas y de piernas hacia adelante y atrás. En ese constante roce, con el aroma de vainilla y canela que desprende su cuerpo, el peso de sus hombros sobre los míos, ella se separa un poco y me mira con sus ojos iluminados por toda la luz que inunda La Cabaña como si al fin me reconociera, como recordando el hola que me dijo al encontrarnos en el andén, “are you ok”, pregunta, traducido al español en su voz dulce de gringuita, y trato de procesar su pregunta, por qué lo hace, y me doy cuenta que mi corazón palpita a mil latidos por segundos, que mis manos la han apretujado con la fuerza de quien trata de salvarse aferrándose a lo que más quiere cuando un volcán está a punto de erupcionar. “You are so funny”, dice con una gran sonrisa, mirando mi rostro enrojecido. Nos separarnos, pero uno de sus primos aprovecha y le extiende la mano para que continúe bailando con ella.

Acostado en la cama pensé en ella con la brisa sacudiendo el mosquitero y acurrucándome entre las sábanas. Es bella, es linda, que no se vaya, que estudie en Bluefields para verla en el barco todos los días, que se quede por siempre, y así, en la oscuridad de la noche, la fui pensando hasta verla caminar por el andén azul, florecido a sus lados de brujitas blancas, rosadas y amarillas, con su pelo al vaivén de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero y entregándome su mano para caminar a su lado, escuchando su voz de gringuita encantadora al ritmo de sus pasos largos, en un ir y venir sin fin por el andén multicolor.

 

11/10/2023

Foto: Internet.

jueves, 28 de septiembre de 2023

ATRAPANDO EL FUTURO



Los fines de semana eran nuestros preferidos.

Dos días, sábados y domingos, para disfrutarlos.

 

Aunque mirábamos pocas películas de ciencia ficción,

para nosotros todo era posible.

 

Nuestras bicicletas, de freno trasero que llamábamos vacas,

eran nuestros cohetes espaciales.

 

Acostados en la grama del parque de la loma,

por las noches nos perdíamos en el cielo estrellado.

 

Estrellas fugaces y lluvias de dracónidas,

nos encontrábamos en nuestra travesía espacial.

 

Bicicletas que transformábamos en nuestros caballos heroicos,

Tornado, Trigger, Tuper, Diablo y Loco.

 

Con ellos cabalgábamos en el oeste de nuestra infancia,

íbamos a la loma del faro y alzábamos polvo por la carretera.

 

Nos llevaban a todos lados, laderas, lodazales y suampo,

competíamos en la playa hasta la segunda laguna.

 

Cansados nos tirábamos al suelo, grama, arena, piedra,

soñando siempre con nuestras aventuras.

 

Me di cuenta de que eran solo mis piernas y pulmones,

piernas y brazos dirigiendo, pequeños y poderosos pulmones para gritar.

 

Esos gritos luego se convertirían en canción,

ya no eran caballos, mis piernas estaban cansadas.

 

Los gritos se calmaron y solo hablamos,

con las bicis nos sentábamos y encontrábamos en la plática.

 

Los tesoros que buscábamos y no lo sabíamos,

el oro estaba hecho de planes para el fin de semana.

 

Cada uno tenía ideas y pensamientos diferentes,

pero los teníamos y estábamos seguros como leones.

 

Con voz infantil y segura en la inmensa quietud de la península,

lo que nos sucedería después estaba muy lejos.

 

Allí, descansando acostados en la grama de playa, algo intuíamos,

atraparíamos el futuro sin importar lo rápido que ocurriera.


25 de Septiembre de 2023.

Foto: Internet.