domingo, 8 de septiembre de 2024

EL HOMBRE QUE VENDE COCOS

 


Erlin Flores tiene más de ocho años de dedicarse a la compra y venta de cocos en Nueva Guinea, de donde es originario. Vive en la zona 5, cerca de la Iglesia de Dios, y lo he encontrado en la esquina opuesta a la delegación de la Policía Nacional.

Lo he llamado haciendo señas con las manos, y sonriente, me busca con una sonrisa plena en su rostro.

—¿Cuántos cocos va a querer? —pregunta al acercar el carretón a la acera, frente a la farmacia La Candelaria.

En el carretón lleva el cascarón de lo que un día fue una refrigeradora, acomodada de manera horizontal. Dentro de ella, los cocos pelados aún están helados por el hielo que acomoda encima y entre ellos.

—Tenía varios días de estar pensando en que podía encontrármelo para tomarle una foto y hacerle una pequeña entrevista —le digo.

¡Dígame!

—¿Cómo se le ocurrió la idea de vender cocos por las calles de Nueva Guinea? Cuéntenos.

—Ah, yo trabajaba de albañil. Usted sabe que trabajando de albañil es más distinto, gana menos y se penquea más, mientras que el negocio le da más, ¿ve?

—¿Con cuántos comenzó?

—Primero fue al suave, de poquito. Un amigo mío llamado Alvin, que trabajaba de albañil, me prestó una carretilla de mano y comencé a venderlos con todo y pulpa. Primero unos 20, después 30 y luego 50, 70, y así hasta llegar, en ocho años, a los 200 cocos, pero ya pelados y sin pulpa.

—¿Cuál es su recorrido?

—Lo más largo es hasta el parque central: todo el mercado, por el Pali y la calle central. Desde la zona 5 hasta estos lados es largo; hay que empujar el carretón —dice.

Dos motocicletas pasan sin prisa, y hemos pausado la conversación. Claro, pienso, enfrente está la delegación de policía; pero por otro lado, pasan veloces, haciendo piruetas y rugir los motores.

—Mire —agrega—, también vendo el agua embotellada, en litros, pero ahora solo ando en galón.

¿Dónde consigue los cocos?

Salgo a Naciones Unidas, La Esperanza, Nuevo León, Los Pintos, Río Plata, Los Ángeles y aquí en el pueblo. Yo subo al palo y escojo los que ya están buenos, porque hay otros que se los llevan parejos, y eso me atrasa porque, cuando vuelvo a pasar, digamos a los tres meses, ya no hay cocos de agua como los que yo vendo —responde.

—¿Tiene identificados los palos de coco por comunidad, geolocalizados, ¿verdad? ¿Usted los compra por gajos?

—No, no, los compro por unidad. Este sí, este no.

—¿Cuántos cocos vende por día?

—Cuando la venta está buena, mire, yo vendo entre 200 y 300 cocos. Cuando voy a comprarlos, me traigo unos 400 para poder trabajar dos días y después vuelvo a ir. Mañana me toca ir; cada dos días voy —aclara.

—Dígame, ¿a qué precio vende el coco? Este me lo dio a 15 el coco, rebajado, pero normalmente a como lo da.

Los doy a 20 cada uno. Si vendo los 200, hago 4,000 córdobas al día.

—¡Cuatro mil al día! ¡Usted gana más que yo!

—No, no, espere. De esos 4,000 me quedan unos 2,000 al día. No ve que yo compro el coco a tres córdobas y pago dos de transporte por coco para traerlos hasta aquí. Y lo que en definitiva me ayuda es la clientela que tengo, hecha en tantos años de estar vendiendo cocos. Mire, la gente siempre me dice, cuando quiere varios cocos, que le baje un poquito; entonces le rebajo cinco pesos por coco.

—¿Los trae con todo y la pulpa?

—No, no, los traigo sin la cáscara. Los pelo en el lugar y la deposito en los basureros para ello. Mire, esa pulpa es buena como abono; lo tengo comprobado porque yo le eché a un guineal y viera qué guineos más hermosos los que cosechaba.

—Entonces, amigo, le va bien con este negocio.

—Sí, no me quejo. Mantengo a la familia, a mi mujer y tres hijos.

—¿Qué edad tiene?

—Tengo 38 años cumplidos.

—Usted está joven y con fuerzas para seguir vendiendo cocos por toda Nueva Guinea y ganar buena plata.

—He pensado en poner un puesto de ventas de cocos.

—No es mala idea, pero piense en seguir vendiendo por las calles. Usted busca al cliente, sabe dónde ir a buscarlo, y el cliente se alegra cuando lo ve y dice: “Allá viene el hombre que vende cocos”. Y no pierda eso, que es lo que ha hecho crecer su clientela. Usted debería buscar una motoneta con un tráiler acoplado para vender por toda Nueva Guinea.

—Amigo, eso es caro y no me quiero enjaranar.

—No, hombre, con ese montón de plata que gana ahora, hasta sus amigos albañiles de seguro se quedan sorprendidos, así como yo. Y le aseguro que cualquiera de esas cooperativas o microfinancieras le dará el crédito para que venda con su nuevo medio de transporte y ya no se joda tanto, porque ocho años es bastante tiempo y el tiempo vuela.

—¿Le puedo tomar una foto? —pregunto.

—Dele —responde Erlin—, y zas, la foto.

—¿Es que llevas cocos? —pregunta Emilce.

—Sí, llevo dos.

—¿No tiene agua embotellada?

—No —responde Erlin—, solo en galón.

—Es mucho —responde ella.

Una llovizna comienza a caer proveniente del sur, acompañada de un vientecito helado. Es una tarde de sábado con calles casi desoladas en Nueva Guinea. Me despido de Erlin y, en el trayecto, le cuento a Emilce la plática que tuve con el hombre que vende cocos en las calles de Nueva Guinea.

 

Domingo, 8 de septiembre de 2024.

Foto propia.