Ella me sirvió el
almuerzo y luego apareció por el pasillo con una taza grande de sopa de tomate.
—¿Querés probarla? —preguntó, antes de saborearla.
—Está deliciosa
—dije, y me dio de su taza grande en una tacita de café.
Dicen que los sabores tienen el poder de hacerte recordar cosas que sucedieron muchos años atrás, y de pronto me vi en Juigalpa, cuando ella preparaba una suculenta sopa de tomates. Eran años difíciles: la década de los ochenta, cuando la guerra era cosa de todos los días y en todo el país. Y, como fruto de eso, la escasez de alimentos y productos básicos era parte de la rutina.
Desde Puerto Díaz, a veintiocho kilómetros de Juigalpa, en las orillas del lago de Nicaragua, Sergio y Maruca, mi suegra, nos llevaban baldes llenos de tomates durante la época de cosecha. En el periodo seco, cuando las aguas retroceden y descubren esa franja fértil junto al lago, queda una tierra rica en nutrientes, buena para todo tipo de cultivos. Allí, cerca de la casa, Sergio sembraba tomates, como lo hacían varias familias de Puerto Díaz.
A mis chavalos les encantaba ir allá. Pasaban los fines de semana con mi suegra y Sergio: nadaban en el lago, paseaban en botes de canaletes, jugaban béisbol, compartían con sus amigos y ayudaban en las labores del campo, sobre todo en regar los plantíos de tomate y sandía. Eran felices en Puerto Díaz.
En Buñol, un pueblo de España, celebran una fiesta famosa llamada La Tomatina. Miles de personas se lanzan tomates en una batalla campal que tiñe de rojo las calles. Es una explosión de júbilo, música y carcajadas, un derroche de tomates que caen como lluvia sobre los cuerpos felices.
En Juigalpa, en cambio, la fiesta era otra: era tener tomates. Compartirlos con los vecinos, hacer ensalada, jugo y sopa de tomates para alimentarnos. Nuestra alegría no venía del derroche, sino del sabor compartido, del milagro de un balde lleno que llegaba desde Puerto Díaz en una época difícil.
Hoy, al volver con la memoria a aquellos días, me digo y confirmo que esos tiempos de tomates en Juigalpa nos llenaron de dicha: a los chavalos, a Emilce y a mí. Y me siento en deuda —hoy y siempre— con mi suegra, que en paz descanse, y con Sergio, Chenga, como le decimos todos.
Hoy celebro esos días de tomates en mi recuerdo. Y los comparto con ustedes, porque siempre hay algo que celebrar, y mucho que agradecer.
11 de Julio de 2025.
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