martes, 9 de febrero de 2021

RECONOCIMIENTOS




En la foto aparece con el cabello castaño, corto, con mechones que caen sobre su frente a unos centímetros por encima de su ojo izquierdo. Sus ojos son color miel,  almendrados,  con cejas largas y claras. Muestra una sonrisa abierta, sin pintar, que resalta sus pómulos anchos y muestra la blancura de sus incisivos centrales. De su cuello, sostenido por una fina tira de cuero, cuelga un dije que no se muestra por la solapa del cuello.

Lleva puesta una camisa blanca de manta con ribetes de colores rojos en cuadros de diferentes tonalidades alrededor del cuello, los hombros y el cruce del botón. Sus hombros fuertes y sus brazos aparentemente descansan en una de sus piernas.

Está sentada al aire libre, con una calle de asfalto que se muestra al fondo, con arbustos y grama verde que va buscando el color café como si los meses de veranos estuvieran por llegar.

Por muchos años ella la ha guardado como el mejor de sus recuerdos, de su época de mujer independiente a sus 21 años de vida y yo la veo por allí, al revisar entre carpetas llenas de polvo. La recupero, la limpio y se la muestro.

¿Dónde la encontraste?, pregunta con alegría, mostrando la misma sonrisa de la foto, pero con el cabello canoso, arrugas en la frente, parpados caídos y mejillas que sufren como su cuello y sus brazos la fuerza fatal de la gravedad al paso del tiempo. Se sienta en la orilla de la cama con la foto entre sus manos, se mira con detenimiento, recorre cada uno de sus rasgos y sonríe, una sonrisa de auto reconocimiento, de pensar, de repensarse y verse otra vez en el esplendor de su vida, de sus años de mujer bella, con pretendientes dispersos entre los puntos cardinales. ¿Dónde estaba?

Limpiaba y la encontré entre unas carpetas en las que guardo documentos personales, currículos viejos y decenas de diplomas y placas de reconocimiento que mantengo en una parte del librero. Entre ellos estaba la foto.

Pensé que no la volvería a encontrar, respondió y se dispuso a buscar un lugar dónde colocarla en la habitación, pero sin ningún cuadro o soporte que la mantuviera firme, la foto se caía. La introdujo en una de las gavetas del mueble del tocador.

Dos días tuve pensamientos recurrentes sobre la foto y en un cuadro en el cual colocarla. Decidí quitar de uno que tenía en el librero una foto mía que fue publicada en La Prensa en la sección de Domingo. Limpié con alcohol y una toalla fina el marco, el vidrio, el paspartú, el fondo y la tabla de soporte posterior. Quedó reluciente. De la misma manera, en la misma secuencia, coloqué la foto sobre el fondo y la sellé con la tabla de soporte.

¿Y ahora, dónde la cuelgo?, me pregunte sin consultarlo con ella porque quería sorprenderla. Di vueltas por la sala, por la habitación, por la sala de la cocina, por el pasillo y volví a mi oficina. ¿Dónde?, ¿Dónde? Y la respuesta estaba frente a mis ojos.

Mientras pensaba en dónde colocarla, fui sacando de las viejas carpetas cada uno de los diplomas de reconocimiento que me han sido otorgados después de más de 45 años de trabajo en comunidades, instituciones, empresas, gobiernos regionales, municipales y organismos no gubernamentales. 

Me rio de uno de ellos, es de la promoción de sexto grado, “reconocimiento por sus estudios destacados en religión”. Si hubiese seguido destacándome en teología hoy sería un monje insurrecto contra el estado de las cosas, contra la injusticia, contra las desigualdades, contra la opresión, contra la falta de solidaridad entre los pueblos. 

Y sigo desempolvando más reconocimientos. “Reconocimiento por su contribución y participación activa en el alcance de nuestros objetivos institucionales, reconocimiento por su valiosa colaboración al desarrollo de la producción e industrialización láctea en el cuadrilátero lechereo, reconocimiento por el apoyo brindado a nuestra comunidad, reconocimiento por el apoyo incondicional al fortalecimiento a la salud comunitaria y desarrollo organizacional e institucional de nuestra Asociación, por la amistad, la solidaridad y el dinamismo en trabajo en equipo, reconocimiento por contribuir en nuestro municipio en la dinamización de la economía, inclusión social, mejora de la educación y promover la reconciliación y paz en tiempos de postguerra”. 

Y a medida que voy leyendo los he ido tirando al suelo, recordando momentos, las dificultades, los sucesos, cada logro, la alegría de la gente y las intrigas, así las traiciones de esa época. Y me detengo. Faltan otros por desempolvarse, y por ahora los mando a todos al cajón de los mohosos. El lugar donde deben estar muchos oportunistas, creadores de intrigas y varios hijos de puta de esos tiempos.

Y como chispazo en la frente me doy cuenta que ella debe estar en el centro, en el centro de todas mis cosas, de mis fotos, porque así podré verla hoy y siempre hasta que muera, sonriente. Es ella la que se merece todos los reconocimientos, sin ella, sin su soporte, sin sus arrechuras, sin su acompañamiento, no tendría ninguno de esos reconocimientos de papeles viejos empolvados, momentos de la vida que ya se fue, el pasado que no volverá nunca, solamente si lo llamo, si lo traigo al presente.

En todas esas etapas de la vida ella siempre estuvo conmigo, nunca me abandonó, aun cuando motivos le di para ello, por la distancia, la poca permanencia a su lado y con mis hijos, entonces pequeños, en una época difícil, de guerra y postguerra. Ella, el sostén, el pilar, el soporte de mi vida durante 44 años.

Ella en el centro de mi yo y mi familia. Los amigos de cerca muy agradecido de tenerlos aún, y los otros, los oportunistas, ladronzuelos, las pirañas y lacras, que se vayan a la chingada porque no tengo otro lugar para ellos.

 

Nueva Guinea, Nicaragua
9 de febrero de 2021