lunes, 9 de diciembre de 2019

LAS COSAS DE JULIANA


Creció con la caricia de la brisa en el rostro, flores silvestres a sus pies, güises y colibríes cantando frente a su ventana y, un poco más allá, el rumor de la cascada en las piedras el río. Conquistaba el mundo a su alrededor y le ayudaba a su mamá: barría la casa, jalaba agua desde la quebrada y cosechaba hortalizas y flores que crecían en el huerto familiar.

Juliana no estaba lista, pero escapó con un hombre que llegaba a vender a la casa todos los jueves. No tenía la edad para hacer esas cosas, apenas comenzaba a estudiar el segundo año de bachillerato en Naciones Unidas, pero el vendedor se la llevó a vivir solita como viven los casados.

Dice estar enamorada pero para mí que no, huyó del terror que le tenía a su padrastro, de la indiferencia de su madre, de sus primos que nunca desperdiciaban oportunidad para meterle mano y tocarle el cuerpo. Ya no soportaba a sus dos medios hermanos mayores que la menospreciaban y siempre reclamaban cosas para ellos: ¡la casa es mía!, ¡las vacas son mías!, ¡la tierra es mía!

Juliana ahora tiene un hombre y una casa; tiene una cama, almohadas y sábanas; un comedor de cuatro sillas, tazas, vasos, platos, cucharones y una refrigeradora, todos de plástico. En la sala tiene muchas otras cosas más en los bultos que el hombre lleva a vender en sus giras semanales.

Está maravillada porque el semanero le da dinero para que compre sus cosas en las tiendas de la calle central y el mercado de Nueva Guinea. Pasa feliz, excepto los días sábados, el día que regresa borracho, enojado y furioso sin querer hablarle. En una ocasión desbarató la puerta del cuarto de una patada, ella nunca olvida sus botas vaqueras atravesadas entre la madera hecha astillas.

Los domingos pasa de lo más amable con ella; no le permite distraerse con el teléfono, ni asomarse por la ventana de madera, sólo quiere estar acostado con ella y no deja que la visiten sus nuevas amigas del barrio. Los lunes que se va, ella respira profundamente y vuelve a sonreír. 

Juliana se balancea por las tardes en una mecedora que tiene en el corredor, así sus vecinos y los que pasan por la calle pueden dar constancia que siempre está en la casa. Observa las cosas que tiene: un espejo dorado frente al que sueña, dos sillones y un televisor Sony inteligente. Le encanta mirar la barandilla de madera pintada todita de blanco, los atardeceres, la lluvia y las avispas florecidas que crecen al pie del cerco de ocho hilos de alambre de púas que dan vuelta a su alrededor como si trataran de enrollarla, pero lo que más admira son las flores del jardín con las que un día hará el ramo de su casamiento.

04/12/2019