Los días grises se
deshicieron
como promesas de
macho borracho,
esas que se
evaporan antes del desayuno.
Le entregó su
juventud de tonta bonita,
sus años de diosa
doméstica,
y su cuerpo de
amante obediente, como ofrenda barata.
Ofreció también los
silencios
como propina
miserable al verdugo,
las pausas tragadas
como clavos dulces,
y todo se esfumó
como deuda vieja
cuando la muerte le
hizo el favor.
Lo lloró con rabia
entre sábanas tan
usadas
como los cuentos de
fidelidad de él,
retorciéndose en la
cama
que fue más motel
barato que nido de amor.
Se encerró por
semanas
como artista
fracasada en camerino,
regaló botas, pantalones, sombreros y camisas
que olían a
cantina, sudor barato
y cuentos de macho
de pacotilla.
Heredó su fortuna
como quien recibe
un costal de piedras,
la partió en cuatro para los muchachos
y guardó lo suyo en
un banco
donde ni las
lágrimas generan intereses.
Con el tiempo,
desarmó la casa
como quien quita
los adornos de una piñata rota,
transformó la
habitación
hasta borrar todo
rastro
del gallo
desplumado, mezquino y sin canto.
El rencor se volvió
humo
como incienso en
misa de cuerpo presente,
y un día,
suspirando profundo,
lo soltó como quien
abre la ventana
tras años
respirando encierro.
Hoy se sienta en su
porche
vestida como reina
sin súbditos,
el rostro florecido
como flor que por fin se ríe,
labios rojos,
gritando ganas de comerse al mundo.
Abraza a sus amigas
como quien por fin
se toma
la copa que antes
la hacían lavar,
brindando por la
ausencia
y lo bien que sabe.
Ha comenzado otra
vida,
una que brota como
canción prohibida,
lejos de las
sombras
que un día la
apagaron
como luna eclipsada.
Ahora brinda al
atardecer
entre carcajadas
que suenan a victoria
y miradas que
vuelven a buscarla.
Algunos, que
juraban ser amigos del difunto,
la miran con ojos
dulces y manos sudadas,
como quien descubre
demasiado tarde
que la viuda brilla
más
cuando nadie la
apaga.
14 de abril de 2025
Foto: Internet