sábado, 27 de septiembre de 2014

MYTÚ

Mytú 
El Mytú (Crax fasciolata) pertenece al mismo Orden de las gallinas y pavos domésticos así como también a la misma familia de los Yacú.

De carne muy apreciada, lo cual hace que sea una especie muy perseguida por el hombre, el Mytú, también llamado Muitú y Pavo de Monte, puede alcanzar una longitud de 90 cm y un peso de hasta 3 kilogramos.

La hembra es un poco más pequeña y de plumaje diferente, pues a diferencia del macho, posee el color de vientre amarillo, patas rojas y copete blanco con puntas negras.

El hábitat propio de esta especie son los bosques que acompañan los cursos de agua. Se alimenta de hierbas, semillas, granos y frutas, aunque no desprecia insectos y otros invertebrados. Un aspecto interesante de la alimentación del Mytú, como todas las aves, es que ayuda a dispersar muchas semillas. Esto significa que germinan con más facilidad luego de haber pasado por el tracto digestivo del ave.

Con respecto a la reproducción, el Mytú construye su nido en depresiones del suelo al que luego cubre con ramitas y plumas. En éste deposita 4 o 5 huevos de color blanco y de unos 10 cm de largo. Cuando los pichones rompen el cascarón son capaces de seguir inmediatamente a su madre en busca de alimento y de protección. La postura se produce en verano.

Su vuelo es bajo, de corta duración, y lo realiza en forma horizontal y a baja altura. Se encuentra en peligro de extinción. Visite el zoológico Thomas Belt ubicado en la ciudad de Juigalpa, Chontales y podrá apreciar su hermosura. Sea generoso, deje una donación acorde a sus posibilidades.

Mytú o Pavo de Monte.

lunes, 22 de septiembre de 2014

EL PAISAJE MÁS BELLO DE LA BAHÍA



Después de cerrar el portón metálico de la bodega de la aduana con un enorme candado, caminaba por el andén tomado de la mano de mi abuelo Felipe. Las llaves, aseguradas al sostenedor de la faja de mi abuelo por una cadena de plata, se estrellaban unas con otras, explotando en un tintineo metálico al caer en el fondo de la bolsa derecha del pantalón caqui de paletones, ruedo volteado y almidonado, siguiendo el ritmo pesado, cansado, de sus pasos.

Minutos antes había jalado cinco veces un mecate amarrado al badajo de la campana de bronce adherida a una columna ubicada frente a su escritorio. El sonido alegre y chillón se expandía más allá de las cajas, bultos y sacos arpillados en la inmensa bodega, anunciando las cinco de la tarde y el fin de la jornada laboral a empleados de oficina ubicados en el segundo piso, a estibadores atareados en el muelle, a guardias permanentemente en actividades de ocio, a los habitantes de los alrededores y más allá de la esquina de Miss Lilian.

Cerca de la casa de mi abuela Manuela, unos treinta minutos después de las cinco campanadas, se detuvo bajo los leves rasguños de la sombra del centenario árbol de Laurel de la India, un poco más allá del florido jardín de doña Rosa Bermúdez. Su mirada se perdía hacia el oeste, en dirección a la Isla del Venado. “Mirá, mirá el paisaje más bello de la bahía”, dijo. Vi los colores del veraniego atardecer caribeño, el sol desvaneciéndose sobre la Isla del Venado.

El paisaje más bello de la bahía
“¡Fíjate bien, fíjate bien!”, agregó señalando la Isla de Miss Lilian y su isla chiquita. En el horizonte el sol se entronizaba sobre la Isla del Venado, dominando el espacio que separa a la isla de Miss Lilian de su isla chiquita, pincelando de color naranja acaramelado el cielo y las aguas de la bahía.

Recuerdo a mi abuelo cuando quedó solo, luego que falleció mi abuela Manuela; por las tardes se sentaba en una mecedora en el corredor eterno de su casa en El Bluff, esperando como un enamorado extasiado, aferrado a un andarivel para levantarse en el momento preciso y, sobre las barandas de concreto, ver una vez más el paisaje más bello de la bahía.
           
En unos de mis viajes fugaces a Bluefields y El Bluff, reviví estos recuerdos que ahora comparto. Como lo hacia mi abuelo, convencí al panguero para que esperáramos el momento preciso para zarpar y, con mi cámara fotográfica, atrapar para toda la vida el paisaje más bello de la bahía de Bluefields.

Ni tormentas, ni huracanes, ni piratas y bucaneros globalizados, ni hijos del Caribe que someten a miserias infrahumanas a sus pueblos, podrán ponerle fin al paisaje más bello de la bahía. Nunca, jamás lo harán, porque son incapaces de admirarlo. Y si un día lo hicieran, el sol no volvería a salir.

jueves, 11 de septiembre de 2014

EN DÍAS LLUVIOSOS



 
En días lluviosos recuerdo mí puerto.
Corriente terrosa surcando la bahía,
ramas y troncos con animales saliendo por la barra hacia la mar.
Estibadores en el muelle tiritando todo el día,
estudiantes en resguardo bajo el alero de la aduana.

Cruzábamos en barcos pos-pos la bahía.
El capitán sin divisar la Isla del Venado,
Half Way Cay, ni la costa norte.
Al calor del motor abríamos libros,
sesiones de estudio hasta llegar a Bluefields.

Con paraguas y capotes nos cubríamos,
corriendo en zigzag entre aceras y corredores.
Maestros y hermanos cristianos nos esperaban,
conscientes del peligro de la travesía que hacíamos.
A tormentas de días lluviosos no temíamos.

Por las tardes jugábamos fútbol bajo la lluvia,
campo encharcado, explotando el lodo al patear la pelota.
Corríamos en la arena, gritando embebidos de alegría.
Nos juntábamos entre amigos por las noches,
con luz y calor de candelas jugábamos naipes: Pedro y desmoche.

El Bluff fue mi cálido hogar en días lluviosos,
un lugar donde muchos crecimos felices.


10/9/2014

martes, 9 de septiembre de 2014

NUEVA GUINEA




Nueva Guinea
lluviosa, lodosa
productiva, atractiva, sensitiva
corazón del sureste
Nicaragua

domingo, 7 de septiembre de 2014

LAS MAÑANITAS PARA RONALD TADASHI

Aquí les dejo la canción de las mañanitas para Ronald Tadashi en su cumpleaños número uno.

Dale click al vinculo para verlo:




jueves, 4 de septiembre de 2014

DOCE MESES, DOCE CULTIVOS

Mamón Chino
A las tres de la tarde me dirigí hacia la finca La Flor, propiedad de don Pedro Figueroa; la noche anterior había hablado con él por teléfono para encargarle media docena de frutas de pan que me permitirían cumplir con la promesa de enviárselas a amigos que viven en Juigalpa. “¡No te olvidés de los mamones chinos!”, gritó Emilce cuando me vio salir.

El camino está en buen estado, los pastos de corte muestran colores según sus variedades, desde verde vivo hasta lila oscuro. Los árboles de Teca y Acacia se encuentran florecidos y el río El Zapote fluye intenso, reventando entre piedras, formando un remanso que invita a disfrutar sus aguas al cruzarlo para entrar en la propiedad de don Pedro.

Estacioné el jeep donde el camino de todo tiempo termina. Apurando el paso por una imprudente llovizna, caminé entre piedras, ramas y hojas que cubren la tierra. Me acompañó en el trayecto el canto de chocoyos volando en los alrededores, junto al rojo, verde y amarillo de los árboles cargados de mamones chinos.

Frijoles en vaina
Entré en un pasillo evitando la lluvia y noté manojos de frijoles en vaina colgados, secándose en la pared de la cocina. Di las buenas tardes y no hubo respuesta. En la parte posterior saludé a una mujer chela y joven que hacía cuajadas. Un niño chelito se acercó a mi lado con curiosidad y pregunté por don Pedro. “Anda arrancando frijoles”, dijo. ¡Umm, frijoles en septiembre!, pensé. “No debe tardar, ya van a ser las cuatro”, agregó la mujer.

La llovizna terminó y dije que iba a caminar hacia la parte del molino, la más alta de la finca. Encontré a un hijo de don Pedro montando en un caballo, le conté lo del encargo y respondió que iba a garantizarlo. Me indicó hacia donde debía caminar para ver los cultivos de piña y cacao. Hice el recorrido y cuando regresé don Pedro me esperaba. Estreché su mano; la fuerza y rudeza del hombre que trabaja en el campo se manifestó con la alegría dibujada en su rostro. Le pidió dos sillas a uno de sus hijos y nos sentamos a conversar frente a una troja, bajo la sombra de los árboles.

    Estoy recolectando frijoles —dijo.
    ¿Frijoles en septiembre?, es inusual en Nueva Guinea.
     Sí, pero éste es de una variedad que se adapta bien al trópico húmedo.
    ¿Y qué otros cultivos tiene?
    El año tiene doce meses y yo tengo doce cultivos. Es un gran logro, cuando un productor tiene doce cultivos en el año se autofinancia.
    ¿Cuáles son esos doce cultivos que usted tiene?

Se quitó el sombrero, pajizo por la intemperie, y noté su cabello gris contrastando con el color de la tierra impregnada como manchas en su camisa guayabera. Estiró sus piernas y se reacomodó en la silla.

    Tengo ganado menor y ganado mayor, cacao, café, raíces y tubérculos (yuca, quequisque), granos básicos (maíz y frijol), musáceas, piña,  cítricos, pejibaye y frutales, como mamón chino, aguacate y  granadilla.
    Entonces pasa ocupado todo el año, ¿verdad?
    Todo el año hay que trabajar, yo le digo a los productores que estamos retrocediendo 150 a 200 años atrás.
    ¿Y por qué don Pedro?
    Hay una gran pobreza, pero el hombre sólo trabaja medio día y se va a dormir. Se han creado leyes que atrasan la producción. Mis antepasados, mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo, ellos se levantaban desde las dos de la madrugada. No compraban el azúcar, el arroz, frijoles, la carne, el jabón, ni las cucharas, ni las tinajas, ni las ollas, todo lo hacían ellos. Ahora todo es descartable, comida, platos, vasos, pañales para niños. Hay un gran vicio, el teléfono celular: el niño más chiquito, usted lo mira que camina con un celular para arriba y para abajo; yo ocupo ese aparato para hacer llamadas y vender mis productos. Eso es parte del gran atraso que tenemos y que nos lleva rumbo a mayor pobreza.

Una nube de chocoyos se posó en los árboles de pejibaye con su canto ensordecedor y la mujer chela se acercó ofreciéndonos con gentileza una taza de café.

   Entonces para usted todo productor debe esforzarse por tener una cosechar al mes. 
   Exacto, esa es mi filosofía. La última cosecha del año que tengo es el café y así llego a autofinanciarme sin tener necesidad de ningún banco. 
   ¿Y en cuánto tiempo llegó a eso? 
  En 28 años de ser destructor, en 20 años de haberme educado y en 20 años de estar al lado del productor animándolo para que maneje su finca como una empresa familiar. En Nueva Guinea, después de 19 años, hemos trabajado sin descanso para cambiar la parte económica pero cuesta demasiado.

Racimos de Pejibaye
Uno de los trabajadores se dirigía hacia el camino y don Pedro le pidió que cargara los sacos que contenían mi encargo: mamones chinos, incontables, y seis frutas de pan. ¿Quiere llevar pejibaye?, dijo don Pedro y caminó hacia un árbol. Al regresar cargaba dos racimos, uno verde y otro rojo, ambos sazones. ¿Puedo llevar estos sacos de frijoles en su jeep?, preguntó y caminamos hasta donde estaba estacionado. Nos despedimos frente a su casa de la ciudad como a las cinco y media de la tarde, al caer el sol.

03/09/14

Nueva Guinea, RAAS.

lunes, 1 de septiembre de 2014

DESDE EL CERRO


Subo lentamente hasta su cúspide.
Elevaciones y llanuras,
ondulaciones pintadas de verdor.
Al ritmo de sus rachas, el viento danza
con las copas de los árboles.
Los campos cultivados me impregnan
con su aroma de fertilidad.
Lianas, hojas, piedras y tierra chispean,
parpadeando por invasores rayos de luz.
Humedad en exceso mezclándose
con el calor de mi sudor.
Al bajar, el sol me espera en el horizonte
brillando con su esplendor.