domingo, 24 de agosto de 2025

EL POTRERO DE LOS MUERTOS

 



El hombre está solo, y consigo mismo va por allí.

Camina en dirección al bosque que es suyo,

nadie más que él ha sembrado los robles, el bambú,

acacias, cedros y caobas.

Allí podría pasar libremente todo el día,

viendo cómo han crecido, calculando la altura,

el grosor, sin medirlo más que con su vista y su tacto.

 

Piensa en aquellos años cuando no había

árboles, ni animales, solamente zopilotes.

Y sus pensamientos, que surgen en la zona neutra

de su cerebro, lo llevan en dirección a la quebrada,

que antes era una rayita, casi por secarse,

sin motivos para vivir entre las laderas despobladas.

 

Se agacha y bebe de su agua fresca y limpia,

que corre hacia abajo entre troncos, hojarasca y piedras.

Con ambas manos se refresca la cara y suspira pureza.

Se levanta y observa, a su izquierda, en la bajura,

el Potrero de los Muertos, nombre heredado

desde los tiempos de la guerra,

que conserva por respeto a los que fueron enterrados a la ligera

y que ahora yacen en paz entre grandes peñones,

cubiertos de líquenes, musgos y helechos

que se aferran a grietas o fisuras en la roca.

 

Acompañantes de ellos —desconoce nombres y origen—

son aves que se refugian para anidar,

lagartijas y serpientes,

murciélagos, caracoles y cangrejos terrestres.

 

Mira hacia el cielo y nota que avanzan nubes grises.

El hombre es libre y discreto. Observa la tierra y sus criaturas.

Va contento y despreocupado, y piensa en la mujer que ama.

Mejor no lo canta, porque no es asunto de nadie más que suyo.

 

Sus manos tiemblan un poco,

pero aún saben acariciar un tronco,

levantar el pañuelo como estandarte de vida.

 

Y así va, cantándole a sus labores, a la naturaleza,

al escenario por el que se le ha pasado la vida,

con la punta del pañuelo que sale del bolsillo de su pantalón

y baila al viento,

seguro de que no es esclavo de nadie,

solo de la libertad.

 

 

Domingo, lluvioso.

24 de agosto de 2025.

Foto: Internet.