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miércoles, 6 de noviembre de 2024

AIRE

 



El sol apenas comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas. Ivania se encontraba en el parque, corriendo en su habitual rutina matutina. Sus pies golpeaban el suelo con un ritmo constante, como un latido que resonaba en su ser. La brisa fresca acariciaba su rostro, y cada inhalación llenaba sus pulmones de aire puro, mientras el mundo despertaba a su alrededor.

Su mente se deslizaba a través de los recuerdos y las preocupaciones. El pueblo, con parte de sus calles adoquinadas y su gente de rostros conocidos, era tanto su hogar como su prisión. Había crecido entre los cuentos de las mujeres que habían forjado su historia, pero a menudo sentía que no eran suficientes. Quería contar la historia de las Mujeres Fundadoras de Nueva Guinea, aquellas que habían luchado y sacrificado tanto, pero su padre no comprendía su deseo.

"¿Por qué escribir un libro?", se preguntaba mientras sus piernas avanzaban. "¿Acaso no es suficiente estudiar historia en la universidad? ¿Por qué no simplemente buscar un trabajo convencional como todos los demás?" Las preguntas flameaban en su mente, como llamas persistentes que nunca desaparecían.

A pesar de sus dudas, el deseo de ser escritora ardía dentro de ella, como lava de un volcán que amenaza con erupcionar. Quería capturar las voces de esas mujeres, darles vida a través de las palabras, y mostrar al mundo su fortaleza y vulnerabilidad. En su cabeza, visualizaba cada página, cada capítulo, como un tributo a su historia. Sin embargo, la inseguridad y el miedo a fracasar la acechaban, envolviéndola como una neblina densa.

También reflexionaba sobre sus amistad con Lesbia, su excompañera de universidad y emprendedora exitosa. Esa conexión había ido creciendo en los últimos meses, pero no estaba segura de qué significaba realmente. La insinuación de Lesbia la desconcertaba y a veces la llenaba de confusión. ¿Era el amor lo que ella deseaba, o era una complicación más en su ya tumultuosa vida? Con cada zancada, el aire arrastraba sus dudas, llevándose un poco la carga emocional que llevaba en su corazón. 

La carrera continuó y se permitió sumergirse en sus pensamientos, dejando que la adrenalina y el ejercicio la liberara momentáneamente de sus inquietudes. La libertad era su mayor anhelo, pero también un concepto que la aterraba. En su mundo de ideas, cada carrera era un paso más cerca de alcanzar sus sueños, aunque a veces se sentía como una niña perdida en el vasto océano de la vida.


Al regresar a casa, aún sumida en sus reflexiones, se encontró con la figura de su padre, plantada en la entrada como una valla bloqueando su camino. Ivania sintió que el aire se volvía denso y pesado.

—Ivania —dijo él, su voz grave resonando con autoridad—, necesitamos hablar.

El tono de su padre no dejaba espacio para la evasión. Ivania respiró hondo, preparándose para la confrontación.

—¿Sobre qué? —preguntó, manteniendo la calma, aunque su corazón latía con fuerza.

—Sobre tus sueños. ¿De verdad piensas que vas a poder escribir ese libro? La vida no es un cuento de hadas.

Lo miró a los ojos, buscando entender la razón detrás de su dureza. Pero no había tiempo para eso.

—Quiero escribir —dijo con firmeza, cada palabra era un acto de resistencia, como un escudo ante el ataque.

—¿Y qué hay de la realidad, la distribuidora, los negocios? —insistió él, como si cada frase de Ivania fuera un desafío a su autoridad.

La respuesta de Ivania se convirtió en un susurro, cargado de significado.

 —La realidad es como el aire que empuja. El silencio se instaló entre ellos, palpable y doloroso. Decidida a proteger su esencia, dio un paso atrás. —No estoy ignorando nada —agregó, su voz más suave—. Solo elijo no pelear.

Su padre permaneció en silencio, y en ese momento, la distancia entre ellos se volvió un abismo. Mientras ella se alejaba, sintió cómo sus sueños se aferraban a ella, recordándole que la libertad a veces requería enfrentar las tormentas más feroces.

 

El sol se ocultaba tras el horizonte, lanzando destellos dorados a través de la ventana del modesto apartamento de Lesbia. Ivania se acomodó en el sofá, sintiendo la calidez del lugar que, a pesar de su tamaño reducido, se sentía acogida. El olor a café recién hecho flotaba en el aire, mezclándose con la brisa que entraba por la ventana abierta. Lesbia estaba en la cocina, preparando un par de tazas, mientras ella observaba los detalles del lugar: un cuadro de paisajes naturales en la pared, libros apilados en una esquina, y plantas que parecían vibrar con vida.

—Así que... ¿qué dijo tu padre? —preguntó Lesbia, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

Ivania suspiró, recordando la confrontación.

—Dijo que no puedo perder el tiempo escribiendo un libro. Que debería enfocarme en algo más "realista", en comprometerme con su negocios y la distribuidora.

Lesbia frunció el ceño, dejando las tazas en la mesa.

—¿Realista? ¿Y qué hay de tus sueños, Ivania?

Ivania dejó escapar una risa amarga. —Mis sueños son sólo eso para él. Sueños. No entiende que quiero contar la historia de las mujeres que han luchado aquí, en este pueblo.

—¿Y por qué no lo haces? —Lesbia se sentó a su lado, inclinándose ligeramente hacia ella, su mirada intensa. —Podrías vivir aquí, en mi apartamento. Tendrías tu propio espacio, y podrías escribir sin distracciones.

Ivania sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La idea resonaba en su mente, pero también había miedo. —¿Y si no funciona? No quiero ser una carga.

—No serías una carga —Lesbia aseguró, su voz suave como el terciopelo—. Serías mi amiga, y esto es un lugar donde podrías convertirte en quien realmente eres. Imagínate: levantarte cada mañana y trabajar en tu libro, sin que nadie te diga que no puedes. Me ayudas algunas horas trabajando en línea con mis negocios y la pasaremos bien.

Ivania contempló la oferta, cada palabra de Lesbia resonando en su corazón. La idea de estar alejada de la mirada crítica de su padre era tentadora. Pero había algo más en la propuesta de Lesbia, una insinuación en su tono, un deseo de conexión que Ivania no podía ignorar.

—No sé... —murmuró, insegura.

Lesbia se acercó un poco más, sus ojos brillando con una luz que Ivania no había visto antes. —Ivania, a veces tenemos que arriesgarnos para vivir plenamente. Este lugar podría ser el refugio que necesitas. Además, sería divertido. Dos amigas en un apartamento. Podemos compartir las tareas, las risas, y tú podrías escribir.

Sintió cómo su corazón latía más rápido. La conexión entre ellas era palpable, como un hilo invisible que las unía. La posibilidad de mudarse con Lesbia no era solo un escape de del dominio de su padre, sino también una oportunidad para explorar esa complicidad que había ido creciendo entre ellas.

—¿Y si todo sale mal? —preguntó, aunque en el fondo sabía que ya había tomado una decisión.

Lesbia tomó la mano de Ivania, entrelazando sus dedos. —A veces, lo que parece un riesgo es solo el primer paso hacia un sueño. No tienes que hacer esto sola. Estoy aquí contigo.

El silencio se hizo presente, cargado de promesas no dichas y un aire de intimidad que envolvía la sala. Ivania cerró los ojos un momento, sintiendo el calor de la mano de Lesbia sobre la suya.

—Está bien —dijo finalmente, abriendo los ojos. —Me mudaré contigo.

Una sonrisa iluminó el rostro de Lesbia, y Ivania sintió que el peso que llevaba en el corazón se aligeraba. Estaba lista para enfrentar lo que vendría, y en ese momento, comprendió que había elegido un camino lleno de posibilidades. Su sueño de ser escritora podría finalmente convertirse en una realidad, y quizás, solo quizás, también exploraría el nuevo territorio que se estaba abriendo entre ellas.

 

Ivania disfrutaba de su rutina matutina, corriendo por el parque con el aire fresco acariciando su rostro. El sonido de sus pasos sobre el pavimento se mezclaba con los susurros del viento que atravesaba las hojas de los árboles. Mientras corría, su mente divagaba en el mundo de su libro, visualizando las páginas llenas de historias sobre las Mujeres Fundadoras de Nueva Guinea. Las palabras danzaban en su cabeza, fluyendo como un río en libertad, llevándola a un lugar donde podía ser completamente ella misma.

Pensaba en Lesbia, en su risa y en cómo la hacía sentir. La dulzura de su amiga le traía alegría, pero también incertidumbre. ¿Qué quería realmente Lesbia de ella? Las caricias suaves y las miradas llenas de complicidad a menudo la dejaban confundida. ¿Era solo amistad, o había algo más?

En medio de sus pensamientos, al dar la vuelta en el andén, se encontró de frente con su padre. Su corazón dio un vuelco. La mirada de él, dura, pero con un leve destello de preocupación, le hizo frenar.

—Ivania —comenzó él, con una voz que intentaba ser suave—. He venido a buscarte.

—¿Por qué? —respondió ella, tratando de mantener la calma, su respiración agitada por el esfuerzo y la sorpresa.

—Quiero que regreses a casa. No puedes seguir con esta idea de ser escritora. No tiene futuro, hija.

Sintió un nudo en el estómago. Las palabras de su padre golpeaban su corazón como un martillo. Recordó las noches en las que había soñado con convertirse en una escritora, de dar voz a las mujeres que habían forjado su pueblo. Pero ahora, la realidad la enfrentaba.

—No puedo simplemente renunciar a lo que soy —respondió, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo.

—¿Y qué eres? —su padre insistió, un tono de frustración en su voz—. ¿Una escritora? ¡No tienes idea de lo difícil que es eso! Vuelve con nosotros, a lo seguro.

Ivania se quedó en silencio, el aire fresco alrededor de ella contrastando con la opresiva tensión del momento. En su mente, imágenes de su vida con Lesbia pasaron rápidamente: las risas compartidas, los cafés por las mañanas, el sueño que comenzaba a florecer.

Finalmente, levantó la mirada, decidida. —Soy alguien que quiere contar historias. Y aunque pueda no ser fácil, estoy dispuesta a luchar por ello.

Su padre pareció aturdido por su respuesta. —Ivania, piénsalo bien. No quiero que te lastimen.

—No soy una niña —dijo ella, sintiendo que la fortaleza que había construido en los últimos meses la envolvía—. Quiero ser libre.

En ese instante, su padre pareció ver algo en su mirada. Quizás entendió que ya no podía controlar su destino. Sin decir más, dio un paso atrás, la tristeza reflejada en su rostro.

Respiró profundamente mientras lo veía alejarse, un peso levantándose de sus hombros. Sabía que su decisión estaba tomada. Era hora de vivir su verdad.

 

En el acogedor apartamento de Lesbia, se sentó frente a su laptop, las ideas fluyendo de su mente a las teclas. Era un espacio pequeño, pero lleno de vida, donde cada rincón parecía susurrar posibilidades.

Justo cuando se sumergía en su escritura, Lesbia apareció con una taza de café humeante y unas rosquillas recién horneadas. Se acercó a ella, dejando la taza en la mesa, y le dio un suave beso en la mejilla.

—Aquí tienes, escritora —dijo Lesbia, acariciando suavemente la espalda de Ivania.

Sonrió, sintiendo un calor que se extendía por todo su ser. Era en esos momentos que comprendía lo que realmente quería: ser ella misma, con la libertad de escribir y la amistad y cariño de Lesbia a su lado.

—Gracias —respondió, respirando profundamente el aroma del café. Se sintió viva, libre, como si el aire que llenaba sus pulmones la impulsara hacia adelante.

Regresó a su computadora, las palabras fluyendo con más intensidad que nunca. Sabía que su camino no sería fácil, pero también entendía que estaba lista para enfrentarlo. Era su vida, su historia, y ahora tenía la oportunidad de escribirla. Mientras los rayos del sol entraban por la ventana, iluminando el espacio, sintió que el aire de la mañana la acompañaba en cada palabra, recordándole que su libertad era su mayor tesoro.


25/10/2024

Foto Internet.



sábado, 16 de abril de 2011

HAMBRE DE LIBERTAD

Cayos Perlas. Foto Atlantic Tours. 
La pizarra acrílica colgada en la pared del fondo mostraba esquemas, gráficos, matrices y trazos coloreados en azul, verde y negro; resplandecía por los últimos rayos de sol en la blanca habitación, impregnando de luz los papelógrafos colgados en las paredes laterales con cinta adhesiva. Sillas desordenadas alrededor de la mesa, tazas de café vacías, ceniceros llenos, papeleras repletas de hojas arrugadas y escritorios apiñados en un extremo eran testigos de lo ocurrido. Al entrar inhale el aroma denso, mezclado de tabaco, café y alcohol de tinta; la riqueza de las pláticas aún se percibía en el pequeño espacio, ahogado por los deseos.

Dije buenas tardes y no tuve respuesta. Atraído por la pizarra caminé hacia el fondo y observé con detenimiento la riqueza de los detalles. Nombres de comunidades que había olvidado —Halouver, Brown Bank, Raitipura, Kakabila, Orinoco, Marshall Point, Tasbapounie— ordenadas numéricamente, combinadas con fechas, actividades, personal y presupuesto garantizado. Hipnotizado volví la mirada a las paredes descubriendo el orden correspondiente de los papelógrafos con las comunidades indicadas en la pizarra y el desglose a nivel de detalles; siembra de piña, construcción de preescolares, pozos, puentes peatonales, letrinas, reparación de muelles, talleres de capacitación y reuniones comunitarias. ¡Que exquisitez! pensé y la incertidumbre desapareció, el plan estaba elaborado. Tuve la sensación de estar invadiendo espacio ajeno, salí de prisa y, al bajar las gradas, escuche mi nombre desde el fondo del patio.

    ¡Llegaste justo a tiempo, hermano! —dijo Carlos—. ¡Te estamos esperando!
    Ya sabes como es el viaje, primero por tierra y luego tuve que tomar dos pangas —respondí al estrecharnos las manos.
    Vamos, nos esperan. La reunión con los líderes comunitarios está por empezar —dijo y caminamos hacia la escuela.

Antes de entrar a la reunión fui presentado al equipo de campo, volvía a encontrarme con Johnny y Dolene después de muchos años. De inmediato fui acogido con calor caribeño ante las miradas expectantes de Carlos y Chepe León. Los comunitarios estaban sentados en los pupitres alrededor del aula y, mientras Carlos explicaba el trabajo de la organización, — trabajamos por construir un mundo justo a través de la solidaridad, los niños y las niñas son los principales sujetos, promovemos el desarrollo comunitario integral, nuestro compromiso es de largo plazo, no inventamos nuestro trabajo porque surge de las necesidades que ustedes prioricen en sus comunidades, el compromiso debe ser mutuo— Johnny traducía al idioma inglés facilitando la comunicación, agregando palabras propias al medio.

    Es la primera vez que escucho esas palabras alentadoras, me gusta como trabaja su organización —dijo uno de los líderes en inglés.

El ambiente tenso se transformó, las sonrisas afloraron en los rostros, la ebullición de los ánimos se convirtió en deseos por iniciar de inmediato el trabajo en las comunidades y, al concluir la sesión, se despidieron con la esperanza de convertir sus sueños en realidad.

Luego de alojarnos en Lodge Green me cautivó el calor humano de Wesley y su esposa, el sabor anhelado de la comida caribeña hecha en casa, el trato abierto y sincero como amigos de siempre que se reencuentran. Después de cenar salimos al patio, nos acomodamos en las bancas ubicadas en la arena bajo los frondosos árboles de aguacate y conversamos hasta altas horas de la noche.

A las siete de la mañana partimos con Ray hacia los Cayos Perlas. Salimos por Set Net Point al mar Caribe y una hora después estábamos en los paradisíacos cayos, un archipiélago majestuoso, aún virgen, refugio de pescadores que recibe en sus arenas blancas a miles de tortugas que desovan en ellos. Igual a los cayos de Utila, pensé. Aguas mansas color turquesa invitaban a sumergirse en ellas. Los termos y la comida para la ocasión fueron acomodados bajo la sombra de cocoteros y los tragos de ron con agua de coco no se hicieron esperar.

Con el agua cálida arriba de la cintura hicimos un círculo donde los planes de la pizarra y los papelógrafos fueron expuestos, la mejor forma de compartirlos, dialogarlos e intercambiar ideas a futuro para renovar compromisos. Cañal, el panguero, se transformó en un mesero de playa que atentamente rellenaba los vasos vacíos.

    ¿Y el problema de la desnutrición infantil? —preguntó Carlos en su condición de médico.
    Desnutrición infantil aquí no hay —respondió Ray mientras con Carlos y Chepe León intercambiamos miradas, sorprendidos.
    Explíquenos —dijo Carlos.
    Mira, la gente de las comunidades siembra yuca, plátano, arroz y comen pescado —dijo Ray saboreando su trago y agregó — Esa es la mejor comida, la más nutritiva.
    ¿Estas seguro? —insistió Carlos.
    Sí hombre, los peces comen chacalines y camarones. Las familias consumen bastante pescado —razonó Ray y agregó — Aquí hay otro tipo de hambre.
    ¿De que tipo? —preguntó Chepe León.
    Hombre, la gente tiene hambre de libertad —respondió Ray con seguridad.
    ¿Pero como podemos eliminarlo? —preguntó Carlos.
    Trabajando por los derechos de los pueblos de la Costa, apoyando la Autonomía —respondió Ray.

Esa conversación sostenida en las aguas de los Cayos Perlas marcó para siempre nuestra relación y me permitió descubrir, luego de visitar en diversas ocasiones cada una de las comunidades, los anhelos de libertad de los habitantes de la cuenca de Laguna de Perlas.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
hillron@hotmail.com
Viernes, 15 de abril de 2011

lunes, 29 de noviembre de 2010

VOLVAMOS A SOÑAR


Foto: Flick/nicacatra/©
Los sueños son solo eso, dicen muchos. De qué sirve soñar, si al despertar nos enfrentamos a una realidad que perturba lo más profundo de nuestro ser, dislocando nuestros sentidos hasta convertirnos en seres humanos indiferentes a casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor, argumentan otros. Se refieren a ellos considerándolos únicamente como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo.

Algunos dicen que soñar es cosa de niñas y niños. Construyen castillos de fantasía y el tiempo se encarga de destruirlos, al tener conciencia de las normas y reglas que los adultos hemos tejido para que se sujeten a ellas. Los soñadores son sólo eso, soñadores que puedes ver por todos lados, con vidas contrarias a las imaginadas, truncadas por ser impertinentes, desperdiciadas por un sueño inalcanzable, señalan otros.

¿Soñar despierto? Imposible. Nuestro tiempo no podemos desperdiciarlo en irrealidades. La vida agitada, abrumadora, donde actuamos como depredadores de nuestra propia especie, compitiendo contra todo y todos por espacio, empleo, dinero y reconocimientos, sin importar los daños que podamos ocasionar en nuestra frenética marcha de ambición y sobrevivencia; no podemos darnos el lujo de desperdiciar nuestro tiempo en quimeras.

La utopía dejó de ser colectiva y, sin darnos cuenta, se apropiaron de ella, es propiedad privada y los que la atesoran marcan las pautas con la intención de que actuemos sin ilusión propia. La convirtieron en partidos políticos, en poderes perversos del Estado, en campañas de propaganda electorera, en pintas grabadas en las paredes, en mensajes enlatados, vomitados miles de veces por los medios de comunicación para adormecernos; en cuentas bancarias a nombre de testaferros, en empresas que surgieron de la nada con efectos nefastos, manifestados en un pueblo hambriento; en niños que deambulan por las calles mendigando, en ingenieros sin ingenio, doctores vende brebajes contra todos los males, maestros sin vocación, profesionales sin empleo, en sexo que se oferta en las calles bajo la luz de los rótulos que reflejan brillantes sus eslogan y marcas.

Tratan de quitarnos hasta lo más íntimo, la posibilidad de soñar un mundo diferente. Debes pensar como ellos, tener sus mismos sueños aunque estés despierto, acompañarlos en sus marchas, en la promoción de sus nuevos productos, en sus batallas de garrotes y piedras, en sus restituciones de todo, arrogantes ante el derecho ajeno, porque de lo contrario no encuentras trabajo en sus instituciones ni empresas, y si lo tienes y no lo haces, caes nuevamente en la bruta y cruel realidad: desesperación, hambre y pérdida de autoestima. ¿Soñar con esa realidad?  Imposible, no más pesadillas.

Pero es posible cambiar la realidad, si todos, juntos a la vez, soñamos más allá de lo que a nuestro alrededor nos agobia; es cuestión de concentración, focalizarnos en lo deseado, en buscar el momento oportuno, el impulso necesario para convertirlos en realidad. Después de casi cinco décadas soñamos lo increíble y terminamos con una de las dictaduras más nefastas de Latinoamérica, ante la admiración del mundo entero; un día, luego de varios años de guerra entre hermanos, soñamos con la paz y la logramos.

¿Podemos encontrar en estos tiempos algo que nos unifique alrededor de un mismo sueño? Algo que esté por encima de defender la soberanía nacional, de lo cotidiano apremiante, de necesidades individuales insatisfechas; de partidos políticos que nos dividen como un cerco de espinas y al cruzarlo hiere y marca para siempre; mayor que la acumulación desesperada de riqueza; mayor al ejercicio del poder, que termina con quienes lo ejercen en un estado esquizofrénico, vacíos y arrinconados en los libros de historias mal contadas; algo que durante miles de años, en su búsqueda, la humanidad ha derramado sangre, derribado murallas y reventado cadenas; algo que no tiene precio, pero sí valor, un valor propio del ser humano, humanizador: el libre albedrío, la libertad. ¡Por supuesto que sí! Por ello vale la pena soñar. ¡Volvamos a soñar y reinventemos la utopía para convertirla en realidad!

 
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
hillron@hotmail.com
Sábado, 27 de noviembre de 2010