sábado, 30 de diciembre de 2023

CANCIÓN DE AÑORANZAS

 




Un cuadro pintado con las palabras, donde la grama y el Cortez desvanecen sus colores,

¿Dónde han ido? ¿Qué misterioso ladrón los ha llevado?

Siempre bailaron en la puesta de sol y al despertar,

Incluso cuando la tierra se agrietaba y anhelaba lluvia,

sus matices y danzas al viento eran faros de esperanza.

 

Ahora, un viento frío acaricia el rostro,

el cielo gris opaca la luz solar,

pero internamente, su fulgor espiritual persiste.

Con el tiempo, las cejas vestirán tonos de gris azulado,

y la mirada suave los acogerá con alegría.

 

 

30 de diciembre de 2023

Foto: Internet

lunes, 25 de diciembre de 2023

UN SUEÑO DE NAVIDAD


José, un niño campesino, vivía con sus padres en una pequeña finca. Su vida era sencilla y tranquila, dedicada al cuidado de los animales y las plantas. Nunca había salido de su comarca ni había visto las luces y los adornos de la ciudad. Lo único que sabía de la Navidad era lo que le contaban sus padres y lo que escuchaba en la radio.

Un día, su madre le dio una noticia que lo llenó de emoción: sus tíos los habían invitado a pasar la Nochebuena en La Fonseca, una colonia cercana donde había una capilla católica con un árbol de Navidad. No podía creerlo, iba a ver por primera vez un árbol de Navidad, ese símbolo mágico que tanto le fascinaba. Le preguntó a su madre cómo era el árbol, y ella le dijo que era grande y verde, con muchas luces de colores, bolas brillantes y una estrella en la punta. Se imaginó el árbol como un gigante luminoso que destellaba la noche con su resplandor.

Esperó con ansias el día en que vería el árbol de Navidad. Contaba los días en el calendario y cada noche soñaba con el árbol. Le pedía a su padre que le contara historias sobre La Fonseca, y él le decía que era un lugar muy bonito, con gente amable y trabajadora, que celebraba la Navidad con mucha alegría y fe, después de terminada la guerra que asoló todas las comunidades de Nueva Guinea. Le dijo que sus tíos los recibirían con mucho cariño, y que les prepararían una cena deliciosa, con gallinas rellenas, nacatamales y pasteles. José se relamía los labios al pensar en la comida, pero lo que más le interesaba era el árbol.

Por fin llegó el día esperado. José se levantó temprano, se vistió con su mejor ropa, y ayudó a sus padres a empacar las cosas. Los tres montaron a caballo y emprendieron el viaje a La Fonseca. El camino era largo y lodoso, pero José no se aburría. Miraba con curiosidad el paisaje, los árboles, los pájaros, las quebradas, los cerros y a las personas que se encontraban en la travesía. Le parecía que todo era nuevo y diferente. Les preguntaba a sus padres sobre todo lo que veía, y ellos le respondían con paciencia y amor.

Después de seis horas de viaje, llegaron a La Fonseca. Se sorprendió al ver la colonia, que era más grande y bonita de lo que se había imaginado. Había muchas casas de concreto, todas pintadas en colores atractivos, con techos de zinc, rodeadas de jardines y árboles frutales. También había una escuela pintada en azul y blanco, una cancha de fútbol, un campo de béisbol, varias tiendas y una iglesia.

Vio a muchos niños jugando y corriendo, y sintió ganas de unirse a ellos. Pero lo que más le llamó la atención fue la capilla católica, que estaba al final de la calle principal. Era una construcción blanca y sencilla, con una cruz en la fachada y un campanario. José se fijó en que había una ventana grande en el frente, y a través de ella se veía algo que le hizo latir el corazón: el árbol de Navidad.

Sus tíos los estaban esperando en la puerta de su casa, que quedaba cerca de la capilla. Los saludaron con abrazos y besos, y los invitaron a pasar. Se sintió acogido por la familia de sus padres, que lo trataron con mucho afecto. Le presentaron a sus primos, que eran de su edad, y le ofrecieron juguetes y dulces. Se divirtió con ellos, pero no podía dejar de mirar hacia la capilla, donde el árbol de Navidad lo esperaba.

Cuando se hizo de noche, sus tíos los llevaron a la capilla, donde se celebraba la misa de gallo. Entró con emoción, y se quedó maravillado al ver el árbol de Navidad. Era tal como se lo había imaginado, pero más hermoso y majestuoso. Estaba lleno de luces que parpadeaban en armonía, de bolas que reflejaban los colores del arco iris, y de una estrella que brillaba con intensidad. Se acercó al árbol, lo tocó con delicadeza. Sintió su textura suave y fresca, y su aroma agradable y dulce. Se quedó hipnotizado por el árbol, y se olvidó de todo lo demás.

Sus padres lo observaban con una sonrisa, y se sintieron felices de verlo feliz. Le tomaron una foto junto al árbol, y se la guardaron como un recuerdo. Luego, lo llevaron a sentarse con ellos, y escucharon la misa con devoción. José también prestó atención a las palabras del sacerdote, que hablaba del nacimiento de Jesús, el niño Dios que había venido al mundo para traer la paz y el amor. José pensó que ese era el verdadero sentido de la Navidad, y le dio gracias a Dios por haberle dado la oportunidad de ver el árbol de Navidad y de compartir con su familia.

Después de la misa, regresaron a la casa de sus tíos, donde los esperaba la cena. Comieron con gusto y brindaron por la Navidad. Se sintió satisfecho y contento, y se acostó en una hamaca con sus primos. Antes de dormirse, miró por la ventana y vio el árbol de Navidad, que seguía iluminando la noche con su resplandor. Cerró los ojos y se durmió con una sonrisa. Había cumplido su sueño de Navidad

José se convirtió en diácono. Su formación espiritual, humana, pastoral e intelectual se desarrolló con los sacerdotes de la parroquia de Nueva Guinea y en el seminario de Bluefields. Cuarenta años después de haber cumplido su sueño, es el encargado de una capilla en una comunidad del Caribe Sur y de arreglar con devoción el árbol que tanta ilusión sigue dándole. Cada año, recuerda con nostalgia y gratitud aquella noche en que vio por primera vez el árbol de Navidad y cómo ese momento cambió su vida. José siente que Dios lo llamó a servir a su pueblo, y que el árbol de Navidad es un signo de su presencia y su amor.

Comparte su fe y su alegría con los demás y le cuenta su historia a los niños que se acercan a ver el árbol. Es feliz y espera con esperanza el día en que la luz del árbol permanezca para siempre en los corazones de los hombres y mujeres, logrando la paz y el amor que tanto anhelan.

 

20 de diciembre 2023.

Nueva Guinea, RACCS.

Foto: Internet

jueves, 21 de diciembre de 2023

FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO PARA TODOS Y TODAS

 


Querida comunidad de Sueños del Caribe:

En esta hermosa temporada de Navidad y Año Nuevo, quiero tomar un momento para expresar mi más sincero agradecimiento a cada uno de ustedes. El 2023 ha sido un año excepcional para Sueños del Caribe, lleno de logros significativos y momentos inolvidables.

Superar la marca de 500 mil lectores es un hito que refleja no solo la calidad de los contenidos que compartimos, sino también el aprecio y el interés que han depositado en nosotros. Hemos logrado consolidarnos como uno de los sitios web más destacados en la difusión de relatos, anécdotas y crónicas sobre la vida y cultura del Caribe nicaragüense.

Lo más especial de este año ha sido la construcción de esta maravillosa comunidad que comparte el amor por la vida en el Caribe nicaragüense. Su compromiso y apoyo han sido el motor que impulsa nuestro blog, convirtiéndolo en un espacio vibrante de diversidad cultural y conocimiento.

En el ámbito literario, hemos dado un paso importante al publicar "El Génesis de Nueva Guinea". Este logro no solo representa el arte de bloguear, sino también la persistencia, el esfuerzo y la colaboración de todos aquellos que creyeron en el proyecto. Gracias por su valiosa cooperación, que ha hecho posible dar vida a este libro, e impulsarme a trabajar desde ya para publicar el próximo año uno referido a El Bluff y Bluefields.

A lo largo del año, hemos explorado una variedad de temas a través de más de 36 escritos, ahora disponibles en nuestro archivo. Cada palabra compartida es un pequeño tributo a la riqueza y la diversidad de la región del Caribe nicaragüense.

En este cierre de año, quiero expresar mi profundo agradecimiento a cada uno de ustedes. Que estas fiestas estén llenas de alegría, amor y momentos entrañables junto a sus seres queridos.

 

¡Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo para todos y todas!

Con gratitud,

Ronald Hill Álvarez

Sueños del Caribe

21 de diciembre de 2023

Foto: Internet.

martes, 19 de diciembre de 2023

UN LUGAR LODOSO CON OLOR A PÓLVORA



La primera vez que escuché hablar de Nueva Guinea fue en el comedor de la casa de mi abuelo, Felipe Álvarez. Cruzaba el patio de la casa de mis padres a la hora del almuerzo, y la abuela Manuela me hacía un lugar al lado del abuelo. Mis tíos, Pablo y Jorge, ocupaban sus sitios en aquella mesa redonda que mi abuela llenaba con suculentos platos, apoyada por varias mujeres que la asistían en las labores domésticas.

Transcurría el año 1970, y la pesca industrial de camarones en el puerto de El Bluff estaba en auge, con la empresa Booth Fisheries Company actuando como eje de su desarrollo. Impulsaba la planta de procesamiento, la flota de barcos, un astillero y la exportación hacia Estados Unidos de Norteamérica, tanto por vía aérea como por mar. Era un auge que irradiaba la economía local, de Bluefields y el país.

Mi abuelo Felipe se desempeñaba como responsable de la bodega de la aduana, y mis tíos trabajaban como funcionarios de agentes aduaneros en un puerto donde atracaban barcos mercantes. Estos abastecían a los establecimientos comerciales de los chinos en Bluefields, además de participar en la misma actividad pesquera. Posteriormente, se llevaban productos de exportación como bananos, ganado, azúcar, madera y otros, principalmente hacia el mercado estadounidense.

—Somoza está ofreciéndole tierra a todos los campesinos para que se trasladen a vivir a Nueva Guinea —dijo tío Pablo.

—Van a despalar esa montaña —dijo el abuelo.

—Ya empezaron —agregó tío Jorge.

—Felipe, ¿Dónde queda ese lugar? —preguntó la abuela Manuela.

—Cerca de las serranías de Yolaina, de Monkey Point en dirección hacia el este —respondió el abuelo.

—Por el río Punta Gorda van a sacar madera, carne de wari y venado, los frijoles que produzcan, plátanos, yuca y quequisque —añadió tío Pablo.

—Vamos a estar bien abastecidos —dijo la abuela con alegría y se sentó a un lado del abuelo.

Esos nombres que escuchaba, Nueva Guinea y Yolaina, eran nuevos para mí, no así Monkey Point y Punta Gorda, porque mi padre, White Bush Hill Bush, era capitán de barcos camaroneros y recorría la mar cercana a la costa, conociendo y hablando de esos lugares. Además, varias familias que habitaban en Punta Gorda, principalmente los McRea, eran amigos de la familia Álvarez. Llegaban con sus botes, hechos de grandes troncos de árboles, llenos de productos que abastecían a los pobladores de El Bluff y Bluefields. No solo trasladaban productos, sino también noticias sobre el estado de las cosas en su región.

Catorce años después, en 1986, visité por primera vez Nueva Guinea por asuntos de trabajo. Era una zona de guerra, con enfrentamientos entre la Contra y el Ejército. En aquel entonces, ninguna persona quería visitar, y mucho menos trabajar en Nueva Guinea. Todos huían de la guerra.

Llovía intensamente, y las calles, siendo de todo tiempo, estaban lodosas, por las que circulaban camiones IFA, Robur y Zil transportando militares. El olor a pólvora impregnaba todo el ambiente. La mejor infraestructura eran cuatro pequeñas cuadras que llamaban "la ciudadela" y en una de sus casa de madera fui alojado.

En aquel momento, la producción del llamado granero de Nicaragua estaba por el suelo, casi nula. Se impulsaba la Reforma Agraria con un proceso de cooperativismo, promoviendo cooperativas de servicios múltiples y cooperativas agrícolas sandinistas, estas últimas tenían las tierras en propiedad común de sus miembros. También se desarrollaban grandes proyectos estratégicos de cacao y caucho.

El ambiente estaba impregnado de la euforia de los primeros años de la revolución, con grandes planes agropecuarios golpeados por la guerra. La primera noche que dormí en Nueva Guinea fue de un solo tirón: escuchaba la cadencia interminable de la lluvia cayendo sobre el techo de zinc y recordé la casa de mis padres en El Bluff.

Seis años después, en 1992, luego de concluida la guerra, regresé nuevamente. Trabajaba para un Programa de Asistencia a Repatriados, financiado por el ACNUR, donde conocí las colonias y varias de sus comarcas, al igual que muchas personas: fundadores, repatriados y desmovilizados de la Contra y del Ejército. En el año 1993 y parte de 1994, trabajé en la alcaldía municipal siendo José Orlando Baquedano (QEPD) su alcalde. Luego, durante 14 años, laboré con la ONG Ayuda en Acción como coordinador.

Desde 1992 hasta la fecha, me encuentro domiciliado en Nueva Guinea, participando activamente para generar cambios y solucionar muchos problemas en su proceso de desarrollo. De igual manera, he logrado conocer a muchos de sus pobladores, a muchos neoguineanos, a los que he entrevistado, escuchado sus historias, recopilado sus vivencias y tengo el privilegio de hacerlos parte de los Sueños del Caribe.

 

Actualizado el 16/12/2023.

Foto: colonos con funcionarios del IAN.

lunes, 11 de diciembre de 2023

EL PESCADOR

 



El pescador, con ilusión en el pecho,

deja a su amor en tierna despedida,

hacia el muelle camina, sueños en su barco estrecho.


Maniobra en el muelle, la barca en su partida,

levanta cuerdas, manos curtidas por la sal y el viento,

navega hacia la mar, su alma entera va rendida.

 

En la barra, el ancla cae con un lento movimiento,

entre la laguna y el mar, su espera se hace eterna,

enciende un cigarrillo, suspira, está contento.

 

La cuerda en el agua busca un buen pargo que gobierne,

las piedras y los arrecifes llenos de vida marina,

piensa en su futuro, en su joven esposa y su vientre.

 

El cordel corre y salta, como en danza cautiva,

jala y jala, en un juego de placer y de paciencia,

el peso alerta sus sentidos, la lucha es atractiva.

 

La gran presa llega con resistencia,

un mero majestuoso, castaño y rojizo.

Suspira, el pescador siente su recompensa.

 

En el barco, el mero aleteando halla su nuevo lecho,

regresa a casa con pargos y el gran trofeo,

cae la tarde; en sus brazos, su amor, su anhelo.

 

8/12/2023

Foto propia: Internet.

jueves, 30 de noviembre de 2023

LLUVIA EN EL TRÓPICO HÚMEDO

 




Llueve sin cesar sobre el trópico húmedo.

Ríos crecen desbordándose en su recorrido.

Las casas se inundan y la gente se afana

en salvar sus pertenencias y sus vidas.

 

La lluvia no respeta ni la noche ni el día.

Es un diluvio que arrasa con todo a su paso.

Los niños lloran, los ancianos se lamentan,

los jóvenes se organizan para la evacuación.

 

La tristeza se apodera de los rostros mojados.

La incertidumbre se cierne sobre el futuro.

La lluvia no da tregua ni esperanza.

Es una fuerza implacable que no escucha.

 

Entre la desolación hay un rayo de luz,

una mano solidaria, una palabra de aliento,

un gesto de amor, una oración sincera,

un hibisco que florece en el lodo.

 

La lluvia no doblegará el espíritu del trópico húmedo,

es una prueba más que se superará.

no durará para siempre, ni el dolor.

El sol volverá a brillar, y con él, la vida en su esplendor.

 

30 de noviembre 2023.

Foto Propia: Muelle de los Tres Ríos, El Rama.


viernes, 24 de noviembre de 2023

DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE LA MUERTE

 


Henry Bush Hill Bush, hermano de mi padre White Bush, falleció tras sufrir un derrame cerebral, y doce días después nos dejó. Su partida tuvo lugar en la tranquilidad de su hogar, descansando plácidamente en su cama, rodeado de su esposa Sula, sus hijos e hijas, nietos y demás familiares. A la edad de 88 años, dejó este mundo. Aquel día, después de disfrutar de su almuerzo, decidió descansar para la siesta y, lamentablemente, no pudo volver a levantarse, ya que la mitad de su cuerpo dejó de responder.

Todos sus seres queridos tuvieron la oportunidad de despedirse de tío Henry. Desde la distancia seguí su estado de salud a través de los primos y sus esposas. Vi la ceremonia en su honor realizada en la casa del primo Crawford, y posteriormente, su sepelio en el cementerio de Utila, “el jardín de los recuerdos”. Tío Henry fue un gran hombre, uno de mis tíos preferidos, y muy querido por mi padre. Lo recordare y extrañare el resto de mi vida.

Estuve enfermo en mi cama por más de diez días y, de manera redundante, pensé en la muerte. Es inevitable reflexionar sobre ella cuando estás enfermo. Mientras somos jóvenes y estamos sanos, no lo hacemos.

Ese extraño sentimiento de que todo terminará me llevó a pensar en mi madre. Escuché, no se si en sueños o medio despierto, nuevamente la lengua materna, esa que nos dice repetidamente en los primeros meses de vida, “mamá te ama y te cuida”, “mamá te quiere y te protege”, y mediante lo cual comenzamos a identificar personas y sonidos. Llorando la llamé varias veces, “Mamá, mamá, ayúdame. Mamá, yo también te amo”.

Cuando hablamos de la muerte, muchos dicen que no les preocupa. Pero eso no es cierto. Somos animales que morimos y nos descomponemos. Cuando llega, se evidencia muy deprisa. Casi de inmediato, la sangre de los capilares situados cerca de la superficie empieza a vaciarse, lo que provoca esa palidez fantasmal que resulta tan característica. La sangre se acumula en las partes inferiores del cuerpo a consecuencia de la gravedad, lo que da un color púrpura a la piel, en un proceso conocido como livor mortis. Las células internas se rompen; las enzimas se derraman, e inician un proceso de auto digestión denominado autólisis.

También, las células mueren a velocidades distintas: las cerebrales lo hacen muy deprisa, en un máximo de tres o cuatro minutos, mientras que las musculares y cutáneas pueden tardar horas, tal vez incluso un día entero. El famoso agarrotamiento muscular, conocido como rigor mortis, se produce en un plazo de entre treinta minutos y cuatro horas tras el fallecimiento, empezando por los músculos faciales y desplazándose hacia abajo a través del cuerpo y hacia fuera por las extremidades. El rigor mortis dura aproximadamente un día.

Un cadáver es algo muy vivo. Solo que esa vida ya no es la nuestra, sino la de las bacterias que hemos dejado atrás, además de cualesquiera otras que se suban al carro. A medida que devoran el cuerpo, las bacterias intestinales producen diversos gases, entre ellos metano, amoníaco, sulfuro de hidrógeno y dióxido de azufre, aparte de otros compuestos que llevan los explícitos nombres de cadaverina y putrescina. El olor de un cadáver en descomposición generalmente se vuelve insoportable en cuestión de dos o tres días, algo menos si hace calor. Luego, los olores comienzan a disminuir poco a poco hasta que ya no queda carne y, por lo tanto, nada que pueda oler.

Hablar de la muerte es tan fascinante, pero durante siglos hemos excluido a nuestros hijos del tema. Cuando nos preguntan por ello nos quedamos callados, no los preparamos para vivir en este mundo, un mundo cada vez más catastrófico e inhumano. Solo pensemos en la Pandemia, en el cambio climático, en la guerra de Ucrania y entre la que se libra entre Israel y Hamas. La muerte nos acompaña siempre, estamos expuestos a nuestra propia mortalidad.

Hablando de la muerte, pues sencillamente deseo que cuando llegue e inicie mi proceso hacia a la extinción, se me permitan los rituales, las honras fúnebres. Deseo que se hagan con calma, sin prisa, que expongan mi cuerpo en la sala de la que fue mi casa para que todos aquellos que tengan la voluntad de asistir al ritual lo puedan hacer. No deseo que se hagan comelonas, no hay razón para ello. Pero sí compartir algo ligero, café, pan, sándwich, o aquello que surja de la voluntad de mis familiares y amigos. Tendrán tiempo suficiente para ello, si quieren estar allí, conversando frente a ese cuerpo que se descompone, un día y una noche, o más, no tengo nada en contra de ello.

Cuando llegue el momento de mi sepultura, una lápida sencilla de piedra con mi nombre será suficiente para aquellos que, en algún momento, me busquen y deseen encontrarme. Estoy seguro de que viviré en el recuerdo y las memorias de mis seres queridos durante muchos años. Al final, pido que se grabe en mi lápida: "Su esfuerzo lo llevó a vivir lo mejor posible y fue un buen hombre".

 

jueves, 23 de noviembre de 2023

La Colina, Nueva Guinea.

Foto Propia.


sábado, 11 de noviembre de 2023

LA FERIA, UNA TRADICIÓN QUE SE RESISTE



En la pista de antaño, donde aviones solían aterrizar,

ahora se erige la feria, un espectáculo sin par.

Maquinaria reluciente, tractores y camionetas en hilera,

la gente asombrada, mira y se regocija entera.

Ganaderías de renombre, desfilan con altivez,

ganado de raza, como estrellas en el revés.

Productores y bancos entrelazan destinos,

facilitando el progreso con lazos divinos.

Niños corretean, risas en el aire,

juegos mecánicos, en su diversión se declaran.

Y al caer la noche, la barrera cobra vida,

toros desafiantes, montadores en la arremetida.

Gritos de emoción, chicheros en acción,

La fiesta se desborda, ¡qué gran celebración!

Chinamos llenos, de bebedores ansiosos,

bailando a su estilo, con sus vaqueras hermosas.

Botas de vaquero y jeans llenos de lodo,

bailan hasta el amanecer, con un ritmo a todo nodo.

Grupos renombrados, llenan el escenario,

música que alimenta, hasta el último repertorio.

Corrales en silencio, el ganado descansa,

cuidadores y bestias, en paz se balancean.

La feria se apaga, pero en la memoria persiste,

tres días de algarabía, una tradición que resiste. 


11 de noviembre de 2023

Foto cortesía de Orlando González

miércoles, 1 de noviembre de 2023

A LA ESPERA DE LAS TORTILLAS

Una mujer mayor, con el cabello cano, sube el escalón de piedra cantera sosteniéndose del hombro de una niña y se recuesta a la pared del corredor, a un costado del fogón de leña. El fuego palpita con pereza bajo la lámina de hierro, como si recién fue encendido por la mujer chaparra y obesa que hace las tortillas.

He llegado al lugar apresurado y un poco irritado después de visitar varios puestos de tortillas que estaban cerrados. En reloj indica que son las cuatro y media de la tarde.

Varios clientes están allí, esperando tortillas; todos son niños. Uno de ellos puede tener cinco años, el resto son niñas cuyas edades oscilan entre ocho y once. Sus ropitas se muestran limpias, calzan chinelas y zapatos tenis desgastados. La mujer mayor ha llegado con un trapo bastante lustroso y ellos ya estaban allí.

La tortillera coloca cuatro tortillas palmeadas en el pequeño fogón, vuelve a la masa que tiene en una pana plástica sobre una mesa vieja de madera. Hace una pelotita, la palmea sobre un trozo redondo de plástico hasta que surge una tortilla diminuta, de las que ahora valen cuatro córdobas y consumo hasta tres a la hora de la cena. Es bastante lenta, al igual que el fuego de su fogón, y pienso que saldé de allí por lo menos dentro de una hora.

Es una tarde nublada y gris, después que ha llovido por la mañana debido al paso de una depresión tropical que no ha tenido mayores consecuencias, ni por la lluvia, ni por el viento. Las calles están mojadas, al igual que las paredes y los techos de las casas.

Los niños juegan entre ellos mientras esperan las tortillas. El varoncito juega con una niña de unos ocho años; parece que son hermanos. Están sentados en el borde del corredor, a un lado de la piedra cantera que hace de escalón para subirlo. La niña tiene en sus manos una libreta pequeña para apuntes de tapa dura. Escribe con un lápiz de grafito en una hoja y se la pasa con todo y el lápiz al niño. Después de recibirla y ver lo que escribió, el niño sonríe, se carcajea, inclina su cuerpo hacia el de ella como tratando de hacer una colisión de satisfacción y felicidad. La niña también sonríe y recibe de regreso la libreta. Vuelve a escribir en ella. Es un juego de palabras escritas o de manchones y garabatos que los hace reír. Un día serán los mejores alumnos de la escuela, los escritores y poetas de la ciudad, orgullo de su barrio.

Otros niños están a la espera. Una niña de unos once años está de pie en el andén, frente al corredor. De ella se ha sostenido la mujer mayor de pelo cano para subir el escalón. Su cabello es de color negro y largo, tan largo que llega a su cintura y está mojado, como si se hubiera bañado recientemente. No se mueve del lugar, pero está atenta al juego de la libreta de los otros.

Tres niñas están sentadas en una banca de madera, ubicada bajo la ventana de un pequeño espacio que antes fue una pulpería. Aun se notan rótulos y afiches en la pared con la propaganda de chiverías y bebidas azucaradas. Las tres se cuentan cosas entre ellas y se ríen, sonrisas plenas, sin temores, abiertas a la calle, al barrio y al mundo, sin preocupaciones, sin envidias ni temores. Están felices y en sus manos se muestra el dinero y los trapos para envolver las tortillas.

Al otro lado de la calle, en la esquina, en el corredor frontal de una casa, un viejo pelón de unos 75 años se encuentra sin camisa inspeccionando cosas viejas, cachivaches, chatarra que tiene acomodada frente a ese espacio pequeño de la casa. Entre otras cosas, observo lavadoras y cocinas viejas, láminas de zinc sarrosas, una mantenedora destartalada y, sobre un pequeño carretón que tiene parqueado en la cuneta, un montón de chatarra amarrada como si estuviera lista para entregarla por la mañana. El viejo se acomoda en una silla y observa embelesado los resultados de su trabajo como si de un tesoro se tratara. Imagino que piensa en el trayecto que debe recorrer con la carga acomodada en el carretón hasta el centro de acopio. Quizás hace cálculos del dinero que obtendrá por la venta. Puede ser que piense en las cosas que tiene vistas y va a comprar posteriormente. Tal vez medita sobre las fuerzas que día a día lo abandonan, en los achaques de viejo que enloquecen, en el costo de la vida que va para arriba y, aunque venda cada vez más y más chatarra, nunca lo podrá alcanzar.

Detrás de él, en el corredor lateral de la misma casa, dos mujeres y un hombre están sentados en sillas de plástico. Se muestran sigilosos y no hay gestos de conversación en sus rostros, pero observan como estatuas hacia la calle principal del barrio. No le prestan atención al viejo de la chatarra. Al fondo, más allá de la esquina, se ve jugar a varios niños con una pelota de futbol en el centro de la calle. El hombre se levanta y entra a la casa por la puerta lateral. Detrás de él va una de las mujeres. Otro hombre sale de la boca calle, frente al corredor desde donde ellos observan, y jala un caballo con el aparejo vacío en dirección a algún solar o potrero donde lo dejará pastando por la noche. El hombre ha regresado a la silla, pero ahora lleva puesta una chaqueta de color azulón y, después de él, regresa la mujer enchaquetada y le entrega un suéter de algodón a la que se ha quedado en su sitio. El viejo sigue sin camisa.

Los tres siguen rígidos, sin conversar entre ellos, con la mirada extraviada en el horizonte. Me pregunto si son hijos del anciano, y si lo son, ¿le ayudan a soportar la carga de los años? ¿Son buenos o malos hijos? ¿Le apoyan con medicamentos y alimentos? Sigo pensando en la vida del anciano cuando veo que la mujer mayor de cabello cano baja del corredor con sumo cuidado. En sus manos lleva las tortillas cubiertas por el trapo lustroso.

La tarde cae y también siento un poco de frío, pero no hay viento ni llovizna. La humedad del ambiente, después del paso de la depresión tropical, ha reducido la temperatura en la ciudad, y me siento a gusto.

Los niños juegan ajenos al mundo que los rodea, se empujan y carcajean, se abrazan, y no les preocupa que atendieran primero a la mujer. La tortillera, bajita y rellenita, palmea las pelotitas de masa, retira las tortillas del fuego que arde y crepita. Ha entrado en calor y se mueve con mayor habilidad. Respiro el aroma de las tortillas recién hechas, las más ricas del barrio.

Luego de irme del lugar, me doy cuenta de que las preocupaciones que tenía al llegar han desaparecido. Siento compasión por el anciano y deseo que todos los niños del barrio, la ciudad y el mundo sean felices como los que esperan sus tortillas.

 

31 de octubre de 2023

Foto propia.

lunes, 23 de octubre de 2023

Y, ¿CÓMO OLVIDAR A JUIGALPA?

No puedo dejar de verla, aun cuando se ausenta por varios días. La Puki me la recuerda porque siente su presencia imborrable en la casa, en el sofá que ella ocupa o en la mecedora del corredor donde pasa las tardes calurosas.

En los espacios compartidos su presencia siempre se devela en pequeños detalles colocados en la mesa de noche, debajo de la almohada, en el tocador, en el espejo, en las gavetas, y su aroma ha impregnado la mitad de todo: la casa, la habitación y los recuerdos.

Ahora que regresa, ya entrando la noche más allá de la etapa del adormecimiento, coloca en la cama varias fotos que una de sus amigas le ha regalado, todas de ella, de su época de chavala, de su juventud, una etapa de su vida que siempre recuerdo y, más aún, en su ausencia.

Veo una foto y le digo que esa es Daniela, nuestra nieta, porque es igualita a ella. Una foto del Clarín de niño, también es idéntico a ella. Una foto donde camina con Cecilia Wheelock, después de visitar el parque de Palo Solo, una foto pérdida y ahora vuelve a despertar los recuerdos de ese pasado inolvidable, ella con cabello al estilo afro y su short cortito mostrando sus piernas de atleta, caminando hacia el oeste, en dirección a la esquina donde se ubica la casa del chele Laguna, pasando por las viviendas de don Edgard Matus, la familia Flores, la de la Chelita donde vivía Milcíades, la casa de doña Petrona y la que hoy habita la familia Marín.

Volviendo a las fotos, en una de ellas se baña en la quebrada de Carca, embarazada de Emiljamary y la rodea un chavalero que goza de alegría en uno de esos meses calurosos en Juigalpa, antes más frescos que ahora.

Y, ¿cómo olvidar a Juigalpa? Es imposible porque Juigalpa está en su sangre, Juigalpa es la ciudad de mis hijos, Juigalpa es una parte de mi vida.

Juigalpa en la época que estudié en el liceo agrícola, cuando todavía no la conocía por cosas del destino o ironías de la vida. Los trabajos de campo eran dirigidos por el profesor Guillermo “el Papito” Tablada: ¡organicen un grupo para hacer rondas de fuego! ¡otro grupo para hacer eras! ¡un grupo para recoger mierda de vaca en sacos para abonar las plantas!, grupo que nunca me gustó, ¡ustedes, vayan a la bodega a buscar baldes y regaderas que van a regar todas las eras de allá abajo, las que están a la orilla del río y cerca de los árboles de Mango!, y nos organizábamos para hacer las labores. Un día, la voz autoritaria del director, Alejo Gallo Montenegro, dice al estudiantado en formación: ¡prepárense, hoy van a pelonear a los de primer año! Mostrándonos dóciles, seremos el plato del año para los alumnos de segundo año, la revancha por lo que ellos también sufrieron. ¡Reúnanse en un solo lugar!, ¡no pongan resistencia!, ¡las tijeras brillan de tanto filo que tienen!, ¡cuidado les cortan una oreja!, ¡cuidado con los ojos!, gritaban los cabecillas de segundo año, entre ellos Adolfo Chávez. Vamos de uno en uno, pasando en la fila y dos nos caen como zopilotes, sosteniéndonos de los hombros, pasan sus brazos por el cuello para inmovilizarnos, sostienen con fuerza la cabeza para dar los tijerazos, varios atrás, en el occipital, otros en el copete, otros a los lados de las orejas, ¡no te movás pilinjoyo hijo de puta!, pero los más fuertes, los más arrechos, los que no se dejan oponen resistencia y salen en defensa de la mayoría, entre ellos está Luis Alonso Conrado, y se arma la cachimbeadera, los golpes no los pueden resistir los de segundo, y se mira caer noqueado a Waneban Soza, boaqueño, luego que recibe un golpe de Luis Alonso y, entre la samotana que se arma, la mayoría de pilines salimos en desbandada. La rebelión de los alumnos de primer año en el liceo es el tema de conversación en la ciudad por varios días. Luego de ir al barbero, mostramos la pelona con mucho orgullo por las calles, en el cine Cynthia y en el parque. Ese fue el último año que pelonearon a los estudiantes de primer año en el liceo agrícola. Luego me integré al equipo de beisbol. Éramos un equipo fuerte, imponente, ningún equipo nos vencía. Mi cátcher siempre fue Henry Avilez, “el chiquito”. De ese corto tiempo que estuve en el liceo, surgió la amistad con Fulvio Orozco, la Pepa Montiel, Sergio Orozco Carazo, Luis Alonso Conrado, Chu Báez, Rodolfo García, Renato Meneses, Cicerón Gadea, el Chiquito Avilez y otros muchos más. Una época relajada, en plena juventud. 

Siete años después regresé con ella a su casa, a su Juigalpa de toda la vida. A la casa de su familia, de su madre María Gladys Chacón y sus hermanas y hermanos, la casa de grandes cuartos donde se acomodaban ella, su hermana y sus primos. Aún recuerda el movimiento de sombras y voces de cuando era niña, la cocina de leña con el fuego encendido todo el día, el corredor bajo el techo de tejas, las paredes de adobe, el árbol de Cacao Mico en el patio y el muro que brincaba la atleta de salto alto y largo para entrar a la casa. La misma casa de la esquina de Palo Solo, la casa de su abuelo Luis Chacón, el eterno conservador que siempre que había una rebelión real o ficticia contra Somoza, la guardia lo llegaba a buscar con trato humano, ¡que le alisten sus cosas!, decían los guardias porque ya estaban acostumbrados a ello.

En esa casa viví por más de 10 años. Me convertí en un habitante más de la ciudad de los caracolitos negros, y en amigo de sus amigos que ahora los veo en las fotos que ha traído después de un encuentro de compañeros de promoción de bachillerato del año 1974. Y en la vecindad, la amistad creció con los hijos de doña Comelia Zambrana: Rene, Ricardo, Rolando y Norma; con la Julita y Payín Chacón; con Modesto Cuadra, su esposa e hijos; con Diego Flores y familia; con Octavio “el Pelón” Gallardo que aún hoy tengo frente a mí su caricatura donde sostiene una enorme botella de ron en forma de pacha y expresando “Somos de la Vida”, con varios ídolos, libros y la cordillera de Amerrisque de fondo, una de las mejores amistades que logré cultivar en los años de Juigalpa, y también su hijo Fidel, Ficho; con los hermanos Molina, Héctor y Eddie, ambos poetas; con los hermanos Hernández; con don Nacho Duarte y doña Daysi y todos sus hijos e hijas; con Melba Suárez, María Elena Quezada y Carmen Mejía, sus amigas de toda la vida; con los amigos de mis hijos que me saludan al encontrarnos. También hice innumerables amistades por relaciones de trabajo en la delegación de gobierno o en el MIDINRA, y en el liceo y el INAP.  Fue una época maravillosa, donde los años de juventud los dedique al trabajo (tres empleos para sobrevivir con mi familia más los ingresos de ella que siempre resolvía los problemas y los sigue haciendo). Luego que la revolución perdió las elecciones en 1990, me quedé a la deriva, saliendo poco a poco de un naufragio de ilusiones a pesar de los estragos causados por la guerra.

Me quedé sin trabajo en Juigalpa, sin ninguna esperanza después de trabajarle un año al nuevo gobierno, hasta que un funcionario del Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), llego a la casa a buscarme para ofrecerme empleo y, poco después, me trasladé a Nueva Guinea.

Y ahora, ella regresa con esas fotos de Juigalpa, y me las muestra desde su teléfono, donde está con sus compañeros de promoción, conocidos todos ellos: Jorge Luis Oporta, Julián Báez, Francisco Medrano y ellas: Vilma Luna, Elia Dina Galo, Francis Morales, Nora García, Margarita Galarza y Aydalina Berroteran.

Los años de la gloriosa juventud terminan, pero los buenos recuerdos perduran para siempre, al igual que las buenas amistades, muchas de la cuales están en mi segunda casa, la casa de su familia, su casa, la casa de Juigalpa.


La Colina, Nueva Guinea.
22 de octubre de 2023
Foto Propia.

viernes, 13 de octubre de 2023

EN UN ANDÉN MULTICOLOR

 


Después de los meses de verano, con la llegada de las primeras lluvias, las flores llamadas brujitas florecían a los lados del andén. Caminar sobre el concreto mezclado con basalto de color azul y arena de mar con los colores amarillos, rosa y blanco de las brujitas, creaba una sensación de querer estar allí, de arraigo, de pertenencia y de caminar y caminar sin que el trayecto llegara a su final, no importando la dirección del recorrido, si era hacia el lado de la iglesia católica o hacia el lado de los pescadores.

Nadie escapaba a ese embrujo llamativo provocado por las brujitas florecidas. Visitantes que se dirigían a la playa, parejas de enamorados, mujeres vendedoras de hornadas y pan dulce con sus panas bien protegidas, el vendedor de lotería, el barbero con su instrumental en el maletín, el vendedor de sorbetes con su carretón y su campanita insistente, afiladores de cuchillos y tijeras, estibadores, marinos mercantes, pangueros, gestores de aduana, la mayoría de ellos provenientes de Bluefields. Todos disfrutaban el ambiente florecido en su recorrido.

Y allí, al caer la tarde, la vi caminar por ese andén multicolor. Su figura delgada, alta, vestida con una camiseta del algodón, pantalón blue jeans y calzando tenis blancos, con su cabello castaño casi rubio ondeando al ritmo de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero, saludándome con un hola, un hola en una voz de extranjera, surgiendo de su boca y labios de señorita que lo ha traducido del inglés en su mente, y gesticulado con sus manos, su cuerpo en movimiento, sus pasos desplazándose sobre los colores, mostrando una sonrisa plena que brilla con la luz de sus ojos verde miel. Una chavala en vacaciones visitando a sus familiares que la agasajan todo el tiempo.

En la playa de El Tortuguero, con su bikini azul, es el centro de las miradas. Nada como atleta y deja que la cubran hasta el cuello de arena; le encantan las uvas de mar y los icacos; quiere agua de coco y  tres chavalos corren a subirse a los cocoteros; hace castillos de arena y los regala, este para vos y aquel para él; le fascina recolectar conchas de mar y las organiza en paletas de colores; quiere estrellas de mar y nuevamente corren en busca de ellas. Descansa en un tronco blanco de balsa y se extiende con la cara al sol. Su cuerpo no es voluminoso, está en desarrollo, pero se dibujan sus pechos, su vientre con un ombligo profundo, sus piernas largas y, al girarse para tener un bronceado ligero y uniforme, crea una superficie de arena inestable que cae desde el contorno más alto de su cadera. Levanta las piernas, las balancea hacia atrás y hacia adelante, las sostiene por varios segundos en alto, revelando la fuerza de su cuerpo que se contrae y expande al vaivén de sus movimientos. Se incorpora minutos después, está cubierta de arena, sacude su cuerpo, pasa con delicadeza sus manos por la cintura y corre hacia la playa. “Let´s go, let´s go", dice invitando con sus manos, y todos, embelesados, vamos detrás de ella.

Por la noche hay una fiesta en su honor en la Cabaña. El rancho está de gala para la ocasión. Los cocoteros a ambos lados del andén de acceso están iluminados por bombillos que invitan a recorrerlo. Al llegar a la puerta de acceso, ella está en el centro, de pie, dando la bienvenida a los invitados que le llevan regalos. Muchas gracias, no debieron molestarse, muy amables, dice en ese español tan propio de gringuita. Viste con sencillez: una falda ajustada a su cadera, una blusa que muestra sus hombros y la línea de sus pechos bronceados, calza sandalias de cuero. Lleva el cabello suelto. Su sonrisa colma la cabaña. Frente al amplio bar, una mesa grande es ocupada por sus familiares: abuelos, hermanos y primos. Mesas para cuatro están acomodadas en los otros espacios y en un costado un grupo musical de Bluefields afina sus instrumentos. Allí están los invitados y la mayor parte de los adolescentes del puerto. Los meseros recorren con bandejas el salón ofreciendo bebidas y cocteles. En la parte posterior de la Cabaña, bajando las gradas, se escucha el sonido de las olas reventando en la playa de El Tortuguero. La suave brisa marina mueve las ramas de los cocoteros y hace volar chispas desde los asadores donde se preparan carnes y mariscos para los invitados.

Suena la música, música de verano, y todos quieren bailar con ella. Ella, muy educada, se disculpa, “Oh, I´m sorry”, dice con esa gracia de bella gringuita, y son sus primos los primeros que se turnan para bailar con ella. Su rostro, su nariz y su boca buscan un poco de aire, necesita respirar porque no está acostumbrada a bailar de esa manera, a ese agarre extenuante, fuerte y con presión de su espalda y caderas contra el cuerpo de ellos. Sus manos descansan en los pechos de ellos, no cruzan sus hombros, y se nota como si estuviera atrapada en unas garras que creen poder merecer y conseguirlo todo. Entre piezas musicales va hacia la mesa familiar, aprovecho la ocasión, me acerco y extiendo mi mano invitándola a bailar y corresponde.

Nos hemos movido hacia el centro de la cabaña, ella ha caminado un poco más allá de la mesa de sus familiares. La música es parte del popurrí del grupo musical. Mi mano izquierda toma su mano y la derecha toca su espalda. Ahora, al acercar mi cuerpo al de ella, me doy cuenta de que es más alta. Mi mejilla llega un poco más arriba de la línea de sus pechos, su rostro sobresale por encima del mío y repentinamente me atrae hacia ella con un impulso desmedido. Sus piernas se entremezclan con las mías y me dejo llevar por su ritmo con movimientos laterales y ondulantes de caderas y de piernas hacia adelante y atrás. En ese constante roce, con el aroma de vainilla y canela que desprende su cuerpo, el peso de sus hombros sobre los míos, ella se separa un poco y me mira con sus ojos iluminados por toda la luz que inunda La Cabaña como si al fin me reconociera, como recordando el hola que me dijo al encontrarnos en el andén, “are you ok”, pregunta, traducido al español en su voz dulce de gringuita, y trato de procesar su pregunta, por qué lo hace, y me doy cuenta que mi corazón palpita a mil latidos por segundos, que mis manos la han apretujado con la fuerza de quien trata de salvarse aferrándose a lo que más quiere cuando un volcán está a punto de erupcionar. “You are so funny”, dice con una gran sonrisa, mirando mi rostro enrojecido. Nos separarnos, pero uno de sus primos aprovecha y le extiende la mano para que continúe bailando con ella.

Acostado en la cama pensé en ella con la brisa sacudiendo el mosquitero y acurrucándome entre las sábanas. Es bella, es linda, que no se vaya, que estudie en Bluefields para verla en el barco todos los días, que se quede por siempre, y así, en la oscuridad de la noche, la fui pensando hasta verla caminar por el andén azul, florecido a sus lados de brujitas blancas, rosadas y amarillas, con su pelo al vaivén de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero y entregándome su mano para caminar a su lado, escuchando su voz de gringuita encantadora al ritmo de sus pasos largos, en un ir y venir sin fin por el andén multicolor.

 

11/10/2023

Foto: Internet.

jueves, 28 de septiembre de 2023

ATRAPANDO EL FUTURO



Los fines de semana eran nuestros preferidos.

Dos días, sábados y domingos, para disfrutarlos.

 

Aunque mirábamos pocas películas de ciencia ficción,

para nosotros todo era posible.

 

Nuestras bicicletas, de freno trasero que llamábamos vacas,

eran nuestros cohetes espaciales.

 

Acostados en la grama del parque de la loma,

por las noches nos perdíamos en el cielo estrellado.

 

Estrellas fugaces y lluvias de dracónidas,

nos encontrábamos en nuestra travesía espacial.

 

Bicicletas que transformábamos en nuestros caballos heroicos,

Tornado, Trigger, Tuper, Diablo y Loco.

 

Con ellos cabalgábamos en el oeste de nuestra infancia,

íbamos a la loma del faro y alzábamos polvo por la carretera.

 

Nos llevaban a todos lados, laderas, lodazales y suampo,

competíamos en la playa hasta la segunda laguna.

 

Cansados nos tirábamos al suelo, grama, arena, piedra,

soñando siempre con nuestras aventuras.

 

Me di cuenta de que eran solo mis piernas y pulmones,

piernas y brazos dirigiendo, pequeños y poderosos pulmones para gritar.

 

Esos gritos luego se convertirían en canción,

ya no eran caballos, mis piernas estaban cansadas.

 

Los gritos se calmaron y solo hablamos,

con las bicis nos sentábamos y encontrábamos en la plática.

 

Los tesoros que buscábamos y no lo sabíamos,

el oro estaba hecho de planes para el fin de semana.

 

Cada uno tenía ideas y pensamientos diferentes,

pero los teníamos y estábamos seguros como leones.

 

Con voz infantil y segura en la inmensa quietud de la península,

lo que nos sucedería después estaba muy lejos.

 

Allí, descansando acostados en la grama de playa, algo intuíamos,

atraparíamos el futuro sin importar lo rápido que ocurriera.


25 de Septiembre de 2023.

Foto: Internet.

 

jueves, 21 de septiembre de 2023

LA PLAYA DE LOS RECUERDOS

 



Bajo el cocotero, un hombre solitario,

en la playa, observa el horizonte incierto,

línea que enlaza el mar y el cielo a diario,

en su mente, recuerdos que aún no han muerto.

 

Aves marinas danzan en su vuelo,

barcos hacia las Islas del Maíz se deslizan,

a la derecha, el faro, sus ojos como anhelo,

a la izquierda, la playa, que sus sueños eternizan.

 

Recoge conchas, con destreza las esculpe,

sus pensamientos, como mareas, lo atrapan,

en la playa del caribe donde el amor irrumpe,

historias de pasiones que no se privan.

 

Recuerda el festejo a la virgen del Carmen,

las almas que en el mar se desvanecieron,

mujeres bellas y sus amantes bajo luna llena,

entre icacos y uvas de mar se vieron.

 

Bajo sombra del cocotero, calla su lamento,

en esta playa, sus recuerdos persisten,

un hombre solo con sus pensamientos,

atrapado por una época que aun resiste.

 

17/09/2023

Foto Propia: Playa de El Bluff.


miércoles, 13 de septiembre de 2023

ÉRASE UNA VEZ EN NUEVA GUINEA


Entre los años 1996 y 1998, en los meses de verano, la neblina cubría la ciudad de Nueva Guinea desde altas horas de la noche hasta el amanecer. Es abril el mes más seco y el más caluroso del año. En esos años vivía en la casa de Allan Forbes, ubicada a un lado de la pista de aterrizaje, la que estaba habilitada para recibir vuelos desde Managua, principalmente de las avionetas Grand Caravan de la empresa La Costeña.

Esa pista fue construida entre los años de 1966 a 1972. Tenía un poco más de 1,000 metros de largo y 100 de ancho. "Al inicio comenzaron a trabajar con un tractor D6 que era conducido por Donald Ríos Obando y, posteriormente, se complementó con un tornapool que era operado por Luis Morán. Iniciaron la construcción por el sector de la actual catedral y fue funcional cuando alcanzaron los 600 metros de largo", señala Víctor Barrera.

Todos los años le brindaban mantenimiento y hacían mejoras. Nunca se dio un accidente, pero en una ocasión, una ventolera del noreste suspendió una avioneta que estaba estacionada y la tiró al lado de la casa de Allan. La gente corrió hacia ella y, a empujones, la volvieron a poner donde estaba sin mayores consecuencias.

"En esos años, la población de las primeras colonias (Nueva Guinea, Río Plata, El Verdún y Jerusalén) contribuían con trabajo voluntario que le llamaban cooperación, exigido por el Instituto Agrario Nacional (IAN)", dijo Miguel Barrera. En el extremo oeste de la pista existía un árbol de Ceiba inmenso, el más grande en esa época, que no permitía un aterrizaje seguro. Por ello, cuatro hombres de cada una de esas colonias pasaron trabajando más de quince días para cortarlo desde las raíces. De igual manera, participaban en la construcción de la pista trabajando con pico, palas, barras, carretas de mano y otros equipos. Después que cortaron el Ceibón, los aviones hércules podían aterrizar ya que antes de ello solo lo hacían avionetas.

En la década de los años ochenta la pista estuvo al servicio del Banco Nacional de Desarrollo (BND) para trasladar personal y dinero, y del Ejército para transporte de tropas mediante helicópteros y aviones.

Con los vuelos frecuentes de la Costeña (1994 - 1998), era todo un espectáculo ver a Carlos Vindel, responsable de la agencia en Nueva Guinea, y a Tomás Rivas Bucardo, su asistente, en un constante movimiento, atravesando la pista para ahuyentar burros, caballos, vacas, cerdos y hasta a personas despistadas a la hora en que la avioneta hacía la maniobra de aterrizaje, en la que muchas veces debía volver a tomar vuelo y dar varias vueltas alrededor de la ciudad hasta que quedaba despejada. La clientela era abundante porque el personal de varios proyectos de cooperación, empresarios y personas enfermas hacían uso de sus servicios para viajar entre Managua y Nueva Guinea y viceversa.

La casa estaba ubicada en el costado sur de la pista. Era de concreto, tenía tres habitaciones, una cocina aparte, letrina y un baño sin techo cubierto a sus lados con plástico negro. Entre el mobiliario que llevé cuando la alquilé figuraban una cama de madera con una colchoneta gruesa, un estante que adherí a la pared donde ubicaba algunos libros y un equipo de sonido, una hamaca y una mesa pequeña de madera con cuatro sillas y algunos utensilios de cocina.

La camioneta de la organización en que laboraba, la parqueaba dentro del solar de la casa, a un lado de la cocina, y accedía por la puerta posterior mediante unas gradas. En el frente tenía un pequeño porche corredor enverjado y la puerta de acceso principal. Frente a la casa estaba la pista de aterrizaje a la que se podía acceder por un camino de tierra que hoy ha desaparecido.

En esa época trabajaba con el fin de contribuir a fortalecer la paz y la reconciliación entre la población, apoyando los servicios básicos (agua y saneamiento, educación, salud), organización comunitaria, proyectos productivos, financiamiento, asistencia técnica y capacitación. En ello se focalizaban más de 40 organismos, entre proyectos de cooperación bilateral y ONG’s. Casi todos trabajaban en las mismas comunidades, haciendo lo mismo y con poca o sin ninguna coordinación. Producto de eso es que, entre varios amigos que laboraban en la Alcaldía Municipal y otros organismos, nos dimos a la tarea de que coordinaran sus acciones para evitar la duplicación de esfuerzos y recursos. Para ello convocamos a varios talleres, encuentros y fortalecimiento de las comisiones municipales, principalmente la del medio ambiente.

Los amigos que trabajábamos en ese contexto, luego de nuestras labores, casi siempre después de las seis de la tarde, nos encontrábamos en la casa de Guillermo (Wim) Coenen, ubicada exactamente donde es el supermercado Pali en la actualidad, para jugar el juego llamado Risk (riesgo) cuyo objetivo es simple: los jugadores tienen que conquistar territorios “enemigos” creando un ejército, moviendo sus tropas, haciendo alianzas y luchando en batallas. Dependiendo del resultado de los dados, ¡un jugador vencerá al “enemigo” o será vencido! En ello pasábamos jugando hasta altas horas de la noche y, en la mayoría de las veces, había cervezas y tragos.

En otras ocasiones nos mirábamos en el restaurante Kung Fu. “Vamos donde la Mencha después de las siete”, nos avisábamos de boca en boca, porque en esa época no había comunicación de telefonía móvil para enviarnos mensajes de wasap. Casi siempre éramos los mismos clientes: Guillermo, Oscar Sánchez, Francisco García, Walter Mejía, llamado con cariño “El Buey”, Toño Vargas, el Chele Solís, entre otros. Allí cenábamos y bebíamos, ron principalmente, y trasladábamos a la conversación la problemática del municipio con mucho entusiasmo.

Cuando la Mencha se aburría o le daba sueño, nos llamaba a la barra para que cada uno firmara en un cuaderno su cuenta. Ese cuaderno era nuestra tarjeta de crédito de esa época y el pago lo hacíamos de manera puntual. Decía que iba a dormir y que Harry Chow, su hijo, en esa época adolescente, nos atendería. Harry, acompañado por su perro “el Rambo”, un pastor alemán, siempre esperaba hasta que hacíamos viaje a nuestras casas en altas horas de la noche.

Así, en una de esas noches de verano, del mes de abril, habíamos acordado reunirnos en la casa que alquilaba frente a la pista de aterrizaje. “Es de traje”, dijo Walter, y ello significaba que cada uno llevaría ingredientes para pasar una noche amena. Los sobresalientes eran hielo, el ron, cervezas, soda, agua, limones, sal, maní y ganas de compartir.

A las ocho de la noche el grupo estaba completo y conversábamos de diferentes temas. Guillermo salió al patio y al regresar dijo.

—Esa luna está preciosa, radiante.

—Es luna llena, luna de abril —respondió el Chele Solís, sentado en una de las sillas y con la pierna cruzada. En su mano humeaba un cigarrillo.

El ambiente de la casa, además de nuestras voces, lo llenaba la música de Maná que sonada en el equipo de sonido.

—Saquemos la mesa a la pista —propuso Guillermo.

—Cada uno lleva lo que va a ocupar y lo regresa a su lugar —dije. Me miraba cargando mesa y sillas después.

—¿Qué estamos esperando? —preguntó el Buey. Tomó la silla y el vaso que ocupaba y salió en dirección hacia el porche—. Después vengo por la mesa—indicó señalándola.

Cruzamos la calle de macadán y subimos a la pista por el camino de cruce que hoy no existe. Con la mesa acomodada a unos veinte metros de la calle, evitando el centro de la pista, nos sentamos a compartir bajo la luz de la luna llena. No había lodo y la grama estaba recién cortada. Desde allí escuchábamos la música de Maná, teníamos el termo y todos los ingredientes de los que se había convertido en una lunada entre amigos. La luna iluminaba la ciudad que dormitaba en silencio.

Conversábamos sobre una Nueva Guinea mejor, próspera, con una ciudad que crecería de manera ordenada siguiendo un plan de desarrollo urbano, sobre el cuido del medio ambiente, servicios básicos de calidad y un sector productivo respetable con el medio ambiente. Por supuesto que nos reíamos, hacíamos bromas entre nosotros y hablábamos sobre los planes de trabajo y avances de cada una de nuestras organizaciones.

La noche se fue haciendo más húmeda y la neblina ocultaba por ratos la luna llena.

—Alguien se acerca —dijo el Chele Solís y buscamos con la mirada la figura de ese alguien andante en los alrededores de la pista. Al otro lado, en la calle del banco, la que hoy es un bulevar de dos vías, se observaban las luces parpadeantes de las casas por la abundancia de árboles de acacia amarilla plantados en ese sector. Luces de luminarias eran inexistentes y no circulaban vehículos.

A unos 20 metros vimos dos figuras que se acercaban y escuchamos una voz firme y alta.

—¿Qué están haciendo aquí a estas horas de la noche?

Nos quedamos callados, expectantes, viendo avanzar hacia nosotros a dos hombres desde el centro de la pista. Al acercarse vimos que se trataba de dos policías.

—Nos damos un baño de luna —respondió Guillermo, con su acento holandés al hablar español —. Es una lunada y eso no es ningún problema, sólo nos divertimos.

—Yo los conozco a todos ellos —dijo el otro policía, el acompañante del que habló en alto.

—¿Andan haciendo un rondín? —preguntó Walter.

—No, no, ya salimos del turno y vamos para nuestras casas, al lado de la zona 3 —dijo el policía que preguntó que hacíamos allí en la pista.

—Entonces los invitamos a un trago —dijo Guillermo.

—Gracias, muchas gracias —respondieron al unísono.

El chele Solís, muy atento, sirvió los dos tragos de 30 cc., la dosis ideal según el profesor Octavio Gallardo de Juigalpa, en sus respectivas copitas y se las ofreció.

—Así pelones —dijo el policía acompañante del primer policía.

—Tome, tome, aquí hay soda con hielo —dijo Walter como si fuera un mesero, extendiendo hacia ellos su brazo con el vaso.

—Un momento —dijo Guillermo al verlos animados con el trago y el vaso de soda en sus manos. —Me parece que para tomar ron deben quitarse la camisa de policía. Si no se la quitan no pueden tomar —agregó con seriedad, sus lentes reflejando la luna y con ese acento de extranjero al hablar español.

Los policías cruzaron miradas. La luna llena los iluminaba develando en sus rostros una sonrisa plena.

—Usted tiene toda la razón —dijo el primer policía.

—¿De dónde es usted, señor? —pregunto el policía acompañante del primero.

—Soy holandés, soy de Holanda —respondió el chele Guillermo con su rostro chele y una sonrisa de orgullo.

Los policías se quitaron la camisa con las insignias y se quedaron la camiseta blanca. Doblaron la camisa con maestría, uno se la acomodó en el hombro y el otro en su brazo izquierdo

—¡Salud pues! —dijo el chele Solís y todos degustamos el trago.

La neblina de esa noche de abril entraba por el noreste enseñoreándose sin prisa sobre la ciudad. La superficie de la mesa se encontraba húmeda y sentí un poco de frío. Brindamos en dos ocasiones más con los policías, conversamos con ellos y luego se despidieron.

—No hagan mucha bulla y no se desvelen —dijo el primer policía al caminar con su acompañante en dirección a sus casas ubicadas en la zona 3 de la ciudad.

La lunada terminó antes de la medianoche. Todo el equipamiento fue trasladado a la casa como habíamos acordado. Cada uno cruzó desde la pista hasta la casa, por el camino ahora inexistente, su silla, vaso, copa, ayudaron entre ellos con el termo lleno de botellas de ron y gaseosas y la mesa la cargó Walter.

La platica del día, y los posteriores, fue sobre los policías y el baño de luna que nos dimos. Los policías eran atentos y amables en esa época donde cada uno, en su ámbito, trabajaba por la paz y la reconciliación en el municipio de Nueva Guinea.

En varias ocasiones los volví a ver por las calles y nos saludábamos con una sonrisa de complicidad diciéndonos adiós. Terminó el verano. Mayo trajo las lluvias y con el paso del tiempo dejé de verlos. Mis amigos terminaron sus contratos de trabajo y regresaron a sus lugares de origen, pero aún conservamos la amistad de siempre.

 

12 de septiembre de 2023.

Foto propia: luna llena.


domingo, 3 de septiembre de 2023

MUJER DEL PASADO

 






Mujer del pasado, lejana y etérea,

llegas con el mismo nombre, suspiro sincero.

Como hace cuarenta años,

tu piel canela brilla bajo el sol de agosto.

 

Tus ojos negros, estrellas en la noche,

reflejan historias, pasiones en derroche.

Caminas altiva por la arena dorada,

tus pies en el oleaje, danzan en la jornada.

 

Observas el horizonte con mirada profunda,

en tus pensamientos, un mundo no se divulga.

Las miradas te admiran con pasión ardiente,

eres un sueño, un enigma en esta orilla persistente.

 

Juegas en la arena, risas llenan el aire,

carcajadas que mi piel despiertan sin reparo.

La misma risa del pasado, un eco en el viento,

eleva mis sentidos, mi alma en movimiento.

 

Mujer del pasado, atardecer de ensueño,

siempre joven, como un rayo de sol en este empeño.

Alegras la playa, despiertas los ranchos callados,

eres un espejismo que regresa del pasado.

 


28/08/2023

El Bluff, Nicaragua.


miércoles, 30 de agosto de 2023

UN BAILE EN LA CANTINA DE MISS LILIAN




George Downs se levantó de la silla y caminó por el pasillo en dirección al corredor. Desde allí observa el andén del puerto. Varios chavalos juegan sus trompos frente a la escuelita de doña Carmelita. En el muelle de los guardacostas, varios guardias, colgados y sentados en una tarima de madera, pintan el costado izquierdo del G7.

Aparta la vista porque el resplandor del sol en el techo de la aduana le incomoda y camina hacia el puente semi colgante de madera que une la cantina de Miss Lilian con el andén. Se detiene en el centro y dirige la mirada hacia la izquierda, en dirección a la venta de Toño Real y doña Estercita. Varios transeúntes se cruzan en su ir y venir, unos van hacia el lado de la cantina de Miss Pet, buscando al sector de la iglesia católica, y otros hacia las oficinas de la aduana. George da pasos hasta el andén, escudriñando un poco más allá de la venta de Toño Real. Es la segunda vez que deja la mesa que ha ocupado.

La gente que circula por el andén lo observa con cierto grado de interrogación. Va vestido de pantalón vaquero color azul, camisa manga corta de botones, abiertos en la parte superior, mostrando un poco el pecho y calza zapatos mocasines color café. El cabello rizado lo lleva bastante corto, sus ojos son de color café oscuro y sobre sus labios gruesos sobresale un bigote fino. Es un hombre de edad treintañera, de altura mediana y robusto. Les brinda una sonrisa, una muestra de que es capaz de establecer lazos amistosos rápidamente.

Regresa al salón de la cantina y ocupa su lugar. A su izquierda, tres mesas están ocupadas por otros clientes que beben cervezas y ron.

—No te preocupes —dice Shirley—. No tarda, Jessica aseguró que vendría antes de las cuatro de la tarde y siempre cumple lo que dice.

—Eso espero —dice George —. Llevo varios días pensando en este encuentro.

George apura un trago de cerveza y lo saborea con el aroma de flores caribeñas que Shirley deja en el ambiente. Escucha la música de la roconola que ameniza el salón con canciones seleccionadas por los clientes a cambio de una moneda de veinticinco centavos. Son piezas musicales de moda, boleros, salsa y cumbias que alegran el ambiente.

Suspira tras el trago y recuerda el día que la conoció en la ciudad de Bluefields. Los ojos verdes de Jessica lo impactaron y, al voltearse para verla, su figura alta y delgada con cintura en forma de A, moviéndose como las olas en un vaivén ondulante, provocaron que la siguiera en la distancia. En todos los mares navegados, puertos y ciudades visitadas como marino mercante, jamás vio a una mujer tan espectacular.

Cautivado por su elegancia, sigue sus pasos hasta un punto donde bajan de la acera para cruzar la calle y visitar la tienda de William Woo. Con una maniobra galante y veloz, George se adelanta, baja a la calle y, colocándose frente a ellas, extiende su mano. Es Shirley la que corresponde. Ansioso espera tomar la mano de Jessica y, al hacerlo, la ternura de aquella mujer que lo mira sorprendida, lo cautiva.

—Señoritas, mi nombre es George Downs —. Aun sostiene a Jessica y ella no hace ningún intento por desprenderse de su robusta mano.

—Gracias, caballero, usted es muy amable —dice Shirley. George continúa sosteniendo a Jessica, pero Shirley la toma del brazo y ella, con delicadez, retira la mano.

—No las había visto en la ciudad —dice George.

—Vivimos en el puerto de El Bluff, pero somos de Corn Island —responde Shirley.

 —Oh, de verás. Corn Island es la isla que más me gusta —responde con su mirada concentrada de Jessica.

—Somos primas —dice Jessica. Su voz entró por los oídos de George como una canción celestial provocando la liberación de las neuronas del amor en su cerebro.

—Lo siento mucho, pero estamos un poco apresuradas —dice Shirley —. Debemos hacer compras de los encargos de nuestras tías y tomar una panga para cruzar la bahía. Quizás puedas visitarnos —concluye, apretándose contra el cuerpo de Jessica.

—Serás bienvenido —dice Jessica. Ambas giraron para cruzar la calle de asfalto y, al ritmo de sus pasos, George nota que ella vuelve su mirada para ratificar que lo hiciera.

—Avísanos —dice Shirley —. Vivimos en casa de nuestras tías, Miss Pet y Miss Lilian. Allí estaremos.

George sale de si mismo y observa que Shirley atiende amenamente a otros clientes que están en mesas ubicadas a su costado derecho. A su izquierda está el amplió pasillo que se prolonga desde la entrada principal hasta el acceso al bar. Una escalinata baja al tambo de la casa desde el pie de la puerta. La brisa del mar proveniente de la playa de El Tortuguero irrumpe por la puerta y la ventana posterior, brindando frescura al salón y a la habitación que Miss Lilian y Mr. Herrera, su marido, comparten.

Los hombres de la mesa adyacente a la ventana ríen a carcajadas y Shirley les regala sonrisas y coquetea al atenderlos. Un hombre flaco, alto y de pelo cortado al ras del cráneo, que junto a otros dos clientes ocupan una mesa cercana a la puerta principal, insiste en bailar con ella, y lo acepta. Es parte de su trabajo, ameniza con su belleza exótica el ambiente de la cantina. Desde que lo hace, el negocio progresa con clientes que buscan amenidad en el puerto.

George se abre camino entre el hombre flaco y Shirley porque danzan en el espacio del pasillo. Camina hacia el corredor y nota que tres chavalos ocupan una de las bancas; observan entusiasmados los movimientos de Shirley. Los transeúntes también se han detenido para observarla. Con sus movimientos y pasos, hace temblar el piso de madera de la casa unida por el puente semi colgante al andén. George sonríe y vuelve la mirada hacia su izquierda, quizás divisa a Jessica. Mira su reloj de pulsera y han transcurrido cinco minutos después de las cuatro de la tarde.

Dos horas antes, abordó una panga en el muelle de la punta de Old Bank. Su panguero, Yarey, lo espera en ella. Comenzó a trabajar como marino mercante a la edad de 18 años, ahorrando lo suficiente para invertir en bienes raíces en la próspera ciudad. Lleva una vida holgada, le gustan las aventuras, pero ahora piensa constantemente es Jessica, la mujer que lo ha sorprendido y entrado estrepitosamente en sus sueños desde el día que la vio en las calles de la ciudad.

De regreso a la mesa escucha a Shirley.

—¡Querida! ¡Estás preciosa!

George levanta la mirada y Jessica se revela en el umbral de la puerta del salón. Lleva puesto un vestido floreado que muestra la línea de sus pechos, está ajustado a su cintura y termina por arriba de sus rodillas. Calza zapatos de tacón. Se levanta de la mesa y la espera con ansias, al ritmo de los latidos acelerados de su corazón. Shirley ha dejado de bailar con el hombre flaco, la recibe con un abrazo y roce de mejillas, y la guía hacia George.

—¡Estás bellísima! —dice George —. Está sorprendido, maravillado ante tanta belleza que no sabe cómo responder por segundos hasta que toma su mano atrayéndola hacia él y besa su mejilla. Inhala su aroma profundamente y sus ojos brillan.

—¡Oh, muchas gracias! —responde Jessica emocionada. Se ve maravillosa, el vestido que lleva puesto expone sus piernas morenas color canela, largas, torneadas y tonificadas.  

Los hombres que ocupan las mesas están expectantes. Jessica los ha dejado en silencio, con vasos y cervezas en sus manos. Las risas y carcajadas abandonaron el salón y la música suena para ellos como si se hubiese pausado, lenta y distante, con el sonido en segundo plano.

Los chavalos sentados en las bancas del corredor se han girado para ver a las hermosas mujeres y muestran sus pequeñas cabezas en el rectángulo iluminado de la ventana.

George le brinda una silla de la mesa que ocupa y Jessica lo acompaña. Shirley los atiende y le sirve ron con coca cola, su bebida preferida, mientras que a George otra cerveza. Se aleja hacia la barra, pero los clientes la demandan, quieren verla bailar y accede a sus deseos.

—Ven Jessica, ven, acompañe a bailar —dice Shirley acercándose a la mesa y tomándola de la mano. —Tú también George, ven con nosotras, bailemos.

Shirley y Jessica se apoderan del salón y George las acompaña.

La morena de ojos verdes, figura alta y delgada, con vestido floreado y piernas largas, camina hacia el centro del salón con un movimiento decidido. George sigue maravillado porque, a pesar de notar un brillo travieso en sus ojos, se siente algo nervioso.

Ella es Jessica, dijo Shirley, saludando en dirección a la hermosa mujer con asombro y respeto a partes iguales.

Con su postura erguida y seria, parecía que estaba ahí para enseñar a caminar elegantemente con libros en la cabeza. La mirada en sus ojos decía claramente que estaba dispuesta a bailar como si de una vedette de cabaré se tratara.

—¿Estás listo? Será mejor que estés listo —dijo Shirley. Observaba a George que admiraba maravillado a Jessica. Los clientes de las diferentes mesas estaban en silencio, admirando a las hermosas mujeres.

La exuberancia de ambas acaparaba la atención, al igual que la asombrosa apariencia y poderosa autoridad en el cuerpo largo y delgado de Jessica que sugería que podía convertirse en instructora de baile en cualquier momento.

En la roconola sonaba la música estridente y comenzó a balancear sus caderas al ritmo de ella.

—¡Vas a aprender a bailar salsa! —gritó Jessica dirigiéndose a George, levantando un brazo delgado. George estaba en otro mundo, un mundo de ensueños y me movía lentamente. Esto no se le escapó a Jessica. Lo agarró del brazo. —Yo conduciré —añadió, como si tuviera alguna duda.

—Uno, dos, uno-dos-tres —dijo, mostrando el ritmo de la música con las rodillas.

A pesar de su naturaleza torpe, bajo su mano sorprendentemente firme, el cuerpo de George mostró una inteligencia cinética que no sabía que tenía. En cuestión de minutos, hasta los más corpulentos y flacos de entre los clientes se acercaban a Shirley, quién acompañaba el ritmo de Jessica, balanceándose, sin vergüenza, al ritmo de la salsa vivificante.

—¡Oh, lo tienes ahora! —ella gritó. Y por un momento, George sintió como si lo tuviera, si eso significaba controlar su cuerpo de una manera completamente nueva.

Las hermosas mujeres transformaron el salón en un espacio festivo, lleno de alegría por sus movimientos sensuales al ritmo de salsa. Los clientes de las mesas lo disfrutan, se levantan con pasos entusiastas a seleccionar canciones bailables en la roconola para que la fiesta continuara.

Luego de bailar varias piezas con Jessica e intercambiando con Shirley otras, George regresa a su mesa a tomar varios tragos de cerveza debido a que se siente un poco agotado, con el corazón acelerado por los movimientos de su cuerpo al ritmo de salsa. Desde allí observa a Jessica.  

Desde el andén, los transeúntes se han apiñado para ver bailar a las mujeres, varias parejas están expectantes y otras cruzan el puente semi colgante para unirse al baile, al igual que otros hombres que han llegado del lado del muelle de la aduana, subiendo las veinticinco gradas que culminan frente a la casa de don Octavio Gómez y doña Juana Angulo. Tapalwás, al escuchar la música y ver desde allí el aglomeramiento de gente frente a la cantina, camina en dirección a ella para saciar su curiosidad. Victoriano, Masayita y el africano, con sus semblantes etílicos, lo esperan sentados en las gradas de acceso a la casa de don Octavio.

Ahora la cantina se ha convertido en una gran pista de baile y los clientes han tenido que apartar las mesas, pegarlas a la pared del salón y contiguo a las ventanas. George se siente eufórico, la mujer que lo ha hipnotizado es la reina del salón, sus movimientos sensuales llaman la atención de los clientes, los recién incorporados y de los aglomerados en la entrada al puente. George se levanta y regresa a bailar con Jessica. La toma de la cintura y una fuerza de atracción poderosa lo domina a tal grado que la suelta para verla bailar a un par de metros de distancia. Es la mujer más bella que he visto, se dice George.

—¡Me encanta bailar contigo, George! —dice Jessica moviendo sus piernas y cintura con la mirada fija en él.

—¡Y a mí contigo, mi amor!

De repente, un hombre borracho, el flaco que estaba sentado en la mesa adyacente a la ventana, se acerca a Jessica y la agarra bruscamente del brazo.

—¡Vamos, nena, baila conmigo! —dice el flaco con voz pastosa.

Jessica se siente incómoda y trata de soltarse, pero el hombre aprieta su agarre.

—¡Suéltame! No quiero bailar contigo —grita Jessica con voz firme.

George se interpone.

—¡Oye, suéltala!

El flaco, enojado, empuja a George con violencia. George no duda en responder y se enfrenta al flaco, mientras otros hombres en el bar se dan cuenta de la situación y se acercan para ver qué está sucediendo.

HOMBRE 1 (gritando)

—¡Vamos, flaco, déjalo en paz!

HOMBRE 2 (apoyando al flaco)

—¡Déjenlos en paz! Esto no es asunto de ustedes.

La situación se intensifica rápidamente, con algunos hombres tomando partido por George y otros por el flaco. Pronto, la confrontación se convierte en una pelea caótica, con golpes y empujones por todas partes.

George lucha valientemente para proteger a Jessica, pero se ve abrumado por la cantidad de hombres que lo rodean. Jessica, asustada, trata de mantenerse cerca de él y protegerse, pero algunos hombres intentan agredirla también.

En medio del caos, Shirley corre en busca de Mr. Herrera, el marido de Miss Lilian, quien se encuentra en la habitación e interviene con un bate en sus manos, tratando de calmar la situación. George toma el bate y comienza a apartar a los agresores, muchos de ellos huyen después de recibir varios golpes en las piernas y brazos.

George y Jessica, exhaustos y con rasguños, se miran el uno al otro con alivio. Se abrazan, agradecidos de que la pesadilla haya terminado. Algunos clientes del bar los miran con una actitud agresora. Mr. Herrera, protegiendo a Shirley, le dice a George que esos hombres que ha golpeado son vengativos y que lo mejor que puede hacer es dejar la cantina.

—Son guardias vestidos de civil —dice Shirley. Regresarán porque han ido en busca de otros. Debes irte, George.

—Son ellos los que han comenzado la pelea —contesta George. Ha tomado de la mano a Jessica y ella se aferra a su cintura.

—Cariño, salgamos de aquí, iré donde consideres que estaremos seguros —dice Jessica acariciándole el rostro enrojecido.

George se muestra indeciso por unos segundos, pero reacciona tomando con fuerzas la mano de Jessica y camina hacia la puerta de acceso. Ve el gentío en el andén. Cruzan el puente semi colgante y, al salir al andén, la gente le abre paso. Comienzan a correr en dirección a la casa de doña Juana Angulo, al pasar, ve en el corredor a los hombres que están tomando ron, vuelve la mirada hacia el sector del cuartel y observa a varios guardias de uniforme que inician la subida de las veinticinco gradas. Le dice a Jessica que se quite los zapatos de tacón. Por unos segundos se detienen, ella se los quita y corren de prisa, pasan la casa de doña Luisa Sandino que los observa desde el corredor, cruzan el andén de acceso a la entrada a la aduana, las gradas que llevan al parque de la loma y siguen corriendo en dirección a la bajada del muelle de las pangas. Han llegado al parquecito ubicado frente a la casa de los Allen y desde allí George regresa la mirada.

Los persiguen cinco guardias con fusiles en mano que acompañan al hombre flaco que comenzó los disturbios en la cantina de Miss Lilian.

¡Yarey! ¡Yarey! —grita George en dirección al muelle de las pangas. Jessica, a su lado, está agotada y se detienen por unos instantes al bajar las primeras gradas y acceder al área de descanso.

—¡De prisa! ¡De prisa! ¡Enciende el motor!

Yarey se encontraba conversando con otros pangueros en ese sector del muelle y como un delfín entre las aguas entró velozmente en la panga y de un jalón de la correa encendió el motor fuera de borda.

George sostiene a Jessica mientras aborda la panga. Suelta las amarras mientras Yarey la empuja alejándola del muelle. Acelera el motor y maniobra para adentrarse en la corriente que busca su salida al mar. George se ha sentado al lado de Jessica. Vuelven la mirada y ven a los guardias con el flaco en el borde del muelle.

—¡Oh, cariño! Eres valiente —susurra en el oído de George.

—Cariño, conmigo siempre estarás segura.

Jessica descansa en los brazos de George y lo besa con dulzura. George la abraza y, lleno de seguridad, la besa con pasión.

—Mi amor, te amo Jessica, te amo —.

El sol cae entre la isla de Miss Lillian y su compañera, la isla chiquita. Más allá, las olas revientan en la línea de playa de la isla de el Venado. El cielo se cubre de color miel y chocolate, irradiando las olas que la panga corta a su paso en dirección a Bluefields.

A lo lejos, más allá de Half Way Cay, unas lucecitas comienzan a parpadear al irrumpir la noche en el refugio que George tiene preparado para su amada.

 

Julio y agosto, 2023.

Foto propia: Llegando a Bluefields.