George Downs se levantó de la silla y caminó
por el pasillo en dirección al corredor. Desde allí observa el andén del puerto.
Varios chavalos juegan sus trompos frente a la escuelita de doña Carmelita. En el
muelle de los guardacostas, varios guardias, colgados y sentados en una tarima
de madera, pintan el costado izquierdo del G7.
Aparta la vista porque el resplandor del sol en
el techo de la aduana le incomoda y camina hacia el puente semi colgante de
madera que une la cantina de Miss Lilian con el andén. Se detiene en el centro y
dirige la mirada hacia la izquierda, en dirección a la venta de Toño Real y
doña Estercita. Varios transeúntes se cruzan en su ir y venir, unos van hacia
el lado de la cantina de Miss Pet, buscando al sector de la iglesia católica, y
otros hacia las oficinas de la aduana. George da pasos hasta el andén, escudriñando un poco más allá de la venta de Toño Real. Es la segunda vez que
deja la mesa que ha ocupado.
La gente que circula por el andén lo observa
con cierto grado de interrogación. Va vestido de pantalón vaquero color azul,
camisa manga corta de botones, abiertos en la parte superior, mostrando un poco
el pecho y calza zapatos mocasines color café. El cabello rizado lo lleva
bastante corto, sus ojos son de color café oscuro y sobre sus labios gruesos
sobresale un bigote fino. Es un hombre de edad treintañera, de altura mediana y
robusto. Les brinda una sonrisa, una muestra de que es capaz de establecer
lazos amistosos rápidamente.
Regresa al salón de la cantina y ocupa su
lugar. A su izquierda, tres mesas están ocupadas por otros clientes que beben
cervezas y ron.
—No te preocupes —dice Shirley—. No tarda, Jessica
aseguró que vendría antes de las cuatro de la tarde y siempre cumple lo que
dice.
—Eso espero —dice George —. Llevo varios días
pensando en este encuentro.
George apura un trago de cerveza y lo saborea
con el aroma de flores caribeñas que Shirley deja en el ambiente. Escucha la música
de la roconola que ameniza el salón con canciones seleccionadas por los
clientes a cambio de una moneda de veinticinco centavos. Son piezas musicales de
moda, boleros, salsa y cumbias que alegran el ambiente.
Suspira tras el trago y recuerda el día que la conoció
en la ciudad de Bluefields. Los ojos verdes de Jessica lo impactaron y, al
voltearse para verla, su figura alta y delgada con cintura en forma de A,
moviéndose como las olas en un vaivén ondulante, provocaron que la siguiera en
la distancia. En todos los mares navegados, puertos y ciudades visitadas como
marino mercante, jamás vio a una mujer tan espectacular.
Cautivado por su elegancia, sigue sus pasos
hasta un punto donde bajan de la acera para cruzar la calle y visitar la tienda
de William Woo. Con una maniobra galante y veloz, George se adelanta, baja a la
calle y, colocándose frente a ellas, extiende su mano. Es Shirley la que corresponde.
Ansioso espera tomar la mano de Jessica y, al hacerlo, la ternura de aquella
mujer que lo mira sorprendida, lo cautiva.
—Señoritas, mi nombre es George Downs —. Aun
sostiene a Jessica y ella no hace ningún intento por desprenderse de su robusta
mano.
—Gracias, caballero, usted es muy amable —dice
Shirley. George continúa sosteniendo a Jessica, pero Shirley la toma del brazo
y ella, con delicadez, retira la mano.
—No las había visto en la ciudad —dice George.
—Vivimos en el puerto de El Bluff, pero somos
de Corn Island —responde Shirley.
—Oh, de verás. Corn Island es la isla que más
me gusta —responde con su mirada concentrada de Jessica.
—Somos primas —dice Jessica. Su
voz entró por los oídos de George como una canción celestial provocando la
liberación de las neuronas del amor en su cerebro.
—Lo siento mucho, pero estamos un
poco apresuradas —dice Shirley —. Debemos hacer compras de los encargos de nuestras
tías y tomar una panga para cruzar la bahía. Quizás puedas visitarnos —concluye,
apretándose contra el cuerpo de Jessica.
—Serás bienvenido —dice Jessica.
Ambas giraron para cruzar la calle de asfalto y, al ritmo de sus pasos, George
nota que ella vuelve su mirada para ratificar que lo hiciera.
—Avísanos —dice Shirley —.
Vivimos en casa de nuestras tías, Miss Pet y Miss Lilian. Allí estaremos.
George sale de si mismo y observa
que Shirley atiende amenamente a otros clientes que están en mesas ubicadas a
su costado derecho. A su izquierda está el amplió pasillo que se prolonga desde
la entrada principal hasta el acceso al bar. Una escalinata baja al tambo de la
casa desde el pie de la puerta. La brisa del mar proveniente de la playa de El
Tortuguero irrumpe por la puerta y la ventana posterior, brindando frescura al
salón y a la habitación que Miss Lilian y Mr. Herrera, su marido, comparten.
Los hombres de la mesa adyacente
a la ventana ríen a carcajadas y Shirley les regala sonrisas y coquetea al
atenderlos. Un hombre flaco, alto y de pelo cortado al ras del cráneo, que
junto a otros dos clientes ocupan una mesa cercana a la puerta principal, insiste
en bailar con ella, y lo acepta. Es parte de su trabajo, ameniza con su belleza
exótica el ambiente de la cantina. Desde que lo hace, el negocio progresa con
clientes que buscan amenidad en el puerto.
George se abre camino entre el
hombre flaco y Shirley porque danzan en el espacio del pasillo. Camina hacia el
corredor y nota que tres chavalos ocupan una de las bancas; observan
entusiasmados los movimientos de Shirley. Los transeúntes también se han
detenido para observarla. Con sus movimientos y pasos, hace temblar el piso de
madera de la casa unida por el puente semi colgante al andén. George sonríe y
vuelve la mirada hacia su izquierda, quizás divisa a Jessica. Mira su reloj de
pulsera y han transcurrido cinco minutos después de las cuatro de la tarde.
Dos horas antes, abordó una panga
en el muelle de la punta de Old Bank. Su panguero, Yarey, lo espera en ella. Comenzó
a trabajar como marino mercante a la edad de 18 años, ahorrando lo suficiente para
invertir en bienes raíces en la próspera ciudad. Lleva una vida holgada, le
gustan las aventuras, pero ahora piensa constantemente es Jessica, la mujer que
lo ha sorprendido y entrado estrepitosamente en sus sueños desde el día que la
vio en las calles de la ciudad.
De regreso a la mesa escucha a Shirley.
—¡Querida! ¡Estás preciosa!
George levanta la mirada y Jessica
se revela en el umbral de la puerta del salón. Lleva puesto un vestido floreado
que muestra la línea de sus pechos, está ajustado a su cintura y termina por arriba
de sus rodillas. Calza zapatos de tacón. Se levanta de la mesa y la espera con ansias,
al ritmo de los latidos acelerados de su corazón. Shirley ha dejado de bailar
con el hombre flaco, la recibe con un abrazo y roce de mejillas, y la guía hacia
George.
—¡Estás bellísima! —dice George —.
Está sorprendido, maravillado ante tanta belleza que no sabe cómo responder por
segundos hasta que toma su mano atrayéndola hacia él y besa su mejilla. Inhala
su aroma profundamente y sus ojos brillan.
—¡Oh, muchas gracias! —responde
Jessica emocionada. Se ve maravillosa, el vestido que lleva puesto expone sus
piernas morenas color canela, largas, torneadas y tonificadas.
Los hombres que ocupan las mesas
están expectantes. Jessica los ha dejado en silencio, con vasos y cervezas en
sus manos. Las risas y carcajadas abandonaron el salón y la música suena para
ellos como si se hubiese pausado, lenta y distante, con el sonido en segundo
plano.
Los chavalos sentados en las
bancas del corredor se han girado para ver a las hermosas mujeres y muestran
sus pequeñas cabezas en el rectángulo iluminado de la ventana.
George le brinda una silla de la
mesa que ocupa y Jessica lo acompaña. Shirley los atiende y le sirve ron con
coca cola, su bebida preferida, mientras que a George otra cerveza. Se aleja
hacia la barra, pero los clientes la demandan, quieren verla bailar y accede a
sus deseos.
—Ven Jessica, ven, acompañe a bailar
—dice Shirley acercándose a la mesa y tomándola de la mano. —Tú también George,
ven con nosotras, bailemos.
Shirley y Jessica se apoderan del
salón y George las acompaña.
La morena de ojos verdes, figura
alta y delgada, con vestido floreado y piernas largas, camina hacia el centro
del salón con un movimiento decidido. George sigue maravillado porque, a pesar
de notar un brillo travieso en sus ojos, se siente algo nervioso.
Ella es Jessica, dijo Shirley,
saludando en dirección a la hermosa mujer con asombro y respeto a partes
iguales.
Con su postura erguida y seria,
parecía que estaba ahí para enseñar a caminar elegantemente con libros en la
cabeza. La mirada en sus ojos decía claramente que estaba dispuesta a bailar
como si de una vedette de cabaré se tratara.
—¿Estás listo? Será mejor que
estés listo —dijo Shirley. Observaba a George que admiraba maravillado a
Jessica. Los clientes de las diferentes mesas estaban en silencio, admirando a
las hermosas mujeres.
La exuberancia de ambas acaparaba
la atención, al igual que la asombrosa apariencia y poderosa autoridad en el cuerpo
largo y delgado de Jessica que sugería que podía convertirse en instructora de
baile en cualquier momento.
En la roconola sonaba la música
estridente y comenzó a balancear sus caderas al ritmo de ella.
—¡Vas a aprender a bailar salsa!
—gritó Jessica dirigiéndose a George, levantando un brazo delgado. George
estaba en otro mundo, un mundo de ensueños y me movía lentamente. Esto no se le
escapó a Jessica. Lo agarró del brazo. —Yo conduciré —añadió, como si tuviera
alguna duda.
—Uno, dos, uno-dos-tres —dijo,
mostrando el ritmo de la música con las rodillas.
A pesar de su naturaleza torpe,
bajo su mano sorprendentemente firme, el cuerpo de George mostró una
inteligencia cinética que no sabía que tenía. En cuestión de minutos, hasta los
más corpulentos y flacos de entre los clientes se acercaban a Shirley, quién
acompañaba el ritmo de Jessica, balanceándose, sin vergüenza, al ritmo de la
salsa vivificante.
—¡Oh, lo tienes ahora! —ella
gritó. Y por un momento, George sintió como si lo tuviera, si eso significaba
controlar su cuerpo de una manera completamente nueva.
Las hermosas mujeres transformaron
el salón en un espacio festivo, lleno de alegría por sus movimientos sensuales
al ritmo de salsa. Los clientes de las mesas lo disfrutan, se levantan con
pasos entusiastas a seleccionar canciones bailables en la roconola para que la
fiesta continuara.
Luego de bailar varias piezas con
Jessica e intercambiando con Shirley otras, George regresa a su mesa a tomar
varios tragos de cerveza debido a que se siente un poco agotado, con el corazón
acelerado por los movimientos de su cuerpo al ritmo de salsa. Desde allí
observa a Jessica.
Desde el andén, los transeúntes
se han apiñado para ver bailar a las mujeres, varias parejas están expectantes
y otras cruzan el puente semi colgante para unirse al baile, al igual que otros
hombres que han llegado del lado del muelle de la aduana, subiendo las
veinticinco gradas que culminan frente a la casa de don Octavio Gómez y doña
Juana Angulo. Tapalwás, al escuchar la música y ver desde allí el
aglomeramiento de gente frente a la cantina, camina en dirección a ella para
saciar su curiosidad. Victoriano, Masayita y el africano, con sus semblantes
etílicos, lo esperan sentados en las gradas de acceso a la casa de don Octavio.
Ahora la cantina se ha convertido
en una gran pista de baile y los clientes han tenido que apartar las mesas,
pegarlas a la pared del salón y contiguo a las ventanas. George se siente
eufórico, la mujer que lo ha hipnotizado es la reina del salón, sus movimientos
sensuales llaman la atención de los clientes, los recién incorporados y de los
aglomerados en la entrada al puente. George se levanta y regresa a bailar con
Jessica. La toma de la cintura y una fuerza de atracción poderosa lo domina a
tal grado que la suelta para verla bailar a un par de metros de distancia. Es
la mujer más bella que he visto, se dice George.
—¡Me encanta bailar contigo,
George! —dice Jessica moviendo sus piernas y cintura con la mirada fija en él.
—¡Y a mí contigo, mi amor!
De repente, un hombre borracho,
el flaco que estaba sentado en la mesa adyacente a la ventana, se acerca a
Jessica y la agarra bruscamente del brazo.
—¡Vamos, nena, baila conmigo!
—dice el flaco con voz pastosa.
Jessica se siente incómoda y
trata de soltarse, pero el hombre aprieta su agarre.
—¡Suéltame! No quiero bailar
contigo —grita Jessica con voz firme.
George se interpone.
—¡Oye, suéltala!
El flaco, enojado, empuja a George
con violencia. George no duda en responder y se enfrenta al flaco, mientras
otros hombres en el bar se dan cuenta de la situación y se acercan para ver qué
está sucediendo.
HOMBRE 1 (gritando)
—¡Vamos, flaco, déjalo en paz!
HOMBRE 2 (apoyando al flaco)
—¡Déjenlos en paz! Esto no es
asunto de ustedes.
La situación se intensifica
rápidamente, con algunos hombres tomando partido por George y otros por el
flaco. Pronto, la confrontación se convierte en una pelea caótica, con golpes y
empujones por todas partes.
George lucha valientemente para
proteger a Jessica, pero se ve abrumado por la cantidad de hombres que lo
rodean. Jessica, asustada, trata de mantenerse cerca de él y protegerse, pero
algunos hombres intentan agredirla también.
En medio del caos, Shirley corre
en busca de Mr. Herrera, el marido de Miss Lilian, quien se encuentra en la
habitación e interviene con un bate en sus manos, tratando de calmar la
situación. George toma el bate y comienza a apartar a los agresores, muchos de
ellos huyen después de recibir varios golpes en las piernas y brazos.
George y Jessica, exhaustos y con
rasguños, se miran el uno al otro con alivio. Se abrazan, agradecidos de que la
pesadilla haya terminado. Algunos clientes del bar los miran con una actitud
agresora. Mr. Herrera, protegiendo a Shirley, le dice a George que esos hombres
que ha golpeado son vengativos y que lo mejor que puede hacer es dejar la
cantina.
—Son guardias vestidos de civil
—dice Shirley. Regresarán porque han ido en busca de otros. Debes irte, George.
—Son ellos los que han comenzado
la pelea —contesta George. Ha tomado de la mano a Jessica y ella se aferra a
su cintura.
—Cariño, salgamos de aquí, iré
donde consideres que estaremos seguros —dice Jessica acariciándole el rostro
enrojecido.
George se muestra indeciso por
unos segundos, pero reacciona tomando con fuerzas la mano de Jessica y camina
hacia la puerta de acceso. Ve el gentío en el andén. Cruzan el puente semi colgante
y, al salir al andén, la gente le abre paso. Comienzan a correr en dirección a
la casa de doña Juana Angulo, al pasar, ve en el corredor a los hombres que
están tomando ron, vuelve la mirada hacia el sector del cuartel y observa a
varios guardias de uniforme que inician la subida de las veinticinco gradas. Le
dice a Jessica que se quite los zapatos de tacón. Por unos segundos se
detienen, ella se los quita y corren de prisa, pasan la casa de doña Luisa
Sandino que los observa desde el corredor, cruzan el andén de acceso a la
entrada a la aduana, las gradas que llevan al parque de la loma y siguen
corriendo en dirección a la bajada del muelle de las pangas. Han llegado al
parquecito ubicado frente a la casa de los Allen y desde allí George regresa la
mirada.
Los persiguen cinco guardias con
fusiles en mano que acompañan al hombre flaco que comenzó los disturbios en la
cantina de Miss Lilian.
¡Yarey! ¡Yarey! —grita George en
dirección al muelle de las pangas. Jessica, a su lado, está agotada y se
detienen por unos instantes al bajar las primeras gradas y acceder al área de
descanso.
—¡De prisa! ¡De prisa! ¡Enciende
el motor!
Yarey se encontraba conversando
con otros pangueros en ese sector del muelle y como un delfín entre las aguas
entró velozmente en la panga y de un jalón de la correa encendió el motor fuera
de borda.
George sostiene a Jessica
mientras aborda la panga. Suelta las amarras mientras Yarey la empuja
alejándola del muelle. Acelera el motor y maniobra para adentrarse en la
corriente que busca su salida al mar. George se ha sentado al lado de Jessica.
Vuelven la mirada y ven a los guardias con el flaco en el borde del muelle.
—¡Oh, cariño! Eres valiente
—susurra en el oído de George.
—Cariño, conmigo siempre estarás
segura.
Jessica descansa en los brazos de
George y lo besa con dulzura. George la abraza y, lleno de seguridad, la besa
con pasión.
—Mi amor, te amo Jessica, te amo
—.
El sol cae entre la isla de Miss
Lillian y su compañera, la isla chiquita. Más allá, las olas revientan en la
línea de playa de la isla de el Venado. El cielo se cubre de color miel y
chocolate, irradiando las olas que la panga corta a su paso en dirección a
Bluefields.
A lo lejos, más allá de Half Way
Cay, unas lucecitas comienzan a parpadear al irrumpir la noche en el refugio
que George tiene preparado para su amada.
Julio y agosto, 2023.
Foto propia: Llegando a Bluefields.
Muy precioso el relato,el escritor tiene una forma amena de hacer que el lector sienta el deseo de seguir leyendo. Me encantó y me gustaría poder leer más relatos del mismo autor.
ResponderEliminarGracias por si comentario. Aquí mismo en el blog vaya al archivo y encontraras otros relatos.
EliminarEl arte de escribir es eso un arte .pero el de llevar al q lee hasta la cantina y sentir q va uno corriendo al lado de Jessica y Mr Downs ..es admirable!!
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, ya que me motivan a seguir escribiendo. Saludos.
EliminarSiempre leo los escritos de Mr Hill.
ResponderEliminarMuchas gracias. Saludos.
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