lunes, 9 de junio de 2025

ÁRBOLES Y POEMAS

 


Tres árboles se alzaban cerca de la casa de mis padres.
Eran guardianes callados.
Custodiaban secretos, juegos, y sueños
que apenas se dibujaban bajo sus copas.

El primero era un guanacaste.
Majestuoso, en lo alto de una pendiente frente a los tanques de Texaco.
Sus hojas delgadas bailaban con el viento,
como si contaran secretos al mundo.

A su sombra cruzábamos el terreno
con tiradoras y rifles de balines.
Cuando florecía, el suelo se vestía de pétalos y conchas.
Las conchas secas eran balas de juego,
naves que volaban cuesta abajo
con el empuje de nuestra imaginación.
En su corteza rugosa dibujé futuros
que ni siquiera sabía que anhelaba.

El segundo era un laurel de la India.
Elegante, de sombra generosa.
Echó raíces junto al andén,
frente a la casa de los Bermúdez.
Allí reí, jugué, recogí semillas
arrastradas por los vientos de octubre.
El laurel no hablaba, pero escuchaba.
Fue testigo fiel de esos años primeros.

El tercero era un almendro.
Gigante, flanqueaba la bajada al muelle de la aduana,
donde atracaban los barcos guardacostas.
Me sentaba en una banca bajo su sombra.
Comía sus frutos, masticaba sus semillas,
escuchaba a doña Luisa Sandino
saludar a todos, como parte del paisaje.

Un día, los tres fueron arrancados desde la raíz.
No fue tormenta ni tiempo. Fue el hombre.
Desde entonces, viven en la memoria.
Cada vez que paso por esos lugares,
los nombro en voz alta,
como si nombrarlos los hiciera volver.
Eran gigantes. Ni el viento pudo con ellos.
Pero sí la indiferencia.

Hoy tengo otros árboles.
Los sembré hace más de 25 años.
Caobas, acacia amarilla, acacia mangium,
cocoteros, palmas, caña fístula...
Por belleza. Por placer.
Y me han dado ambos.

Cuando el viento sopla fuerte, el cielo se oscurece
y cae la lluvia, me detengo.
Miro los caobas,
las cinco palmeras,
la caña fístula que acaba de soltar sus flores,
el aguacate, el limonero,
y el monje que Gaby nos regaló.

El monje deja caer sus ramas,
como si el peso de la vida lo inclinara.
Pero ahí sigue.
Por las tardes, se llena de aves.
Ahí anidan. Ahí duermen.

Mirarlos me vuelve humano.
Y a veces no.
Porque ya no soy solo cuerpo.
Respiro con ellos.
Somos lo mismo.

Los poemas son como árboles.
Nos enseñan a respirar con otros.
Cada verso, una pausa.
Cada estrofa, una sombra para detenerse.
Como un bosque en lo alto,
o una fila de acacias entre concreto y tráfico.

Los poemas nos recuerdan que estamos vivos.
Y los tres árboles también lo estuvieron.
Aún lo están.
Dentro de mí.

 

24 de Mayo de 2025.

Foto: Propia.