Cortábamos marañones cerca del parque de La
Loma.
Mirábamos el árbol, repleto de frutas,
colgando sobre nuestras cabezas.
Campanas rojas y amarillas
repicaban con nuestra dicha.
Saciábamos la apetencia,
cargábamos la fruta en baldes hasta casa,
y en la época lluviosa los disfrutábamos
en vasos llenos de jalea o conservados en
miel.
Las semillas estaban expuestas al sol y al
fuego,
para asar las deliciosas semillas de
anacardo, las cashew seeds.
Han pasado muchos años.
Sigo creyendo que tuvimos buena suerte,
pero estoy convencido de que siempre
llega después de atravesar muchas penas,
para que nunca dejemos de cosechar.
Ese es el milagro: luego de las desgracias,
son las campanas del paraíso.
Con el corazón en pedazos,
recordaremos los marañones por siempre,
cargados en la mochila de la vida,
con la piel flácida, ordinaria y pecosa.
17 de Marzo de 2025
Foto: Internet